15 noviembre

Todo por nada

 

 

 Si andan paseando y van al puerto de Concordia, y bajan hacia la explanada, metiéndose a la izquierda por el nivel de abajo, llegan a la punta que mira la boca del arroyo Manzores, donde unas escaleras que se hunden en el agua, sirven, estando a nivel el rio, para embarcar en las lanchas que lo cruzan hacia Uruguay.  

  Paralelo a este frente, aún más abajo, corre un largo y antiguo cable de acero trenzado oculto por las aguas, tal vez un rezago de épocas antiguas, cuando el arroyo Manzores era transparente de vertientes y la tarde concordiense se miraba pasar tostándose sobre un pontón atado al puerto.  

  ¿De ahí el cable?  Grueso como el brazo de un niño, se balancea a veces como un cementerio volador, donde se han cortado infinidad de líneas.  Sus anzuelos y plomadas cuelgan al sol cuando el nivel de las aguas deja todo al descubierto, tal vez una vez al año, en una bajante excepcional.

  Si alguien puede robar, sin más trámites, o conseguir unas brazadas de este cable o alguno similar para atar mi corazón como un matambre y asegurarlo a mi pecho, tal vez sería la única manera de evitar que vuele y se pierda por los aires. 

  No me arrepiento de haberlo criado así, pero él es egoísta, audaz, sin escrúpulos, y no escucha más que su propia voz, y yo lo dejo feliz arrastrar mi vida por el abismo del vacío que rodea estos planetas azules...donde solo queda luz.  

  Tensa mi conciencia como un arco, toma mi vida y la lanza como una flecha.  Igualmente, nunca me llevó por un camino errado, solo perdí por no escucharlo, alguna vez, aunque por estos tiempos quisiera seguir experimentando esto de la civilización.

 

Pero mi corazón es como el de esos gurisitos de la calle, simple y salvaje, no necesita invitación para querer, no necesita que lo llamen para recorrer el mundo, ni avisa antes de llegar. 

  Y como una planta en el desierto, crece con la sola intención de regarlo, aunque las jarras se partan en el camino...  

  Entonces se pega a una forma de sentir, que es una forma de vivir la vida, a una forma de ver que es una forma de dar y tomar, sin guardar demasiado para mañana… 

  Y recostado en un sentimiento vital se transforma en camino antes que edificio, en paisaje antes que camino, en viento antes que paisaje, en faisán antes que viento, y en fénix antes que terminar desplumado en el plato de algún idiota, soberbio y cómodo, malacostumbrado a tirar la comida para que cien pasen hambre…

  Por eso, entre otras cosas puedo aclararles que no deje las drogas porque me lo exigiera la sociedad hipócrita, las leyes, los sistemas judiciales o de seguridad, la familia, ni por los consejos de mi abuelo...

  Además de cuidar mi única posesión real en esta tierra, que es mi cuerpo, y dentro de él mi despótica mente, abandoné todos los tóxicos porque no me aportan nada... 

  Desde el primer segundo que abro los ojos ya estoy completamente acelerado, alterado, sumamente indiferente a la absurda realidad y su presión sobre los planes más hermosamente fantasiosos que inmediatamente me dedico a pergeñar y poner en marcha.  

  Y así arranco el día con una ceguera tal que me olvido de mirarme al espejo para afeitarme y peinarme, me visto con lo primero que encuentro arriba de los estantes, se me gasta la hora de comer, bañarme y dormir, caminando por las calles reclutando o poniéndome al servicio de marginales, alucinadas, huérfanos voladores, utópicos delirantes, artistas, locos y criminales.  

  O en el mejor de los casos hipnotizado por una pantalla que no me dice nada, tratando de poner en juego fuerzas que no controlo, energías que no me pertenecen, amor que no devuelvo, tiempo que no existe, territorios que serán abandonados, sangre sudor y lágrimas ajenas... Cada día intento convertir un grano de arena en un planeta, un terrón de tierra en una nave que atraviese las galaxias y el tiempo.

  Entonces castigo mi cuerpo entregándolo a una exigencia sin contraprestación, acelero mi corazón y lo saco de compas, me vuelvo de a ratos un poco hiperactivo o apático, bipolar, paranoico, esquizofrénico, o soy inundado por lagunas mentales de memoria atención y pensamiento... 

  Olvido trabajar y mis responsabilidades sociales, y lo peor es que no solo estoy convencido de que puedo controlarlo y volver a la normalidad cuando quiera, sino que cada día me gusta más...

  Pero ahora mismo, necesito un plan irrealizable, un sueño imposible para ponerme a correr antes de suicidarme moralmente que ya me están agarrando ganas de comprarme una camisa, un acondicionador de aire, o algo peor...

  ¡Bueno! ¡¡Ahora me voy, alguien me llama, justo a tiempo!!  Olvide su nombre pero reconozco su cara: tiene la sonrisa diabólica del vendedor de fantasías... Cada vez puedo estar menos tiempo sin mi dosis...

  Mañana mismo, vuelvo sin falta a la normalidad, lo prometo.



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