19 septiembre

Cotización

 




  Señor Presidente, ya todo esta dispuesto.  Solo falta su presencia.

  El Jefe de Ceremonial sentía un misterioso cosquilleo a la altura del pecho, una emoción indescriptible que no había sentido desde su primer día de trabajo en el Palacio de Gobierno, hace muchas gestiones, y muchos años, atravesando diferentes colores, banderas, ideologías, crisis, secretos y crímenes que jamás serían dados a conocer.

  En una jugada audaz y desmesuradamente temeraria, a pesar de las críticas y debates aun en marcha, de las manifestaciones y la violencia callejera, en un acto completamente innovador, absolutamente "sui generis", el país comenzaría a cotizar en la Bolsa de Valores.  

  En este nuevo marco de representatividad, cada movimiento y cada decisión serían sometidas al escrutinio del mercado, y en consecuencia, cada reacción y cada respuesta, sería dada, no solo como una herramienta de gobernabilidad, sino de estabilización de valor frente a la volatilidad de los papeles.

  Habían sido necesarios casi dos meses de debates en las cámaras legislativas, donde no faltaron insultos, acusaciones cruzadas, espectáculos ridículos y violencia política, hasta que un plus pagado en forma de acciones, correspondiente al sueldo de cada Diputado o Senador, calmó finalmente las aguas, dando la impresión a la sociedad, de que siendo partícipes de la empresa, no podrían bregar mas que por su éxito y consolidación.

  En las calles, la población, luego de una férrea oposición temporaria, fue cediendo a las campañas de marketing, seducida por las interminables promesas de rápidas ganancias que el nuevo formato posibilitaría.  La mayoría no alcanzaba a comprender el esquema, intuyendo una especie de juego de lotería permanente, en el que todo seguiría como siempre, pero podrían ser propietarios, no solo de la nación y su territorio, sino del poder de decisión política.  Ambas cosas, sumamente lejanas en la actualidad, o por lo menos, ampliamente discutibles...

  El silencio ensordecedor de los últimos segundos antes de salir al balcón, ponía los pelos de punta.  La vista del Jefe de Ceremonial se quedó pegada a un hilo rebelde que se descolgaba solitario de una de las altas cortinas.  Su corazón tal vez ya no estaba preparado para estos intensos momentos, pero debía permanecer parado y firme detrás de escena, verificando que cada cosa saliera como estaba prevista. 

  El presidente pasó a su lado con una intensa y estudiada sonrisa, aunque él solo lo radiografiara con su despiadado escrutinio: todo estaba a la perfección.  Un segundo despues, la cerrada ovación hacía retumbar la plaza, y todos los líderes políticos, saludaban al unísono, en un sospechoso y jamás visto acto de fraternidad que pretendía ser la antesala para la final prosperidad y la ansiada y jamás conocida Unión Nacional.

  Disimuladamente tomó su teléfono y enfocó su vista en la pantalla.  En un acto de improvisación, el discurso oficial, había cedido a una charla de bar entre los grandes jerarcas de la política, y el público deliraba entre aplausos, carcajadas y ovaciones, todos se sentían igual de humanos, igualmente representados, y con la misma oportunidad de participar y hacer un buen negocio, además de mejorar la sociedad. 

  Unas cuadras mas allá, los mendigos se tiraban de cabeza a los contenedores de basura, como siempre, y los adictos juntaban peso sobre peso para la siguiente dosis, cualquiera fuera el valor del país.

  Sus sentidos se agudizaron al escuchar el inicio de la cuenta regresiva: 10...9...8...7...6...5...4...3...2...1.....Veinte manos distintas hicieron bailar la soga que colgaba de la campana.  El mercado abría a la hora exacta.  Por primera vez, un país cotizaba a la par de cualquier otra empresa.  Sus ojos no se separaban de la pantalla, y su dedo pulso el botón verde, todos sus ahorros de mas de cuarenta años de trabajo, iban a ser invertidos en un solo golpe de suerte:

  Comprar

  Un silencioso y gélido terror se apodero en los siguientes segundos de su corazón. 

  La cotización bajaba.  Inmediatamente!  

