11 agosto

Bolsa de Valores

 


 

 29 de Diciembre.  Viernes Hora pico.  

  Las horas mas calurosas del día azotan impecablemente cada rincón de la ciudad. Cada resquicio.

  El viento caliente del verano se aferra al alma de las cosas y los seres vivos convirtiéndolas en acero moribundo.  No se puede estar ni a la sombra, y mucho menos al sol, pero por las ardientes y viscosas carreteras, los automóviles circulan de ida y vuelta en una enloquecedora cinta donde no sobra ni un milímetro, ni un segundo. 

  En cada intersección, en cada curva, en cada esquina, la vida se desvaloriza ante la tenacidad con que los conductores aceleran para llegar a su casa. Mientras tanto, personas encerradas en sus habitaciones, transpiran o se congelan mediante artefactos climatizadores, intentando llegar al primero de enero para quitarse el sabor amargo de otro mal año.  En definitiva, como todos los demás.

  Los que pueden darse ese lujo, esperan indolentes la hora de comer, algo, lo que se pueda: liviano, fresco, mejor agua.  Comer agua, mucha agua hasta que termine el verano y se lleve estas incomprensibles ansías de suicidio colectivo que arrasan la humanidad en casi todo el planeta.  Claro, nadie pierde su hipocresía como para reconocerlo.

  El dilema se decide mediante guerras de exterminio y conquista que arrasan cada día un pedazo mas del Medio y Lejano Oriente, la orgullosa y multifacética América, la incomprensible África.  Cientos mueren cada día de hambre y frío en una decadente y semidestruida Europa que no deja de caer, cada día un escalón mas abajo en el servilismo, el vasallaje y en una efervescencia interna que hace muchos años desconocía.   Indonesia, Australia, se desangran a través de decenas de pequeños conflictos...

  La globalización y la tecnología trajeron a caballo al algoritmo y con el, a la Inteligencia Artificial.  Ahora no solo se puede alquilar terroristas y asesinos, se puede contratar maquinas en linea que maten a conocidos o desconocidos en cualquier lugar del mundo.  Esto es ilegal, por supuesto, pero por alguna extraña razón, incontrolable.  Los drones usados a tal efecto, y los proyectiles que portan, cotizan en el mercado según su efectividad.

  Mientras tanto...

  Guillermo realizaba su decimo tercer vuelo en el parapente publicitario.  Ya se había acostumbrado al viento y a los reflejos del sol, a medir con exactitud las alturas de cables y edificios, y a calcular el tiempo de vuelo restante sin mirar el reloj, engañoso aparato que mas de una vez lo había hecho aterrizar sobre avenidas y terrazas.

  Pero hoy, hoy había algo mas, un sabor raro en el aire que, sin embargo, le resultaba conocido aunque no pudiera identificar.  Un papel pasó volando a veinte metros de distancia. En su mente empezaron a cruzarse teorías pero antes de que pudiera explicarlo, otro volante publicitario caía a quince metros a su izquierda, y no terminaba de enfocar su mirada, cuando una lluvia de papelitos fluía como una catarata lenta todo a su alrededor...



  Ja! Que ingeniosos, Billetes de 100 dolares eh!!   El viejo truco del billete para embaucar al publico con circos que solo constaban de payasos tristes y deprimidos, y parque de diversiones donde lo mas divertido eran las manzanas acarameladas.  Alguien estaría haciendo su trabajo, aunque no se le ocurría quien, cazó un billete al vuelo de un manotazo y lo guardó sin mirar, en un bolsillo.  No iba a darle tanta importancia como para perder tiempo descuidando su trabajo viendo que hacía la competencia.

  Otros miles y miles de billetes caían, caían...caían y seguían cayendo.  

  Marcos odiaba a la humanidad.  Especialmente hoy, odiaba a todo el mundo.  No podía entender como habían hecho para demorar medio día en entregarle el cuerpo.  

  Manejaba con rabia, indigestándose anticipadamente, solo consolado por el hecho de que un maldito ser humano hubiera abandonado el planeta antes de tiempo. Un billete golpeo su parabrisas.  Benjamín Franklin lo miraba con toda la fijeza con que era posible.  Era real??



  Antes que pudiera entender lo que estaba pasando, el auto que iba adelante freno contra el paragolpes del que lo precedía, y sin poder evitarlo se incrustó en el Peugeot 204 azul marino, mientras el airbag lo golpeaba en la cara. Su última visión antes de eso fueron cientos de billetes cayendo desde el cielo. 

  Casi inmediatamente fue sacudido por el golpe del auto que venía atrás, aunque el sonido del choque se perdió entre el mar de colisiones y frenazos, gritos, llantos... Apenas pudo liberarse, intacto, miró hacia atrás, hacia el cadáver, su responsabilidad y que debía llegar como se lo habían entregado.



