02 septiembre

Avalancha

 

  


Luciano se había despertado hace horas, en el medio de la noche, y ahora estaba al borde de la masa compacta de carpas, con la mirada perdida en el horizonte dibujado a pinceladas de negro y rojo, fundiéndose en azules naranjas y rosados, observando la claridad incandescente del primer retazo del sol que asomaba lentamente sobre la llanura interminable… 

  Había soñado con Hadja embarazada, y se contuvo de penetrarla y despertarla haciéndole el amor, para preguntarle con su piel, solamente por resguardar un pedazo mínimo de su intimidad en esa intensa y abigarrada convivencia de viajeros que escuchaban cada susurro ajeno aunque no quisieran, a través de las tenues telas y cortinas. 

  Por una vez, su cabeza estaba en blanco, libre de pensamientos en ese trayecto interminable, solo para que su hijo pudiera ver y entender, para que la memoria siguiera viva a través de las generaciones y la paz siguiera imponiéndose a la guerra que parecía tan lejana y que sin embargo siempre estaba ahí, en la memoria, latente, como un penoso recuerdo que lentamente pudiera hacerse realidad, en un descuido.

_David está llorando –dijo Hadja- sin agregar más nada, sin juzgar, sin criticar, sin darle algún tipo de entonación o sentido a sus palabras más que el hecho simple y profundo de la desolación interna de un niño que rebasaba todo, entre esta inmensidad de idiomas y vehículos, vestimentas y música, animales, arena, viento incansable, cansancio agotador, y amor, porque sin amor no hubieran llegado.



  Atravesar “países” de todo tipo (él había conocido en las historias de su padre, el concepto de “fronteras”), ser avasallados durante días por la visión de infinitas formas y estilos de vida que no existían en su pequeña aldea, idiomas duros o cantarines, caras y más caras desconocidas, ropa extraña y peinados exuberantes, personas más altas que la puerta de su casa, o mascotas de especies extrañas inexistentes en su mente hasta ese momento. 

  Y no descansar un día, un solo día, hasta llegar acá… suspiró, se levantó suavemente olvidando el espectáculo majestuoso del sol rebotando hacia el cielo, y caminó hacia la pequeña carpa, su mujer, que miraba el increíble espectáculo, también, acariciándole el pelo, siguió tras el… el sol, no se detuvo por eso, ni por nada que hubiera pasado antes o después.

  No era un capricho, o una forma de imponer nada, David lagrimeaba acurrucado en el suelo, arrinconado, mojándose los antebrazos que sujetaban las rodillas, casi sin ruido, como si la intensidad de lo que le pasaba no pudiera ser expresada con los parámetros normales de tristeza, o dolor, o llanto, o lo que fuera que le estuviera pasando…

_Hijo –dijo el- ¿Qué pasa?



Aunque no esperaba una respuesta, ya hace rato que no esperaba nada más que entregarse día a día al destino de este viaje infinito, atravesando la mitad del mundo, que habían decidido hacer porque no habría otro verano en la vida que tuvieran la oportunidad de contar con el tiempo y los medios a la vez, pero la coyuntura inesperada de la superproducción de esos años se lo permitía hoy, y quien sabe si tal vez, mañana… 

  Se abrazó a su hijo, su mujer lo abrazo a su vez, desde el otro lado, sin levantarlo, los dos acurrucados envolviéndolo, con el amor intenso que habían tejido a través del tiempo… temblaba, y sus lágrimas caían como un fino torrente salado, y él pensó en el agua, y que si lloraba demasiado se iba a deshidratar, y de repente sintió el ramalazo de fiebre recorriendo el pequeño rostro contra sus ojos, y miro, la mirada de la madre, confiada y tierna, aceptando que esto estaba pasando, y que de alguna manera iba a pasar… 

  La intensidad de lo que fuera que sentía, por segundos parecía derretir su pequeño cuerpo de ocho años, y sin querer sus ojos lanzaron una lagrima lenta, recordando su infancia, un poco menos amable y más tensa… antes de perder el control y acompañarlo en su desolado llanto, volvió a preguntar…

_Hijo… ¿Qué te pasa?

_Soñé… -dijo el, haciendo luego una pausa- …soñé que moríamos... y ahora si se desbarranco y soltó, y desarmó en un llanto libre y sin control, y la pequeña forma que dibujaban los tres cuerpos acurrucados se apretó más, y cada tanto intentaba seguir explicando sin poder frenar el llanto… había mucha gente… y muertos, y las zapatillas quedaban amontonadas… -dijo el niño hundiendo sus pies en la arena, enfundados en sus zapatillas nuevas…

  Hadja y Luciano se miraron asombrados, una espina de terror se clavó en sus corazones ¿Cómo podía saber eso el niño, tener esas imágenes?

