15 abril

Para que


 


 

De algo hay que vivir 

Estaba escuchando ladrar al perro, hace media hora, imposible saber a qué le ladraba, pero lo cierto es que no lo hacía de forma casual, como había pensado hasta ese momento.  

  Se esmeraba en largas series como introductorias para luego matizarlas cadenciosamente, y volvía a repetir lo mismo, por un rato el perro del otro lado y los dos cuzcos inútiles también lo acompañaron.

  De tanto escuchar empezó a captar más claramente los ladridos y a traducirlos, ahora si es como si estuviera leyendo un libro, estaban hablando de mí: el perro del vecino estaba chusmeando, que hace tres semanas que no salía ni al patio, que no se escuchaban más ruidos, y que iban a entrar a investigar, en cuanto pudieran, porque no confiaban en la información del gato que entraba por la chimenea.  

  Que indignación recorrió mi cuerpo, tan atrevidos iban a ser, sentí como mis dedos se curvaban en el suelo y mi columna se estiraba al máximo mientras un aullido largo salía desde el fondo de mi garganta apuntando al techo, que nada podía hacer por apagarlo.

  Inmediatamente se callaron todos, escuchándome, respetuosos ahora, sabían que los había agarrado en falta.  Cada vez que una gota de saliva resbalaba entre mis dientes hacia la arena del piso aumentaba más el volumen de mi voz, hasta que se hizo tan insoportable el reproche que se pusieron a aullar todos los perros del barrio, y no paso menos de una hora antes que lográramos ponernos de acuerdo.

 El silencio barrió con todo.

  Me levante y me dispuse a hacer unos mates, pero antes mire bien por las rendijas al frente, y me subí asomando la cabeza entre las ramas de la manguera, en el fondo, nadie por ningún lado. El perro de al lado daba vueltas como queriendo ponerse contento, así que lo fulmine con la mirada. 

  Atrevido. Nunca más volvería a confiarle nada.  En el murito me habían dejado un plato con comida, lo entre para no tirárselo al traidor.  Tal vez mañana me de hambre, pensé, mientras ponía la pava al fuego.

  En el silencio fresco del galpón prendí la radio, un tipo idolatraba al señor, apasionadamente, y  yo me lo imaginaba escupiendo el micrófono, de ojotas y pantalón de vestir viejo, con una remera hawaiana desteñida, y comiendo sanguchitos de miga y gaseosa en las pausas publicitarias.  

  De a ratos siento como un gusto a agua, y no es porque este tomando mate hace tres semanas, sino que la yerba ya no viene como antes, es como si naciera lavada, pero lo único que puedo hacer es tirarla y renovar el mate, calentar el agua hasta el segundo antes de que rompa el hervor, y sentarme a mirar la puerta, tratando de adivinar que pasa afuera por el reflejo de las sombras en la vidriera tapada con diarios y aerosol. 

  Paso así hasta que anochece, lentamente se va oscureciendo la tarde hasta que quedo en las tiniebla más completa, recién ahí me empiezo a sentir más lúcido, y me escurro disimuladamente para afuera.

 Unos camioneros que charlaban a los gritos se quedan callados al verme, congelados los vasos en las manos.  Lejos de su guarida de dieciocho ruedas, me miran y los miro, y me concentro en uno que seguía sonriendo: me acerco lentamente mientras no sé porque me dan ganas de saltarle al cogote y digo “buenas noches” a lo que contestan de la misma manera.

  Al de la sonrisa le corre una gota de sudor desde el costado de la frente, pero ya no se ríe, en la mesa de al lado se nota como se preparan para saltar a defender a sus amigos, aunque nadie podría ser tan estúpido. 

  La ondulante mesera distiende el ambiente pasando entre las mesas, y su saludo amable y sincero me hace volver en mí, acomodo el caño en la cintura y me siento a esperar.

  Al rato viene el negro, con un sánguche de milanesa en la mano, coqueteando con los travestis y las putas, gritándole a la gente de la rotonda, haciendo gestos y saltando como si se hubiera ganado la lotería, yo ya me canse de decirle que mantenga un perfil bajo, que no atraiga la atención, pero no quiere escucharme, fuera de los límites de mi casa, tampoco tengo argumentos para imponer mi visión del asunto.  Pero es útil, conoce el paño y siempre viene con la justa.

  Saco el grabador y lo pongo al máximo a ver si cultivo a los vecinos con un poco de cumbia de la buena, preparo una jarra de Fernet con coca, con mucho hielo.  Discutimos las opciones, nunca se llega al riesgo cero, y el polaco del remis quiere cobrar más o dice que se abre, conchudo, sabemos que es por miedo, anda a tu casa nomas, tendrá que ser a pata.  

  Se va sin darnos la espalda hasta que se sube al auto y arranca sin mirarnos.  Los de las mesas pagan y se van, yo le mangueo un trago a uno que se estaba llevando la botella y me la da, amistosamente: le sonrío, ya queda poco Fernet.  El bolichero cierra implementando sus ridículas medidas de seguridad,  aunque también nos trae un vino empezado, que dejaron de una mesa dice, gracias, hay gente que entiende sin palabras…

  El 32 del gordo esta desalineado, cada vez está más irresponsable, pero el alcohol hace que nos lo tomemos a risa, pasan patrulleros, algunos miran y los saludamos, como indicando que ya estamos por irnos a dormir… cierro la puerta y salimos por las vías, cortando camino sin ser vistos, en el rancho de la carlota nos saludan, uno de los gurises nos dispara con el dedo, mala señal.  

  Al rato estamos haciendo guardia a una cuadra del casino, el policía de la esquina no se enterara de nada cuando doblen para nuestro lado, ya resoplamos cuando se escuchan los pasos de nuestro benefactor.

  No hacen diez metros que les salimos al cruce, con nuestras medias de nailon, la puta que están mal hechos los agujeros, apenas puedo ver y las pestañas se enredan, las chicas levantan las manos sin gritar, mientras el punto lleva una mano al saco y lo derribo de un culatazo en el ojo.  Le pego dos más mientras el gordo vigila atrás sin dejar de apuntarnos a todos, mamado como esta.  

  Reviso hasta encontrar el bagayo, y además una 22 cromada y la billetera, y dudo con las llaves del Bora en mis manos, pero estamos a pata…

  Salimos a todo trapo poniéndolo en quinta a las dos cuadras, en las esquinas pegamos tales saltos que se hace difícil mantener la dirección.

  Ya saliendo de la ciudad un patrullero viene en dirección contraria y prende las luces, no voy a dejar que me reconozcan, aplasto el acelerador y le apunto al medio…


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