17 octubre

Ah si, el amor…

 


 

    Amor, amor… ¿Amor?

   Que palabra rara, casi disonante, malgastada, casi vacía y falsificada, pero no.  ¿Por qué hablamos de amor? 

  ¿Por qué hay tanta gente exigiendo, mendigando, hablando de amor?

  No existe el amor por sí mismo, existe la libertad desde la que nace el amor, no la libertad de no estar preso, de saber que comer mañana, de mirar la lluvia bajo techo o poder comprar el ultimo televisor de 107 pulgadas. 

  La libertad de no entregarse mansamente a las cadenas de la estupidez y el hastío, del sinsentido y la violencia gratuita y preventiva, la libertad de disponer de nuestro tiempo sin arruinar el de los demás, de crear sin esquilmar, de hacer sin imponer, de luchar sin masacrar, de cambiar sin destruir, de reconstruir sin expulsar, de disentir sin ofender, de diferenciar sin descalificar.  La libertad de ser, de conciencia, de pensamiento… es la única libertad. 

  Como es una atribución, una posibilidad humana, está al alcance de todos, de cualquiera mientras aporte en su dirección, no importa quien sea, o que haga, todos significa todos, absolutamente.  

  Claro que, cuando la totalidad de la especie humana está enfrascada en un mecanismo de autodestrucción donde todos tenemos nuestra intrínseca función, esa ventana hacia la libertad parece hostil, peligrosa, impracticable.  

  Pero si podemos mantener el enfoque en esa luz al final de este túnel de ambiciones auto frustradas… desde esa libertad de conciencia nace el amor, como una semilla que podemos sembrar…recién ahí es real.

   Claro, por supuesto, no estoy hablando del amor incondicional de los santurrones que solo se declama al viento sin mirar hacia atrás, no del amor perverso de los vampiros que finge dar para esclavizar, del amor enfermizo y paternal de los dirigentes que impone sus efectos sin escuchar quejas, sin reconocer daños.  

  No, no, el amor es un incendio que arrasa la percepción, que descorre los telones de lo imposible, no hay forma de hablar de amor desde la participación full time en un montaje que se acelera noche y día hacia nuestro auto exterminio.  

  No es amor la complicidad con un esquema que desangra el planeta para acaparar recursos que no llegarían a ser utilizados si no se crearan cadenas de necesidades completamente superfluas y tóxicas, que acalla en nuestro nombre las voces de los disidentes, y mata, roba, esclaviza a millones de personas que fingimos no saber que existen.

   ¡Porque ese es el costo evidente! Pero claro, siempre podemos darnos un baño de santidad salvando algún cachorrito, mientras salpicamos al niño moribundo con el barro de nuestras ruedas, siempre podemos envolvernos en yoga y mantras, en new age y permacultura mientras repartimos fósforos a todos los incendiarios  del mundo, no faltan técnicas de maquillaje social, obviamente, sino la vida en sociedad no sería posible.  

  ¿Es la hipocresía el único lenguaje universal aceptado?  Puede ser, pero tendríamos que buscar otros…a tiempo.  En nuestro aturdimiento individual y colectivo, ni siquiera tomamos conciencia de que los réditos de nuestra ingenuidad disminuyen día a día, que nuestra política de “sordos, mudos y ciegos” cada vez nos empuja un poco más cerca hacia el lugar que no se ve, del que nada se oye, del que no se dice nada, pero porfiamos.  

  Una de las maravillas del mundo moderno es que la realidad ha dejado de ser necesaria, todas las tecnologías actuales nos empujan hacia una pecera donde van corriendo la tapa, hasta dejarnos sin aire, pero… cuando eso pase al fin, y no será tan tarde como pensamos…   ¡No somos el gran Houdini!

   Deberíamos empezar a deconstruir nuestro egoísmo, porque las corporaciones no tienen alma, ni corazón, y nos están arrasando por no aprender a ver a los demás como personas, porque el mundo se compone de vida en movimiento y no de máquinas fabricantes de confort absurdo y patético, que como única lección nos enseñan a soportar todo y tolerar todo para poder sentarnos apática e improductivamente frente a un televisor.  

  Porque el mundo no se compone de estas instituciones dominantes, genocidas, homicidas, femicidas, fratricidas, que se basan sin excepción ninguna en la exclusión el saqueo y el exterminio de un sector de la población del planeta, para beneficiar a otro… Claro, que un sector no llega al uno por ciento, y el otro es todo el resto, entonces… ¡Como podemos aun tolerarlo!

  Si queremos sobrevivir como especie y como seres individuales plenos de sentido, o por lo menos como buscadores del mismo, es necesario que abramos el panorama de la realidad y nos asumamos como especie, como si fuéramos todavía naturaleza, y empecemos a recuperar la empatía, la solidaridad, el respeto (y el auto-respeto) y esos valores que venimos dejando de lado que implican que no hay mejores y peores, merecedores y no merecedores, público y privado, nación y no-nación, porque el tiempo se agotó.  

  Y si, ahí nos daremos cuenta que el poder de hacer esta en la relación cara a cara, en la responsabilidad individual, en la protección de la infancia y los más vulnerables a esta masacre silenciosa del totalitarismo mundial capitalista que infecta casi todos los territorios conocidos.  Y eso será amor, por amor, volver a ser individuos en matrices sociales productivas, constructivas, reconstructivas, antes que reproducentes del desastre actual.

  Todas las opciones están abiertas, mínimamente en marcha, subterráneamente resistiendo como semillas bajo el incendio, solo hay que apagar el televisor para que la luz reviente nuestros ojos y veamos que el mundo que nos rodea se puede tocar y oler, caminar y construir, hacer y florecer… La opción sigue siendo nuestra.

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