Si
fuera esta una realidad auténtica, si fuéramos nosotros algo más que falsos
profetas de nuestra diáspora eterna por las banquinas de los mandatos
universales, si fuera esta una humanidad que nos abarque en nuestra necesidad
de sentirnos vivos con algo más que compuestos químicos tóxicos y una avalancha
de carteles…
Pero no, nada es como debiera sino como es, y cada día seguimos confabulando con un sistema inútilmente crónico, crónicamente inútil, para despojarnos de nuestras mejores características humanas en pos de ventajas ficticias que nos convierten en felices esclavos.
Perseguimos sin
pausa el acceso a novedades tecnológicas que nos vuelven más indiferentes que
las mismas maquinas que aprendimos a adorar como dioses de la posmodernidad,
maniatados por un infinito despliegue de vidrio luminoso y polímeros sintéticos que se han vuelto la solución
mágica a miles y miles de necesidades y problemas nuevos cada día.
No es nada raro que no tengamos tiempo para nada, cuando la publicidad nos bombardea a un ritmo tal que nunca llegaremos a estar conformes, que nunca llegaremos a tener la última novedad del catálogo mundial de réplicas exactas de la nueva moda.
Y mientras tanto siguen jugando
con nosotros, mientras nos adormecen con historias para niños que no quieren
trabajar para que volvamos a poner nuestras fichas en una jugada perdida de
antemano, pretendiendo que la dinámica del sistema que crea y profundiza todos
los problemas del mundo, va a empezar a brindar soluciones, en vez de disponer
libremente de nuestro tiempo y nuestra energía vital para impedirlas.
Pero
eso no importa tanto, el conflicto interno que se agudiza con cada defección,
con cada promesa que hacemos en contra de nosotros mismos, será reutilizado
para vendernos alternativas, casi siempre tan inhumanas, costosas, y alienantes
como el panorama del que queremos escapar.
Aunque…no es tan así, tal vez no queramos escapar sino solamente
desconectarnos por unas horas cada día, al liberarnos del yugo laboral, social,
familiar.
¿Pero que logramos sino seguir dividiéndonos, atomizándonos, encadenados a verdades eternas y místicas que no encajan con nuestras conductas individuales?
No importa, igualmente, el resultado no nos molesta, porque necesitamos hablar de amor y dioses, de dicha y armonía, de convivencia y evolución humana…
A las ocho en punto se termina todo, cuando
ponemos el culo en la silla frente a la pantalla, y con nuestros deditos
empezamos a definir la suerte de los demás, que dejan de ser “seres” para
volver a ser números… o cuando nos calzamos el mameluco de trabajo y el mundo
vuelve a ser áspero, competitivo, predador.
Obviamente, hay un sector de la población del mundo que no se hace estos problemas, que simplemente desprecia toda espiritualidad no redituable, toda interacción gratuita…tal vez ellos sean los menos equivocados, por lo menos tienen los dos pies del mismo lado.
Pero ese pequeño porcentaje despiadado y duro, cínico y conforme, define las políticas que afectarán a los demás, los modos y plazos en que serán aplicadas, el objetivo final hacia el cual se enfocan todas las energías y expectativas.
Y no solo eso, también elegirán los individuos,
sectores y territorios que serán descartados mediante el sacrificio, porque
todo proceso genera un residuo, y para eso estamos todos disponibles, ya que
los amos del mundo no tienen una nación o raza predilecta, un sistema que
prefieran realmente a los demás ni una religión que los detenga.
Estamos en clara desventaja. La desventaja es pretender que debemos seguir adoctrinándonos, aprendiendo a sortear las trampas, generando alternativas… ¿Alternativas a qué? ¿Al suicidio en masa? ¿A la destrucción permanente del planeta?
¿A la miseria con que condenamos a dos tercios de la población para darle una inestable y tibia seguridad al resto? No, definitivamente: no.
Pero
como pretendemos igualarnos a nuestros captores, seguiremos construyendo jaulas
y esquemas de destrucción mutua, asesinándonos y esclavizándonos para lograr un
segundo más de confort, de poder, de redención a través de la culpa ajena, del
ajeno sufrimiento.
Y por eso necesitamos el yoga y la infinita bondad de los gurúes, la paz y la mirada clara de los predicadores, aunque nos exijan un diezmo que no alcancemos a pagar.
Aunque nos divida, internamente, es mucho más fácil que partir de reconocer nuestra realidad de esclavos posmodernos, de psicópatas rentados absolutamente dependientes de las ganas de llenarnos el plato que tengan nuestros carceleros. Claro, eso no vamos a decirlo, porque ahí está el plato, y ya no podemos llenarlo. ¡No como quisiéramos!
No con cada último modelo del catálogo y cada especialidad única y exclusiva de la casa, de la industria, de la máquina.
Por nosotros
mismos solo podemos llenarlo de promesas y nuevos problemas, de deudas y
mentiras poco elaboradas y es lo que queda cuando se empieza a entregar
selectivamente la ración, cuando a pesar de todo y nuestra buena conducta, caemos,
tropezamos y descendemos en la pirámide social para ser pisoteados sin piedad.
Es técnicamente imposible que ante esta realidad permanente y total todo siga como está… Pero sigue, y se hace costumbre añorar la mentira que nos dejó atrás, la intocable metáfora con que nos endulza la propaganda, la movediza luz al final del túnel con que nos guían a través de nuestra acostumbrado recorrido.
No llegaremos, ni dejaremos nunca de caminar,
pero si haremos el camino más corto hacia la sumisión total, porque no queremos
estar perdidos, no en la oscuridad: antes que nuestro instinto brote y reclame
la perdida autoridad, hallaremos en la mecánica biblioteca de la mentira mundial,
una explicación a todo esto, simple, contradictoria, racional…
Pongamos una fecha a la posibilidad de definir nuestra propia vida, un punto de inicio, de la manera en que podamos empezar, antes que el mundo a través de sus directores ponga una fecha cierta a nuestra lenta muerte.
Puede ser hoy… ¿Por qué no?
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