Prendo la televisión y veo “publicidades”: publicidades reales en territorios lejanos, publicidades contra la guerra justificando los imperios, publicidades de hambre alimentando las corporaciones, publicidades de desesperación vendiendo nuevas religiones…
Vivimos en un mundo diseñado por la propaganda, que nos mantiene pegados a una pantalla de teléfono, a la computadora.
Viviendo virtualmente, disfrutando de la
interminable compraventa de ilusiones escamoteadas con que se llena nuestro
tiempo, o fabricando ilusiones nuevas con aromas de viejos venenos: porque todo
lo que viene enlatado nos lleva a un dulce callejón sin salida que hemos
aprendido a amar.
No hay necesidad de represión en un sistema que ya ha cooptado los más lejanos rincones de la producción fabril, académica y cultural, no hay nada que no caiga en el formato cuadriculado de lo preestablecido por la teoría o por la contrateoría, sólo hace falta elegir para que todo sea igual.
Nuestros caminos se abren a un mundo que nos acuna con miles de tentáculos que nos muestran adónde vamos pero no de donde vienen.
Podemos luchar y hasta salir a matar presidentes por el mundo, pero las balas dejaran su dinero a la misma fabrica que provee a los policías que nos dejaran aplastados contra el suelo, sea cual sea el país del mundo.
La globalización
que absorbe culturas, derrama empresas, novedades, toxicomanías y alimentos
neutros que garanticen el mal funcionamiento de la única máquina que realmente
controlamos: nuestro cuerpo.
¿Hace falta rebelarse, acaso, para cambiar un formato esclavo por otro? Solo sería cambiar de sponsors, pero no implica recuperar nuestra vida, regenerar nuestra vida…
No implica que estemos del otro lado del problema, porque cada segundo de nuestra vida actual apuntala el mundo de mil maneras. ¡Reciclemos esas botellas con este fabuloso pegamento!
¿Es en serio? En la pendiente actual en
que hemos encarado el futuro del planeta, la única opción es buscar formas
reales de sacar los pies del plato…
Queremos luchar contra el calentamiento global, pero lo propiciamos el día entero: no es firmando peticiones, ni lamentándonos, ni consumiendo alternativas comercialmente sustentables que viviremos un poco mejor.
Ni siquiera, pondremos un pequeño freno a la destrucción “mundial” porque el mundo somos nosotros y nuestro mundo es el pequeño espacio que nos rodea…el pequeño espacio libre entre la punta de nuestros zapatos y el mar revuelto de la propaganda.
Entonces… hay pocas
opciones más que replantearnos, más que ser conscientes.
¿Podríamos plantar un árbol en vez de comprar esa hermosa agenda hecha en papel reciclado?
Podríamos… ¿Podríamos plantar una lechuga, una sola, en la maceta que descansa seca contra la pared de nuestra casa en vez de indignarnos contra “Monsanto”?
Ciertamente que podríamos hacerlo…
Podríamos desestablecer el formato de hipocresía, coerción y violencia con que nos relacionamos con los demás, en vez de esperar el último Best Seller de Osho, Cohello o Sai Baba?
Podríamos… ¿Podríamos
relacionarnos con niños y niñas en un plano de igualdad y respeto, en vez de
espantarnos por las injusticias y la opresión del mundo? ¡Podríamos,
y bien a tiempo!
… ¿Podríamos analizar un minuto nuestras necesidades reales, la forma en que domesticamos nuestra ansiedad con basura, antes que calcular cuánto tiempo nos llevara ganar el dinero necesario para mantener la ficción del consumo?
Podríamos, pero no tenemos ganas de administrar nuestra vida, de elegir por nosotros mismos, de hacernos responsables de nuestro metro cuadrado de existencia.
Solo quedan dos opciones, bajarse del tren en cualquier estación o tirarse en marcha, porque nadie va a ponerle un freno…
Ya
no hay destinos, solo postales, mientras viajamos a ningún lado para que puedan
seguir fabricando rieles de frio acero a costa de nuestros horizontes…
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