  Un segundo mas tarde, dejó de pensar en todo eso, y solo se imaginó la bolsa cadavérica, ancha y de mas de dos metros de largo, llena del dinero que no paraba de caer del cielo, ante la sorpresa y el asombro de los conductores.  De todos ellos, había muy pocos preocupados por discutir culpabilidades, negligencias, responsabilidades técnicas y seguros, ante la urgente necesidad de recolectar antes que lo haga la persona mas cercana.  La humanidad, seguía siendo primitiva.



  Resollando, ansioso, sobreventilado, extrajo el cadaver por una ventanilla para poder liberar la bolsa, y empezar a acopiar el montón de billetes que, como hojas secas, el viento amontonaba contra la baranda central de la autopista.  Se escuchaban quejas y gemidos, y pudo ver caras ensangrentadas y quietas, pero ya estaba acostumbrado a la muerte, y nada ni nadie iba a distraerlo de su tarea. 

  Nunca antes había encontrado tanto dinero en su vida!  Por qué habría de encontrarlo de nuevo? Pero...y si hoy era su día de suerte? Iván tanteaba el billete en su bolsillo, mirando al piso, tal vez encontrara otro, era estadísticamente posible.  Intentaba adivinar entre las caras al descuidado que lo hubiera perdido, pero nadie parecía estar buscando nada... 

  Por un segundo, se le ocurrió dar vueltas a la manzana en vez de entrar a su casa, pero la suerte no debía ser tentada. 

  Dios Mío!! Otro perfecto billete de cien dolares caracoleaba entre las piernas de los acelerados transeúntes, casi frente a la puerta de la pensión.  Desesperadamente, corrió esquivando personas presurosas e indiferentes que parloteaban en sus teléfonos hasta llegar a su presa y lanzarse a la puerta corriendo, y sin dejar de correr, subir a su pieza y encerrarse con llave a admirar los dos billetes nuevos: doscientos dólares.  

  Acunó su pequeña, inesperada fortuna, temiendo que alguien golpeara a la puerta y pudiera reclamarla.  Indiferente al escandalo de bocinazos y gritos, hasta el otro día, no se enteró del diluvio de dinero que se había perdido.  Se durmió con una sonrisa de oreja a oreja, soñando por anticipado.

  Valeria jugaba sola en la cocina, mirando de a ratos al jardín por el ventanal.  Sus padres no tenían tiempo para ella, y cada día volvían a prometerle que a la semana siguiente la llevarían al parque de diversiones.  Hace meses. 

  Hay que trabajar!  La plata no cae del cielo! Escuchaba.  Pero estaba cayendo del cielo.  

  Con una felicidad rampante, cruzo la puerta y empezó a recolectar prolijamente en una pila.  Soñaba y bailaba, cantaba y reía mientras apilaba prolijamente un billete arriba del otro, simétricamente centrado entre las lineas de dos baldosas, iba formando un fajo.  no terminaba de acomodar uno y volvía a salir corriendo para atrapar otro, y otro, y otro.  Sus padres no tendrían que trabajar esta semana, podrían ir al Parque!

  Esperó sentada y preparada, con su sonrisa inquebrantable, hasta que la misma tensión y la ansiedad la cansó y la hizo dormirse, sin darse cuenta que sus padres ya deberían haber vuelto hace rato.

  Las noticias eran reales, las historias empezaban a aparecer en cada portal, en cada radio, en cada canal de televisión: miles de ciudades caían en el caos total y absoluto ante el inexplicable fenómeno meteorológico y sus instantáneas consecuencias.  Luego del entusiasmo y la alegría inicial mutuamente compartidos, llegó la rapiña y el robo, la desconfianza, la envidia, el secuestro, el asesinato.  

  Eso paso en todo el mundo.  Exactamente, en doce mil novecientas veintiséis ciudades.  

  El multimillonario mas retorcido y excéntrico, había liquidado su fortuna, dispersándola mediante aviones en 12.926 centros urbanos, disparando el precio de los vuelos chárter y cabotaje ante la inusitada y repentina demanda aérea. 

  El jueves transcurre, colapsando y enloqueciendo completamente los mercados ante la inmensa incertidumbre que produjo la venta inmediata y total de sus acciones, y hoy, tras las consecuencias, tan funestas como felices, de su inconsultada y secreta acción.  Nadie sabe que va a pasar el lunes

  Los gobiernos estudiaban rabiosamente la legislación para encuadrar esta afrenta a la soberanía de una forma que les pudiera rendir compensaciones, o al menos, expropiar o requisar por la fuerza alguna empresa, o algunos cientos de millones, siempre tan escasos y necesarios para la administración. 

  Millones de sueños echan a volar, millones caen y se rompen en pedazos anticipadamente.  La gente empieza a especular sobre el fin del sistema capitalista, el fin del ser humano, el fin del oscuro túnel de desesperación que azota a los siete continentes. El fin del tiempo y los relojes, el fin del dólar y los mercados financieros.  El fin.  Simplemente el fin.

  El domingo a la tarde empiezan a conocerse los primeros suicidios. 

    

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