  Un escalofrío atravesó a la pareja, ahora abrazándose a través de la criatura, atenazados por el filo de lo inexplicable… sin embargo no preguntaron ni hubo más relato: como el mar que baja suavemente, su pequeño hijo se había ido calmando, y el temblor afiebrado se había ido convirtiendo en suspiros y en mocos que chorreaban… la madre limpió con sus mangas la pequeña cara arrasada de lágrimas y pegajosa arena salada, y luego le paso una servilleta para que se sonara a conciencia.

_ Está bien, nos quedamos, apenas se liberen los caminos volvemos a casa, dijo el padre…

_No, dijo el niño, tenemos que ir…

_No importa, dijo él

_No importa, dijo la madre

_No, vamos, tenemos que ir -dijo el pequeño, serio, renovado y luminoso, levantándose como si nada hubiera pasado- quiero ver. Y así fue como se pusieron en marcha ese día.



  Luciano no estaba de acuerdo con los rituales, pero este era importante, era la última piedra que estaba en su lugar, de los últimos muros que habían separado a las naciones humanas, hace no tantos años, antes de ser demolidos por la guerra sin fin que todavía su padre le contó en vagos recuerdos.

  Finalmente había llegado la paz al mundo, y sin embargo, la memoria debía perseverar y preservarse para que estuviera siempre fresco el aprendizaje de los siglos de odio…

  Empezaron a caminar a través de un mar de gente que los iba rodeando, una cantidad de gente que nunca hubiera podido concebir que existiera, atravesaron la puerta, que daba a los anchísimos pasillos, donde además de elaboradas metáforas visuales, imágenes históricas, y textos que explicaban los últimos siglos, había carteles, también en todos los idiomas: “no corra” y se preguntó cómo alguien podría correr en este apretujamiento… 

  Caminaron paso a paso el recorrido, y un par de horas después estaban frente a la explanada, casi a tiro de la última reliquia de la pre civilización humana, plagada de imperios y dictadores, de un significado hoy incomprensible.

  ¿Había pasado el ser humano, matándose y esclavizándose por tanto tiempo, clasificándose unos a otros? A veces lo pensaba y no podía elaborarlo, era una idea tan absurda, oscura e inútil que no podía… 

  La gente se apretujaba más, y eso lo puso nervioso, las manos aferradas ya traspiraban, calculó que ninguno de los tres quería ya estar ahí, entre empujones y sudor ajeno y un murmullo denso que llenaba todo.



  Como el mar que comienza a encresparse con el viento, la marea humana se movía y se condensaba.

 Algo estaba funcionando mal, las cosas no podían ser así, no cabían dudas, alguna puerta se había abierto o cerrado antes de tiempo, en este complicado mecanismo que permitía a miles y miles de personas por hora, pasar a ver y conocer el templo de la memoria humana, sin religión, sin dioses, sin amos… 

  Levantó la mirada y le dijo al niño: si nos perdemos estamos allá, y lo alzo para que viera la terraza casi vacía, donde algunas personas preocupadas, aparentemente, observaban, dirigían, y sentían lo mismo que él: algo estaba saliéndose de control…



  Sus hombros y los de la madre habían aguantado al pequeño todo lo que podían, hora tras hora, pero ahora caminaba entre ellos avasallado por la marea de cuerpos, sin poder ver nada, tal vez sin escuchar esa discusión que se imponía al rumor creciente, tan cerca de la piedra, tan casi llegando para cumplir y ver, y regresar… 

  Algo se rompió, un grito se mezcló con otros gritos, y como si un gran barco hubiera encallado en seco, la masa se movió violentamente hacia un lado, luego hacia el otro, y sus brazos se apoyaron en una espalda desconocida para no caer… 

  Sus manos ya no aferraban a nadie, y todo empezaba a fluir como la lava de un volcán… alcanzó a ver a su mujer, sola, y busco a su hijo, ya unos metros más allá invisiblemente arrastrado en su pequeñez entre la multitud, gritando sus nombres, y grito, también, y escucho a la madre, gritando entre los gritos que empezaban a atronar todo… “en la terraza, David, en la terraza” 

  Unos segundos más tarde lo vio en hombros de alguien, pero ya estaba veinte metros y diez mil personas más atrás y retrocediendo, pero Hadja también fluía hacia él, en la dirección contraria, apretujada, levantando un brazo, aterrada y blanca, en la misma marea que los alejaba de la inmensa sala, de su hijo, de la vida… de repente se oyeron más gritos y lo que pudo suponer fueran disparos…

  ¿Disparos?

