Luciano se había despertado hace horas, en el medio de la
noche, y ahora estaba al borde de la masa compacta de carpas, con la mirada
perdida en el horizonte dibujado a pinceladas de negro y rojo, fundiéndose en
azules naranjas y rosados, observando la claridad incandescente del primer
retazo del sol que asomaba lentamente sobre la llanura interminable…
Había
soñado con Hadja embarazada, y se contuvo de penetrarla y despertarla
haciéndole el amor, para preguntarle con su piel, solamente por resguardar un pedazo
mínimo de su intimidad en esa intensa y abigarrada convivencia de viajeros que
escuchaban cada susurro ajeno aunque no quisieran, a través de las tenues telas
y cortinas.
Por una vez, su cabeza estaba en blanco, libre de pensamientos en
ese trayecto interminable, solo para que su hijo pudiera ver y entender, para
que la memoria siguiera viva a través de las generaciones y la paz siguiera
imponiéndose a la guerra que parecía tan lejana y que sin embargo siempre
estaba ahí, en la memoria, latente, como un penoso recuerdo que lentamente
pudiera hacerse realidad, en un descuido.
_David está llorando –dijo Hadja- sin agregar más nada, sin
juzgar, sin criticar, sin darle algún tipo de entonación o sentido a sus
palabras más que el hecho simple y profundo de la desolación interna de un niño
que rebasaba todo, entre esta inmensidad de idiomas y vehículos, vestimentas y
música, animales, arena, viento incansable, cansancio agotador, y amor, porque
sin amor no hubieran llegado.
Atravesar “países” de todo tipo (él había conocido en las
historias de su padre, el concepto de “fronteras”), ser avasallados durante
días por la visión de infinitas formas y estilos de vida que no existían en su
pequeña aldea, idiomas duros o cantarines, caras y más caras desconocidas, ropa
extraña y peinados exuberantes, personas más altas que la puerta de su casa, o
mascotas de especies extrañas inexistentes en su mente hasta ese momento.
Y no
descansar un día, un solo día, hasta llegar acá… suspiró, se levantó suavemente
olvidando el espectáculo majestuoso del sol rebotando hacia el cielo, y caminó
hacia la pequeña carpa, su mujer, que miraba el increíble espectáculo, también,
acariciándole el pelo, siguió tras el… el sol, no se detuvo por eso, ni por
nada que hubiera pasado antes o después.
No era un capricho, o una forma de imponer nada, David
lagrimeaba acurrucado en el suelo, arrinconado, mojándose los antebrazos que
sujetaban las rodillas, casi sin ruido, como si la intensidad de lo que le
pasaba no pudiera ser expresada con los parámetros normales de tristeza, o
dolor, o llanto, o lo que fuera que le estuviera pasando…
_Hijo –dijo el- ¿Qué pasa?
Aunque no esperaba una respuesta, ya hace rato que no
esperaba nada más que entregarse día a día al destino de este viaje infinito,
atravesando la mitad del mundo, que habían decidido hacer porque no habría otro
verano en la vida que tuvieran la oportunidad de contar con el tiempo y los
medios a la vez, pero la coyuntura inesperada de la superproducción de esos
años se lo permitía hoy, y quien sabe si tal vez, mañana…
Se abrazó a su hijo,
su mujer lo abrazo a su vez, desde el otro lado, sin levantarlo, los dos
acurrucados envolviéndolo, con el amor intenso que habían tejido a través del
tiempo… temblaba, y sus lágrimas caían como un fino torrente salado, y él pensó
en el agua, y que si lloraba demasiado se iba a deshidratar, y de repente
sintió el ramalazo de fiebre recorriendo el pequeño rostro contra sus ojos, y
miro, la mirada de la madre, confiada y tierna, aceptando que esto estaba
pasando, y que de alguna manera iba a pasar…
La intensidad de lo que fuera que
sentía, por segundos parecía derretir su pequeño cuerpo de ocho años, y sin
querer sus ojos lanzaron una lagrima lenta, recordando su infancia, un poco
menos amable y más tensa… antes de perder el control y acompañarlo en su
desolado llanto, volvió a preguntar…
_Hijo… ¿Qué te pasa?
_Soñé… -dijo el, haciendo luego una pausa- …soñé que
moríamos... y ahora si se desbarranco y soltó, y desarmó en un llanto libre y
sin control, y la pequeña forma que dibujaban los tres cuerpos acurrucados se
apretó más, y cada tanto intentaba seguir explicando sin poder frenar el
llanto… había mucha gente… y muertos, y las zapatillas quedaban amontonadas…
-dijo el niño hundiendo sus pies en la arena, enfundados en sus zapatillas
nuevas…
Hadja y Luciano se miraron asombrados, una espina de terror
se clavó en sus corazones ¿Cómo podía saber eso el niño, tener esas imágenes?
