La
vida, es un entramado tan complejo, que tanto escapa a las leyes de la lógica,
como supera toda expectativa, sin dejar de centrarse en sus posibilidades,
siempre infinitas, siempre acotadas al corsé de nuestra interpretación, de nuestras necesidades…
Y si hablamos de necesidades, desde la primera y más urgente desde que nacemos, que es respirar, también necesitamos comer, dormir, andar y conocer, crear, amar etcetera…. Porque el ser humano no es menos complejo, y su equilibrio se compone de múltiples variables que se afectan entre sí.
Porque somos seres
pensantes y sintientes, y al margen de nuestro “voluntario” sometimiento a las
reglas sociales, a las leyes generales y a las costumbres heredadas por
imitación, seguimos siendo individuos, y por lo tanto con una mirada única y
personal sobre cada cuestión, estemos o no involucrados en la misma.
Pero este entramado de humanas voluntades se ha deteriorado de un modo tan grande al asumir su complejidad moderna, distorsionada por las luchas de poder de los eternos ambiciosos globales, que ha terminado por expulsar del progreso al noventa por ciento de la población.
Y esto es sumamente violento…pero no cesa de aumentar con la mundialización arrasadora de la diversidad y la vida a lo largo y ancho del planeta, porque, al margen de las leyendas, no podemos crear un planeta nuevo, ni en siete días, ni en siete años.
Dado este parámetro
inmutable, externo, podemos convenir que los recursos, para poder acumularse,
siempre se restan antes de sumar, y así viene siendo la historia de la
humanidad, así la esclavitud, así la guerra, así de simples los fundamentos de
la invasión el exterminio y la
conquista.
Pero antes de eso y como reflejo y germinal semillero, dentro de cada sociedad y cada comunidad, cada familia, se vive la misma tendencia, donde el imperio de la fuerza crea sus propias leyes, y atiende antes a las necesidades de los más audaces y agresivos, así como los países atienden a los presupuestos represivos y militares antes que al precio del pan…
Por lo que un gran sector de la
población, agobiado por su incapacidad de defenderse, simplemente sufre estas
políticas y violencias sin más posibilidades que ser testigos del saqueo, del
exterminio, de su propio exilio interno.
Es así que cuando el fascismo encuentra un
campo propicio para desplegar su agenda, amparado por gobiernos autoritarios de
derecha, estas prácticas y dinámicas violentas se ven exacerbadas frente a
sectores que ya carecen de representación política, que ya sufren todo tipo de
carencias históricas y estructurales, que ya son blanco de la injusticia la represión
y el silencio, porque la ley del más fuerte siempre condena primero a los más
débiles, y así es como se perpetua y no al revés…
En este contexto dado, aparentemente inmutable, pareciera que nada podemos hacer frente al paralelismo y la exteriorización de esta agenda violenta dentro de nuestras comunidades, dentro de nuestros grupos de pertenencia o interacción social, pero es exactamente al revés, la paz no la van a firmar los grandes estadistas, sino que va a nacer de un consenso entre las personas.
¿Por qué así? Porque menos del diez por
ciento tiene, tal vez, la posibilidad de ejercer una violencia efectiva,
impune, incontestable, y un menor porcentaje aún tiene la posibilidad de lograr
a través de esto soluciones estables a sus problemas, por lo que finalmente se
ha acordado en dar al estado el monopolio del ejercicio de la misma, para poder
buscar entre todos, en paz y armoniosa convivencia, otros caminos, otras
alternativas de progreso y bienestar general.
Entonces, si nos plegamos a la agenda fascista y salimos a matarlos a todos, si nos permitimos el resentimiento y la venganza, si pretendemos imponer nuestras ideas por la fuerza, nuestra lógica por la intimidación, estamos legitimando la violencia, toda violencia, y esta siempre vuelve entonces contra los ancianos, contra los niños, contra los vulnerables, expuestos o indefensos, que no eligen o no pueden darse el lujo de transitar ese camino.
En dicha mecánica de las cosas, en el juego democrático de los gobiernos elegidos por las mayorías no violentas, quienes más deberían cuidarse de dar un mensaje claro son justamente los dirigentes encumbrados por estas políticas, por estos modos consensuados de hacer y dirimir, de generar y distribuir…
Lamentablemente, no siempre es así, y podemos ver como permanentemente,
funcionarios públicos, responsables absolutos de mantener y fortalecer un
andamiaje de justicia y bien común, de convivencia y dialogo, recurren en
cambio al expediente de la solución o la demostración violenta, legitimándola,
naturalizándola, y fomentando la idea de que nada se puede hacer en contra del
poder, o, más bien, en contra de ciertas mecánicas injustas, autoritarias,
impunes, infames, de algunos representantes del poder.
Entonces en estas épocas de reacción neoliberal, donde vemos retroceder derechos y arriarse las banderas de las más codiciadas conquistas sociales, estos personajes, sean del sector que sean, se sienten impunes para manifestar su violencia, y lo suficientemente cubiertos para justificarla, para pretenderla justa, o siquiera intrascendente, pero somos nosotros quienes sumamos nuestra individual indiferencia, nuestra particular apatía para asegurar esa destructiva impunidad que agangrena el tejido social.
Mientras tanto, no deja de parecer una excusa
defender al fascismo interno para combatir el fascismo mundial, como si
pudiéramos pensar que acumulando basura en casa en vez de sacarla afuera,
estuviéramos favoreciendo la higiene de la ciudad: ciertamente no es así.
Si de verdad queremos cambiar algo, no basta con las buenas intenciones, tenemos que finalizar todo consenso que permita forjar símbolos erróneos que nos guíen por caminos tenebrosos, desistir de justificar lo injustificable por conveniencias sectoriales, y dejar de alimentar en nosotros y en nuestras decisiones lo peor de lo que decimos querer combatir.
Entonces, recién ahí, podemos empezar a hablar de paz y justicia social, de igualdad e inclusión, de libertad y posibilidades de expresión accesibles como personas…Mientras tanto, solo estamos dejando asentada en la historia nuestra sumisión y vergonzante complicidad, nuestra inerte y despreocupada opresión sobre los que, debajo de todos nosotros, no ven en su vida más que las suelas de ajenos zapatos posándose en su cabeza…
Al margen de la belleza de cualquier discurso, de la estática perfección política de las posturas, somos absolutamente responsables del reflejo de nuestras actitudes, permisos y omisiones, en el devenir de nuestra ciudad, nuestra sociedad, nuestra común humanidad.
Nada ha pasado
sin nuestro consenso.
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