11 octubre

Cocotero

 




  Camino por las calles, por las mismas calles que caminé siempre: laberintos para ratas atrapadas por la violencia, la rutina, las adicciones, y la falta de propósito en sus vidas...  Miradas perdidas en recordar humillaciones, cuerpos automatizados por la deuda y la comida chatarra, pasos temerosos de cabra oliendo la cornisa, siguiendo la linea trazada justo al borde del precipicio sin horizontes...casi nadie parece vivo!

  Pero como estrellas que cruzan...

  Lejanas y brillantes, hay personas que se deslizan sobre la agobiante realidad como si fuera un tenue escenario: entrelazadas a una belleza interna que nace del ser, una fuerza, energía, o como quieran llamarle, completamente apreciable a primera vista. 
  Tal vez sea la mirada serpenteante, o la sonrisa libre de odio, o la liviandad segura del paso, pero podemos ver que han rechazado la esclavitud de nuestros días.  Podemos ver? Reconocemos tal vez la luminosidad profunda de una persona fluyendo hacia los ideales que abre paso su voluntad?  

  Podemos ignorarlo porque, nosotros mismos estamos apagados!  Sin embargo, cada día caen como hojas secas los marchitos esquemas sociales que imprimen los estereotipos de belleza, los absurdos mandatos de vivir para aparentar, de consumirnos como velas para que unos pocos puedan asesinar al resto y luego descansar con total impunidad.


  De que sonríen? Si no es para agradar, para pedir clemencia, si no es para engañar y convencer? Tal vez sea la sonrisa de los y las que ya no viven mas que para obedecer y callar, la alegría interna de los individuos que atesoran la conciencia de ser personas.  Tal vez su necesidad de fabricar guerras fratricidas para creerse mejor que los demás, simplemente no exista, y roban  horas día tras día y toneladas de energía a la construcción de la importancia personal con que un sistema nefasto y absurdo consuela a sus esclavos...

  Técnicamente, no pertenecen a nuestro mundo soso, gris, aburrido.  De todas maneras, aunque intentemos entorpecer su camino, apagar su luz, o manipular a otros para destruir su reputación y su tiempo, tan ajeno a la forma de arrastrarse de los demás, el resultado es una puñalada a nuestra propia falta de conciencia de ser.  Como cucarachas desesperadas,  solo atentas al ruido que hace al caer, una migaja de pan, nuestras posibilidades de robar su luz son inexistentes.  

   El mundo que conocemos no cambia, no va a cambiar, solo se hundirá sobre sus propios escombros, disputados por cientos de millones de idiotas, para desvelar al fin, una nueva era que comenzó miles de años atrás. 




  No hay otro fin que la libertad, y no hay otro camino que la vida misma, aunque todo haya sido falsificado.  Todo, finalmente caerá, como caen los arboles secos y su sombra muerta: ya no habrá lugar para esta esclavitud colectiva, esta injusticia fulminante de cada día en que nos quedamos mirando sin saber, por qué, nos arrebatan un planeta que no reconoce dueños, mandamases ni imperios...

  Pero ensayemos! Tal vez podamos obtener -mientras tanto- algún papel principal en este teatro grotesco y sin sentido llamado realidad.

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