Fluctuación
¡Pum! ¡Crash! Me despierta el estallido de la chapa contra la velocidad de la autopista quieta, crish, crish, crish, enseguida una lluvia de cristales, salgo de mi caja, asustado, soñando con armas en mi cabeza… ssssssssshhhhhhhhhhhrrrrrrrrriiiiiiiiiissssssssshhhhhhhhhhhhhhh, ahora va cayendo una catarata de chispas, sin pensar, miro para arriba, sobre la baranda (doblada y ya cayendo, o enrollándose sobre sí misma, durísimo acero) va patinando un camión tanque, con las cuatro ruedas traseras del lado del conductor girando en el aire.
Sigue surfeando la curva de la autopista haciendo una ola
chirriante de chispas y se detiene finalmente con un gran gong, al final de la
bajada, cruzándose como una barricada en la avenida. Recién entonces
destacan las intensas frenadas, otros pequeños choques, y después como una
orquesta, estallan al unísono llantos, puteadas, gritos, increpaciones y
llamadas a dios en todos los tonos.
Se lo que significa esto, crónica tv, helicópteros, policía.
Agarro mis cosas, me saco rápido el cartón de la ropa, embolso todo en la toalla y salgo caminando, hago unos pasos y me detengo, debería quemar todo, por las dudas, nunca se sabe, amontono todo el cartón, las sillas rotas, las maderas, la ropa podrida… y sigo arrimando combustible.
Solo tengo cuatro fósforos: el primero se apaga con el viento, el segundo también ¿en qué estoy pensando? Corto papel muy finito, me tiemblan las manos, prendo el fosforo al lado del papel metido adentro del montón tapando el viento con mi cuerpo aterido de frio, prende despacito, un poco más, ya arranco, le pongo cartón de a poco y algunas ramitas, arriba de todo tiro ahora el colchón, el fuego ya ilumina el hueco de la autopista, un humo negro me despide, bajo en diagonal resbalando sobre el pasto mojado cuando la veo, una gorda billetera, inconfundible, ¿habrá volado en el accidente?
Recién ahí miro a todos lados, la levanto, ahora corro, corro instintivamente en la noche oscura, espantando a los caminantes nocturnos que se cruzan de vereda abriendo bien los ojos. Lacroze se muestra, al ratito, llegue sin pensar, resoplando.
Perfecto, amanece, no quiero arriesgarme ni un poquito, en el baño podré contar la plata tranquilo, entro a la estación. Los policías recostados en el molinete tomando mate, apenas se molestan para decirme que el baño abre a las nueve, voy al parque, con delicadeza tanteo un billete y lo extraigo lentamente sin mover los demás. ¡Cien pesos!
La ansiedad me acelera el corazón, voy hasta el
almacén, donde no me dejan entrar ¿o soy yo el que lo pienso así? Vino, pan,
salame, queso… ¿Tenés con que pagar, Bin Laden? Me pregunta antes de mover un
pelo, le doy el billete, nuevo, de banco, lo mira, lo remira, lo raspa, lo pone
a contraluz, lo deja en el mostrador y trae todo, pero no el vino, sino un jugo
Baggio multifrutal, pone todo en una bolsa, y tira el billete de cien adentro,
quiero pagar pero se queda mirándome a los ojos hasta que me da vergüenza.
Bajo la cabeza, recuerdo la última vez que me miraron así, cuando volví con la bolsa de naranjas del vecino, desde el fondo de mi tierra me llega el recuerdo de un sollozo, que se abre paso en mi pecho y raja mi garganta, estallando en lágrimas calientes, en un temblor que ahora es solo llanto, sin embargo se ahoga en sí mismo y se congela en espera de una respuesta ¿me iba a denunciar esa mujer? (no).
Está todo bien ¿sabes? Pero no quiero tu plata ni saber de dónde la sacaste, me dice, esperame... Ya estoy bastante recompuesto, vuelve con un bolso viejo, ropa de su marido, que ya no volverá a usar, decile a Oscar, el guardián del cementerio, que te manda Dora, que te preste el baño por favor, ahí adentro tenés jabón, shampu, perfume y todo, y no quiero verte más por acá, gracias.
