11 abril

El juego de las diferencias...

  

  



Somos testigos, silenciosos, somos arte y parte: día tras día lo que está mal empeora, lo que nos mata se oculta, y lo que es cierto se ignora silenciosamente. En busca de recursos que serán desperdiciados se arracima el mundo sobre sí mismo para comerse sus propios huesos, mientras atentos miramos, a ver si alguna miga, astilla o gota de ese tuétano secreto cae a la distancia justa para poder hincarle los dientes…



  Nos han hecho creer que la vida es virtual, que podemos modificar el mundo a través de nuestros nerviosos dedos sobre el teclado de las redes sociales.  

  Nos convencieron que las películas reflejan nuestra posible realidad, para que no nos demos cuenta del guion macabro sobre el que tomamos nuestras decisiones, que la felicidad es propia de las telenovelas, que la sangre solo corre en las guerras, y que estas son justas (y lejanas), y que luchan por nosotros.  

  Mientras tanto, ajustan sus cercos, incendian nuestras naves para que tiremos de su carro y nos empujan, esclavos, al contaminado Rubicón de los medios masivos corporativos, diciendo “La suerte está echada”.  

  Pero bueno, no es más que más de lo mismo, y solemos disfrutarlo, porque en esta mundialización total que nos acosa minuto a minuto, cualquier acción desprogramada, cualquier idea propia produce desconfianza, y nos convierte en un estorbo incomodo, en un grano de arena en los aceitados engranajes de la maquinaria…

  



  No nos alcanza con recolectar firmas para campañas virtuales, con emocionarnos por cada cachorrito que sacan de un canal en un día de lluvia (eso pasa todos los días en alguna parte del mundo, otras cosas peores, también) a la larga, ser un héroe o heroína de este tipo deja mucho tiempo libre, y navegando por aquí y por allá, en minutos absorbemos las pesquisas e “investigaciones” de los medios autorizados para que seamos expertos en política nacional, e internacional también claro, ya que todas las tiranías nos amenazan exactamente del otro lado de la frontera.  

  Por suerte, podemos informarnos y tener todo claro, pero no pensar, eso es trabajoso, mucho menos actuar, ser protagonistas de nuestro propio tiempo, lo más acertado es consumir informaciones y luego tomar partido en este coliseo -bajándole el pulgar a los demás- por el lado de los buenos (para beneficio de personas incultas, aclaremos que los buenos son los que salen en las fotos sonriendo) claro, porque eso es lo que nos aleja del mal.

  Pero tampoco nos alcanza con creer en dios, que no elige bien sus representantes, queremos milagros comprobables como Herbalife o Google Street, entonces saturamos las redes sociales con nuestras quejas y reclamos inertes, con nuestro hastío de mantener a raya este viejo vacío interno con los mismos entretenimientos repetidos… ¡Durante años! …Con nuestra forma de sumarnos a toda campaña sin mirar, porque el culpable es el otro, y eso nos hace mejores…

   Aun así, no nos damos cuenta que otras campañas nos tienen como blanco, porque eso es la globalización, un afilado guante de seda donde nos envolvemos bostezando para ser consumidos a voluntad mientras nos engañan con novedades y diversión garantizada, con chatarra mediática, injusticia mecánica, y vendedores de armas y terroristas por igual, de drogas y narcotraficantes por igual, de inocencia sexo duro y perversión por igual.




  Y mientras evitamos tomar alguna decisión propia, mientras desdibujamos nuestra necesidad de coherencia aplaudiendo en la arena de los poderosos, seguimos penando para que fabriquen la nueva noción de igualdad, libertad y fraternidad de poster de cine de barrio (la película es estadounidense, claro), donde quede claro que todo lo bueno demora y hay que esperarlo calladitos y quietos que algún día nos va a tocar… 

  Y si la libertad igualdad y fraternidad no llegan es porque debemos esperar un poco más, lo bueno nunca alcanza para todos… O, tal vez no corresponda.

Y así coleccionamos fotografías de lugares perfectos, de sociedades ideales, de naturaleza intacta, suplantando la complejidad del mundo real a nuestro alcance con imágenes estereotipadas que angostan aun más nuestro ángulo de visión de la realidad… Mientras tiro la basura por la ventana le pongo “me gusta…”

   ¡Pero noo, por fin! Esto “me encaaaanta” ¡Pero qué bueno! Después de hacernos creer que podemos modificar el mundo a través de las redes sociales, solo para ayudarnos a disimular sin dignidad nuestra sumisión inmediata a cualquier secuencia de dominación-manipulación-exterminio… 

  ¡Ahora tenemos reacciones emocionales! Ya puedo saber cómo me siento y catalogar mis sentimientos en un práctico paquete universal… ¡Ya puedo ser políticamente correcto en una gama tierna colorida y muy explícita, para que no queden dudas de donde estoy parado! 

  Todo esto me entristece, me indigna y me enoja a la vez, voy a publicarlo y ya, que se me hace tarde para cocinar, con estas caritas alcanza…



  Ya puedo seguir mirando videos verdaderos o falsos, no importa, lo que cuenta es reír, reír y reír de los demás, y aprovechar la catarsis de nuestra humillación diaria generándose en la humillación ajena y pública: lo importante es estar del lado de los que ríen. 

  Entonces ya sabemos qué y cómo sentir, que tener para ser, que pensar y decir para estar a salvo. Sin embargo cuando nos despegamos de la silla, nuestro entorno no nos miente, y como todos, arrastramos nuestra frustración económica y/o espiritual hacia el pozo que sentimos en nuestro pecho, hacia la olla a presión donde tapamos todo con angustia y desolación latente, donde la rabia burbujea junto a la ternura… 

  Cada persona tiene en sí misma la semilla del nuevo mundo y la vida: ¡Pero quien va a confiar en algo que no se compra hecho…!

 

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