No hay una forma, ni una formula, para ser coherente, porque el mundo es inconcebiblemente misterioso, extraño y diverso, a veces nos engaña con sus apariencias hasta hacernos percibir las cosas exactamente al revés, pero no podemos verlo.
Y aunque fuéramos conscientes no podríamos
parar a hablar con nosotros mismos el tiempo suficiente para dilucidar una
verdad, eso está fuera de discusión: las verdades no pueden ser aprehendidas,
ni sentidas, ni comprendidas. Las verdades, como todo lo que emana poder en
este mundo, deben ser impuestas sin miramientos, obedecidas, loadas, protegidas
y dogmatizadas para evitar cualquier peligrosa evolución que mueva en el futuro
las estanterías de las categorías impuestas…
Entonces somos coherentes en base a una verdad arbitraria. Eso, por si mismo, es bastante peligroso, pero no nos conforma, queremos libertad, no estar atados al dogma, entonces quemamos los libros de ética y filosofía, nos olvidamos del arte y la historia y pasamos a coleccionar verdades aleatorias, que nos sirvan, no que nos sometan a reglas y miradas, a estéticas y responsabilidades compartidas.
Sin embargo, en un mundo que idolatra la facilidad y la velocidad, que justifica la muerte por diversión y la tortura por dinero, que miente sonrisas gratis hasta la hora de cobrarlas, hasta estas medias verdades circunstanciales terminan siendo embarazosas, y no nos alcanzan
¡Queremos verdades portátiles, que nos sirvan el tiempo justo para
justificarnos y desaparezcan! tal vez luego tengamos que apelar a la verdad
contraria y no hacen falta escombros ni testigos incómodos en nuestra propia
mente.
La línea del tiempo ha sido rota, pero no para
liberarnos, sino para encerrarnos en nuestra propia, eterna huida de la
realidad: de cada hora descontamos minutos inexistentes que desaparecen con
nuestras viejas palabras y actitudes, de cada día horas, de cada año, meses
enteros que ya no corren en la misma dirección que nuestros actuales
itinerarios, que no se corresponden con nuestras declaraciones del día de hoy.
Felices escarbamos como papa Noel en una bolsa desde donde nos regalamos verdades efímeras que construyan nuestra coherencia de papel de un minuto, nuestra felicidad altiva y desdeñosa, porque nuestra verdad es la única verdad perfecta, fabricada a medida, en tiempo y forma.
Es
así como navegamos por la vida (¿o sólo nos dejamos llevar por la corriente?)
sin perder la coherencia, porque ésta es ya imposible, pero nos permite
engañarnos a nosotros mismos, ya que no pedimos pruebas, no hacemos
comprobaciones ni exigimos testigos, nuestra verdad es intrínsecamente neutra,
inerte, y a la vez poderosa, lo que no es, sin dudas, es inocua.
Como el óxido derrumba al fin la más grande puerta de hierro, dentro de nuestras vísceras un gusano se nutre de tanto descarte, de tanto descaro, y del corazón pasa a comernos después el cerebro, el hígado, los riñones, los músculos y las articulaciones, no sin antes meterse en la misma sangre, porque de todo lo vivido queda la memoria en el cuerpo y no podemos borrar nada sin desintegrarnos a nosotros mismos en ese proceso.
En fin, que importa si así
construimos nuestro discurso y nuestra coherencia, nuestras acciones y
reacciones, si lo importante es no penar, no traspirar, si lo importante es no
perder la sonrisa congelada y orgullosa de líderes de nuestra propia vida
mientras seguimos cambiando de canal, de manada, de referencias y referentes.
No vale rectificarnos ni retroceder, si todo parte de copiar y pegar a través de un teclado, de escandalizarnos y pedir que rueden las cabezas que creemos, ahora, indefensas, no hace falta unir dos puntos en una línea, donde se demuestre que pasamos de blanco a negro y en el medio a amarillo o verde, de bueno a malo y después nos olvidamos de todo, lo importante es ser.
Y en eso estriba la
coherencia, porque en definitiva solo podemos ser, y no hay nada más perfecto
que lo que fluye, aunque la forma en que nos miren los demás no sea exactamente
igual a como nos vemos nosotros, pero tampoco, tampoco importa, responderemos
con aislamiento, comportamientos sectarios, insultos, negación y violencia.
Podemos fabricar un millón de verdades por
minuto que digan que los incoherentes son los demás, y esto se demuestra con la
evidencia de que nunca han cambiado, siguen plantados en su forma y estilo,
intentando destruir una a una cada nueva opuesta verdad que gestamos y gastamos
hasta olvidar que alguna vez existió.
Podemos treparnos a verdades ambiguas que demuestren algo y al mismo tiempo lo nieguen, claro, muy útil, si sabemos de qué lado nos vamos a poner, pero desde afuera se ve tan infantil que solo podemos dejar de escuchar gritando y cerrar los ojos a cualquier reclamo, pero no haremos nacer argumentos de un árbol seco y negro.
En última instancia, habremos perdido nuestra voz, por malgastar el silencio
que podríamos haber guardado, y al cerrar la puerta, al apagar las luces, al
apoyarnos serenos en nuestra cama, pararemos las orejas para tratar de
identificar ese lejano zumbido que aumenta y no cesa…es el ruido de nuestra
propia caída.
Pero no llegaremos a reconocerlo, porque entre tantas fantasías nos declaramos invencibles y puros, y en el medio del basural de nuestra malgastada conciencia, hemos vencido por anticipado todas las batallas por venir…
Sin
embargo, afuera, en las calles, resuena, infinita, la verdad. En su defensa
leal y sincera, en asumir una verdad propia que no cambie con el viento, está
la coherencia que derrotara al fin tanta farsa inútil, tanto veneno ciego…
Adelante, ya no hay forma de retroceder…
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