Claro, vivimos sumergidos en una pantalla porque no tenemos
sentido, no sabemos tenerlo… despertamos a través de un cumulo de estrategias
fracasadas convertidas en inofensivos sueños patologizables, psicoanalizables,
mercantilizables, para inmediatamente ponernos en marcha hacia el vacío
consumible que nos espera con la fachada intacta, a pesar del derrumbe
conceptual del día anterior.
Atravesamos cada día hundidos en una pequeña burbuja luminosa porque no toleramos ya de ninguna manera la celebración del presente, la realidad, el tiempo despojado de adornos ni el cuerpo despojado de autoridad, no toleramos nada que nos pueda dejar cerca del precipicio de sentir, del instinto, del riesgo, de la vida.
Después de tolerar durante
generaciones la alienante colonización sobre nuestro cuerpo, nuestros deseos y
nuestra voluntad, convertimos cualquier cosa en una imitación artificial
ranqueable de la vida, que se pueda comprar y vender, transportar y empaquetar,
para olvidar que respiramos, que nuestro corazón late, que los poros de nuestra
piel se abren sincronizadamente para regularnos con exactitud, a pesar de
nuestra dieta toxica y el cumulo de sustancias euforizantes que usamos para
declarar nuestra victoria sobre el animal.
Hemos hecho un altar tan grande al vacío que festejamos el paso del tiempo: cumpleaños y aniversarios, carreras, cargos y negocios, no importa si ni siquiera nos sentimos vivos, el sinsentido se ha arrastrado un año más hacia nuestra compulsiva forma de malbaratarnos, esclavizándonos nuevamente en rutinas oscuras, ambiciones ocultas, autoengaño, disimulo y negación.
Pero
claro, podemos elaborar todo eso en una buena película clase b, que por un
segundo nos venda el resquicio espiritual del sistema, el amor y el éxito, la
alegría… pero cuando volvemos a nuestra realidad solo hay calles desiertas y
pantallas vacías, billetes, mentiras, y muy pocas manos y corazones latiendo de
verdad.
Pretendemos encontrar la libertad en una posibilidad mediáticamente verificada de acceder a un sistema de autoconsumo del tiempo, mientras nuestros impuestos crean un policía más, una nueva bomba, una prisión, una guerra invisible en el gueto, porque ese lado de nuestra mente necesita seguridad para creer en la magia de la propaganda, porque no hay autentico disfrute si no se puede comparar, y para eso, superamos todos los idiomas hacia la polaridad del puedo-no puedo, tengo-no tengo, soy-no soy… ¡
Y la televisión nos dice que si compramos el ultimo descarozador de cerezas enanas estamos de este lado de las elites!
¿Cuánto vale? ¿Qué es una cereza?... No importa, lo esencial es no tener tiempo para mirarnos, para ver alrededor, para valorar y replantear, para pensar… ¡
Ya no necesitamos caminar como niños perdidos para
pegar la nariz a las vidrieras, ahora podemos hacerlos desde cualquier lugar,
veinticuatro horas al día! Y no solo eso, sino que con un clic podemos
participar, convocar, “definirnos”, firmar peticiones mundiales, crear campañas
y cadenas, recaudar, señalar, acorralar, estigmatizar, difamar, denunciar, pero
no escapar.
Seguimos mirando una pantalla brillante que nos devuelve
hechos, sentimientos resultados y reacciones virtuales a nuestro simulacro de
actividad, noticias falsas y memes al azar, posturas y antiposturas para
elegir, sincronicidad, logaritmos, algoritmos, homogeneidad, saturación,
fantasía… Y si, por un segundo podemos ser guerreros del sentido, libres y
eternos, heroicos en un gesto simbólico que de tan gastado ya no simboliza
nada.
Y acaso… ¿Eso importa? ¿Vamos a suponer que hay algo más trascendente que el reflejo que dejamos percibir a los demás? Efectivamente: no. Nuestros movimientos se componen de la suma de las reacciones probables de los que intentamos enmarcar en nuestra intención casi declarada, en una ecuación cuasi matemática sin resultados comprobables.
¡Claro! Así como la
fábula del marco social que nos toca, y del cual extraemos nuestro trayecto
vital, se compone de la suma de estímulos, incentivos y mentiras que sean
necesarios para hacer de nosotros exactamente ese diente inofensivo del
engranaje social que garantice la continuidad total y ad aeternum de las
desigualdades, crímenes y miserias necesarios para el suave funcionamiento
rutinario del mundo actual.
Y… acaso… ¿Eso nos importa? ¿Vamos a pretender que de este cumulo de banalidades superficiales, de hipocresías decoradas, de este orgulloso vacío absoluto de sentido extraíamos valores humanos? Definitivamente: no. ¡Y que alivio!
Podemos ser y seguir siendo los héroes y villanos de nuestra vida novelizada por el sistema que nos deshumaniza hasta los huesos, alternativamente víctimas o verdugos sin preguntarnos para qué…
O sea, de verdad: ¿Para qué?
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