Podemos hablar, tenemos el don de articular la voz. Somos palabra. Eso nos diferencia del resto, absolutamente, de los animales, además del papel higiénico, y la capacidad -inquebrantable- de tropezar cada día con la misma piedra.
Todo
esto nos parece tan normal e intrascendente porque en un universo infinito de
seres vivos, nos hemos olvidado de agradecer y bendecir la mesa en que seremos
servidos, finalmente: esta increíblemente variada superficie del planeta.
Desde esta postura, donde no el sol, ni siquiera la naturaleza, sino el ser humano es el centro del universo comprobable (y obviamente que desde estos parámetros decir ser humano es decir hombre y no mujer, pero eso es otra historia…) genera desde siempre una justificación, una fuerza, una tenacidad en el desprecio de la vida misma, que finalmente termina mirando hacia adentro de la estructura social porque, en fin, la violencia misma necesita ser sembrada racionalmente, intencionalmente planificada, estructurada y codificada.
Su objetivo es diezmar, callar, desarmar y reemplazar la palabra, antes
incluso de que nazca.
Desde el vamos, como condición indispensable para sobrevivir, se la glorificara a la violencia a través del saqueo y la destrucción sin sentido, la masacre, la esclavitud, el desperdicio, con el objetivo de formular flujos de recursos que justifiquen y mantengan la necesidad de acumular poder.
Solo desde la cúspide de este poder se puede acceder a las herramientas para modificar estos estatutos y códigos del uso institucional de la violencia, del lenguaje, de la violencia como lenguaje, aprovecharse de la gestión de sus posibilidades y consecuencias, porque la violencia no necesita causas: en la civilización humana actual, es una causa en si misma.
De esa manera llegamos a una
carrera permanente por el dominio y usufructo de esas estructuras nacionales,
estatales, gubernamentales, en un juego que no necesita ganadores sino
continuar indefinidamente.
Cuando la humanidad misma era pequeña y frágil, la voz significaba la posibilidad de aprender y compartir, de explicar y asistir, mediar, comprender, ser, permanecer y construir… y la voz no era aparte de la persona, y la persona no era aparte de los sonidos, del entorno, de la tribu.
Cuando la abundancia de recursos se volvió acumulación, y entonces una
posibilidad de dominación, hizo nacer el despojo, la manipulación, la
guerra, y ya que no había necesidad de
mantener lazos sociales, de transmitir nada que no sea funcional, la voz de los que explicaban el mundo se
extinguió, arrasada por el monopolio de los conceptos nacidos del poder y la
escritura… primer arma de manipulación masiva inventada por las nuevas elites
temerosas de perder su estatus.
A partir de ahí, todos serian órdenes y doctrinas, autoridad y dogma, coerción y silencio, religiones y promesas desmedidas.
Desde la cima del poder, se recortarían todas las voces disonantes, para delinear los nuevos esquemas de poder, verticales, indiscutibles, que ahora servirían de modelo a la humanidad, basados en la crueldad con que su disciplina guerrera sometía exitosamente a los distintos tipos de organizaciones y culturas.
La
voz (y desde ella el diálogo), que nacía del corazón y el sentido de comunidad,
fue arrasada y vencida, y ahora solo quedaría la voz que nace de la espada, y
el silencio de la sumisión.
Claro, finalmente, ya en aguas quietas, es más viable, hacia el interior de las comunidades guerreras, volver a las fuentes y retomar el diálogo y la convivencia, la transmisión de conceptos sociales, aunque esta vez a través de la imposición repetitiva, edificando escuelas e institutos que establezcan y aseguren la permanencia y el monopolio de los ganadores.
Hecho esto, y educado al nuevo ser humano en
la obediencia y el servilismo, pudo darse paso a la puesta en escena a nivel
nacional, generando parlamentos y foros que remasticarán las verdades pre
digeridas en simulacros de debates y oposiciones que mantuvieran al grueso de
las poblaciones en la esperanza de ser representados en la nueva farsa de la
democracia.
Obviamente esto nunca paso, no fue así, y desde siempre el único
resultado fue la creación de una clase política aventurera codiciosa y torpe,
carente de empatía o responsabilidades sociales, que haría por los reyes y emperadores,
por los generales sacerdotes y mandamases, el trabajo de embaucar y dirigir a
las masas crecientes de seres humanos, hacia esquemas conceptuales
incomprensibles y rígidos, que consistieran en delegar poder, despojarse de
responsabilidades, y finalmente, volverse completamente indiferentes a su
propio destino.
Lo peor de esta cruzada contra el sentido y la individualidad es que, finalmente, en su esquema de premios y castigos, de reprimendas y amenazas, chantajes y sobornos, la necesidad se fue amoldando a los esquemas de interpretación dominantes, que ahora exhiben y demuestran un abanico de verdades tan cómodas e iguales que podemos simular nuestra independencia de criterio subiéndonos a un carrusel donde pasan eterna y cíclicamente las verdades a medias, los sarcasmos, las ironías, la difamación, la mentira, las “verdades”, las propagandas, las publicidades y memes…
Pero la voz ya no sale de nuestra
garganta ni nuestro corazón, y mucho menos de nuestro cerebro en permanente
oferta, diseñado a través de experimentos con ratas en laboratorios
oscuros.
¿Tenemos aún la posibilidad de describir algo desde su esencia? ¿Podemos acaso hablar de algo sin distorsionar lo hablado? ¿Siquiera estamos dispuestos a pagar el precio de decir palabras que representen realidades antes que trincheras y estrategias?
Todavía, sin
dudas, podríamos, pero seguimos consumiendo medios masivos como si fuera pan, y
dejándonos convencer como si nos estuvieran amamantando… y a la palabra que
define y crea, que acuna y ama, que individualiza, limita y conecta a los seres
humanos entre sí y con su entorno cuasi natural, la dejamos atrás de un millón
de objetos que tienen precio, solo porque se inventó el crédito.
¿Estamos dispuestos a correr el riesgo de redefinir el mundo sin
prejuicios? ¿A ver y sentir desde un punto cero, para poder decir? ¿Tan solo
podríamos pensar, sinceramente, que nos sentimos cómodos vomitando
intermitentemente un caudal imparable de definiciones y descripciones
prefijadas?
Nunca
está de moda la libertad, y la palabra libera cuando no es esclava.
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