Como
una postal comprada en el puesto central de la feria, esa que nos muestra el
mar calmo, el sol tibio, la gente feliz… así pasan algunas personas caminando,
como si no fueran más que cascaras…postaleando su fachada en un mundo que
colecciona imágenes perfectas, solo para archivarlas y motivar a los demás a
dejar de ser…
Pero no importa, en algún lugar olvidado del tiempo quedo colgada la individualidad, para ser olvidada, para pertenecer al tibio estándar aprobado por el consenso mayoritario de los temerosos, de los obedientes, de los ambiciosamente predecibles “pares” en la ficción de sobresalir siendo igual a todos.
Pero no importa, cuando
elegimos diseñarnos según la mirada ajena, queda clausurada la propia, y ya no
la extrañamos, ni se pretende comprobar que existe, solo aparentamos y
representamos, para parecer felices, para que aparenten creernos, como nosotros
aparentamos creer en la máscara de los demás, hasta que cada paso se da en el
lugar y de la manera correcta, hasta que cada pelusa se saca para aparentar
perfección, y cada mancha se lava hasta realzar el modelo perfecto de cortesía,
hipocresía, y recíproca maldad calculada.
Claro, porque sin pérdida de tiempo hay que actuar y ganar espacios, eliminar contendientes, afinar los cálculos. Es el lado difícil de la cosa, en un mundo de iguales, todo podría ser hasta por sorteo, ¿Cómo llegar a la cima sin dejar de mantener las apariencias?
¿Cómo caminar hacia adelante dando la espalda a los demás?
En un mundo tan frágil que parece de papel, es necesario revolotear y hacer alianzas infinitamente, jurar amistad a diestra y siniestra antes de sembrar clavos, y olvidar la propia tristeza en la sonrisa del dolor de los otros, y ni siquiera alcanza.
Para poder
acercarnos al foco central y recibir un poco de luz artificial, como polillas
humanas, debemos podarnos a nosotros mismos permanentemente, uniformizarnos y
desnudarnos de todo lo que no encaje en la manada, solo así obtendremos la
fluidez que nos permite seguir y seguir corriendo en el laberinto, sin
percatarnos de que otros caminos vuelven a cruzarnos yendo hacia la nada, de
que otros laberintos fueron igual de simples, entretenidos y sin salida, pero
no importa…
En algún lugar del tiempo espera un recodo del camino donde no queda nadie, donde no hay espejos a los que rendir cuentas ni preguntarles nada, en algún lugar del camino tendremos la posibilidad de recuperarnos pero solo nos dará miedo, solo nos dará frio…
Y correremos presurosos como un niño en un pasillo oscuro hasta poder llegar a la perfección de lo súper establecido, a la tranquilidad del camino conocido y previsto, que importa, que no nos lleve a ningún lado…
Que importa, que no lleguemos nunca a nosotros mismos, si podemos caminar agarrándonos del borde, si podemos validar nuestra realidad en el intercambio de máscaras nuevamente…
Cuando vamos a dormir, nuestros sueños nos vuelven invisibles y no queremos despertar, pero el tictac del reloj nos dice que estamos perdiendo el tiempo, que otros vienen atrás nuestro, que hoy llegaremos al techo del laberinto.
Sin
embargo, cada día de viento derriba y arrastra gente de papel hacia ningún
lado, mientras filas y filas de pies apresurados aparentan calma sin sentir nada…
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