La tierra puede cambiar de
color.
La tierra puede cambiar de color, lo sé, lo he visto pasar: no hace falta mucho, solo humedad, sombra, vida, dedicación, continuidad y respeto por los procesos naturales…
Si vemos la tierra vemos el agua, la recorre, la hincha, la abandona o atraviesa lentamente, la surca y divide, la nutre y sigue, siempre, transformándose de mil maneras. Y es en ese recorrido en todas direcciones que se hace el intercambio entre el cielo y la tierra, entre la tierra y el agua, atravesando y definiendo la dinámica de los seres vivos.
Y ahí es adonde el sol se
hace tierra, la arena se hace hoja, la piedra sombra, el agua vida, los arboles
refugio y el viento flores y miles de insectos y frutos y semillas.
No importa en qué parte del camino del agua estemos interviniendo, siempre podemos contaminar o limpiar, facilitar o estancar, aprovechar o desperdiciar, sembrar o matar…
No hay posturas o momentos neutrales, nuestra presencia sobre el planeta está integrada a un formato más que artificial, antinatural, casi siempre o siempre destructivo, así que somos parte de ese proceso, queramos o no saberlo.
Cada gota, cada hilo de agua que pasa por nuestra casa, por nuestra vereda, por nuestra comunidad, debería ser tomada como un interrogante, como una responsabilidad intrínsecamente ligada a nuestra presencia.
¿Es que acaso nos preguntamos
el costo de lo que nos acostumbramos a percibir como normal?
Si pusiéramos lo que necesita nuestra forma de vida, nuestros objetos, nuestros residuos y nuestro consumo de energía en una línea y los siguiéramos en el tiempo hasta el inicio donde la naturaleza tuvo que ceder para dar lugar a su fabricación o disposición final tal vez tendríamos un panorama claro de lo que el planeta soporta para que vos y yo podamos ser humanos.
Y a mí que me gusta el agua, me meto al barro y la
siento, la crio y le abro caminos para que se purifique y filtre y para que dé
y forje la vida a su paso.
Y en todo eso pienso mientras divago con una pala de punta como maestra, y la lluvia y el tiempo como propiciadores de un plan tan instintivo como infinito, jueces que me hacen esperar cuando me pongo ansioso, y desesperar cuando no puedo más que quedarme mirando sin hacer nada.
Cuando me interno en la cañada, como le llamo al pequeño curso de
agua que nace en la boca de un caño al lado de mi casa y bordea los terrenos
sobre la defensa sur hasta perderse en una curva y un túnel bajo las vías, me
siento completamente conectado con el agua.
A pesar de la mugre, del esfuerzo intenso y de los peligros que acechan a mis pies y mis manos descalzos mientras hago canales o amontono barro en las orillas para definir la nueva arquitectura.
No se puede prescindir de la
basura como material de construcción, poco elegante pero permanente pasajera
que se va comprimiendo en el fondo con el barro hasta tapar todo.
El agua es simple como un amanecer,
simplemente va a absorber y transportar todo lo que le aportemos, y en la misma
medida va a cederlo a su entorno circundante inmediato, y al mismo tiempo, a la
atmosfera y el subsuelo (nosotros aportamos, en el medio, para remediar o
contaminar, nuestras decisiones)
A pesar de este aprendizaje, de todas estas satisfacciones y beneficios intangibles, el laberinto dialectico me acecha al disponer mi tiempo de cada día para la recuperación del pequeño curso de agua, tiempo de trabajo y generación de recursos que tal vez estoy restándole a mi economía y a mis hijos. …
Generalmente puedo vencer los preconceptos que aún me hacen verlo como algo inútil y absurdo, irracional, si logro enfocarlo como un regalo para las futuras generaciones, para mis hijos, y los hijos de los vecinos, y así etcétera…
Y así puedo entregarme a la
fantasía y el delirio, el optimismo desenfrenado porque ellos verán el fruto de
los arboles pequeños que hoy están apenas enraizando, y es solo con su absoluta
colaboración y comprensión del proceso, que estos podrán crecer sin que los
rompan, sin que los pasen por arriba a la par de los perros y caballos en su
despliegue cotidiano como justos dueños del territorio.
En realidad, también pienso en mi desarrollo personal y "laboral" ya que esta intervención en la naturaleza degradada es una forma de mostrar mi forma de pensar, de interpretar y de hacer, mas allá de cómo se amplía mi comprensión del mundo al compenetrarme en algunas dinámicas naturales básicas.
Mi plan es interminable, y casi invisible, implica mil retrocesos y derrotas, miles de intentos y apuestas a la vida malogradas por el caos y las recias condiciones climatológicas.
Pero lo que quede ya gano su tiempo, porque es necesario plantar los arboles hoy a pesar de la depredación, para que los pájaros de mañana, los sobrevivientes a la gomera y la contaminación tengan una rama donde posarse…
Para que los peces sean testigos del cambio antes que recuerdos,
para que el arroyito no deje de ser navegable para todos los barcos de papel.
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