“En que te has convertido” le dijo un candidato a otro, una vez, con la voz cargada de amargura, al no verlo ceder en sus gemelas pretensiones de poder, como diciendo “Ahora me toca a mí” y con ese cinismo como bandera, se dedicó a demolerlo con falsas promesas de bienestar total, abundancia y felicidad universal para todos.
Acto seguido, luego de tomar el
poder por asalto y al trote, entre los ancianos que le ofrecían el pan y la sal
esperando recibir tortas y oro en polvo, descolgó el “para todos” y se enfocó
en sí mismo, que también quiere decir en su clase, que también quiere decir que
no alcanza para todos -por definición- porque el nosotros de las elites es tan
pequeño que sobra con un cuaderno para tener el clan completo en una lista.
Igualmente, todos tenemos ambiciones
desmesuradas, que exceden largamente el marco que podría darles nuestra
capacidad, todos queremos mucho más de lo que merecemos, todos queremos mirar
hacia abajo para despreciar al resto y no para buscar monedas en el sucio y
pegajoso suelo de la calle, entonces el discurso prendió, y los que fueron
engañados caminan hoy por las mismas amargas veredas por las que van los que
pretendían no serlo…
Ahora: ¿Cómo se llega a una situación semejante tan homogénea, tan nacionalmente total de catástrofe moral y ética, mas allá de la ingenuidad de pretender que se perdonara a los condenados a la vez que se les da más trabajo a los verdugos? Nadie parece saberlo.
Aunque no
es tan fácil entender una situación cuando somos parte de ella, cuando día tras
día y año tras año cerramos la puerta de nuestra casa como una trinchera,
dejando el “afuera” completamente afuera, sólo para exigir que se brinde una
solución “política” a nuestros problemas, ambiciones y necesidades
sobredimensionadas.
Claro que es entendible, el ser humano moderno no quiere tomar decisiones, quiere elegir entre una opción buena y otra mejor, cuando no puede tener las dos a la vez, quiere simplemente que todo se resuelva a su egoísta conveniencia mientras mira televisión, mientras sigue buscando formas de absorber recursos comunes para su propio uso.
Entonces no es casualidad que entre todos se
haya generado este sistema de debacle permanente, si tenemos en cuenta que el
sistema político no es ningún presente ni castigo del cielo, sino una sumatoria
de delegaciones ciudadanas completamente conscientes, de pequeños y graduales consensos
personales que van definiendo otros consensos más grandes, otros diagramas más
generales de distribución, de asignación de recursos, otros permisos de acción.
Eso no sería tan malo si hubiera alguna clase
de responsabilidad por las elecciones realizadas, alguna clase de control o
seguimiento del poder que alegremente concentramos en otras manos. Pero claro, no vamos a ir contra la base
misma del sistema perdiendo nuestro tiempo productivo en pos de revisar las
consecuencias de nuestras decisiones, cuando justamente lo único que nos sobra
es la apatía y la indiferencia.
Claro, es la vieja política, la que premia el esfuerzo por llegar al poder (el esfuerzo es nuestro, el poder es ajeno) con una migaja intrascendente del mismo, aunque migaja a migaja, ni siquiera así alcance para todos, hambrientos eternos de dignidad, mucho menos en la medida en que cada uno cree merecer.
Y así los
disconformes se suman a los inconformables, los revoltosos a los díscolos y los
traidores a los oportunistas. Igualmente,
cada uno seguirá esperando la solución global a un problema micro construido a
través de la ambición recíproca, el desprecio por los negocios o “la cosa pública”
la auto ceguera a las consecuencias comunes a todos, a los lazos sociales
indestructibles que hacen que la convivencia conecte las diversas formas de
vida, desde las buenas y también desde las malas decisiones. Somos rehenes de nuestra indiferencia.
Por supuesto, porque la cosa es mucho más compleja que postear una foto y pretender que eso es una “toma de partido”.
O sea… si, pero de otro tipo, porque
ser actores de nuestro propio destino implica entrar en acción, pero estamos
tomando partido por la comodidad, mientras disimulamos repitiendo ideas ajenas,
por la destrucción social mientras evitamos mencionarla, mientras colgamos una
frase cualquiera completamente “revolucionaria” en el entorno virtual, donde
aprendemos la importancia de que todo siga igual más allá de las apariencias,
mientras buscamos relacionarnos con los poderosos.
El problema no es la política, el problema no son los políticos ni la mecánica de elecciones y funciones que recaen en tan pocas manos, durante tanto tiempo, en tan pocas cabezas, el problema somos nosotros, el problema se llama “vos” y “yo” sin atenuantes, sin necesidad de excluirnos mutuamente, el problema lo creamos buscando culpables y chivos expiatorios, en vez de un espacio de participación, de construcción, de esfuerzo colectivo que pudiera tener sentido.
Eso no nos gusta, lo repelemos y estigmatizamos para poder ir fabricando los futuros culpables de todo: de lo nuestro, de lo que nos pasa a todos, de lo que aún no paso, porque si hay algo maravilloso de este sistema es la posibilidad de asegurarse.
¿Y qué mejor que ser inocente desde el vamos? Solo nos redime la posibilidad de señalar claramente a los culpables.
Y en eso
estamos, mientras tanto: nada, nunca, se detiene.
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