" ...La verdad no puede revelarse abiertamente, no solo es peligroso sino también inútil. Nadie cree en una verdad que pueda ser dicha a gritos. Nadie cree en lo evidente. Nadie cree en la realidad aunque le muerda los tobillos. "
El hombre que lo escuchaba soltó una pequeña e involuntaria risotada: acostumbrado a la muerte sangrienta y el dolor, la imagen de la realidad mordiendo tobillos como un pequeño perro le pareció no solo graciosa sino muy acertada. Lo único que había que tener en cuenta, es quien lo lleva atado a la correa.
Esa pequeña mascota de dios llamada realidad, podía ser manejada y alterada, manipulada, aprovechada, y a eso se dedicaba su familia desde hace generaciones.
El hombre atado en la silla prosiguió su reflexión, nadie mas en la sala había acompañado la risa del hombre alto, o siquiera sonreído.
..."Pero todos creen en la mentira, aunque los lleve a la tumba, y es por eso que cada verdad debe ser disfrazada y disimulada entre velos de falsedad para poder ser expresada."
El hombre alto se sentó, esto le interesaba: la técnica. Todo lo que fuera un instrumento, lo que fuera útil, era de su incumbencia.
"...Esto no es ajeno al resto del universo, de la naturaleza. Todo esta oculto, disimulado, porque hay fuerzas más letales, más antiguas y misteriosas que nuestras peores armas.
Para permanecer no alcanza con la perseverancia, hace falta el engaño.
Así como una flor se compone de pétalos que se destacan y brillan y luego caen marchitos, para que un pequeño grano de polen insignificante pueda unirse a un óvulo, transformarse, dar origen a un fruto o a una semilla, cada uno de nuestros actos, o de los hechos del universo, tiene un costado aparente, y otro que no es evidente aunque sea lo único real y permanente."
El hombre sentado en la silla frunció el ceño, por un momento, el encadenamiento de palabras y conceptos extraños lo sobrepasaba, y eso lo ponía de mal humor. Con lentitud volvió a acariciar el gatillo de su arma, pensando en la necesidad de escuchar al traidor. Pero el otro hombre siguió hablando.
"...Por eso la flor nos regala su belleza, nos deleita con sus pétalos, o no podría hacerse semilla y fruto, y su linaje se extinguiría. Cada pétalo marchito que cae al suelo diluye nuestro interés, y mientras nos enfocamos en un nuevo engaño, el tesoro de la vida crece ante nuestros ojos hasta madurar y asegurar la continuidad de la especie.
Nacimos, para ser engañados.
Nacimos para ser engañados y evitar cualquier interferencia con la verdad, dejándola crecer, o para lanzarnos a su mismo centro, haciéndonos parte de su creación."
Ahora el hombre alto, que permanecía sentado en la silla se revolvía nerviosamente en cada célula de su cuerpo, aunque nada en su expresión lo denotaba. No alcanzaba a comprender el exacto sentido de las palabras, de lo que ocultaban en medio de tanta fanfarronería y falsa sapiencia, y sin embargo, no podía, adelante de sus subordinados, sus colaboradores, emitir o siquiera insinuar ningún gesto que implicara desorientación, asombro o perdida de control.
Lo único que podía hacer era entornar levemente los ojos y sonreír torcidamente, acomodarse en la silla como si estuviera aburrido en vez de incómodo y dejarlo hablar, como si esperara que entre tanto discurso, se le escapara algún indicio de lo que estaba esperando escuchar.
De repente miró a la mujer, la única que destacaba con su elegancia entre tantos hombres toscos, y señalándola dijo: Esto, es una flor.
Esto: es verdad o mentira? La mujer sonrió, halagada.
"... "Eso"? Esa mujer? Claro que es una flor, y claro, que eso responde a tu pregunta. Todo es un engaño, un "camouflage". Cada cosa que nos deja percibir, es un pétalo que nos distrae, que oculta su verdadera naturaleza: Solo el centro no nos es develado.
Si la observas con atención, puedes admirar la forma en que su espalda recta recuerda a una lanza clavada en el suelo. La dulzura de su voz no puede ser escuchada por ningún hombre si es que quiere seguir pensando en matar, mutilar y destruir. Su sonrisa podría hacerle olvidar el discurso a un presidente, o la cuidada y perfecta suavidad de su pelo, de su piel, de su boca, lograr que cualquier hombre pierda la cabeza..."
Uno de los hombres, ante la imposibilidad de ocultar o siquiera controlar su erección, empezaba a moverse nerviosamente, cambiando el punto de apoyo de un pie a otro, sin mas resultado que hacer que el roce del pantalón del traje le provocara mayores sensaciones cosquilleantes, devastadoras.