De nada, contesto, automáticamente, vuelvo caminando para el
cementerio, eso que tenés puesto se lo das a él, que lo tire a la basura, por
favor, me dice, saliendo a la vereda. Y no te olvides de afeitarte y
cortarte el pelo, ahí tenés con qué. Si, señora, me hace una sonrisa
forzada y da la vuelta. Como vorazmente en el parque, hasta que aparece
la silueta del cuidador del cementerio.
Hace un par de semanas que no me bañaba, el agua sale marrón por un buen rato, me lavo la cabeza trabajosamente, me duele todo el cuero cabelludo, me afeito en el espejo, me peino, me visto.
Las zapatillas gastadas me quedan un poco grandes pero la ropa muy bien, me corto un poco el pelo, agarro la billetera y mi única pertenencia real, que salve de casualidad en el bolsillo interno del saco, una foto cuatro por cuatro de antes de venirme para acá, dejo todo lo demás en el tacho de basura que me arrimo el cuidador, hay muchísima plata, la mitad son de cien, tarjetas, ¡documento!
Miro la foto, se parece a mí pero no tanto, en cuanto
salga de acá le pego la mía. ¿Todo bien? Golpean la puerta, ya va,
ya va, si, diez puntos. Salgo ¡Epa, Bin Laden! Así que te mandaron a
bañar, con razón, que ojo, esta Dora es terrible, mira que mató al marido
a conchazos me dice babosamente, andá con cuidado… así lo hare, adiós
colega, me rio por no insultarlo.
Salgo caminando derecho a la estación, la gente comiendo en el parque me indica que ya está por salir el Gran Capitán, atrasado claro, nadie me presta atención, aunque todavía tengo el reflejo de esquivar a la gente (antes de que me esquiven a mí).
Tengo el boleto,
compro un bolso nuevo, zapatos, un boligoma, ahora pego la foto en el baño de
la estación, salgo, me siento a esperar y retrocedo mentalmente en el largo día
que está pasando velozmente, ya son las doce, sigo recordando, hasta llegar al
día en que me fui, hasta llegar a la tarde en que deje de ser persona, hasta
hoy…
Recuerdo… días y días pensándolo hasta que dejé de pensar, me voy, ya tengo los 300 pesos del pasaje, y un poco más para aguantar, hasta que empiece a trabajar.
Salgo caminando sin ver a nadie, mientras la corrección arrasa haciendo correr el bicherío, todos se habían ido como para no hacer difícil la despedida. Encaro la calle entre la selva, que se, no volveré a ver por largo tiempo, hasta que vuelva a visitarlos, me saluda Rita, que va a llevar a sus nenas a la parada, a la ruta, manejando su moto nueva.
Llego al centro…
Verde selva, desiertos secos, arroyos y ríos,
llanuras, el paisaje no me dice nada, solo es todo lo que queda atrás, la
fisonomía de la gente, cambia, pero es la misma a través de los pueblos por los
que pasamos.
Una nena pregunta todo el tiempo si llegamos, lo que me evita preguntar a mí, hace horas que desfilamos por la ciudad, finalmente llegamos a una terminal inmensamente grande, la recorro caminando hasta que salgo por una especie de rampa, finalmente me dieron miedo las escaleras mecánicas…
Todos andan rápido. ¡Todos, están locos! los autos te están encima antes que puedas dar dos pasos, un taxista frena casi sobre mi bolso, saca la cabeza por la ventanilla y me grita… no estoy tan seguro de querer estar acá ahora, la gente es diferente, miro la dirección de la maderera donde trabaja mi cuñado, la guardo en la billetera para no perderla, averiguo el colectivo, espero en la cola.
No tengo monedas, gracias no hay problema, forro de mierda,
ya me están haciendo poner mal, busco cambio en el quiosco, comprando una
gaseosa, busco la billetera en un bolsillo, después en otro, en otro, en otro,
reviso el bolso en la vereda, completamente desesperado ¡me robaron! ¡Hijos de
mil puta! Perdí hasta la dirección de mi cuñado, recuerdo el barrio, ¡Núñez,
llegando allá puedo encontrarlo!
