Llorando sin control, sin medida, pero en silencio, se apartó pausadamente.
Entornó el rostro como quien cierra una puerta sin hacer ruido, como no queriendo hacer cargo de su dolor al portador de la noticia, quien seguía arrodillado en el mismo lugar, mojando el piso con su frente afiebrada, rompiendo el silencio vacío con su temblor contra el piso de maderas toscamente ensambladas como un rompecabezas.
Lloró hasta que sus lágrimas se unieron en una línea y bajando por su ropa resbalaron hasta el piso.
Lentamente fueron haciendo un charco que se desbordo por entre los huecos de la pared y fue anegando el barroso patio hasta encontrar su camino hasta la zanja que empezó a llenar el zanjón de la vereda, corriendo hacia el bajo y más allá hasta la laguna crecida.
El cuerpo terso, lleno de vida, se fue
escurriendo en sí mismo, mientras seguía mirando por la ventana como si fuera
una pantalla al más allá, o al futuro, al pasado, o simplemente una ventana que
le traía la luz de un sol amargo, frio, inocultablemente injusto.
El cuerpo que estaba arrodillado también chorreaba, sangre en este caso, que apenas si se sumó al arroyuelo de lágrimas saladas, amontonándose coagulada en un charco denso y oscuro, al lado del joven, que cayó finalmente de costado, en silencio, sin una queja, como para no insultar al dolor impronunciable de la mujer que miraba por la ventana un paisaje de engranajes fabricando desolación y muerte.
Cuando llego la primera moto, el hombre que bajo corriendo no necesito comprobar que el muerto estaba muerto, con los ojos fijos bien abiertos, la boca fruncida en un gesto amargo, como si no pudiera explicar ese final inesperado.
Tampoco se preocupó de hacer reaccionar o lograr una palabra de la mujer que lloraba, ahora en una vertiente constante, que a sus pies ya lavaba el barro, dejándola sumergida hasta las rodillas en un transparente pozo de arena blanca.
Sin sumar ni una palabra al ruido del agua que
corría, se sacó el buzo y lo puso de almohada bajo la cabeza del muerto, como
un gesto inocente, como si solo se hubiera quedado dormido… y tras mirarlo un
momento, le saco el 38 largo de la cintura, volteo los casquillos en el piso,
sobre el espeso charco de sangre y lo cargo, bala a bala, rápidamente, con los
ojos fijos en la avejentada mujer que se iba hundiendo en el piso…
El loco Camacho, que no había llegado a tiempo ni de ver morir a su hermano, miraba por la puerta entreabierta del rancho, y contaba los segundos para pasar el tiempo… uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis…
No pasaban ni cinco minutos sin que pase lentamente un patrullero, entonces se acordó de repente cuando todavía eran ocho hermanos, y el Checho, una navidad, después de cagar a pedo a los gurises por tirar cuetes en la mesa, fue a encender uno y le exploto en la mano, dejándole el dedo colgando, y en el hospital, tuvo que ir la madre para certificar que no había sido herido en un asalto, para que no llamen a la policía.
Cuando dejo de sonreír, perdido en recuerdos familiares, ajusto el 38 a la derecha contra el cinto, y del otro lado la nueve milímetros, que no quería usar, si los iba a cocinar a tiros iba a ser con el fierro del Checho.
Después iba a morir con la
nueve en la mano, como un hombre, como murió el Macho, a las tres de la tarde…
por dudar, cuando una niña cruzo la calle para juntarse con su madre, que le
gritaba Luna, Luna quedate ahí, y después, “No tiren, no tiren, no tiren” llorando
histéricamente…
El policía no dudo, y le vació el cargador hasta que toco el piso con las rodillas. Y así cayo el Macho, mirando la chiquita, con las manos en alto, como si no quisiera moverse para evitar el impacto de una bala perdida en una inocente criatura.
En su casa, Ayelén, de cinco años, quedaba sin padre…
Pero eso paso hace tiempo, ahora se dio
vuelta y pregunto ¿qué hacemos? A los otros dos, que estaban en la mesa con la
plata y los fierros, peinando largas rayas en un plato. Lo miraron
sorprendidos como si hubiera que contestar, había que jugarse, salir de ahí, mucho
mas no iban a estar seguros con tanta presión policial en el barrio…
No sé, podríamos ir a La Lata, o al Arenal, o
tratar de llegar a la casa de Marcelo…si cortamos por los descampados esta
noche, podemos salir del barrio, que la gurisada bichijée los patrullas y nos
mande un mensaje para salir…
El Marito perdió. Dijo el, mirando la pantalla
del celular, la gorda Inés vio cuando lo metían por el patio de la tercera.
Uuuh! –Dijo el otro- hundiendo la cabeza
entre los brazos… después de cinco minutos se paró y dijo: entonces salgamos
ahora, de esta noche no pasa, se la tienen jurada.
El Neco dijo entonces: acariciando la moto… ¿y
si manotiamos un cobani?
El Pelado lo miro asintiendo y después al Loco…
Sabían de que estaban hablando, Marito tenia las horas contadas, lo iban a romper todo hasta que muriera a golpes y después dejarlo tirado en un basural, como se lo habían prometido a la madre, la única opción razonable era secuestrar un milico y cambiarlo mientras se pudiera.