Mientras tanto, intentaba sustraerse a la sutileza etérea de las fugaces ráfagas de perfume. Mientras, intentaba evitar que su mirada se posara sobre las rojizas pecas que brillaban sobre la curva del hombro de la mujer a su lado... aunque no pudo evitar que ella, sin siquiera mirarlo, lo notara.
"...Como una flor -continuó hablando el hombre atado- no puede dejar de atraer abejorros y toda clase de insectos, pero lo que guarda jamás será mostrado.
La suavidad de sus manos puede hacer que sus caricias tranquilicen, o incluso domestiquen a un animal salvaje.
O quizá... el tono de su voz, la cadencia de su risa, el recuerdo de la temperatura de su piel... pueden hacer que te entregues al momento de una manera impulsiva, irreflexiva, que te dejes llevar por el instinto y las pasiones sin mas resultado que dejarte completamente expuesto, indefenso."
Y con un gesto de sus cejas, apunto al hombre nervioso, que ante las miradas simultáneas de los demás, concentradas en él, empezó a eyacular silenciosamente.
El hombre alto se puso de pie. Le puso la pistola en la sien al hombre que transpiraba en un implacable orgasmo, y disparó.
Bueno -comentó- por lo menos, él murió feliz...
El hombre alto se se afirmó con sus finas manos en el respaldo de su propia silla, enfocado en el circulo de luz que resaltaba al valioso rehén, y volvió a comenzar. El aire se había puesto frio de repente, nadie sabía quien podría ser el próximo en este extraño estilo de interrogatorio.
Cuando su mirada se posó en los tranquilos ojos del hombre atado, los atravesó tan profundamente, que este tuvo la certeza de que su implacable asediador ya sabía todas las respuestas, de que todo no era mas que un show destinado a disimular la omnipotencia de la organización.
La próxima vez, mataría a su amante, ahora intranquila ante la violenta demostración de poder que hacía tambalear su segura condición de doble agente.
El olor a pólvora y el seco burbujeo de la sangre, que se iba espesando sobre el suelo, la impasividad absoluta de los demás, iban a terminar quebrando la entereza de su trabajado carácter...
De repente...el Embajador se desarmó como un montón de hojas secas atacadas por una ráfaga de viento:
Solo tengo una condición previa antes de hablar...
Está bien, dijo el hombre alto, lo suponía. Es mi intención concedérsela ahora mismo.
Dicho esto, estiró entre las finas puntas de sus labios una sonrisa de triunfo para girar luego, dándose vuelta, mientras empezaba a elevar su brazo, para apuntar la pistola hacia el espantado rostro de la hermosa y cautivante mujer.
Esta, ya sin posibilidades de reaccionar, defenderse, exigir o dar explicaciones, fue envejeciendo lentamente a través de sus ojos, los que, del orgulloso brillo que derrochaban diez segundos antes, iban sumiéndose en una opacidad muerta. Era una oscuridad profunda, la que marchitaba su cara congelada en un gesto de incomprensión y desencanto que sin embargo no derrotaba del todo su altiva belleza...
El hombre alto volvió a disparar.
Mientras el cuerpo de la mujer, en una revancha poética del destino, caía sobre el muerto anterior, uniendo su sangre al charco anterior, matizando el rojo oscuro con un nuevo tono, aun claro y casi vivo, sacó lentamente un paquete de cigarrillos y encendió uno...
Luego dijo imperativamente las palabras que nadie esperaba escuchar: limpien este desastre, seguimos mañana
El hombre en la silla no pudo evitar sentirse estafado y burlado, engañado, y no pudo evitar la caída de una lagrima que rebalsaba del barniz de sus pupilas.
No lloraba por la muerte de su amante, solo una más entre tanta belleza abundante y efímera, sino por el recuerdo de su primer día, su retorno a Nueva Jersey, su ingreso a la escuela de diplomacia en el misterioso tercer piso que había acaparado la Agencia para el Desarrollo Internacional del Servicio Exterior.
Recordaba la minimalista oficina, su orgullo al reconocer sobre el escritorio del Director, la Tesis final del posgrado de Maestría en Diplomacia y Relaciones Internacionales.
Lloraba porque alguna vez soñó con recorrer el mundo de mochilero y experimentar todo lo experimentable, dejar atrás su apellido y la fortuna de su familia, su prometedor y prestigioso futuro...
Había vuelto a tiempo para comenzar la Universidad.
Lloraba porque no podía dejar de oler el apacible aire de South Orange.
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