En la lucha contemporánea, cuerpo a cuerpo, tenemos dos posibilidades muy bien diferenciadas. Está la pelea formal, dentro de limites estrictamente claros, donde cada golpe fuera de parámetro es inmediatamente castigado. Un marco de referencia claro, invariable, donde una lucha se gana o se pierde a base de un entrenamiento constante y despiadado, de una dedicación infatigable a la mejora, la autosuperación, la excelencia.
La otra faceta es la informalidad absoluta, donde todo está permitido explícitamente, donde las reglas no solo son innecesarias sino molestas, y donde solo se festeja la astucia, la crueldad, el ensañamiento indetenible que no respeta debilidades ni banderas blancas, que no se detiene ante la indefensión ni la debilidad de un oponente.
No solo es ganar, sino alimentar el morbo de los espectadores, permitirles por un segundo, disfrutar del sadismo implícito en todas sus relaciones, poniéndose en la piel del combatiente mas despiadado y brutal. La meta de este despliegue es adoctrinar, amedrentar, manipular la percepción para que el próximo rival pierda de antemano, enredado en las telarañas que sus propios miedos dejan crecer.
Y por supuesto, mas allá del formato y los límites o la falta de estos, no se apunta nada mas que a un negocio, que por su propia naturaleza visceral evade los controles y las retaliaciones, un negocio que reparte dinero hacia todos los bolsillos involucrados en el mismo, como manera de fidelizar la participación y la lealtad, sin preocuparse de daños personales o patrimoniales, que fueran ejercidos fuera del circuito de los triunfadores.
En la guerra moderna, que sigue siendo la antigua guerra, con un poco mas de pólvora -y, aunque parezca lo contrario, con mucha menos sangre- se busca la destrucción y la desolación mucho antes que la victoria y mucho más la dominación económica y política que territorial.
Como en un ring de boxeo, anticipamos el desenlace cuando un peleador empieza a encajar en su propia carne, golpes que no ve venir, y tiene que aceptar su derrota aunque no deje de poner su corazón. La simpatía que produce su entrega, no lo exime de que hagamos apuestas en su contra.
Es por eso que entre desiguales rivales como suele ser, se espera que la parte mas débil y peor armada, recurra naturalmente a los golpes bajos, o a cualquier tipo de estrategia alternativa, a cualquier atajo que le permita acortar la brecha que la desproporción de fuerzas convierte en permanente daño.
Visto de esta manera, pareciera que los imperios y las potencias -campeones autopremiados de la moral- jugaran limpiamente, ya que su publicitada legitimidad los excluye de toda derrota que empañe su destino, guiado por el inextinguible faro de la racionalidad y la justicia.
En la práctica, como en una pelea callejera, cada vez que duele un golpe, inventan nuevas reglas para poder tomar ventaja, rompiéndolas inmediatamente. La hipocresía es la única ley, y son felices en la traición y el engaño. La impunidad que genera la hegemonía, facilita que cualquier potencia actúe como el mas vil de los carroñeros de callejón: disfrutan de romper un ladrillo en la nuca de su rival, apenas lo tiene de espaldas, aun antes de empezar la pelea.
La única medida de la victoria es la victoria misma, y no hay ética ni moral humana que se antepongan a esta, ni hay quejas o reclamos que conmuevan al vencedor, una vez que puede bailar sobre los despojos de sus oponentes.
En la práctica, son los grandes jugadores los únicos capaces de movilizar un aparato de validación tan perverso, basado en la prensa, la presión diplomática, la amenaza permanente del poder nuclear o la instantánea invasión. Así que lo aprovechan para romper todas y cada una de sus permanentes promesas.
Mientras tanto, sus asimétricos rivales, atados a un idealismo imposible de encajar en la arena militar o política, como única tabla a la que seguir aferrados en medio del naufragio y la tormenta siempre renovada, cuidan de no extender el daño a los inocentes y desesperados, de los cuales forman parte indivisible y permanente. Pareciera que esta ecuación nunca cambiaría, pero la liberación tecnológica que posibilita un mundo hiperconectado está cambiando rápidamente los resultados.
Y mucho mas rápido de lo que puede ser controlado, el acceso a la información veraz, a las imágenes de primera mano, que muchas veces costaron la vida de sus generadores, se esparce a lo largo y ancho del mundo, enmarcado en canales, en nuevas corrientes tan precarias y efímeras que no pueden ser previstas o siquiera dirigidas...
Por otro lado, los usuarios de la nueva conciencia, del pensamiento alternativo, los constructores de un renovado marco institucional de interpretación de los sucesos actuales, habiendo pasado por todas las etapas de la concertación y los vanos intentos de consenso, han aprendido de la misma traición que los diezmó, a no negociar con lo innegociable, a dejar de pretender que el poder absoluto abrirá inocentemente, una rendija de luminosidad a su oscuro y despiadado relato.
Entonces....
La ignorancia de los hechos y las causas, ha dejado de ser una casualidad para ser una absoluta decisión soberana. Cada ser humano que ignora el exterminio y la persecución de sus semejantes, ha tomado una decisión cómoda e hipócrita basada en su supuesta "no participación", como si su indiferencia y su permisividad no fueran los ladrillos fundamentales del imperio que -por el momento- los mantiene comiendo amablemente de su mano.
Pero la desinformación, las descaradas mentiras y construcciones mediáticas, ya no generan nada en el campo de batalla, donde las máquinas no pueden reemplazar completamente a personas de carne y hueso, a los ejecutores humanos que sufren, se atormentan y sangran, y con certeza, antes de deshumanizarse por completo, se arrepienten de haber sido dócilmente utilizados para ejecutar planificaciones que no los contemplan ni beneficiaran a sus familias cuando finalmente desaparezcan.
Muchas veces, en el suicidio, vemos la única redención que pueden lograr los despiadados verdugos...la única posibilidad de enviar un mensaje claro y final.
Antes de eso, miles de audaces y temerarios combatientes, sin vencer siquiera al hambre ni al frío, sin dejar de compartir las carencias de sus oprimidos y arrasados pueblos, entregan orgullosamente sus vidas, acunados por la caricia interior de no haberse rendido a la muerte antes de que otro desesperanzado y derrotado ser humano levante altivamente la cabeza, y tome nuevamente su fusil, muchas veces, de entre sus propias manos ensangrentadas y humeantes de la metralla del imperio.
Confiar en la palabra de los fabricantes de mentiras es absurdo, negociar es como bailar atado de una soga al cuello, ceder y conceder para convivir, para coexistir, es un error que finaliza en la muerte a traición... y todo esto, se ha comprobado hasta el hartazgo, repetidamente. La pelea, empieza en el corazón, y es con los ojos bien abiertos.
La pelea de hoy incluye a cada ser humano, porque es la pelea por la permanencia de la vida en el planeta, o la absoluta destrucción y la total esclavitud de cada ser vivo y cada pequeño átomo de conciencia. La pelea es por reconstruir desde este cruel punto inicial, las posibilidades de generar una nueva humanidad en el planeta, una nueva convivencia, real, entre todas las formas de vida, en un mundo que sobra para todo y para todos, si dejamos de permitir que lo acaparen y lo monopolicen con el único propósito de someternos.
Los temerosos seguirán muriendo igual que los valientes. Los sádicos seguirán naciendo como los salvadores. Los imperios seguirán cayendo como ha sido siempre, pero es nuestra, la oportunidad de empezar de nuevo de otra manera.
A la pelea!!
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