Anualmente,
en nuestro planeta, se extinguen entre 27 y 100mil especies por año… cuando veo
un poster llorando por el rinoceronte blanco me dan ganas de vomitar…
Igualmente, no es más que un símbolo, un reflejo de nuestra compulsión obsesiva, de nuestro obsceno adiestramiento que nos permite ver solo lo más grande, lo mejor, lo más fuerte, más alto, más, más y más.
Y así vivimos mirando para arriba sin tocar el suelo, la tierra, el pasto que se muere mientras tecleamos. Firmando peticiones para salvar los ríos mientras no sabemos dónde queda el arroyo más cercano, mirando con asco la zanja, sin mojarnos las patas en el agua.
¡Y cómo iba
a ser! Si nunca nos interesó de donde viene el agua que pasa por nuestras canillas, y mucho más
lejos aún estamos de fijarnos adónde va.
No nos importa. No queremos salvar los ríos, queremos salvar nuestro estilo de vida, el rio es un ladrillo más sobre el que edificamos nuestras ambiciones, un objeto útil, un medio.
Claro, nosotros somos el fin, y para eso debemos salvar la
naturaleza ¡que ilusión de poder! Que seguimos alimentando mientras el planeta
se sacude como un perro mojado, derribando nuestra ostentosa civilización.
Entonces vemos desembarcar a los
burgueses en sus autos, para combatir el fracking, y de ahí a sus casas
climatizadas y cercadas. ¿Es que no se enteraron que todo es energía?
¿Que estando en los dos bandos a la vez solo serán ametrallados? Y
felices morirán combatiendo a las petroleras mientras lloran por el precio del
combustible, “salvando” los acuíferos mientras abogan por el exterminio de los
barrios pobres y sin agua potable...
Pero así es el nuevo fascismo ambiental que pretende salvar a unos matando a otros, y combatir a las corporaciones aliándose a otras y conquistar una isla donde asegurar su propio futuro, como si no fuera común e inexorable, igualitario, total.
Hace falta mirarnos
con un poco más de humildad, mas descalzos, mas desnudos, para encontrar un
camino que nos lleve a encontrarnos los pies, sacándonos del espejismo perverso
de la pirámide que siempre nos tienta a subir un escalón mas solo para ser
alfombra, mientras los dueños del mundo se alimentan de nuestra
frustración.
Pero retiremos nuestro ladrillo:
pisando la hierba fresca, volviendo a la tierra que pisamos hoy, plantando un
árbol en vez de una reja, reciclando nuestro espacio en vez de quejarnos
del costo, del precio, del tiempo que nos lleva volvernos más estúpidos frente
al televisor.
Ya no se puede seguir sembrando miseria y bombas, cosechando hambre y balas, destruyendo en nombre del progreso. ¿Del progreso de quién? Sin ese pequeño insecto que nos mira desde el vidrio de la ventana el mundo entero colapsa sin remedio, y todas nuestras maquinarias hacen hoyos en un reloj de arena que nadie va a dar vuelta.
¿Cuántos de nosotros vimos una ballena? ¿Quién puede asegurar que existe ese ser llamado Panda? ¿Hemos visto acaso saltar al tigre de las Montañas Nubladas? La naturaleza es todo lo que nos rodea, incluyéndonos a nosotros mismos.
La belleza y la majestad de la vida está en cada hongo, en cada musgo, en las
mismas bacterias, pero el tigre se extingue solo después de miles de plantas,
de millones de animalitos menores e insectos que no nos importaron, y ya no
podemos salvarlo con nuestra forma de pensar.
De la misma manera queremos salvar el
planeta para la especie humana, que a la vez se extingue a sí misma en miles de
guerras simultaneas, fratricidas, genocidas, racistas, clasistas, que no
distinguen entre combatientes y niños, entre trincheras y escuelas, entre
ciudades y cementerios.
Pero queremos salvarnos sin dejar de consumir, sin dejar de someter a los débiles, de esclavizar a los pequeños, de masacrar a los indefensos…
Claro que no
se puede, y la humanidad entera se hunde en el fango, pataleando pero ya es
tarde: olvidamos como vivir generando vida, olvidamos crecer desde adentro
hacia afuera, y olvidamos devolver, compartir y convivir. Pero queremos
la frutilla de la torta, porque el marqueting es más fuerte que la lógica
¡porque nuestro superfluo deseo es más tenaz que la vida!
¿Lo es? A punto estamos de enterarnos de la fortaleza de nuestros iluminados templos, de las líneas de fuga de nuestro hacinamiento.
A un paso estamos de la desesperación y el terror, de la desolación que invadirá el campo seco donde cultivábamos nuestros viejos pensamientos.
Por eso es necesario sembrar sin perder tiempo, y cuidar
cada brote de un nuevo mundo compartido, sin egoísmos ni prejuicios, para poder
aun nacer de nuevo y, en el desastre, cuidar un cuenco que rebalse vida, desde
nosotros mismos.
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