Soy Santiago Presas.
Hace un tiempo, uno de mis empleadores, se sumó a un programa gubernamental que subsidiaría la mitad de mi sueldo, como suelen aprovechar las clases altas para vivir del gobierno sin ser tratados de planeros.
Luego de formalizar algunos papeleos, un par de semanas mas tarde, alguien del Banco Nación, llamó a la contadora de la empresa, para avisarle que ya podía ir a retirar la tarjeta de la cuenta sueldo, que se encontraba en la institución.
Como dicen que se hace, fui temprano y saque un número en el sector correspondiente y me arme de paciencia, ya que todo parecía transcurrir con extraordinaria lentitud.
Pero no era igual para todos, porque mientras una pareja de ancianos aferrando su medio quilo de bananas con tanta seriedad como la documentación, corría el riesgo de mearse encima, otras personas llegaban sin número y tras alguna palabra con la chica a cargo, eran inmediatamente atendidos, y rápidamente despachadas entre gestos de camaradería, provocando que la totalidad de las personas que seguían esperando se sientan ninguneadas, avasalladas, violentadas, y tratadas sin ningún respeto.
Ante esta selección, esta política de clientes preferenciales, algunos se indignaban, otros suspiraban calladamente y otros tantos abandonaban su turno por no poseer el tiempo necesario.
Claro, ante la injusticia, mas allá del silencio, una solidaridad invisible fue cambiando esos turnos abandonados para dejar a los viejitos mas cerca de su meta.
Ante la sonrisa sorda de la joven mujer que atendía la ventanilla frente a las quejas que ya levantaba lo intolerable de la situación, me levanto y le informo: "Mira, todos somos personas, algunas llevan horas esperando y otras se fueron sin ser atendidas, pero todos nosotros, que sacamos un numero y esperamos, nos sentimos violentados cuando lo atendés a él (señalando un obeso comerciante que impaciente esperaba la finalización de su espurio trámite) sin número porque todos estamos trabajando o haciendo algo y el tiempo es importante para cada uno de nosotros."
Solo me respondió su afilada y cínica sonrisa. El abuelito volvía lentamente al lado de su esposa, luego de haber ido al baño de la plaza. Me siento entre comentarios de aprobación, que es todo lo que pudo producir la mansedumbre resignada de la gente...
Una sonrisa recorre las sillas, cuando el 57 finalmente les toca a los abuelos, que logran su cometido y se van lentamente. Luego, finalmente mi turno, el 62, tras solo tres horas y media de espera.
Tengo los papeles en la mano pero no, solo necesita mi DNI, con el cual se va dos pasos atrás, consulta brevemente con el cielorraso y vuelve: "no llegó, están atrasadas". Terminante, ejemplificadora, feroz.
Para que quede bien claro quien esta en posibilidad de aguantarse todo sin quejas, y quien de disciplinar, tomar represalias y venganza.
Dada esta situación de inconducta, mala atención y violencia, recorro un par de boxes buscando un libro de quejas, pero el mismo se encontraba en "Mesa de Entradas", representada por un escritorio vacío, sin personal. Espero algunos minutos mas para ver si podía acceder a ese libro para expresar y dejar asentado mi punto de vista sobre la situación, pero al darme cuenta de que nada funcionaba como debiera, subo unas escaleras hacia donde decía "Gerencia".
Ahí fui atendido con un poco mas de celeridad por la gerente, Alejandra Racente, que, dejando de charlar con una empleada, como buena gerente defendió la pésima gestión, explicándome que había muchos tipos de trámites, sectores y ventanillas, y tecnicismos por el estilo, pero excediéndose en mentir que era cierto, que había atrasos, de hasta tres o cuatro meses, que seguramente mi tarjeta no estaba.
Ante ese discurso inadmisible, que reducía los perjuicios, la injusticia y la falta de respeto a terceras personas a algo casual e inevitable, le recordé que lo casual e inevitable, mas allá de que cada persona tome decisiones, emanaba de su dirección, y si iba a resolver algo, así ella y yo, incluidos, no volvíamos a perder mas tiempo.
Y así siguió la conversación un minuto mas, recordándole que siempre es igual o peor, y que despiadadamente toman sin ninguna vergüenza, el tiempo que cada cual necesita para encarar su vida, su trabajo, su desarrollo personal.
Y me fui, con la promesa de volver y verificar el cambio o el estancamiento infinito de la situación.
Sin mi tarjeta sueldo.
Soy un trabajador que no podrá cobrar su salario.
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