Después de trabajar toda la vida,
o toda la vida que me dio ganas, o sea, cuando no estaba de vacaciones, llegue
a la conclusión de que el sistema está enfermo, enfermo y estúpido de tanto mirarse
la punta del dedo que dice: “Porque yo… cuando tenía tu edad, trabajaba 24
horas por día por cuatro pesos, y así llegue a ser lo que soy!!”
Es la visión del típico imbécil que se quedó estancado en la persecución del billete, olvidándose que atrás de cada peso que gana hay una persona que tal vez tiene ideales más elevados que él, como por ejemplo, darle de comer a su familia (a su propia familia), que no se conforma con ser pasto de vacas flacas, que tarde o temprano terminara dándole un sopapo porque se lo merecía hace rato.
Por ejemplo, estaba conversando con una chica, hermosa, dulce y aguerrida a la vez, criada con la convicción de que nadie era mejor que ella, como solo un padre amoroso puede pensar en su hija, como solo generaciones de ir contra la corriente pueden servir para elaborar una dignidad que no se negocia por nada.
Entonces, Daniela trabajaba por monedas para ganarse su pan, en esa
posición frágil del que no puede aspirar a mas, pero se esfuerza por ganarse su
lugar, porque, sin embargo, aspira a mas, siempre a mas, aunque sin
llegar a pagar más de lo que vale su oportunidad.
En este contexto donde no todos son serios, donde el hecho de pagar menos, pareciera dar derechos, es donde se baila, para el empleado desprevenido, la danza grotesca de los conflictos laborales, donde el tiempo se arrastra en una rabia sorda y permanente, impotencia de ser débil y pensar que los golpes bajos no corresponden, que la traición no es una forma de actuar, que devolver mal con mal es disminuir como persona, que la dignidad es un valor que alguien va a apreciar.
O sea, resumiendo: vulnerabilidad total.
Entonces hoy mismo vi como esta chica se iba
callada, sin decir más que lo necesario, como si a su patrón le importara, en
vez de marcarle su mano en la cara, acosada como mujer deseable y tierna, se
fue masticando su rabia, dejando un rastro de desprecio que nos abarca a todos
los hombres, en vez de doblar la bandeja en la cabeza del atrevido, del
soberbio, del mezquino que ni siquiera quiere pagar a una profesional dispuesta
y preparada para eso.
Ese es el caso típico para las mujeres,
cuando se vuelven un pedazo de carne, un trofeo barato que haría olvidar la
mediocridad. Olvidar, no superar
En el caso de los hombres, es distinto, y no quiero decir que no haya casos de acoso sexual, aunque son más raros, y de pronta solución, menos lacerante, porque un hombre no aguanta ni siquiera la mano en la pierna antes de reaccionar como sus estereotipos culturales se lo indican, en el caso de que se sienta acosado, claro, porque el acoso casi siempre es físico, aunque con un trasfondo mental o psíquico, moobing, como se cataloga en los juzgados.
Es más difícil porque el perjudicado es siempre el cómplice principal de su propio acoso, al negarse a parecer débil o pusilánime, sobre todo ante sus ocasionales competidores-compañeros de trabajo, que siendo hombres, siempre están dispuestos a demostrar que son más duros, más recios, más aguantadores que el resto, aunque no cobren más por ello.
Entonces es mucho más que el exceso
horario, que cobrar dos para trabajar tres, es más duro que cobrar el día doce
en vez del cinco, y sin tomar en cuenta los infinitos casos en que
directamente, el patrón desaparece una vez finalizado el trabajo, y solo resta
masticar el ultraje, viendo como los sueños propios o las esperanzas gastadas a
cuenta en los hijos se desvisten de contenido… aunque esto último se aplica a
hombres y mujeres por igual.
Todo esto todavía entra en el campo teórico de las relaciones interpersonales, pero… como hablar sin molestar, ¿Cómo decir algo que puede costar el trabajo, el pan y la sopa de los niños? No se puede, casi nunca, el patrón es algo sagrado en su significado, aunque sea una porquería, es un estado inaccesible de la conciencia que prefiere ganar uno antes que cero. aun así, uno de cada mil habla y se planta.
¿Para qué?,
para sentirse en tal inferioridad de condiciones que toda certeza desaparece,
que todo culpable es uno mismo, que más que a los suyos, está quitándole el pan
de la boca a los hijos del patrón, que no es tan malo, que siempre nos dio
trabajo, después de todo.
Pero seguir adelante es más duro, (y los compañeros, muchas veces, también esclavos, eligen cuidarse y al rebelde dejar de lado) porque además de perder el trabajo, se puede contar casi siempre con un sinfín de argucias y falacias legales, de exageradas mentiras incomprobables, que significan que el delincuente es uno mismo.
La ignorancia es tan grande en estos temas que empieza a dar miedo, no solo de no poder trabajar más, no solo de que la influencia del patrón nos cierre nueve puertas de cada diez, sino ya miedo de ir preso "por desacatao", como decía el comisario de Súper Hijitus, y lo más penoso es que a veces pasa.
En la indefensión de los
pequeños, a veces pasa mal… bueno, tampoco es necesario que se castigue golpee
o meta preso al mal empleado, siempre, sin excepción, se resienten igual, la
salud y la estructura familiar, el humor, la dignidad…
Es así como se perpetua la estadística, con mil que se la aguantan por cada uno que se planta, con millones de “menchos” que siguen y siguen adelante hasta llegar a la edad de quedarse en casa, agarrando alguna changa, con los huesos o la cintura destrozada, aguantando dolores como siempre hicieron, sin pensar siquiera en una cura porque son duros, deben ser duros, para ser hombres.
¿Y las mujeres?
llegan vacías, adoloridas, desilusionadas, arrepentidas. Con una combatividad
oxidada que se traduce ya en sumisión y encierro, y tal vez, como única
distracción, el chusmerío.
Sería triste seguir profundizando en el tema, más cuando las instituciones que deberían proteger al obrero son completamente funcionales a la patronal.
Pero cada cual debe seguir luchando por sí mismo, con el premio de lograr un crecimiento espiritual o mental que sirva al desarrollo futuro o al mensaje que se da a los sucesores.
Ya que no se puede borrar la humillación, mientras, seguir agachando la cabeza, doblando el lomo, rompiendo la ropa, aguantando la baba o la mano en la pierna o cerca de las tetas.
Seguir sumando desgaste al desgaste final, el que lleva a decir “no puedo
más”… y eso fue hace meses y seguimos igual.
El llanto y la bronca descargados en casa, contra la propia familia, serán tan comunes como el pan que llega a la mesa, como las esperanzas de progresar sin saber cómo ni cuándo, o tal vez, en algunos pocos casos, pensando en un inmenso logro: la posibilidad dada a los hijos de acceder a lo que no se tuvo posibilidad ni derecho…
Ellos
lo saben, cuando lo valoran, como una venganza invisible, nunca olvidan de
donde salieron.
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