Lamentablemente.
Con la pausa mínima en el andar que impone el ritmo de la producción y logística de los pertrechos, la construcción de corazas y trincheras, la definición de las alianzas y los gerentes…ha llegado ya la guerra.
Y si, ¿Qué más da, que más quedaba?
Si todo el
mundo está rebalsando de armas ¡Si no queda un modelo de ametralladora que no
esté ya testeado en el campo de batalla! ¿Ya se agota el mercado por
saturación?
No lo creo, sino por el aburrimiento: los mismos genocidios, las mismas masacres, los mismos países aplastados. Hoy, el mercado de la guerra quiere probar su tecnología en las grandes capitales del mundo.
No queda alternativa, frente al estancamiento de los flujos de divisas la única inyección de adrenalina es la guerra total, totalmente estúpida, completamente despiadada y global por supuesto.
Es necesario para retomar las riendas de una economía en
crecimiento perpetuo, lo que sea que esto signifique para el común de los seres
vivos del planeta.
Sin salir del ramo, no solo daría trabajo inmediato a millones de personas en la multiplicación de fábricas de armamento, sino que daría lugar a probar nuevas armas, y acelerar proyectos en marcha, actualmente cajoneados y aprovechar material disperso y obsoleto ¡Eso es la guerra!
Un negocio que crece con el solo rumor, con el solo consenso de la indiferencia y la resignación de las poblaciones.
Pero un día, mientras mirábamos las noticias, nuestros vidrios tiemblan al
pasar un avión de una potencia desconocida, y es que la primera flecha ha dado
en el blanco, se acabaron las provocaciones y miradas, comienza con una
formalidad casi amable: la masacre.
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