04 agosto

¡Otra vez elecciones!

  


  Si, ¡otra vez! ¿Yaa? Y… si, hay que votar, ejercer nuestro derecho a la democracia, a la representatividad, a la elección de nuestros representantes…

  Claro, parecen frases bonitas y lo son: la comodidad de ser completamente indiferente, el inevitable gesto de votar para involucrarse solo en el momento indicado, de poner un grano de arena y seguir caminando sin culpa,  de estar en el corazón de la movida o de meterse en política en la última curva para ganar algún premio consuelo… 

  Hay una variedad de matices entre ser presidente y votar cada cuatro años, por obligación. 

  Lo que no tiene muchas diferencias es “la vieja política” con “la nueva política” o cual sería la diferencia, como si un candidato cualquiera se pudiera sustraer a la presión eterna del poder establecido, de las conveniencias personales y partidarias, al juego de la economía los recursos y los territorios, a la ecología de las instituciones públicas, los favores y las deudas de campaña… 

  No estamos votando cada cuatro años, solo convalidando la cara visible de un negocio que no nos interesa, y como suele pasar, entonces, nadie nos rinde cuentas…

  Entonces votamos, ganamos o perdemos, pretendemos haber elegido un proyecto de país y nos vamos a dormir tranquilos.  

  No existe, no hay país sin personas, no hay proyecto sin ciudadanía, es imposible pensar que vamos a definir un periodo de cuatro años en un solo día, en un simple acto de ensobrar una balota y dejarla caer por una ranura, cuando no podemos definir un solo minuto del día a nuestro favor sin haber trabajado arduamente para ello.

  No hay democracia sin participación, no se da la yunta de libertad y comodidad, tampoco la de indiferencia y felicidad, si queremos realmente ser individuos políticos, y darle peso a nuestro acto electivo más allá del simbolismo, lo único aceptable es tomar la democracia como un continuum, nuestra vida como una expresión de nuestras propias decisiones, nuestro tiempo como lo único valioso que podemos renovar cada día…  

  Entonces, si en cuatro años tenemos más de 1400 días, ¿Cuál es la intención de cambiar algo cuando nuestro único aporte es llegar temprano a la mesa para no hacer cola?  

  Si tenemos alguna intención de generar, debiera ser permanente, debería expresarse cada día en posturas, hechos, acciones concretas que encausen el compromiso ciudadano con las necesidades y aspiraciones a las que decimos apuntar.  

  Pero es fácil quedarse quieto, es fácil decir no puedo, es mucho más fácil decir, “no me toca a mí” y desligarse, mirar y decir lo mal que esta todo, lo bueno que sería si…


  No hay forma de continuar de la misma manera, sin perder completamente la poca cohesión social que nos queda, no hay forma de entregarse a los “nosotros” o “ellos” sean cuales sean, para volver a cerrar la puerta de nuestra casa y mirar cómo pasa el mundo por televisión.

  Hoy, es más urgente que nunca involucrarse el resto de los 1460 días entre dos elecciones para generar de antemano un proyecto de país que sea para todos, desde la acción en nuestro propio entorno, desde la mejora y la provisión de soluciones, alternativas y respuestas a los problemas cotidianos que definen el marco de las grandes coyunturas políticas.

  Desde el vamos, la convivencia, desde el vamos las necesidades básicas del ser humano, desde el vamos el amor antes que la violencia, techo pan y trabajo antes que exclusión y marginalidad…  

  Gran parte de eso, sin dudas, está a nuestro alcance en la gestión de nuestras relaciones, en la forma de poner el cuerpo a lo que nos rodea, a lo que nos afecta, a lo poco de poder que pasa por nuestras manos.  Sin embargo, ese poco está a nuestro alcance para decidir, para decidirnos, si vamos a hacer algo más que votar para definir el rumbo de nuestro futuro.


  No hay libertad ni dignidad en dejar pasar los días hasta que algo no nos cuadre, hoy, cuando la misma Grecia está en entredicho, la única democracia es la permanente, ciudadana, de exigir con hechos, de hacer con coherencia, defender y cuidar lo público desde el primer al último día, no como un botín de guerra, sino como algo que será entregado a nuestro mismo futuro común: indivisible, a pesar de todo, inevitable aunque miremos al costado.  

  Un futuro frágil, incierto, en un mundo cambiante y amenazador que cada día colapsa y se redefine en sus convicciones.

  En ese futuro estaremos todos, absolutamente, lo que nos toque a todos es solo una parte de lo que haga cada uno: hoy, ayer, también mañana…



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