15 abril

Mala racha


 


15 de abril de 2011   

 

(Tengo la sensación de que me estoy por cruzar con un boludo)

… Venia pedaleando tranquilo, evitando las subidas y las bajadas porque no tenía frenos;  por primera vez en la semana despacio y respetando el sentido de circulación,  afilando la mirada en la calle, ya que venía de una fallida entrevista laboral, así que desde la concha de la lora ida y vuelta, venia tratando de no gastarme más de lo necesario. 

  Iba por una calle bastante tranquila a esa hora, antes de llegar a la esquina había una camioneta aparentemente estacionada a doble mano, lo cual se hace bastante común en algunas  arterias comerciales de nuestra ciudad, después de las ocho de la mañana.

  Yo que a todo esto tenía la sensación de que en cualquier momento me iba a cruzar con un boludo, iba atento a la jugada, aunque relajado.  

  En ese momento la camioneta sale retrocediendo con la descabellada maniobra de intentar embocar en un garaje, marcha atrás, haciendo una especie de ese que le dio vuelo para encarar la abertura, dejándome en ese momento (por suerte no me choco) a  medio metro de la cola de una camioneta que se metía a la vereda.  

  Tuerzo violentamente hacia la izquierda para no chocarla, pero el mismo envión de la curva me impide doblar de nuevo, recuperando la dirección en que venía, pero por el otro lado de la calle, que ahora había quedado libre.

   Iba igual intentando ganar un milímetro más por si pasaba, pero ya sintiendo que el manubrio respondía a las violentas torsiones de otra manera, dando con mis costillas  contra un auto rojo estacionado, mientras el manubrio se torcía  para abajo y al costado, desoldado.  Miro al de la camioneta azul: en la puerta decía empresa “etc.”.

   Y el tipo, que aparentemente no le importaba nada, charlando con otro en la entrada del garaje… sin dejarme ofender por la temeraria maniobra, pero pensando en las complicaciones que me ocasionaba quedar a pata, le grito al grosero conductor, algo así como “mira lo que haces boludo” mientras me bajaba de la bicicleta que ya no podía llevarme a ningún lado, con la impotencia de ser víctima de un complot inmerecido.  

  El tipo, lejos de pedir disculpas, con lo cual yo se las hubiera aceptado y tal vez hasta hubiera seguido mi camino, salvo que me ofreciera llevar mi bici hasta un taller, como correspondía,  me grita, a su vez, “presta atención pelotudo aprende a andar en bicicleta” o algo así, bronceado de camisa en esa camioneta nueva, con esa cara de soberbio de anteojos de moda riéndose de su propia ocurrencia (apuesto mi vida contra una cucharita de helado a que era ingeniero, esa clase de ingeniero).

  Y yo, que trato de no perder energía, viendo como venía la mano, lo cago a puteadas y me voy nomas gritando “esta noche te incendio la camioneta” como para sacarme la bronca y que el tipo se quede pensando en algo a ver si cae en la cuenta de que me estropeo mi medio de movilidad, y yo podría muy bien estropearle el suyo.  

  Un par de empleados de la empresa en la vereda se reían disfrutando de su venganza invisible.

  Dejo la bicicleta en casa, reflexiono sobre el tema, vuelvo sobre mis pasos caminando por la resolana, ya eran el doce menos diez.  

  De la bronca me paso encima dos cuadras, pero finalmente llego. No había nadie, pero me cruzo justo con un  acuario, todavía abierto, y entro a preguntar el costo de unos implementos para completar la pecera que le estoy armando a mi hijo. 

  Explico-veo-cotizan,  prometo volver a las diecisiete y me voy caminando más que acostumbrado al sol, sintiendo como la transpiración me va pegando el vaquero al cuerpo. Mastique mi bronca hasta las cuatro, cuando salí con rumbo noroeste hasta el lugar que había ido a las diez pero a pata, solo para enterarme que ya habían tomado gente.

Doblo ahí nomás hacia el sur y luego de unas cuadras vuelvo al oeste, donde todo estaba como siempre, tranquilo. Me llevo lo justo y bueno, y encaro para el sector crítico, llegando menos cuarto, todo cerrado.  

  Cuando abren la tienda espero en la vereda mientras miro al engominado y un gordo canoso cara de hipopótamo haciendo equilibrio, que ahora llegaban en otra camioneta, gris, y conversaban cegándose de risa mientras me miraban, aunque seguramente era mi imaginación, imposible que una persona así gaste su cabeza en recordar un idiota que casi pisa en bicicleta.

  Olvido por un rato el asunto y compro los elementos correspondientes, salgo, agarro las cosas con mi mano izquierda mientras con la derecha golpeo la puerta.  Al toque sale el canoso y le pregunto por el dueño de la empresa... 

  _¿Para qué?  

_Es usted?, mire hoy a la mañana un tipo engominado, que seguramente era ingeniero,  hizo una maniobra brusca y atolondrada, en una camioneta azul de su empresa entrando al garaje acá al lado y me encerró,  haciéndome… 

_Pero vos venias mal pibe! 

_No, yo venía bien y el tipo cruzo la camioneta… 

_Vos venias mal si todos los autos estaban esperando

_Que autos si la única que estaba era la camioneta y no tenía balizas ni guiños prendido ni nada (con un tono firme, respetuoso a pesar de que estaba escuchando las primeras mentiras) 

_Y qué? Te paso algo? 

_Si, se rompió la bicicleta 

_Mentira si te fuiste caminando! 

_(por la forma de usar la lógica este había sido compañero en la facultad del otro) Ya me estaba empezando a dar asco pero ingenuamente lo intentaba: No, se rompió el manubrio y lo…

_Mirá, ándate nomas…  -me dijo mientras me empujaba con sus dedos a la altura de los hombros, para la vereda, ya que nunca había entrado del todo. . .

 Antes de que pudiera pensarlo se proyectó mi mano en un violentísimo revés sobre la cara del mequetrefe que  lo dejo con una expresión de sorpresa tan grande… ¡Como si recién se diera cuenta que realmente no era el dueño del mundo!  

  Pero en vez de pedir disculpas aprovechando el nuevo marco de interpretación que le estaba brindando gratis, se metió retrocediendo para adentro cerrando la puerta. 

  Chau! pensé,  ahora me manda a la cana, de yapa, y salí desamparado para la pensión con veinte cuadras por recorrer esperando el alto inminente.

  En el camino, como si hubiera roto un maleficio al descargarme en ese maleducado, suena el teléfono de una empresa constructora, si estaba trabajando y todo eso, y yo pensando cómo iba a llegar hasta el acceso norte caminando, y antes de que me alcance a poner contento, y mientras miraba de reojo un patrullero, suena por segunda vez y era el tipo de la mueblería si quería ir a  trabajar al otro día...  

  Bien temprano lleve la bici al taller, gastándome los veinte pesos de los pescaditos de Ciro, retirándola  después de haber encerado un placárd parte por parte... 

  El resto de la historia está por pasar hoy. Otro día se los cuento.

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