23 febrero

Quince segundos...

  

  Mirando hacia afuera, en el calor de la tarde que empieza a acumularse, de repente, entre el paisaje de perros arena y polvo, de adolescentes y motos llevando pescadores, cruzan dos niños, caminando aceleradamente por el frente de mi casa.  Inmediatamente llaman mi atención.  Pasan y se detienen frente al quiosco, en la vereda de enfrente.  

  Mirando pasar la niña, un poco más alta que su flaco rapado hermano, los dos de alrededor de siete años, se siente un escalofrío: sus rodillas resaltan como una molesta necesidad de articular los huesos, parecen pequeñas pelotas de tenis entre dos varillas que son sus piernas.  

  Mirándola caminar, parece un muñeco armado con un corcho y escarbadientes, su magro cuerpito parece volar adentro de la remera, como una capa la cubre su pelo amarillento y  sucio, como si fueran patas de cangrejo se mueven sus bracitos… 

  ¿Estamos en África? O solo es una realidad cotidianamente ignorada en la Zona Sur de Concordia, y en los demás suburbios del planeta… la desnutrición extrema, el cuerpo humano llevado hasta sus más escandalosos limites, la tristeza inútil por una inocencia que merece crecer y cuidarse.  

  Pienso ¿Tomo la cámara y registro? ¿Qué le digo a la niña? ¿Por qué estas tan flaca, por qué esta tan flaco tu hermano? ¿Qué puedo hacer, si ni siquiera yo aún hoy comí? 

  ¿Quién está a cargo de estos gurises, donde viven, que les pasa?

   Divago y me detengo: ellos no, se van del quiosco con un paquete, tal vez a pedir a otro lado, rápidos, como la niña que sale para el lado contrario, con una gaseosa de dos litros, mirando para atrás espantada, casi al trote… 

  O no sé, tal vez todo sean sesgadas interpretaciones mías, tal vez todo está pasando en otra ciudad otro país, en otro continente, tal vez solo son rezagos incomprensibles de una humanidad que avanza en su conjunto hacia la iluminación y el bienestar, la armonía y la felicidad…

  Y la tarde sigue su camino, entre ladridos de perros, carros y ruido de botellas rotas a gomerazos, entre remolinos de piel al sol y pelos al viento.  Me cebo un mate, sigo pensando en la tarea que se avecina, en mi vida, mi casa, en lo que quiero hacer sin saber cómo ni con qué. 

 Y el día pasará igual entre la hipocresía extrema de los espantados de siempre, entre la violencia sin paliativos de la desigualdad, entre la desvergüenza de los aspirantes a ocupar los nuevos cargos políticos que, una vez más, quedan vacantes para eternizar un sistema que se demostró hace rato caduco y cruel.  

  Como si fuera un pescado, estos quince segundos me abrieron por dentro, voy a averiguar algo más antes que se me infecte el corazón…  Voy a hacer algo por mí y por el espíritu humano para pagar mi indiferencia antes que se me ocurra justificarme. 

 

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