  El valor caía en picada, a pesar de la alegría de la plaza, de las desenfrenadas muestras de entusiasmo de los personajes que bailaban en el balcón.  No alcanzaba a calcular cuanto dinero estaba perdiendo por segundo, sin atinar a detener el drenaje de sus ahorros.  

  Finalmente, decidió salvar la mitad, y jugarse con el resto, para lo cual genero la subsiguiente orden a mercado, pero... justo cuando iba a realizar la operación, el flujo negativo pareció detenerse, ahora subía como un cohete, una emoción violenta le hacía arder hasta las orejas, imaginando que haría con tantos millones!

  No quiso ceder a la avaricia, así que decidió, efectivamente, vender la mitad de sus acciones, para lo cual solo tenía que bajar su dedo índice sobre el botón rojo, pero las cifras no paraban de subir.  Levantó la cabeza hacia la pantalla gigante para verificar que sus datos coincidían, y pensó: "Cuando la acción llegue a diez mil, vendo todo" para lo cual debió generar una nueva orden al mercado... su dedo tembloroso bajaba lentamente hacia el botón verde de la pantalla... estaba decidido, no iba a correr mas riesgos, ya se había hecho millonario en unos cuantos minutos...

  No alcanzó a entender por qué el comando no respondía a su orden de venta, por qué los números habían dejado de girar en las pantallas... hasta que el griterío y los silbidos se volvieron atronadores, y pudo darse cuenta de que todas las luces hasta donde podía ver, se habían apagado.

  Los políticos pasaron a su lado, rápidamente, mientras las luces de emergencia se encendían en el histórico edificio.  Por alguna razón, escuchar sus risotadas no lo tranquilizaba para nada.  Su mente se despojó de banderas y trajes, de etiquetas y zapatos, de formalidades y saludos ceremoniales, clavada en la última cifra que había visto en la pizarra, ahora parpadeante y oscura.

   Los infaltables fuegos artificiales lo sacaron de su abismo.  Atrasados, ya que debían haberse lanzado en conjunto con la campanada de inicio.  Ahora parecían festejar la vuelta de la energía eléctrica, la señal volvía a las pantallas.  Ilusionado, le llevó unos cuantos segundos comprender que esa era la cifra real del valor, de la acción que representaba a un inmenso país.

  57,90

  Si sus cálculos eran correctos, había perdido ente el noventa y el noventa y cinco por ciento de su inversión.  Nunca se había sentido tan desahuciado.  A su alrededor, casi todos festejaban y se mostraban las pantallas entre gemidos de felicidad.  La champaña chorreaba desde las copas a las bandejas y desde estas al inmaculado piso.  Ahora si, necesitaba una silla. 

   Unas cuadras mas allá de la plaza, empezaban los primeros disturbios y saqueos, al calor del incendio de los contenedores de basura.

  El caos era inconmensurable, monumental, saco su silla al balcón y se sentó a observarlo.  Una larguísima fila de vehículos blindados policiales circulaba lentamente rodeando la plaza.  Con tristeza, vio la banda presidencial tirada y pisoteada, y luego de alisarla apenas con el dorso de su mano derecha, se la puso.  Caminó hacia el frente del balcón, aunque nadie prestaba atención, ya, al edificio, excepto para tirarle piedras, palos o restos de banderas en llamas.  

  Con la banda presidencial puesta sobre su inmaculado traje negro, miro al frente, y saludó al pueblo con el conocido gesto, como si fuera el presidente.  Absolutamente nadie lo notó.

  Una fila de autos blindados de lujo abandonaba la casa de gobierno por la entrada lateral, cercada por un cordón de coches policiales.  Mientras tanto, desorientado, el Jefe de Ceremonial salía solitariamente por la puerta principal, con la banda presidencial aun cruzada sobre su traje negro.  

  A alguna hora de la madrugada, atravesando el sangriento caos que asolaba cada cuadra, llegó a su casa y se hizo un café negro.  Se acostó en la cama mirando el techo.  Faltaban veinticinco días para cobrar nuevamente su sueldo... si es que todavía se podía pensar en eso... Se durmió al amanecer, justo cuando estallaban los vidrios de la entrada del edificio...




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