En general, cuando hablamos con gente mayor, nos damos cuenta cuanto ha cambiado el sistema educativo, ya que las expectativas y el bagaje de conocimientos y actitudes útiles para enfrentar la vida, que perciben los jóvenes de hoy, es sustancialmente diferente.
Los que fueron a la escuela hace unas cuantas décadas, la hacían, en casi todos los casos por una ambición de progreso, que en ese contexto histórico, era completamente coherente, porque la educación les permitía escapar de un destino atado al algodonal, el quebrachal o el hombreo de bolsas de por vida, por citar solo tres ejemplos contundentes (en esa época, tener hecho el tercer grado, era significativo).
Están de acuerdo en que recibían, por sobre todas las cosas, educación, pero también nociones de orden, limpieza, valores, modales (como la forma de comportarse en la mesa) y también el respeto que se merece y se debe tener al ser humano, empezando por las maestras, los padres, y la familia.
Vemos siempre, en esos casos, como quedó grabada una noción de respeto a la autoridad, -y de su derecho a la coerción- que los marca para toda la vida, aunque hoy sean anecdóticos los recuerdos sobre penitencias y castigos. Vale decir, en su descargo, que en el seno de la familia, las cosas no eran menos severas ni menos autoritarias.
Los que hicieron la escuela hace cincuenta años, o más, están orgullosos y agradecidos. Por otra parte, los gurises de hoy, no saben porque ni para qué van a la escuela, salvo casos puntuales, que no son pocos, en que concurren para acceder a beneficios como becas, pensiones, planes diversos, o la oportunidad de comer bien cinco o seis veces por semana, en los comedores escolares.
Los que finalmente terminan la secundaria, lo hacen por un título que saben no tendrá mayor peso en su desarrollo futuro o, una pequeña elite, para seguir una carrera universitaria, que también, casi siempre, eligen por descarte. Hoy en día la economía y el modelo de producción nos permiten adivinar que con o sin educación, no accederán al mercado Premium de trabajo, sino unos pocos elegidos, y otros muchos serán esclavizados de por vida, como penosa opción a la desocupación permanente.
Igualmente, algo de conciencia y vocación, o bastante, permanece en los responsables de educar a los futuros ciudadanos de nuestro privilegiado país, pues se ve periódicamente como los gobiernos alineados a la derecha, se ocupan de gastar su tiempo en desmantelar o desvirtuar o, en el más leve de los casos, vaciar de contenido al sistema educativo.
También es sorprendente observar la fe, la admiración y el respeto que profesan por las maestras y maestros, aquellos que viven de sus músculos, trabajando de sol a sol, rompiendo su cuerpo para siempre, históricamente, ayer y hoy, sin derechos, cobrando la tercera parte del sueldo que recibe una maestra al comenzar su carrera.
Como los trabajadores de la quinta o el teal de hace 60 años, ellos también perciben, en la escuela, una posibilidad para sus hijos que justifica ampliamente sus sacrificios.
Tal vez sean los únicos que sienten verdadera tristeza cuando se empiezan a acumular los días de paro, y callan, sin embargo, casi siempre, comprendiendo su lucha (la de los docentes). Sin embargo, a pesar de las flores, es necesario analizar algunos aspectos, que casualmente, en este espacio de aprendizaje y socialización, son comunes en la mayoría de los países ''modernos' del globo, con escasas diferencias:
La escuela, como producto y beneficio de la hegemonía dominante, está diseñada para perpetuarla, desde los niños de jardín que siguen a la seño bien prendidos de la soga, bien uniformados, aprendiendo los primeros rituales del status quo que los tendrá como espectadores. Así aprendimos a formarnos, los varones y las chicas cada cual por su lado, claro que de mayor a menor altura, como debe ser.
Saludar a la bandera y los símbolos patrios, no sea cosa que después se crean las mentiras de John Lennon, y, por sobre todas las cosas, no nos perdimos ningún acto, año tras año, donde se recalca que los buenos y los malos son los que nos están diciendo que son, sin ninguna necesidad de comprobarlo.
Y todo lleva a la conclusión de que no solo ahora, sino desde siempre, transitamos por el mejor camino, guiados dulcemente por nuestros héroes y próceres que ¡epa! casualmente el último se murió hace cien años y no podemos preguntarle nada.
Por supuesto era blanco cristiano y en lo posible, militar de carrera, y aunque no fuera ninguna de estas tres cosas, es increíble como el tiempo cubre todo con el maquillaje de la historia.
¿Entonces? Nada, que todo se cierra con la obligatoriedad de mandar a los gurises a la escuela, como hago yo claro, ¡no sea cosa que me metan preso y tenga que pasar sin ventilador ni calefacción, aguantando la picadura de los mosquitos, y sin poder leer de noche! ¡Ja! ¡Ni loco!
Pero volviendo a hablar en serio, el condicionamiento termina para volver a empezar en casa, es ahí donde todo se analiza, (o debería) y se acepta o rectifica lo aprendido en la escuela.
En fin, dijo serafín, que lo único que podemos transmitir, es un anhelo por la libertad, que les permita a nuestros hijos elegir por y para sí mismos en todas esas circunstancias en que no van a estar bajo nuestra anticuada tutela.
¡Y si! Porque el mundo evoluciona, papi, mami, como dicen las
maestras jardineras, y es de esperar que de nuestros hijos terminemos viendo
las suelas de las alpargatas, mientras rezongamos al
viento.
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