Somos lo que comemos, se dice, y eso,
hoy en día, está asumiendo ribetes altamente contradictorios…preocupantes,
consternadores.
Si observamos a un animal cualquiera, en su hábitat natural, es innegable que come para vivir, se mantiene en la zona donde se encuentra su recurso alimenticio, sin esquilmarlo: toma lo mejor, o lo más fácil, de acuerdo a sus posibilidades, pero no más de lo necesario: reserva en todo caso en su cuerpo, en forma de grasa, durante el verano, solo para traspasar el invierno.
Es lo mismo si se trata de pastos o presas, los herbívoros y predadores están sujetos a las mismas leyes naturales, formando comunidades compactas, y son capaces de perseguir su comida, y adaptarse a los peores platos en épocas de carencia de recursos.
Como no acumulan ni trasladan, moldean su medio en la misma medida que son moldeados y regulados por su entorno, en la justa medida donde todo mantiene una relación exacta.
En este tipo de medios, anteriores a la aparición del ser humano industrial, millones de años de lecciones bien aprendidas terminaron regulando las plantas y pastos, la floración y los frutos, las especies, los cuerpos, los estómagos y los músculos, a las inevitables fluctuaciones anuales y estacionales, pudiendo soportar cualquier cataclismo natural sin dejar de regenerarse a una velocidad asombrosa.
Es prácticamente imposible ver animales enfermos,
plagas o pestes foliares descontroladas, obesidad o agua envenenada….todo se
mejora indefinidamente.
En cambio, nosotros, reyes auto ungidos de la creación, charlesdarwinistas a la inversa, ya ni siquiera sabemos por qué comemos, solo sabemos que debe ser a horario, o trastocaremos el resto del día. Cuadriculado día, en compartimientos estancos de tiempo bien etiquetados que ya no nos pertenecen, perdimos hace rato el manejo del tiempo.
Nuestra mejor muestra de autodeterminación es vivir corriendo para no llegar tarde: entonces nos hicimos esclavos del reloj, antes que del estómago, y el tiempo se compra con dinero… para lograr lo cual estamos dispuestos a hacer esclavos a los demás.
Mucho antes de eso, nos entregamos mansamente, a la arquitectura social, a fomentar el darwinismo económico más monstruoso sin pensar: la inmensa mayoría de nosotros preferimos ser esclavos felices antes que aventureros económicos con final incierto.
Al final todo lo sufre el estómago…
Y en que termina esto, en que a la hora de la comida, ya no podemos asegurar con certeza que no nos estén sirviendo carne humana.
Metafóricamente, claro, por ahora, solo por ahora. ¿Pero que estamos pagando?
Cuando la producción de alimentos es un monopolio que solo debe generar ganancias, el valor nutricional se convierte en un recuerdo de eras pasadas. Sin analizar más que los productos alimenticios que consumimos, alimentamos la contradicción mucho antes que nuestros cuerpos, y ni hablar de nuestra salud.
Es increíble que hace más de cincuenta años se haya advertido de los riesgos del nuevo tipo de agricultura que arrasaba las mejores tierras del planeta, y sin embargo, las malas prácticas no solo triunfaron sino que se extendieron y multiplicaron hasta el infinito… hoy en día, un kilo de harina no tiene más nutrientes que una hoja de fresno, pero a nadie le importa.
Cultivos intensivos en
superficies extensivas, mantenido por mano de obra altamente calificada en
seguir un manual de procedimientos, estimulados por tratantes modernos
especializados en ignorar las consecuencias de sus actos, dirigidos por
ingenieros graduados en el adoctrinamiento corporativo, alimentados por pulpos
empresariales decididos a tomarlo todo, en todos lados, y salir silbando
alegremente con los bolsillos llenos cuando la tierra se agota, el cuerpo se
enferma, la sociedad empieza a mostrar los síntomas del colapso inevitable.
Bueno… ¡Por lo menos se van! Sí, pero para volver con otro nombre, otro plan, otro logotipo y el mejor eslogan del mundo… En el nuevo carro triunfal vienen los mismos viejos genetistas, los mismos rapaces oligarcas mundiales, el mismo fascismo disfrazado de misioneros de la esperanza, con las manos vacías llenas de soluciones que se convierten en problemas insolubles.
Pero bueno, el tema se está saliendo de lugar, y aunque
esté completamente relacionado, no son los responsables ni las causas lo que me
interesa destacar hoy, sino nuestra increíble voluntad de absorber el daño que
nos venden, con la pasión y la confianza de bebés prendidos a la teta…
Jarabe de maíz, colorante 237, aspartamo, goma arábiga, espesante, saborizante 638… no hay mayor prueba de la decadencia que la de leer los ingredientes de un producto alimenticio moderno cualquiera para auto flagelarse después consumiéndolo.
Y eso teniendo en cuenta que solo publican los legales, y cuanto más directamente nos ocultan, nos engañan, dóciles adictos temblando de miedo que se acabe la dosis. Dulces criaturas adultas sin raciocinio, envenenando a nuestra familia el día entero con productos que ni las moscas prefieren, ¿Será esto casual, o simplemente nos envenenan como una estrategia?
No importa, somos
consumidores, generamos estatus, no salud; buscamos perfección estética, no
bienestar; variedad, precio, color antes que coherencia. Estupidez antes que
lógica, suicidio inducido antes que vida… respuestas antes que preguntas.
Y sin dejar de empujar la cucharita al fondo de la garganta, el pico de la botella contra el vaso, nos sentamos a hacer la digestión mirando las más morbosas escenas de violencia estereotipada contra el ser humano en su conjunto.
En nuestras venas corren los números de la cuenta regresiva hacia el quirófano, claro, el ciclo debe cerrarse con broche de oro, muertos no pagan, debemos, a ultimo segundo ser salvados, sobrevividos, rescatados hacia el ultimo calvario.
Bien, ahora elijamos, seguir matándonos o salvarnos dejando de ser lo que hemos sido adiestrados a ser del primer al último día de convivencia social.
Estamos a un paso de la hecatombe total, ni siquiera sus precursores comprenden los alcances de sus lanzamientos, cada metro recorrido en camión, cada centímetro de tierra seca que vuela con el viento, cada brisa oscurecida por el humo, cada litro de agua contaminada, cada día en las góndolas iluminadas, cada fabrica cada proceso de embalaje finalmente se engarzaron como un collar de piedras en el cuello de la raza humana.
No es lejano en el tiempo el día en que un tomate valga más que un perro de raza, en que el hambre nos lleve a replantearnos todo, todo, todo…
¿Somos hijos del rigor? Vamos a aprender por las buenas o por las malas, no importa, cada cual todavía será dueño de su elección, pero sin dudas, es mejor elegir primero, mejor temprano que tarde.
El futuro es hoy.
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