Un escalofrío atravesó a la pareja, ahora abrazándose a través de la criatura,
atenazados por el filo de lo inexplicable… sin embargo no preguntaron ni hubo
más relato: como el mar que baja suavemente, su pequeño hijo se había ido
calmando, y el temblor afiebrado se había ido convirtiendo en suspiros y en
mocos que chorreaban… la madre limpió con sus mangas la pequeña cara arrasada
de lágrimas y pegajosa arena salada, y luego le paso una servilleta para que se
sonara a conciencia.
_ Está bien, nos quedamos, apenas se liberen los caminos
volvemos a casa, dijo el padre…
_No, dijo el niño, tenemos que ir…
_No importa, dijo él
_No importa, dijo la madre
_No, vamos, tenemos que ir -dijo el pequeño, serio, renovado
y luminoso, levantándose como si nada hubiera pasado- quiero ver. Y así fue
como se pusieron en marcha ese día.
Luciano no estaba de acuerdo con los rituales, pero este era
importante, era la última piedra que estaba en su lugar, de los últimos muros
que habían separado a las naciones humanas, hace no tantos años, antes de ser
demolidos por la guerra sin fin que todavía su padre le contó en vagos
recuerdos.
Finalmente había llegado la paz al mundo, y sin embargo, la memoria
debía perseverar y preservarse para que estuviera siempre fresco el aprendizaje
de los siglos de odio…
Empezaron a caminar a través de un mar de gente que los iba
rodeando, una cantidad de gente que nunca hubiera podido concebir que
existiera, atravesaron la puerta, que daba a los anchísimos pasillos, donde
además de elaboradas metáforas visuales, imágenes históricas, y textos que
explicaban los últimos siglos, había carteles, también en todos los idiomas:
“no corra” y se preguntó cómo alguien podría correr en este apretujamiento…
Caminaron paso a paso el recorrido, y un par de horas después estaban frente a
la explanada, casi a tiro de la última reliquia de la pre civilización humana,
plagada de imperios y dictadores, de un significado hoy incomprensible.
¿Había pasado el ser humano, matándose y esclavizándose por
tanto tiempo, clasificándose unos a otros? A veces lo pensaba y no podía
elaborarlo, era una idea tan absurda, oscura e inútil que no podía…
La gente se
apretujaba más, y eso lo puso nervioso, las manos aferradas ya traspiraban,
calculó que ninguno de los tres quería ya estar ahí, entre empujones y sudor
ajeno y un murmullo denso que llenaba todo.
Como el mar que comienza a encresparse con el viento, la
marea humana se movía y se condensaba.
Algo estaba funcionando mal, las cosas
no podían ser así, no cabían dudas, alguna puerta se había abierto o cerrado
antes de tiempo, en este complicado mecanismo que permitía a miles y miles de
personas por hora, pasar a ver y conocer el templo de la memoria humana, sin
religión, sin dioses, sin amos…
Levantó la mirada y le dijo al niño: si nos
perdemos estamos allá, y lo alzo para que viera la terraza casi vacía, donde
algunas personas preocupadas, aparentemente, observaban, dirigían, y sentían lo
mismo que él: algo estaba saliéndose de control…
Sus hombros y los de la madre habían aguantado al pequeño
todo lo que podían, hora tras hora, pero ahora caminaba entre ellos avasallado
por la marea de cuerpos, sin poder ver nada, tal vez sin escuchar esa discusión
que se imponía al rumor creciente, tan cerca de la piedra, tan casi llegando
para cumplir y ver, y regresar…
Algo se rompió, un grito se mezcló con otros
gritos, y como si un gran barco hubiera encallado en seco, la masa se movió
violentamente hacia un lado, luego hacia el otro, y sus brazos se apoyaron en
una espalda desconocida para no caer…
Sus manos ya no aferraban a nadie, y todo
empezaba a fluir como la lava de un volcán… alcanzó a ver a su mujer, sola, y
busco a su hijo, ya unos metros más allá invisiblemente arrastrado en su
pequeñez entre la multitud, gritando sus nombres, y grito, también, y escucho a
la madre, gritando entre los gritos que empezaban a atronar todo… “en la
terraza, David, en la terraza”
Unos segundos más tarde lo vio en hombros de
alguien, pero ya estaba veinte metros y diez mil personas más atrás y
retrocediendo, pero Hadja también fluía hacia él, en la dirección contraria,
apretujada, levantando un brazo, aterrada y blanca, en la misma marea que los
alejaba de la inmensa sala, de su hijo, de la vida… de repente se oyeron más
gritos y lo que pudo suponer fueran disparos…
¿Disparos?
