Hace 15 mil años, en la oscuridad, en el calor fresco de una cueva, alguien guardó un puñado de semillas, de pura casualidad -o más bien, en una jugada maestra, aun instintiva- el tiempo suficiente para que las lunas corran sobre el cielo trayendo la nueva temporada, justo a tiempo para experimentar una de los más grandes descubrimientos de la humanidad, cuando no hacían falta ruedas, cuando el fuego era aún un dios tan terrible como esquivo…
La primavera favorable, una lluvia providencial, harían
germinar algunos de esos granos, toscamente enterrados al azar de la
improvisación: acababa de nacer la agricultura…
Después hubo quince mil campañas, hambrunas y fracasos, pestes, guerras y saqueos, esperanzas y secretos celosamente guardados, aprendizajes y conocimientos cuidadosamente transmitidos, pueblos enteros huyendo sin más que sus semillas a través del campo abierto, migraciones, masacres, abundancia y escasez Nuevos retos.
En medio de todo, siempre la esperanza, la comunidad y el amor, el sol y la humildad de arrodillarse en la tierra, el agradecimiento, la ternura, la emoción…
Luego, alguien quiso resumir ese tiempo en un papel impreso, ese círculo eterno en una moneda de oro, aferro su presa y grito… ¡Y nos dejamos convencer que la semilla era suya!
¡Lo dejamos hacer!…
En un mundo que ofrece soluciones de plástico, para gente que pasa sus vacaciones en góndolas de supermercado, todo parece irreal, toda verdad parece lejana, intrascendente, molesta…
En un
mundo que se consume a sí mismo como una manzana, sin embargo, cada decisión
cuenta, cada acción convalida o no el formato actual, cada día se abren nuevas
ventanas y oportunidades para hacer las cosas de otra manera, para pensar de
otra manera, para relacionarnos de otra manera.
Nos enseñaron a someter a la naturaleza, a destruir para conquistar, a extraer para vivir, y así crecimos, convencidos de que eso era normal, de que el bosque y las montañas infinitas durarían para siempre para darnos postales y vacaciones inolvidables, para colonizar y explotar, como un eterno almacén de materiales…
Para adueñarnos de un pedazo de naturaleza viva y convertirla en un desierto… ¿Pero estamos escuchando…? Este pide para cuidar el rio, aquella para plantar árboles…
¡Extremistas, paranoicos!
No hay prensa ni presupuesto para ellos, desde
ya, pero eso no implica que estemos llegando a las soluciones, sino
profundizando un modelo de esclavitud humana que aceptamos sin percatarnos que
cada vez es más trabajo y menos confort, mas veneno a cambio de salud, mas
ambición a cambio de sonrisas…
Hoy en día, las corporaciones insisten en su apropiación ilegal de las semillas, ignorando miles de años de trabajo, de selección a través de las estaciones, de permanencia en el tiempo atravesando cataclismos y desastres climáticos.
Cada año, cada agricultor
a lo largo y ancho del mundo hizo su exacta selección para poder producir, más
y mejor, y sin embargo, no lo retuvo sino que lo compartió, lo trocó, lo
convido y esparció a su alrededor como una forma de asegurar la
supervivencia de su logro, la posibilidad de volver a tener, de otras manos, su
misma semilla, llegada la necesidad.
Volver a plantar, garantiza la vida, por eso las semillas son un patrimonio de la humanidad, indiscutiblemente, y no pueden ser apropiadas ni patentadas, manipuladas para su autodestrucción sin dar un paso firme, uno más, en la previsible extinción del ser humano a través de la degradación del planeta.
Pero manipulan un gen del maíz, por
ejemplo: uno de los cuarenta mil genes que se esconden en un solo grano
de maíz, y lo intercambian por un solo gen de pez, de rana, un hongo o algo por
el estilo y dicen… “Ahora somos los dueños del maíz” insultando con su
podrida ambición a esa construcción colectiva a través de las generaciones, a
un acto de amor humano a través del tiempo con un material vegetal, natural,
que el planeta puso a disposición de todos nosotros.
Claro, la excusa es la investigación, la defensa del capital invertido y otras gansadas... la promesa es el volumen de rendimiento, la facilidad de producción, la resistencia a enfermedades y plagas y tantas otras mentiras sesgadas por el estilo.
Lo único comprobable es que las nuevas semillas exterminan a la población campesina, la biodiversidad, la conciencia de planeta, derramando sobre instituciones y gobiernos corrompibles, sobre una prensa mercenaria que se remata al mejor postor, su dinero sucio que fabrica verdades falsificadas.
Hoy en día para ganar hace falta sembrar un país entero, cuando antes sobraba una pequeña parcela para vivir sano y feliz, en vez de condenarse al hambre y la enfermedad.
Pero nos hablan de números, porque todo lo grande
desorienta y asusta, porque no se cuentan las millones de hectáreas muertas,
los miles de arroyos secos o espumosos de veneno, la naturaleza completamente
jaqueada, la gente en las ciudades hacinada y esclava de su ignorancia,
enferma y rehén de su imposibilidad, y el hambre que recorre el mundo como un
fantasma siempre latente, en medio de una teórica abundancia…
¡Por favor! No dejemos que esto suceda un día mas, como los esclavos que escondían semillas en su pelo, con un oculto desafío en su mirada que hacia olvidar el latigazo, hoy en día es nuestro deber guardar y defender lo poco que queda ante la embestida final de las corporaciones, que en solo sesenta años casi han destruido por completo un conocimiento y bagaje cultural prácticamente inabarcable y eterno.
Es nuestra responsabilidad total frente al futuro de las próximas generaciones no entregarlas atadas de pies y manos, a una carnicería ciega del espíritu a cambio de dinero ajeno.
¿Despertaremos a tiempo?
¿Tendremos esa formidable
valentía?