25 junio

Policías y maestras

 


 

 Maestros y maestras… que lejos quedan los tiempos, si es que alguna vez existieron (o será que el pasado siempre es perfecto) en que se abrazaba la docencia por vocación.

 Contradictorios tiempos en que se amaba a los niños antes que a todo (con castigos corporales incluidos en el combo) en que se pretendía fundar una nación a través de la construcción de sus ciudadanos, de la formación cívica que direccionara una comunidad organizada. 

  De esta manera, la nación no podría apuntar más que hacia la evolución y el bienestar, el progreso y la conquista de nuevos horizontes sociales, tanto individual como colectivamente.

  Claro que estos viejos tiempos no pasaron para todos, seguramente, aunque la vocación no garantiza nada, y una persona adulta frente a un grupo de niños es una expresión de poder en si misma.

  Como tal, como toda expresión del ejercicio del poder, fácilmente recae en el despotismo y la crueldad, porque hay que manipular a esos niños, y evitar el estrés, y comer, y volver a tiempo para encarar los problemas de casa, y esos revoltosos no son fáciles de controlar…y…

  Por supuesto, no es difícil sino imposible pensar en niños y adolescentes y sus problemas y necesidades, vitales, humanas o educativas como una prioridad básica más importante que los propios problemas y necesidades…

  Pero claro, siempre hubo un prestigio, una especie de brillo en la tarea de dedicarse a la educación de los demás, al adoctrinamiento, a la formación de las futuras generaciones… 

  Ya Sarmiento, sin embargo, derramaba sangre por doquier como mecánica social educativa, y su base ideológica nunca cambio ni fue revitalizada, tal vez nunca fue o será cuestionada.  

  Nos viene legada esa forma retrograda y antigua de encarar la educación, como un proceso unilateral, unidireccional, absolutamente autoritario y cínico, que parte de la base de que no debe haber acciones ni reacciones propias, y por lo tanto no existirá el pensamiento, la acción, divergentes o creativos.

  Y más allá de las particularidades, de las necesidades puntuales de cada alumno, al cual se le ha impuesto una asistencia obligatoria a clases, no hay un pensamiento que no esté anteriormente autorizado, no hay una respuesta ni una dirección posible que no haya sido designada como buena por el ministerio de educación y luego por las políticas de turno y luego por el particular tamiz del maestro, docente, educador o como demos en llamarle, según los usos usuales…

  Claro que también en este juego ambivalente de los opuestos (irreconciliables y opuestos), se apunta -desde esta posicion “culta”-  a los policías como cenit de la incultura y la degradación humana, el nuevo y fácil chivo expiatorio de nuestros tiempos violentos, con la seguridad argumental de la afirmación rotunda y contundente de que “en seis meses salen a la calle con una pistola”. 

  Claro, sin mermar en nada el desprecio ni el valor de uso político habitual que parece ser su única virtud, los dibujamos habitualmente con la posibilidad latente de matar y torturar, con un poder inimaginable y falto de cualquier control, y viniendo a ejercer ese poder en la calle que nadie controla, sin dejar de ser ni olvidar su extracción social de clase baja y frustrada, de resentimiento anticipado y etcétera, etcétera…

  Claro, y seguro que cobran acorde a eso, o menos,  y cuantas veces,(¿O siempre, absolutamente, como casi todo el espectro de diversidad laboral?) menos que un maestro…

  Por eso no se puede garantizar los ideales de lucha por una justicia justa, cuando en la práctica ésta ni siquiera se permite por improcedente, cuando sigue beneficiando y privilegiando a los ricos y casi siempre debe ser contemporizada para encajar en sus necesidades de poder y dominación social.

  De las ilusiones de unos y otros se enternecen las clases altas, que no precisan de justicia para lavar dinero diariamente por millones, acumular poder a través del cinismo de los fraudes cotidianos, traficar y vender por pedazos países enteros.

  Un policía no sirve a la seguridad cuando antes que cuidar a los vulnerables e indefensos es más útil vigilando la puerta de un banco, o de un prestamista ilegal, de una casa de juego clandestina, o un prostíbulo disimulado en los miles de disfraces que se usan para perpetuar la trata de mujeres y menores, como algo socialmente tolerado,y en la práctica legalizado.

  El permeable marco teórico de la legalidad-seguridad existe solo porque el usufructo de esas mecánicas es capitalizado por el sector más alto e impune de la sociedad, que necesita mantener esa zona oscura para poder construir su elaborada representación moral.  En eso no se diferencia en nada del marco teórico sobre el que se sustenta la educación-formacion ciudadana!

  Pero en los pueblos muertos, en los barrios deprimidos por las políticas que hacen a esta sociedad sectorizada y segmentadamente injusta, en los barrios bajos donde no se puede llamar a la policía para que nos proteja porque no vienen(y si vienen hubiera sido mejor que no vengan), cada muchacho o muchacha sale de esas escuelas públicas con dieciocho años y un bagaje de conocimientos y técnicas prácticamente inútiles y caducas, casi un manual de instrucciones para hundirse en la mediocridad y la sumisión total. 

 Sin embargo se pretende partir de una libertad cercenada de antemano, una necesidad vital de generar ingresos urgentes y tal vez una familia en marcha o simplemente soñada, aunque los sueños se hayan ido volando jóvenes y anticipadamente con el viento de la crisis económica eterna y la falta de medios. 

  Y tal vez estos jóvenes sin sueños no encuentran otra posibilidad latente y cierta, tal vez la única alcanzable, la más inmediata, de estudiar para maestro o policía, de trabajar de policía o maestra… Y en esa lucha por la supervivencia se encuadra tal vez muchas veces el único norte identificable que podría confundirse con la vocación: vocación de sobrevivir, de progresar hacia algo más real que vivir como un ratón en la trampera de la casita de los viejos…

  Porque la única verdad es la evolución personal, y la sociedad y los hermosos valores que todos exigimos a los demás, no dejan de chocar antes de nacer con la mecánica caníbal y destructiva, predadora de una omnipresente y despiadada comunidad humana.

   Y es con unos pocos pasos transitando la jungla social que percibimos que no encaja valores en el mismo casillero que el dinero, que no entiende de éticas ni morales a la hora del lucro y los rendimientos, que no cotiza sueños, no paga por ideales, no hace adelantos a la manera correcta de actuar ni a otra estética que no sea la de la sumisión a la autoridad.

  Que comodidad sin embargo, poder seguir fabricando ángeles y demonios, buenos y malos, para poder desplegar el mapa de culpas como siempre, inclinado hacia la otredad, hacia el ajeno absoluto, hacia lo que no queremos aceptar, mientras mentimos, y mentimos sin parar para ocultar nuestros propios errores en un mundo que tiene más pantallas que ojos, mas teclados que manos trabajando. 

  Pero seguiremos, acusando de traidores a los que ayer eran los correctos, de perversos a los que mañana seguiremos ciegamente. Y así una y otra vez, para poder seguir apuntando con el dedo, en todo lo que hacemos.  

  Porque delegar culpabilidades siempre es más fácil que asumirnos y hacer lo que decimos: vivir “como pensamos”, poner en marcha lo que exigimos… 

  No importa, cada día salen del horno mil maestros y policías más para construir y ser guardianes de esta decadente normalidad que tanto nos molesta, normalidad que combatimos con palabras pero no con acciones, que censuramos y defenestramos pero... que no dudamos en fortalecer, eligiéndola, hoy también, como ayer.


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