28 octubre

¿Por qué decimos “Nadie Menos”?

 

  

  En un mundo que se basa diariamente en la opresión la explotación y la injusticia, decir “Nadie Menos” como si tuviera sentido, es algo que no tiene ningún sentido, porque si hay algo que no podemos hacer al día de hoy es dar un paso más hacia el abismo, ni siquiera hacia el abismo simbólico de la ausencia de sentido. 

  Es asumir sin decirlo que la furia se aceptaría si fuera la de William Wallace, que la astucia seria valida si fuera de Robin Hood, que la inteligencia seria bien vista si partiera de la mente brillante de Favaloro… pero ¿Ni una menos? ¡Por favor! ¡Si hay igualdad que sea para todos! ¡Andá a hacerte coger a ver si se te pasa…!

  La diaria construcción permanente de lo establecido, el formato del mundo en que hemos sido moldeados nos impone y a la vez nos impide ver las cosas como realmente son: “Nadie Menos” es decir que solo hay excesos, que solo hay excepciones, que la base esta, está bien, que vamos bien, y en ese barco de papel higiénico ideológico podemos navegar, pero no…

  “Claro, te entiendo, pero yo soy contador, y trabajo cada día, pago mis impuestos y…”…No, no… Cada cual desde su puesto, desde su posición estática en la vida, debe hacerse cargo de lo que está generando día a día como parte de la humanidad, porque los números que dibujaste hoy para ganarte tu sueldo pueden haber matado una familia entera en la soledad indefensa del campo, en un lugar que no ves, en un mundo que no te afecta su permanencia o desaparición.  

  Estás cambiando vidas por números en la banquina del sentido del discurso, donde se tiran todos los cadáveres que molestan: en forma de palabras malsonantes que se evitan, de verdades incomodas que se ignoran aunque estén a la vista, de construcciones semánticas completamente hipócritas que se deslizan silenciosamente sobre las ruedas aceitadas de la automanipulación social.


 ¿Es que estamos luchando acaso por los niños que cada día dejan de lado su necesidad de amor para seguir intentando crecer y sobrevivir en un sistema que degrada –como norma- al ser humano? ¿Es que estamos luchando por poner un grano de arroz en el estómago achicharrado como una pasa de un hombre de cuarenta años muriendo de hambre silenciosamente en la puerta de su casa vacía, en algún rincón de África, Luxemburgo, Dinamarca o Hurlingam? 

  ¿Es que también nos preocupan sus hijos, su mujer y sus perros? ¿Es que nos importa el obrero que cuela el acero en el crisol mientras aguanta la tos que lo está matando, con sus pulmones y sus venas llenas de la última aleación que el mercado de la industria barata, descartable encumbró? … Ciertamente: no. 

  Pero parece muy adecuado y heroico dar un paso más allá en la conciencia colectiva que apenas se vislumbra en una tibia toma de posición inofensiva, para equipararse con Gandhi, Jesucristo y Buda, y luchar por la paz y el bienestar universal a través de la simple enunciación de un eslogan vacío de dos palabras….

  Una chica que venía de otro país, como se cuentan las cosas los viajeros, en esa catarsis de una noche frente al fogón, me hablaba de alguna situación incomprensible, tal vez inaceptable, y de cómo sólo sonreía y seguía adelante, y me lo explicaba en cuatro palabras que son una forma de definir el peso ya insoportable del mundo: “soy mujer, puedo hacerlo” definiendo la última opción posible frente a la opresión y el abuso.  

  La simulación como el último reducto que nos permite mantenernos vivos sin ceder lo único que podemos resguardar, la necesidad innegociable de permanecer, tal vez para seguir luchando, el fuego interno que brilla bajo las cenizas de nuestra propia piel degradada por el látigo y los insultos… 

  Cuando nada resta, la trinchera se arma en la rebeldía que queda en la conciencia de ser y saberse humano, que simula pero no acepta, que obedece pero no siente, que participa pero miente, y llora a través de símbolos y canciones, de un mundo de miradas hacia adentro y estrellas invisibles a la luz del día…

  Como los antiguos esclavos que ponían la cuña en el engranaje, hoy en día, cuando la dinámica entera del mundo actual se apoya en una mitad exacta de la humanidad puesta por encima de la otra, luchar por la igualdad más básica que podemos usar como construcción de un mundo nuevo es un acto reconstructivo de múltiples cimientos.

  Mientras tanto, decir “Ni una menos” es tan fácil como declararse como denunciante en contra de la esclavitud, mientras no dejamos de buscar la oferta manufacturada por mano de obra esclava en un país lejano que tal vez dista de nuestro hogar no más de cuatro o cinco cuadras…pero sirve.  

  ¿Sirve? Así, de la misma manera que diríamos “calma la sed” como actores en una publicidad de gaseosa, no se si sirve, pero por algo se empieza, y un día las palabras que decimos mueven algo más que nuestra lengua…

  Pero decir “Nadie Menos”… ¡Nadie menos! ¿Denserio me están hablando? Cuando cada faceta de la vida actual -sin excepciones- se basa en el flagrante pisoteo constante de derechos personales, en la discriminación, el exterminio selectivo y el racismo, en la invasión y la guerra de conquista, pretender que vamos a avanzar sobre las ruedas de nuestro propio cinismo, hipocresía y falsedad es equiparable a suspender al  amanecer para prender un foco…

  Pero hay un solo momento mágico del día en que podemos mirar el sol cara a cara y subirnos a su fuego ascendente, sentirnos iguales y no inferiores a cualquiera, porque por segundos no hay forma lógica ni científica de negar que estemos hechos de la misma materia.  

  Solo cuando logramos imponer en nuestro corazón el miedo a la oscuridad, amamos el ocaso de una luz que se apaga, que nos hace refugiarnos, temer y pagar tributo a los dueños del candelero, para sentirnos seguros, y confiar en un camino ciego, esperanzados en que nos lleve a un nuevo amanecer que, indefectiblemente, empezará sin la presencia de los necios y los tibios.

  En el camino, a través del firmamento del abanico interminable de opciones que descartamos diariamente, se da la lucha y el asedio renovado de las plazas inmensamente amuralladas, el ataque suicida del esclavo encadenado hacia el capataz de la factoría, el salto total hacia una nueva conciencia… Mientras, el planeta gira, espera…



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