Tomo un taxi, Núñez, que dirección
pibe, le digo que no sé qué cuando la encuentre voy a pagarle… ¡La puta que te
re parió, bajate ya conchudo, cabecita de mierda, te parece que estoy jugando la
puta que te parió! Frena y se baja, agarra mi bolso y lo tira afuera del auto,
arranca dejándome con las ganas de fajarlo, yo nunca le falte el respeto.
Vuelve a frenar unos metros más adelante: Núñez es para allá, señala con la
mano, ¡gracias! Camino entonces…
Después de caminar una hora vuelvo a preguntar, me mandan para el otro lado, ya no siento bronca, solo estoy agotado, saturado de gente crispada y agresiva, ruidos y automovilistas asesinos.
Y sigo caminando mientras anestesio mi cabeza, al rato una masa de gente que debe salir de alguna cancha empieza a cruzarme, cada vez son más, nadie me presta atención por un rato, hasta que un par me miran y paran, yo estaba recostado con el bolso contra un zaguán, esperando que terminen de pasar para no seguir chocándome con todos, me piden plata, no tengo..
_¡Dale gil que te
la damos puto!! ¿Sos ortiva vos? -Ya son cinco, me invitan a boxear…
…Intento sacar el cuchillo del bolso, arriba de todo, pegando un grito, pero antes que saque la mano, una zapatilla verde me descoloca al venir impulsada atrás de su feroz dueño en una patada voladora, dando de lleno en mi cabeza con la fuerza suficiente para que los demás me caigan como pirañas, pero no caí, solo perdí un poco el enfoque recostado contra la puerta mientras tocaba con mi pie derecho la panza del despatarrado volador, que había caído mal y se quejaba, trato de no perder ese contacto y recibo al primero, que venía confiado, con un cabezazo al bulto, que lo hace volver revoleando el pelo.
Al de al lado le tiro dos manos y lentamente retrocede, más rápido que yo, ahora los veo nítidos, rodeándome, mientras uno me ofrece mi cuchillo sobradoramente, otros desparraman todo lo mío en la calle, es mi última oportunidad, rápido le doy con el alma en el cogote al del piso y vuelvo, me afirmo contra la pared, se vienen todos juntos, tiro manos como loco, no veo una que me da en la oreja, enseguida entre los dientes y después solo siento dolor y más dolor.
Parece interminable el castigo que recibo, rápido y puntual, sobre el resto de mi cuerpo, hasta terminar enrollado mientras todavía recibo un par de patadas más, uno me agarra salvajemente del pelo y me escupe en la cara algo que no entiendo, solo escucho un zumbido. Se agarra la camiseta, siguen su camino.
Todavía algunos me revisan
los bolsillos… pasa el resto de la tropa, algunos me miran y se ríen, suenan
alarmas, los autos estacionados, las vidrieras, también reciben su castigo,
cristales estallan por todos lados.
Me paro, percibo mi cuerpo como un mazo
de dolor, especialmente lo siento punzante en la mitad de la espalda, busco
pero no llego a tocar con la mano, apenas puedo pedirle a mis brazos que se
muevan. Me saco la camisa, llena de sangre, con el pequeño corte en la
tela, sana por lo demás, fuerte, al margen de la mugre de cincuenta zapatillas.
Me dieron un puntazo, me entra un frio en la espalda que llega desplegando mi
vida en un recuerdo intenso y vivo, como diciendo ¿morir acá?
Miro al tipo que pasa caminando con su maletín, me gustaría pedirle que llame a una ambulancia, pero me estoy derrumbando ante su deferente espanto indiferente, ante su reacción tremendamente grosera de esquivarme como si estuviera rodeado de cintas de peligro.
Me recuesto en la pared, cemento, cemento, cemento, que lastima,
intento sonreír, no quiero morir triste, aunque si tonto, jajaja, siento el
sabor de mi tierra, cierro los ojos para borrar este mundo de ventanas cerradas
que me rodea, imagino que los arboles me saludan al volver.
No sé si fue un minuto o un mes pero por fin viene la ambulancia, me aturde la sirena, abro los ojos. El frenazo sin embargo proviene de un patrullero, del que se bajan tres milicos, que me apuntan a los gritos, ¡manos arriba!!! (No puedo hermano, no me mates).
