Abrimos los ojos alterados o felices, ateridos o rechonchos, estresados o abúlicos, acalambrados y ansiosos, da igual: no demoraremos en acoplarnos al estado de ánimo estipulado para nuestra categoría en este horario y época precisa.
Ni siquiera somos ya dueños de nuestro
pensamiento, un lastimero jirón de irrealidad en un entramado de operaciones
comerciales, ideológicas, matemáticas, y geopolíticas mucho más amplias que
nuestra indiferente y aletargada capacidad de comprensión.
Nos gusta creer en soluciones mágicas, en milagros ocultos y recetas recién descubiertas, porque eso nos libra del esfuerzo mínimo de pensar que algo de lo que nos “molesta” ¿molesta?... porque eso nos libra del esfuerzo mínimo de pensar que para resolver algo vamos a tener que poner en marcha, de nuestra parte, un mínimo trabajo, estrategia, logística, tenacidad y/o coherencia, no.
Eso está, afortunadamente, fuera de discusión, no hay porque comprobar una
realidad que mañana será reformulada (que pérdida de tiempo), ni apostar a
ciegas en una jugada que ya tiene ganador, tomando partido riesgosamente cuando
un océano permanente de superficialidad nos ofrece generosamente absorber todo
nuestro tiempo disponible en una feliz neutralidad sin más réditos que medias
sonrisas que luego se irán descongelando…
Porque nos reímos de lo que nos tenemos que reír, pensamos como nos toca, vivimos como nos dicen, y asumimos como natural y eficiente un status quo destinado a envejecernos desde el alma hacia afuera, hasta que no queda nada entre nuestro cerebro y la propaganda más que una cascara móvil que seguimos llamando cuerpo mientras la atiborramos de venenos y estímulos mecánicos, automatizados según el estándar usual.
¿Y la acción?
¿Dónde quedó el espíritu vivo que nos hacía encarar el mundo como algo novedoso y lleno de secretos?
Apenas gateábamos cuando nos empezaron a tirar ladrillos
con la letra “No” para que vayamos construyendo nuestra pared y ya no existe,
sólo resta la capacidad de auto engañarnos envolviéndonos en un marco de
referencia ficticio, laberínticamente destinado a perdernos completamente de
cualquier destino posible hacia nuestras propias metas, nuestras latentes
capacidades, nuestra propia y particular comprensión…
A cambio de eso, en los escasos ratos libres que nos quedan luego de apuntalar la hegemonía de la que somos parte indivisible, nos dedicamos a teclear horas de mensajes sin contenido, a compartir videos fabricados para manipularnos, y a sumarnos indignadamente a cualquier campaña que prometa sacudir nuestras emociones acostumbradas a ver morir a los demás mientras nos asesinamos a nosotros mismos.
Y sin embargo, todo queda en el aire,
militamos por internet para simular un pensamiento propio, pero solo logramos
sumarnos a una ola pasajera, que nos dejará como espuma, secándonos en la
orilla… ¡Ahí viene otra!
No importa, pensar es un vicio de fugitivos, temerosos crónicos e intelectuales burgueses, lo mejor es arrebatar de la vida lo mejor, y si ya está organizado, si ya está diagramado y listo, si hoy en día nuestros dedos sobre pequeñas teclas luminosas toman las decisiones antes que podamos elaborarlas, es mejor, no hay culpas, no hay responsabilidades, no hay historia…
Somos polvo en el viento,
hojas en la tormenta por venir, no necesitamos más que clavar la veleta en
nuestra agenda para sentirnos protegidos por el calor de la manada, ahí vamos,
felices, hacia el crepúsculo infinito de la civilización.
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