  ¿Cómo podía ser que existan aun armas de fuego, de donde habían salido?

   Intento retroceder hasta acercarse a ella, sintiendo como lo pisaban mil pies y lo aferraban mil manos, alguien tropezó al lado suyo y lo levanto de un tirón, y sin embargo sus pies ya pisaban no el mismo, sino otro cuerpo humano caído y sin retorno, que ya nadie podía levantar y en el instante siguiente, todos estaban ya corriendo, si se podía llamar correr a esta avalancha de cuerpos que escapaban empujándose sin objetivo, sin sentido, sin ningún control… 

  En un segundo se dio cuenta que debía correr si quería escapar y no ser parte de esos cuerpos cayendo que ya no podían ser rescatados, que se apagaban temblando espasmódicamente, a veces aferrándose a algún tobillo que se los sacaba de encima a taconazos, y siguió avanzando escuchando los gritos de Hadja y gritando a su vez para no perder el contacto sin poder mirarse…

  Unos metros más allá se unieron… en la misma correntada, y siguieron corriendo por los lados del amplio pasillo, y por los pasillos interminables, infinitos, que ahora eran trampas mortales que se iban comiendo todo… 

  Estaban vivos y corrían, y corrían para no ser atrapados por el flujo de la marea que iba comiéndose personas, sangrando y con la ropa hecha retazos, con mechones de pelo ajeno entre sus dedos, y así siguieron corriendo lado a lado gritándose a diez metros entre el mar de gente, sin tiempo de sentir pena por los que tropezaban y morían aplastados, sin recordar si tenían un hijo o un lugar donde volver o alguna otra intención más que sobrevivir, 

  Siguieron corriendo hasta que salieron al último patio, más amplio, casi con la primera oleada, donde los inmensos vehículos hospitales del dispositivo de emergencia estaban estacionadas una tras otro, y el personal sanitario los miraba espantado, a punto de ser tragados por la multitud, sin poder abandonar su puesto.



  Salieron atravesando una puerta inmensa de herrajes fundidos en dibujos elaboradamente hermosos, inconcebiblemente torcida y salida de sus goznes, como si la hubiera chocado una montaña, y los recibió la inmensidad de la llanura seca, que se iba llenando de personas desencajadas por el espanto…

  Se dieron la mano a la carrera y siguieron corriendo cien metros más, hasta no tocar más a nadie y sentirse seguros y completamente vivos, y sin embargo, antes de dar cabida a cualquier sensación de alivio o pena, pensaron sin decirlo, en una sola palabra, mirando hacia las inmensas, y ahora amenazantes, tétricas estructuras…

  Volver: todo un paisaje, muerte, gemidos y alaridos, y explicar cada diez metros que buscaban a su hijo, que debían volver, que tenían que entrar… sin querer mirar las montañas de zapatos y ropas, las zapatillas que había mencionado su hijo(¿Él había visto todo esto?) 

  Los cuerpos en hilera uno tras otro, en todos los pasillos, la sangre en los pisos y paredes que se mezclaba con el olor ácido y rancio del miedo y las tripas reventadas que impregnaba todo… y dejar que los toquen, los palpen, los revisen, se convenzan de que la sangre en la ropa no era de sus propias heridas, y avanzar por un paisaje desolado de personas juntando silenciosamente cuerpos desarticulados, rotos, aplastados… 

  Y llegaron, solo para ver la terraza vacía, desde la cual algunos daban todavía desesperadamente indicaciones u órdenes por radio o quien sabe que, a quien sabe quiénes o como se volvía a la normalidad después de esto… hace más de diez años que no había una avalancha y justo les había tocado a ellos… y sin esperanzas pero endurecidos por el deseo de encontrar al niño vivo, subieron las escaleras.

  Atrás de los atareados y frenéticos hombres y mujeres que hablaban por radio, había una pequeña puerta, y un salón oculto, y antes de llegar a atravesarla, entre decenas de niños espantados y en shock, con los ojos abiertos como platos, vieron la silueta acurrucada junto a la puerta.

  El pequeño, parado en la misma postura inconfundible, y su mirada interrogante fue tan intensa que el enfermero que tenía al lado le dijo algo al oído, y él se levantó de un salto justo a tiempo para abrazarse, otra vez…los tres…aunque ahora el espanto, el alivio, y el llanto, eran a través de un silencio mojado de lágrimas y amor incandescente como el sol y la fiebre de esa mañana…



  El sol… el sol que asomaba majestuoso e indiferente a las tribulaciones humanas, regalándole ese minuto de conexión y paz… y la mano de Hadja en su hombro, y sus palabras suavemente delineadas en el silencio de la mañana:

_ David está llorando.



 

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