El mundo tal como está dado se mantiene, como todo plano, asegurado en sus tres patas fundamentales: el miedo, la codicia y la estupidez...
Porque el miedo a perder la vida, el trabajo, las relaciones, la fama, el buen nombre u otras tantas pequeñas cosas que nos definen como engranajes útiles del sistema, nos deja atenazados en la inacción, en la búsqueda de explicaciones falsas en las que creer cómodamente, en la complicidad y el congelado mutismo frente a las mayores aberraciones.
Porque la codicia que llena nuestras pequeñas vidas, que nunca se llena porque siempre hay algo más, algún escalón más alto que subir, algo más caro que poseer, alguien más a quien someter, destruir, silenciar, nos lleva a olvidar la historia por más reciente que sea.
Nos lleva a subirnos al carro de los vencedores siempre manchado de sangre, nos lleva a pegarle al que esta de espaldas por suponer que pronto podremos ocupar su lugar, nos lleva a agacharnos sumisos y mediocres y creer en los asesinos, lustrarles las botas y las armas, cargarle de tinta las paginas más falsas de la historia, nos lleva a comernos a nuestros propios hijos si es necesario, si así lo demandan los poderosos para abrirnos la puerta a su mágico mundo donde seremos lacayos de lujo, esclavos bañados en oro, miserables felices y tambaleantes...
Porque la estupidez nos lleva a olvidar y seguir adelante, y pretender que algún día los amos del mundo pensaran un solo segundo en un mundo para todos, para nosotros, para nuestros hijos, un mundo para personas libres que no sirvan a sus intereses...
Y preferimos debatir sobre la mejor marca de papas fritas, el mejor programa de chismes gastados, el más elegante o la más puta y seguir preparando el fuego bajo la olla donde terminaremos nosotros y nuestros hijos.
Porque seguimos apostando a empresas salvajes que van a salvar el planeta, en vez de empezar a salvar nuestro hogar, nuestra dignidad, nuestro propio patio, barrio, comunidad, ciudad...
Porque caemos una y otra vez en cada campaña mediática que hace de nuestra opinión formateada una estadística que justifique la compra de armas para volver a masacrarnos, sean estas armas psicológicas, físicas, virtuales, o solo se trate de esa jaula que nos espera con las puertas abiertas llamada progreso, bienestar, ascenso social...
Somos el sistema, cada día. No hay inocentes que mueran sin nuestra participación. No hay delito, masacre, invasión, hambruna, ni genocidio en el que no hayamos participado, cómodamente, mientras mirábamos el noticiero diciendo que los culpables no éramos nosotros, que las víctimas no éramos nosotros...
Bueno, hoy también lo hicimos, festejemos buscando algún culpable, mientras los responsables, los amos del mundo, se ríen en sus torres de acero y cristal, en sus castillos, en sus islas privadas, comprando mercenarios ideológicos, salvadores armados hasta los dientes, pacifistas de enormes ambiciones políticas, ambientalistas de suculentas ganancias que participan de cada empresa que dicen combatir...
El mundo es hoy, el tiempo es redondo, y vos y yo...
Somos mucho más que nosotros…
¿Pero que nos impide entonces comprendernos? ¿Qué es lo que nos lleva cada día
a matarnos una vez mas? Seguramente si pudiéramos ser testigo de las emociones
ajenas nos sentiríamos más cercanos. Si pudiéramos vivir, un segundo la vida de
los otros, le otorgaríamos mayor validez, pero no.
Nuestros prejuicios impiden cualquier clase de acercamiento, de unión, de convivencia social. ¡En vez de eso tenemos una trabajada indiferencia, un cinismo sin fin, un dedo acusador incansable para levantarse señalando a los otros!
Y que logramos con eso si no es más esclavitud y sumisión, mas coqueteo con el poder, que nos promete burlar al destino para regalarnos nuestros sueños…
El ser humano construye su cárcel alrededor del mundo, y luego dibuja razas, países, tiranos, para disimular, porque pocos aceptan que están presos adentro de sí mismos.
Dibujamos ladrones y malvados, y héroes, claro, que los combatan, para apagar el eco de nuestras impotencias y ambiciones, para legalizarlas.
Dibujamos enemigos, crueles y despiadados para no contarle a nadie lo que tememos a esa maquinaria cotidiana a la que le entregamos la vida, sin reaccionar cuando la injusticia se enseñorea a nuestro alrededor, cuando el crimen se esparce sobre los pequeños y débiles.
Y mientras corremos o nos arrastramos atrás de nuestros pequeños
triunfos y miserias, los amos del mundo extienden una vez más el mapa donde se
repartirán nuestras vidas al azar…
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