25 noviembre

¡Falsa alarma!



 

 

 

Deja vu 

Estaba lejos, llegando casi a mi meta cuando recordé que había dejado el calefón prendido y vire frenéticamente con la bici (mientras regalaba al viento el diario que iba leyendo), me levante sobre los pedales y seguí acumulando velocidad después de esa bocacalle, por el costado de la avenida. 

  El trafico estaba imposible, en el semáforo se detienen un par de camiones con bines llenos de mandarinas y naranjas, lo que me hace lamentar no tener tiempo para ir comiendo algunas, y atravieso el semáforo en rojo, con mucha suerte, solo una moto que venía rebasando a todos por afuera, tomaba la curva tan cerrada, sacando chispas al pavimento, casi horizontal, que me obligo a acelerar aún más, antes de que me toque la rueda trasera, obviamente ninguno quería chocar pero tampoco demostrar piedad, amén de perder tiempo, en este caos vehicular concordiense que solo se redime ante la silueta de los varitas, que prácticamente son una atracción turística mas, tan conocidos como la represa de salto grande.

  Como la otra vez que venía caminando borracho con un amigo insultando a los automovilistas, y le grito “corruptooo” a un auto que iba pasando y un agente de tránsito que recién se bajaba del colectivo del otro lado de la ruta se hizo cargo al toque, dándose vuelta como si le hubieran gritado a él, y después siguió su camino, acomodándose la campera, con sus bolsillos llenos de las migajas de los apresurados ciudadanos. 

  Me permito una sonrisa recordando esto y así sigo pedaleando mientras imagino el proceso que terminaría de cumplirse en ese momento (el agua evaporándose, la resistencia al rojo vivo hasta derretir el tacho y prenderlo fuego hasta tomar el cielorraso de machimbre y de ahí al resto de la casa)

  …mi casa que ya no tendría, que hubiera podido disfrutar más, cuantas cosas que se iban para siempre con las llamas…y amargamente suspiraba por algún bien intangible que no podría rescatar del incendio, al mismo tiempo que me daba cuenta de lo inútiles superfluas innecesarias que eran tantas cosas, que, sorprendentemente, no me importaban nada de nada, a pesar de que ocupaban tanto espacio.  

  Con la profundidad de ese pensamiento iba recorriendo mi casa, hasta llegar al baño, y recordar el momento en que había decidido no bañarme, desenchufando el calefón, cuando, un enorme cuadrado atraviesa los recuerdos con un agudísimo chillido.  

  El frenazo ya no sirve para nada, alcanzo a ver en una ventanilla, mientras doy vueltas en el aire despegándome de la bicicleta, la cara de una niña, los ojos abiertos como platos.  Mas frenadas, un ardor va quedando donde pega este mundo giratorio de asfalto negro y chapa, termino abajo de la trompa de un auto oliendo aceite quemado… huelo también la arena y las piedras de la banquina, las raíces del viejo árbol, el monóxido de carbono que emana del motor caliente, siento que el mundo es un espacio infinito, donde nada descansa, a este auto lo está comiendo el óxido, aparentemente porque no lo lavan.

  Alguien me habla, pregunta si estoy bien ¿cómo contestarle? Me siento maravilloso, completamente bien, pero no me escucha.  Porque no hable, solo se lo transmití con mi pensamiento, podría haberlo recibido pero no estaba atenta

  ¿Cómo es posible que el ser humano sea tan poco consiente de sus posibilidades? Saco sus conclusiones obvias y se puso a invocar a dios, ¿dios? A gritar y a despreciar el hermoso mundo que la rodeaba con sus preocupaciones.

  Vuelo sobre la gente, que empieza a curiosear juntándose alrededor de los que explican cómo fue el accidente, el colectivo subido a la vereda embocado contra el portón de un viejo corralón, dos policías que se abren paso, más autos, colectivos, camiones, las personas aparentan hormigas atolondradas, y la ruta solo una vena de ese pequeño mamífero que parece la ciudad entera, a punto de saltar sobre los cerros.  

  Podría recorrer el mundo así, admirando el brillo inexplicable de la vida, pero ya no es necesario, tengo un lugar adonde ir.


De repente siento una voz que me aferra y me atrapa, regreso en el sonido, es mi propia voz que clama “son de otro día” “son recuerdos de otro día” imperante, repetidamente, y me absorbe a través de la gente, de la ambulancia que llega, del caos vehicular, no tengo tiempo de saber de dónde vengo cuando abro los ojos, estoy vivo, completamente.  

  Y roto, feliz, la sonrisa me hace doler la tirante cara, pienso en lo que debo parecer y me da más risa ¡Vivo! ¡Es inmensa mi suerte! Me suben a la camilla, cierro los ojos y pienso por primera vez en mi bicicleta… miro al enfermero, su cara me genera confianza ¡Que profesional! ¡Amo estar vivo en este mundo ilógico!

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