¿Cómo podía ser que
existan aun armas de fuego, de donde habían salido?
Intento retroceder hasta
acercarse a ella, sintiendo como lo pisaban mil pies y lo aferraban mil manos,
alguien tropezó al lado suyo y lo levanto de un tirón, y sin embargo sus pies
ya pisaban no el mismo, sino otro cuerpo humano caído y sin retorno, que ya nadie
podía levantar y en el instante siguiente, todos estaban ya corriendo, si se
podía llamar correr a esta avalancha de cuerpos que escapaban empujándose sin
objetivo, sin sentido, sin ningún control…
En un segundo se dio cuenta que
debía correr si quería escapar y no ser parte de esos cuerpos cayendo que ya no
podían ser rescatados, que se apagaban temblando espasmódicamente, a veces
aferrándose a algún tobillo que se los sacaba de encima a taconazos, y siguió
avanzando escuchando los gritos de Hadja y gritando a su vez para no perder el
contacto sin poder mirarse…
Unos metros más allá se unieron… en la misma
correntada, y siguieron corriendo por los lados del amplio pasillo, y por los
pasillos interminables, infinitos, que ahora eran trampas mortales que se iban
comiendo todo…
Estaban vivos y corrían, y corrían para no ser atrapados por el
flujo de la marea que iba comiéndose personas, sangrando y con la ropa hecha
retazos, con mechones de pelo ajeno entre sus dedos, y así siguieron corriendo
lado a lado gritándose a diez metros entre el mar de gente, sin tiempo de
sentir pena por los que tropezaban y morían aplastados, sin recordar si tenían
un hijo o un lugar donde volver o alguna otra intención más que sobrevivir,
Siguieron corriendo hasta que salieron al último patio, más amplio, casi con la primera oleada,
donde los inmensos vehículos hospitales del dispositivo de emergencia estaban
estacionadas una tras otro, y el personal sanitario los miraba espantado, a
punto de ser tragados por la multitud, sin poder abandonar su puesto.
Salieron atravesando una puerta inmensa de herrajes fundidos
en dibujos elaboradamente hermosos, inconcebiblemente torcida y salida de sus
goznes, como si la hubiera chocado una montaña, y los recibió la inmensidad de
la llanura seca, que se iba llenando de personas desencajadas por el espanto…
Se dieron la mano a la carrera y siguieron corriendo cien metros más, hasta no
tocar más a nadie y sentirse seguros y completamente vivos, y sin embargo,
antes de dar cabida a cualquier sensación de alivio o pena, pensaron sin
decirlo, en una sola palabra, mirando hacia las inmensas, y ahora amenazantes,
tétricas estructuras…
Volver: todo un paisaje, muerte, gemidos y alaridos, y
explicar cada diez metros que buscaban a su hijo, que debían volver, que tenían
que entrar… sin querer mirar las montañas de zapatos y ropas, las zapatillas
que había mencionado su hijo(¿Él había visto todo esto?)
Los cuerpos en hilera
uno tras otro, en todos los pasillos, la sangre en los pisos y paredes que se
mezclaba con el olor ácido y rancio del miedo y las tripas reventadas que
impregnaba todo… y dejar que los toquen, los palpen, los revisen, se convenzan
de que la sangre en la ropa no era de sus propias heridas, y avanzar por un
paisaje desolado de personas juntando silenciosamente cuerpos desarticulados,
rotos, aplastados…
Y llegaron, solo para ver la terraza vacía, desde la cual
algunos daban todavía desesperadamente indicaciones u órdenes por radio o quien
sabe que, a quien sabe quiénes o como se volvía a la normalidad después de
esto… hace más de diez años que no había una avalancha y justo les había tocado
a ellos… y sin esperanzas pero endurecidos por el deseo de encontrar al niño
vivo, subieron las escaleras.
Atrás de los atareados y frenéticos hombres y mujeres que
hablaban por radio, había una pequeña puerta, y un salón oculto, y antes de
llegar a atravesarla, entre decenas de niños espantados y en shock, con los
ojos abiertos como platos, vieron la silueta acurrucada junto a la puerta.
El pequeño, parado en
la misma postura inconfundible, y su mirada interrogante fue tan intensa que el
enfermero que tenía al lado le dijo algo al oído, y él se levantó de un salto
justo a tiempo para abrazarse, otra vez…los tres…aunque ahora el espanto, el
alivio, y el llanto, eran a través de un silencio mojado de lágrimas y amor
incandescente como el sol y la fiebre de esa mañana…
El sol… el sol que asomaba majestuoso e indiferente a las
tribulaciones humanas, regalándole ese minuto de conexión y paz… y la mano de
Hadja en su hombro, y sus palabras suavemente delineadas en el silencio de la
mañana:
_ David está llorando.