Por lo demás, ya estaban jugados, matar o morir, intentando
rescatar al compañero era un lujo que no les costaba nada ya… además iba a
sufrir el castigo por no delatarlos, de eso podían estar seguros…
El único boliche abierto a esta hora es
el del Manco, en algún momento tienen que caer a comprar algo… dijo, y ya
estaban los tres parados junto a las motos. Ahí va, dijo el Loco, y apenas el
móvil doblo en la esquina, salieron quemando cubiertas sin cerrar la puerta,
rumbo a la avenida…
¿Por qué estás tan nervioso, querés que te
pegue un tiro así te tranquilizas? Le decía al Manco, que no era manco, sin que
nadie supiera el porqué de ese apodo, cuando venga alguno nos vamos ¿o alguien
te está tocando algo? Vos lo único que tenés que hacer es abrir la puerta… ahí
se escuchó una risa suelta y una camioneta ya estaba frenando en la vereda,
haciendo saltar el agua salada que corría por la cuneta…
¿Entonces? Le dijo mientras se agachaba atrás
del freezer ¿ vamo en esa o qué?
…El milico abrió la puerta con la plata en la mano, solo para enfrentar el caño de las tres armas, llamalo a tu colega o te reviento hijo de puta, era joven, tal vez nunca le habían apuntado, se arrimó a la puerta, sacando apenas la cabeza mientras el Neco lo agarraba de la nuca poniéndole el cañón en las costillas, y le dijo al otro: eh, Gordo, no hay levite de pera, fijate vos de que querés…
El otro se bajó, haciendo un gesto de impotencia con
la cabeza, mientras ya se lo llevaban a él para el fondo. Un
patrullero que pasaba en sentido contrario toco bocina, saludando.
El Loco arranco la camioneta atrás de las motos, los milicos desmayados y atados con cinta de embalar iban en la caja, uno a cada lado, en los huecos entre las filas de asientos. Iban a volver al rancho, la tarde quieta no dejaba escapar un solo ruido.
Cuando paso por la puerta, freno apenas para que descarguen los polis
rápidamente, y con la sensación de que no podía salir bien, siguió manejando
hasta el descampado, solo se tranquilizó cuando volvió a ver la moto saltando
atrás para buscarlo, la estaciono arriba de una fogata encendida y salto a la
moto, sin tiempo de mirar atrás a ver si se prendía fuego la camioneta.
El Neco los miro entrar y apretó la tecla verde, hola, comisario Ramírez, como leva, cazamos dos pajaritos y queremos cambiarlos por otros dos, sabemos que tienen ilegalmente a José Luis Camacho y a Mario Lujan Medina, acá todos valen lo mismo, cuando suelten a los dos le devolvemos sus nenes, como estén ellos se van a ir los de ustedes, vuelvo a llamar en diez minutos.
El Loco lo miro sorprendido, sonaba bien eso de
“ilegalmente”, sonrío por un segundo, pero el Checho estaba muerto y él lo sabía…lo
interrogo con la mirada.
No sé, se me ocurrió, dijo él, una
cumbia sonó en el teléfono. ¿Hola?
No mira, igual va a saltar todo, también puedo llamar a todos los medios que tienen dos personas secuestradas, suéltenlos y listo, y como estén, el trato me parece justo, demasiado… mejor si te apuras un poquito, mira, tengo a estos dos tipos acá y unas ganas de comerlos crudos que no sé si me aguanto…
Bueno… cuando hable con el largamos al pendejo, y ustedes lo dejan al Marito en la casa, cuando nos avise que está todo bien largamos al otro y lo dejan al Checho afuera… ok, espero su llamada entonces… no primero al guacho, después el otro….
Ok... si tranquilo… mejor para todos! Que andes bien… y
como si hubiera perdido el alma con tanta diplomacia forzada: ¡Y sino que se
pudra todo, puto! Y cortó.
El sargento, el Gordo Benítez, conocido
de todos ellos, los miraba con los ojos bien abiertos, había escuchado las
conversaciones y sabía que no lo iban a largar, había visto al Checho corriendo
doblado de un balazo y sabía. Sabía que ellos sabían que había matado al
Macho, recordaba sus caras de odio en el simulacro de juicio, donde fue
absuelto, pero no tenía nada para decir, ni hubiera podido hacerlo con un
pedazo de trapo en la boca…
El Pelado saco el encendedor y se puso a calentar el plato, a través de las llamas miro al gordo, sonriendo… después dejo el teléfono en el medio de la mesa, dejo el fierro al lado del teléfono, y armo prolijamente seis largas líneas.
Después lamio la tarjeta, se la
seco en el pantalón y sopesando la bolsa enuncio alegremente “…A la mesa,
niñas…”
A dos cuadras, se escuchaban las últimas gotas, después de resbalar por la cara, erosionada por las lágrimas, dejando cauces ya casi secos como si fueran caminitos de hormigas, caer desde la pera.
En el centro del ojo de agua, una mujer, hundida hasta las caderas,
suspiro finalmente, y levanto la cabeza. Pintada, en el fondo de sus ojos, la
decisión de salir adelante, nuevamente, a pesar de todo.
Dos cuadras más abajo, carros
enterrados hasta los ejes, retiraban colchones, ropa y muebles desvencijados de
las casillas inundadas.
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