27 enero

El futuro que nos espera

  

 

  En poco más de 200 años, desde que se inventó la máquina de vapor, a través de un uso completamente irresponsable de los recursos, fuimos participes de la mayor devastación planetaria que se recuerde, de la más egoísta y cínica destrucción de nuestro entorno en nombre del pasajero confort.

  Nada fue irracional, sino al contrario, perfectamente planificado, justificado, diagramado punto por punto, y tampoco vamos a parar por que el cucharon ya este raspando la olla.  

  Hemos sido testigos de fabulosas proezas de la técnica, de la invención de máquinas maravillosas y materiales asombrosos, y todo al alcance de la mano, todas las soluciones para nuestra cotidianidad convertidas en una perilla, un botón, una orden… 

  Y ya que estábamos encerrados en casa, y ahí afuera un mundo inmenso y despoblado pero repleto de riquezas y materias primas, se abrió una ventana mágica con la era digital: Internet.

  Ahora todo se compra y se vende sin siquiera olerlo.

En un interminable y complejo entramado de productos innecesarios y eternos y otros tan necesarios como descartables podríamos perdernos por toda la eternidad, pero por suerte hay asesores económicos, gestores, formadores de opinión…  

  ¡Hay empresas que fiscalizan a las encargadas de fiscalizar a las agencias de calificación que elaboran el ranking de confiabilidad que nos guía a través de nuestro inmenso despilfarro! Aunque, en definitiva, todo se remite al poder económico.

  Despiadados gerentes deciden amablemente la extinción de ciudades enteras y la construcción de nuevas torres de babel en el fondo del mar, las empresas y las fábricas se comen a la gente hasta hartarse, como enormes tiburones, se comen unas a otras y después eructan espejitos de colores.  

  Por supuesto que en esta mecánica, tanto consumo necesita incesante producción, es por eso que la mitad del planeta debe ser esclava de la otra, y claro, todos esclavos del trabajo, del tiempo fijo del reloj.

  Día tras día se acorta el espacio vital que nos corresponde, mientras nos acostumbramos a mirar para otro lado, hacia el televisor, hacia la pantalla de la computadora que nos engaña tanto como queramos aceptar, banalizando y pervirtiendo el sentido mismo de la vida.  

  A lo sumo podemos acusar a los gobiernos, a las corporaciones, a nuestros vecinos conciudadanos y enemigos políticos… A todos trataremos de socios y cómplices del etnocidio, del ecocidio, justo antes de disfrutar de sus beneficios.

  Para eso contamos con un almacén donde vegetan todas las teorías imaginables, todas las justificaciones que necesitemos para no sentirnos parte del problema y por supuesto, mucho menos de la solución.  

  O no, si, seguro que sí, solo hoy ya postee tres fotos salvando el bosque amazónico, el tigre de bengala y la ballena franca austral.  ¡Respiro y siento que estoy construyendo un mundo mejor! (¿Es que no hay nadie entre el público que pueda clavarme una lanza en el corazón? Necesito despertarme, salir de este sopor…)

  Pero así es la realidad virtual que nos ahoga, tan cómoda como queramos, tan virulenta como nos haga falta: nos sentimos conectados, o no nos sentimos bien, 

  ¿Que no hay wi fi en este bodegón? ¡Se me atrasa el Watsap! Y así avanzamos derrotando todo lo anticuado, como cuando vamos al parque y por suerte encontramos un playón de cemento junto al mástil para armar el picnic, mientras los niños pisan el césped con cuidado no vaya a derretirles las zapatillas.

  Nos envenenamos lentamente desconfiando de todo lo que no venga en un paquete, educando con un chirlo en la mano al pequeño niño que junto una maravillosa hoja seca del suelo,  hablamos genéricamente de “bichos” “podrido” “peligroso” para referirnos a la naturaleza, mientras llamamos “comida” a las formulas químicas anti nutritivas que adquirimos en el supermercado.  

  Seguimos caminando hacia la posmodernidad y un día no tendremos adonde volver, seguimos permitiendo que borren y reescriban nuestra historia hasta el día que tengamos que preguntar que o quienes somos…  

  Hasta el día en que ya no podamos saberlo…

                                                                      

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