05 julio

Campamento minero

  

  De un fuerte golpe clavo su pala en la tierra.  

  El viaje había sido largo, penoso de a ratos, lleno de aventuras que solían terminar mal, salvando el equipo, desnudo de recursos cada vez que tenía que recomenzar, sin embargo, siempre camino, volviéndose a enfocar en su meta, recuperando sus herramientas, avanzando un poco más hacia la entrada, donde la montaña se había plegado como una puerta para poder penetrarla… 

  Un lugar cuidadosamente elegido en base a su experiencia.  Mil veces intentaron llevarlo, arrimarlo, asociarlo, pero llegar antes significaba perder la libertad, entregar su pequeño filón a cambio de comodidad, seguridad que no le interesaba, como declaraba su cuerpo curtido por la intemperie y las cicatrices de otras perdidas batallas.  

  Día tras día el polvo y el calor volvían a castigar sus sandalias, mientras voleaba de un tiro algún pájaro, o alguna trampa a veces dejaba un lagarto descuidado listo para asar al fuego.

  Ahora estaba en un pequeño claro, casi un oasis, donde algo de césped brillaba bajo la sombra de los arbustos torcidos por el viento y las piedras que cada tanto rodaban… 

  Sin demora, antes que poner en  marcha el campamento, tomo su pico y golpeo un par de horas, hasta casi ver caer el sol, hasta lograr poner una cuña en la grieta, y cansado, conforme, se retiró, con el gusto de la montaña en la boca polvorienta, el anuncio de la veta en el desgranarse del polvo que unía las rocas, enraizadas, firmemente ligadas a la mole sin atreverse a insinuar su corazón… 

  Esa noche apenas si durmió, soñando, había llegado…

  La primera semana solo preparo el terreno, alejo el campamento un poco de la sombra de la roca para que lo despertara el primer sol, y paso a paso mapeo las grietas en el granítico caparazón, algunos de los mineros viejos que pasaban lo saludaban sonriendo, otros, que apenas comprendían la montaña, no alcanzaban a mirarlo más que de reojo por las dudas los contaminara con su extraña forma de actuar, todos volvían cansados solo para tirarse en una lona esperando el sol para reencender un pequeño fogón y reanudar…

  Después de un mes barrenando la piedra extendió el material sobre una lona polvorienta, desenrollo la mecha, cuidadosamente, de cada petardo -ya había logrado una cierta disciplina que se reflejaba en el brillo traspirado de sus músculos al sol- puso las cargas en los pequeños pero profundos buracos y las apretó con fuerza, luego encajo los petardos, midió las cuerdas y las mojo por última vez con una mezcla de almidón y pólvora, por si llegaban a fallar, viejas de tanto esperar… 

  Las cuerdas se balanceaban al sol, miro la telaraña con admiración, como si la hubiera hecho otro, y se alejó, prendió el ultimo cigarro, y con él la punta principal, y, caminando, se alejó… Con la mole a sus espaldas, monitoreaba el curso de la operación a través de las caras de los asombrados inexpertos colegas.  Agarro su sombrero justo un segundo antes de la primera explosión.

  Reflexionó sentado en un montón de escombros mientras el humo y el polvo se despejaban suavemente con el viento, la mole estaba ahí, solo algunos cascotes caían, las rajaduras no habían llegado a conectarse, había faltado material, distribuido con exactitud, pero no había alcanzado.  

  Apagó su cigarro en un gesto que concentrara su tristeza su rabia y su frustración, contra un afilado borde cortante, arranco un pequeño arbusto y lo empezó a masticar, sin demora, se preparó para continuar con el trabajo más duro del mundo…

  Un artista de la zapa no necesita más que pedir pólvora, y se tomó el día visitando campamentos,  viendo en otros sus aciertos y errores, tirando ramas en fogatas converso con otros seres humanos luego de días y días de no abrir la boca más que para comer, recupero la fe en el trabajo duro, inacabado que también soportaban los demás, se sintió respetado por el resto de lo que no era su duro y caprichoso sector de la montaña, y aprendió a mirarla sin ambición ni esperanzas, volvió con su mochila llena. 

  En el fogón, bajo las cenizas encontró aun una brasa encendida para desayunar…

  Trabajó todo un mes en profundizar los agujeros, en hacer otros nuevos, sin pretender desanimarse cuando alguno se desmoronaba, lo que pasó casi con todos, ahora, de todos modos, la peña había quedado marcada, su figura altiva mostraba una sombra dibujada, su orgullo no podía mentirle más al pico y la azada, al barreno, a la paciencia del hombre de carne y hueso penetrando la roca inerte, estéril. 

  Dudó luego, en su mente verifico el procedimiento, se alejó solo lo suficiente para que el rugir de los cascotes no le volara el sombrero y encendió la mecha casi con tristeza…

  Tal vez ganarle a la montaña significaría un tesoro, o tal vez nada, tal vez volver a casa, el oro y la plata no importaban tanto como el desafío que había sido interpretar, entender a la montaña, tallar la roca y vencer venciéndose a sí mismo.  

  ¿Qué habría bajo esa coraza?...Tal vez nada, se repitió.  

  ¿Qué le había dado a  la montaña más que su piel curtida, su voluntad, su propia coraza?  En el último segundo, se dio vuelta a mirar, concentrado en los puntos que bordeaban  la ya dibujada boca de la cueva… 

  Los últimos chispazos anunciaban la explosión, se acuclillo con una mano en la tierra para sentir el temblor…



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