Siento el gusto a sangre, sal, mierda, mientras me derrumbo,
mientras el milico me revisa y me aplasta contra el piso. Mira el
facazo que tiene este ¡Ah sos de los bravos vos eh, no te querés morir! ¡Esperá
que ya te buscamos un médico! ¡Ramírez! ¡Llamale la ambulancia al
muchacho…!
En dos minutos llega una camioneta, me
agarran de los brazos y los pies y me tiran atrás.
Che este se está poniendo blanco, ¡mira
el cagazo que tiene! Tranquilo que no vas a morir de esto, “tigre” jajajaja lo
que me pone contento, no voy a morir, y me pongo un poco más lúcido tratando de
adivinar mi situación.
Y siguen haciendo chistes con los detenidos, uno de los que iban esposados a la baranda gritaba ¡Soltame! ¡Soltame hijos de puta! Intentando patear. A este lo dejamos arriba del móvil nomas, querés dar una vueltita con nosotros eh, jajajaja, ya te vamos a soltar, portate bien, así, así, eh así que vos querés patear eh y le daban palo, palo y palo.
Me pisotean un poco en el enredo, veo correr al lado la mole
cuadrada de un hospital. Cuando se queda quieto el pibe, uno dice, uh
mira este boludo, se pasó, y golpea el techo de la camioneta…los que van
adelante frenan a los cien metros, se ríen, se agarran la cabeza, estacionan,
discuten la ruta a los gritos, entran y salen de la camioneta, se fuman un
cigarrillo mientras cuentan sórdidas, macabras anécdotas de la comisaria, nos
movemos…o yo me duermo…
Desperté en el hospital, esposado, el
joven policía leía el suplemento del diario. ¿Dónde estoy? ¿Porque estoy
esposado? Pregunto entre el vapor que sentía correr por mi cabeza, no se pibe,
porque querías ser famoso, toma, te lo estaba guardando.
Imposible distinguir las letras del diario, una foto, sin embargo, me llama la atención, porque distingo mi cuchillo, al lado de un tipo muerto, en otra foto abajo, estoy yo en la cama, y el mismo policía de ahora, le pido que me lea:
_Espera que a las siete vienen las monjas, ellas te leen.
_¿Qué hora es?
_Las nueve.
_Eh?
_No te preocupes
que tenés todo el tiempo del mundo. Como le diste al finado eh! Vos la sacaste
re barata… guarda esa foto para acordarte de cómo eras cuando salgas… dice
señalando una 4 x 4 que descansa sobre la mesita, seguramente se había
deslizado de la billetera antes que me la roben, y resistiendo el posterior
registro de delincuentes y policías, fue encontrada por alguna de las
enfermeras…
No pregunto más, imposible confiar en un
uniformado, así esposado. En la cama de al lado hay un tipo completamente
enyesado, parece una momia, si cierro los ojos me duele todo el cuerpo, o más
bien me siento como cansado.
Las monjas me dan asco con solo cruzar la puerta, con su piedad y su condescendencia, con sus rosarios y sus biblias, por suerte hay otras visitas que alegran el ambiente, las caras de entrega de los enfermos son realmente deprimentes.
¡Buenas nooochees! ¡Despertó juan
pablo! Dicen dulcemente ante las risas ahogadas del milico, que se disculpa y
sale a fumar un cigarrillo. Les pido que me lean, atrás de los telajes
grises y blancos se adivina piel suave, tibia, cuerpos de mujeres, que
desperdicio. Trato de no desconcentrarme pero me exito, cada vez que la
hermana respira, su blanca piel del cuello palpita y yo palpito con
ella. Deben ser los medicamentos, solo alcanzo a sacar en claro dos
cosas: no tengo identidad, soy convicto por asesinato. De acá voy a dar a
la sombra por un largo tiempo.
Accedo a rezar con ellas solo para tomar el rosario junto a sus manos, siento tal calentura que transpiro y finalmente acabo, temblando agarrado de las manos de la monja, disimulando con pasión cristiana y arrepentimiento ¡Está tomando fiebre otra vez! -dice la más joven poniendo su mano sobre mi frente, ¡No se vallan hermanas!
