Podemos
hablar y hablar, y descargar elaborados sentimientos de indignación y rechazo,
de lucha y dignidad tanto como de hermandad y paz, de rebelión y cambio… sí,
claro que podemos, podemos hablar y hablar hasta que el sol se ponga y salga de
nuevo, y debatir sobre lo que creemos pensar pero en realidad no estamos
pensando…
La
esencia de nuestra sujeción no cambia, la de los demás tampoco. Más allá de deshidratarnos hablando sin
parar, de acalambrarnos escribiendo hasta que se nos quiebren los dedos, de
hincharnos como esponjas escuchando y leyendo, reproduciendo todo aquello con
que estamos de acuerdo, censurando lo que creemos nocivo, o falso, o irreal, el
mismo dialogo es un contrasentido, porque es un dialogo con nosotros mismos, al
que ni siquiera nos damos el lujo de prestarle atención, un monologo muerto que
nos encadena a la inacción, a la incapacidad de actuar, de cambiar algo
cambiándonos a nosotros mismos.
Ante las actuales circunstancias, la polarización irracional que a todos parece conformar, el mismo dialogo parece, de a ratos, un contrasentido… porque no lo van a escuchar los que no están de acuerdo: solo se van a acercar el mínimo posible para poder descargar el mazazo dialectico opuesto sobre nuestro discurso, con el mismo efecto con el que nosotros pretendemos destruir el suyo: ninguno.
La argentina de hoy parece un escenario de la primera guerra mundial, trincheras inamovibles, ataques suicidas y masacres de soldaditos de a pie diariamente programadas intentando ganar un milímetro dentro del campo del enemigo, que hoy en día es un “pensamiento”. Pensamiento… ¿Pensamiento? ¿Que el de ellos está equivocado y el nuestro es lo correcto?
Ellos piensan exactamente
igual, y debe ser la única coincidencia que nos permitamos todos y que sin
embargo no genera nada: la culpa, el error, la mentira, es del otro. Porque la misma mecánica de exterminio
preventivo que se ha esparcido como base de todo progreso humano, nos lleva a
despreciar la palabra ajena, a la vez
que alimenta la falsa certeza de que cuando nos escuchan los que piensan
parecido, estamos realmente construyendo algo.
Si, tal vez estemos construyendo ese fanatismo que nos cerca por todos lados, el que construye la absoluta tolerancia a las faltas propias en pro de una victoria contra el otro bando, que justifica los dudosos discursos de los traidores hasta que se cambian formalmente de camiseta, en una estrategia que no ve y no escucha, no habla cuando no conviene, que puede disimular y postergar los ideales que santifica en un liderazgo que le permita usar las armas y los medios del enemigo, las ideas del enemigo, el triunfo del enemigo mientras empuja afiebradamente a los demás a combatir…
Por supuesto, que esto no genera
nada, no desde la virtualidad, por más que lo parezca, porque los efectos
reales sobre nuestra realidad requieren brazos y piernas, palabras y oídos,
corazones y músculos, y está científicamente demostrado que no hay forma más
perfecta de evitar toda acción y toda modificación de la realidad de nuestro
entorno, que reducir nuestra actividad a las redes sociales, al montaje
fotográfico y el post, a la diatriba y la alabanza, a las herramientas de
deshumanización como si fueran humanizantes, a la virtualización del sentido de
la realidad como si pudiera modificarse a través de los teclados: del mío, del
tuyo, de miles de teclados contratados para digitar nuestra opinión… ¿Lo
lograron?
No,
nuestra opinión cambio porque somos vulnerables a la ambición, a la creación
permanente de un futuro de papel que aprendimos a amar a través de mentiras que
sabemos que no son ciertas, de verdades que fabricamos para otros con total
conciencia. El valor agregado de la
palabra de hoy, de cualquier palabra, es que pueda ser usada para engañar, que
pueda comprar y vender, y para proteger esa mecánica vamos a creer, a dar por
ciertas las mentiras que nos toquen, hasta que podamos elaborar las nuestras,
otras mentiras nuevas que puedan arrastrar a los demás hacia nuestro caldero como
intentaban arrastrarnos al suyo…
Esa es la base de la realidad actual, donde todos simulamos creer o dejar de creer como si fuera una postura, una actitud temporal, cuando la actitud definida de los que tienen el poder real es actuar y generar resultados, pero…
No importa cuales sean, los distorsionaremos
para que encajen en nuestra dialéctica de combate, hasta no ser más que
títeres, marionetas de nuestra propia farsa fabricando una auto realidad que
nos proteja de toda verdad y de toda acción, por lo menos, hasta que tengamos
que saltar en una pata porque la sartén está caliente y nuestro discurso se
vuelva obsoleto, inútil, y tengamos que estirar las manos para agarrarnos a
cualquier discurso que parezca salvador, aunque parezca una disculpa, aunque
parezca una condena, porque hemos destruido los puentes con nuestra propia
realidad.
Entonces
siempre miramos para arriba porque estamos en el aire, nuestro único punto de
contacto es un teclado que parecía nuestro aliado hasta que comprobamos que los
sentimientos no alcanzan que las intenciones no alcanzan, que la ambición no
alcanza, y que la única forma de modificar los parámetros que nos rodean ha
sido despreciada hasta quedar en manos ajenas.
No
importa, con más razón, volveremos a la pantalla, porque se sigue ofreciendo,
ofrendando más bien a nuestra proverbial estupidez crónica, que necesita
cambios y a la vez seguir igual, resultados sin construcción, y armonía
eliminando al resto, a los otros, porque siguen insistiendo en pensar distinto,
en atacarnos a través de sus computadoras, de sus redes sociales, de sus
molestas ideas…
Entre
ellos y nosotros ya no queda nada, el límite está afuera, es el aro de la red
donde somos sin distinciones auténticamente pescados y expuestos en el marcador
de un partido ficticio que no necesita un ganador, solo seguir jugando mientras
reconstruimos la cancha, mientras alentamos a uno, insultamos al otro…
Porque, claro, siempre está claro que hay dos
bandos, y el otro debe dejar de existir, porque no queremos perder…y correremos
atrás de cualquier actitud mesiánica que prometa la victoria, porque, claro,
más allá de la victoria todo se acaba y las supuestas ideologías terminan todas
juntas en el basurero dialectico, los grandes planes en el incinerador del
congreso, y las grandes promesas como discursos de recordación de próceres ya
muertos, porque ahí, ahí sí, podemos ver a todos juntos celebrando mientras
seguimos otros diez años más, mirando desde afuera, desde nuestras respectivas
tribunas, y cada vez, más al borde del plato…
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