23 marzo

Reloj de arena

 

 

  Nacemos… ¿Quién dice que nacemos? 

  Somos emboscados por el mundo, a través de un sistema de manipulación masiva -completa y permanente- que nos atravesará sin fisuras durante toda nuestra vida.  

  Y así,  intentando cerrar los ojos a los primeros rayos de luz blanca brillante artificial, berreando y pataleando frente a las primeras etiquetas y convencionalismos sociales, se extrae la pequeña cría recién nacida, del instintivo lamido primigenio de su madre.

  Descartada toda tranquilidad improductiva, toda pretensión de afecto desmedido y exclusivo, inmediatamente se convierte al flamante ciudadano en un número, para comenzar a formatearlo hacia un nicho productivo, funcional, predeterminado, en el esquema social dominante e inalterable…  

  Desde el infinito universo del que venimos, atravesamos un cuello de  botella donde todo se concentra hacia el choque social programado: antes siquiera de dar el primer llanto nos debe quedar claro que no somos libres de elegir nuestro destino, ni siquiera de defender nuestro cuerpo, oponernos, elegir.

  Antes de siquiera mamar, facturamos en nuestro nombre para el sistema que nos acomodará (por el resto de nuestra vida) como frutas en un cajón: vacunas y anestesistas, pequeñas y grandes cirugías, internaciones y profesionales, vitaminas, calmantes y antibióticos hasta por “rutina”…Alguien pagará por esto, claro, porque lo innecesario es siempre más caro. 

  La idea es alimentar en la pequeña cría, a través de sus padres y madres, el agradecimiento por su inmersión inconsulta en un mecanismo de control total, para que pueda rendir sin problemas la devolución, de por vida, de los intereses de los gastos de su nacimiento. 

  Bueno, no es tan simple como eso, como toda inversión a largo plazo en recursos humanos, se necesita seguimiento y capacitación, adoctrinamiento personalizado, educación especializada, formación integral… ¡Vamos a la escuela! 

  Y así aprendemos a pastar y balar sin gracia en el patio del lobo.  Y así se pasan diez o veinte años aprendiendo a respetar los símbolos y atender a las listas… ¡Ya estamos listos!

   Ahora sólo queda encajar nuestras prioridades y expectativas prefabricadas en alguna de las innumerables posibilidades y formatos existentes, sin más requisitos que seguir reproduciendo la lección aprendida en los primeros segundos de vida: para sobrevivir hay que ejercer sin facetas la sumisión, entregarse a la mecánica usual, a la tradición acostumbrada a cada caso, y no hacer ni hacerse preguntas.  

  Ya podemos ser empleados o presidentas, motociclistas o banqueros, hay un mono riel sobre el que correr, una rutina que cumplir, un engranaje que mover, y así funciona el mundo sin que nadie se pregunte:

  ¿Para qué?

 Sin que alguien se pregunte por qué está poniendo su vida al servicio de un sistema antihumano hasta en sus más mínimos aspectos, detalles y definiciones.

  Un día brindaremos nuestro servicio final desapareciendo sin una queja, originando los últimos gastos superfluos e inconexos de nuestra gestión humana sobre el planeta, con nosotros enterraran esa pequeña libreta mental donde tomábamos nota de lo bueno y lo malo, del circuito para sobrevivir, amoldándonos a un esquema cambiante y depredador que siempre nos mostró nuestro lugar con el plato vacío, a punto de ser servido… y claro, todo está lleno de migas y charcos de champán tan grandes que podrían hasta ocultar un submarino, y como siempre, todavía babeando, nos pusieron la escoba y el trapeador en la mano, para limpiar la fiesta ajena…

  ¡Y lo hicimos!¡Otra vez! ¡Una y otra vez!¡Agradeciendo las miguitas!...   Pero morir… sin pena ni gloria, maniatados por nuestra propia mediocridad…eso es otro tema, antes tenemos que asegurar nuestra contribución total, absoluta y permanente al status quo:

   Seremos consumidores compulsivos de noticias falsas, justificadores de la masacre social, seremos nuestros propios verdugos y los verdugos de nuestros propios hijos para demostrar nuestro valor en un sistema que no valora seres humanos.  

  Haremos nuestra bandera de la humillación y la opresión, la discriminación, la exclusión, seremos acompañantes y laderos del poder que nos angosta el camino y las posibilidades sin perder la sonrisa, sin dejar de babear frente a la cocaína y el televisor, seremos sin ser, sin decidir, sin crear, sin creer, mientras el tiempo pasa y nos deja alrededor un rastro de destrucción y sangre, de imposibilidades cada vez más acuciantes notorias y cercanas.

  Mientras, el mundo se agota, mientras, reducimos la naturaleza que se nos brindó, en total libertad e igualdad con cada forma de conciencia en el planeta, a un recuerdo brumoso, mágico y etérico, que en su propia fantasía nos aleja de lo que podríamos valorar y cuidar alrededor…en vez de producir basura compulsivamente, en vez de desvincularnos de todo lo que no sale en los anuncios.  

  Tendríamos que poner las manos en la tierra en vez de mirar para arriba, como si los grandes directores del mundo no fueran tan esclavos y miserables como nosotros, intentando buscar un sentido a su vida a través de montañas de dinero, soñando con el día en que despierten sin tener que obedecer a nadie, pero no.

  Seguirán soñando: están claveteados y sangrando a un desesperante segundo del presente que corre sin rendir intereses, sin crecer, sin conquistar, y solo ellos lo ven, tirando hilos hacia adelante, cobrando el tiempo por venir,  temiendo que un día el planeta despierte sin creer en el dinero y el poder, sin “dialogar” con las armas en la mano, sin matarse por un pedazo de oro… o de pan que podrían haber horneado juntos.  

  Y en vez de a la escuela uniformizados, las madres lleven a sus hijos a bañarse desnudos en el río…





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