Les digo, les ruego...ellas
paradas al lado de la cama, la más vieja enroscando el rosario entre su mano y
mi mano, ahora soy y el que percibe el calor de sus vaginas, a la altura de mi
cuerpo, la vieja y la joven respirando profundamente, sus manos tomando mi mano
libre arriba de las sabanas sobre mi estómago, las recorro con mis ojos hasta
que me agoto y duermo, sintiéndome Jesús Cristo. Resucitado.
La comida no es mala, pero las porciones son para pajaritos, no me quejo, me siento más fuerte, aunque lo disimulo todo el tiempo, empiezo a ir al baño caminando, lentamente, el miliquito, me acompaña hasta la puerta, se nota que se siente humillado por tener que estar acá.
Un día les pido a las monjas que me ayuden, el joven policía, confiado, accedió con los días a retirar las esposas durante su visita, está seguro de que apenas puedo moverme, el de la guardia nocturna jamás lo haría.
Se miran, buscan al policía, habrá bajado, mi cara de
urgencia y mi suplica las convencen, la más joven me acompaña mientras la otra
se sienta al lado de otra cama, el hospital está en completa calma, atravesamos
el pasillo hasta el baño que esta frente a la sala, me espera en la puerta
mientras me masturbo, con la sola sensación de sus pechos rozando la almidonada
tela.
No se escucha ni un ruido, salgo, le pido si puede tirar de la cadena que no me dan las fuerzas y pica el anzuelo, entro atrás de ella y le doy con el canto de la mano en la nuca, como un karateca, la amortiguo suavemente mientras cae, dejándome tantear sus pechos firmes
¡Lo que oculta el hábito! Me desnudo completamente de mi horrible manta de hospital, y en un segundo estoy poniéndome la ropa de la monja, a la que amontono desnuda contra un inodoro en el último box, su piel es una tentación a la que no cedo.
Amablemente la tapo con mi camisón ¡Gracias! ¡Dios la bendiga con un hombre, hermana!
Corro hasta el final del pasillo, detrás de la
puerta doble hay una escalera. Bajo rápidamente, buscando con la vista
una ventana que no esté enrejada, jamás podría salir por la puerta, mi
disfraz no sirve a menos de cincuenta metros, entonces en el primer piso, las
ramas de un árbol verde me invitan con la vibración de sus hojas, subo, salto y
me cuelgo, enredo y rajo la pollera pero bajo al fin, al solitario
estacionamiento, enfilo para el lado del conteiner rebalsando de bolsas de
basura y salgo por un hueco en el tejido, seguramente hecho por los perros,
libertad.
Corro, corro, corro descalzo, hasta llegar al hueco oscuro de una autopista, subo sin parar por el terraplén hasta acovacharme en el cajón donde se apoyan las grandes vigas de cemento, y me tranquilizo mientras siento el temblor de los camiones pasando por arriba.
Antes que amanezca bajo mirando para todos lados, entre la basura y los cartones encuentro ropa, que me pongo con un inmenso asco. Parezco un linyera. Sin darme cuenta elegí el mejor disfraz posible. Escondo el hábito en el rincón más oscuro donde pasé la noche, tengo hambre, después de unas horas pruebo a salir caminando, la gente me esquiva o se cruza de vereda, ya no siento el olor de la ropa.
Por suerte las vendas en mi espalda cubren
firmemente la herida. Más tarde pierdo la vergüenza y empiezo a revolver la
basura para encontrar algo de comer.
Me cuesta un par de meses conocer la ciudad, ya que camino casi solo de noche, y siempre esquivando las patrullas, que ni me miran.
Me establezco bajo el puente donde me escondí
la primera vez, con el tiempo empiezo a dormir tranquilo, meses hasta
hoy, que me despertó ese chillido contra la autopista. El tren toca
la bocina y arranca, tanteo la billetera, acomodo el bolso, cierro los ojos,
aunque sé que no puedo dormir, solo escucho el rumor de la gente, olvide
comprar una frazada.
Vuelvo a casa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Que te parece?