09 mayo

Ratas en el laberinto

 

 Somos libres.  Somos seres libres.  Tenemos las mismas infinitas posibilidades de realización y libertad que cualquier otra forma de vida en el planeta, pero elegimos. 
  Y elegimos ser esclavos. Primero elegimos elegir, y después elegimos elegir mal.  Encadenados a una dialéctica, pretendemos escapar del hambre y el hastío, de la violencia y el frío, de la injusticia, del sinsentido, de la falta de amor...de todo.


Nuestra vida humana consta de huir.  

  Y para huir construimos caminos, alternativas, estructuras, y elegimos, la dialéctica de la esclavitud.  El león hambriento encerrado en el zoológico ve pasar a las personas y piensa "por lo menos no estoy tan mal, solo fui encarcelado sin motivo, solo paso hambre y me destruyo el cuero contra el cemento y los barrotes...".  El león sabe, el león percibe que nosotros, los de afuera somos esclavos sin necesidad de rejas.  

  Dedicamos nuestra vida a autoconvencernos de las bondades del sistema, de salir a flote, prevalecer, sobrevivir lo suficiente para trepar, escalar y adquirir, para pagar y consumir, para acumular y desperdiciar.  Para conjurar nuestros innumerables miedos generamos ideas, sistemas de interpretación, formatos de representación, esquemas de previsibilidad total que  nos permitan tomar decisiones acertadas, complejos escenarios sociales planificados hasta el detalle.  

  Nos olvidamos de ser, de existir: ante la interminable lista de requerimientos y condiciones que conformarían nuestra felicidad, en el caso de que no fuera -por definición- técnicamente inalcanzable, dejamos de lado toda apuesta por nuestra propia realización. 

  Pero no es eso lo peor, sino que para llegar a las metas que hemos dejado que nos impongan, que nos definan, ni siquiera cuestionamos el molde que se ha impreso hace generaciones, completamente caduco, desactualizado: fórmulas para acceder a un bienestar, a un lujo, a un consumo que ya no soporta el planeta. 

  Soportamos el totalitarismo para combatir el totalitarismo, soñamos con esquemas para tomar o someternos al poder que nos remiten a imperios desaparecidos, en retroceso o ya en ruinas, conceptos gastados que no representan más que un simulacro de ideales, que no alcanzan ya a maquillar la realidad: palabras como democracia, progreso, seguridad, sindicatos, partidos políticos, representatividad, justicia, modernidad, historia, revolución, liderazgo, economía, bienestar, lealtad, ambiente, humanidad, heroísmo,  tecnología...  

  Son ya conceptos gastados, cómo  todos los demás,  aunque sigamos  prefiriendo encerrarnos en la dialéctica de lo  conocido, como si vivir en  un mundo fantasma donde ni nosotros mismos  existimos, fuera mas cómodo que la responsabilidad de asumir nuestros actos y sus consecuencias, cada vez más irrevocables y nefastas y sin embargo, también, cada vez mas  resignadamente  aceptadas y naturalizadas como fastidiosas fatalidades de  una nueva religión autodestructiva y autodestruyente.  

  Claro, no importa, ni siquiera nos importa, hemos llegado a ser productos, y lo importante es que podamos ser catalogados y etiquetados para validar así, nuestra pertenencia a un estatus de calidad como  personas, a un nicho de valor en  la sociedad.  

  Uno de los efectos de este tipo de adaptación es que nuestra relación con  el mundo, con la otredad, con nuestros  pares o con las fuentes de poder pasa a tener la misma calidad, el mismo enfoque que nuestra  relación con cualquier otro objeto producido en serie, o sea, nuestra validación como personas deja de pertenecernos  para depender de los demás.

   Ahora somos "otro" ya no es interna nuestra aprobación, ya no esta formada nuestra autopercepción, por valores como la dignidad o la integridad, sino por valoraciones subjetivas, intrapersonales, por ecuaciones equiparables a cuestiones de marca-calidad-precio, al igual que cualquier otro objeto de manufactura en serie industrializada.  

  Por supuesto, en nuestra educación formateada por publicidades engañosas y necesidades ficticias creadas por publicistas fraudulentos para maximizar el consumo y la ganancia, nuestra validación como seres humanos se compone de sonrisas ajenas y aprobaciones secuenciales automatizadas,  o sea, de cualquier manera, es externa a nosotros como la de cualquier objeto.  

Pero nos hemos  acostumbrado  al brillo  de las  redes sociales, a la gratificación de las caritas sonrientes, al valor otorgado por los demás como el único valor aceptable, esperado, deseable... 

  Y ahí estamos, esperando salir indemnes de la caída del nuevo imperio romano solo por ser pasivos espectadores y obedientes  consumidores.  gane quien gane la  próxima guerra -nos convencemos- seguiremos siendo útiles para transformar las mercancías de las nuevas sometidas colonias en poder efectivo y retribuíble, a través de nuestra cuidadosa predilección. 

   Seguiremos siendo ratas, pero seguiremos estando del lado de los ganadores.  De alguna  manera, nos adaptamos para pensar eso.  

  Alguien pensó antes que nosotros, en todo, en todo lo posible, para guiarnos hasta el centro del laberinto, y como premio nos enseño a ser felices así.  Ahora llego el tiempo de dejar de pensar, de dejar de ser humanos.  

 Todos nuestros  costosos privilegios están siendo arrasados.  Corramos... 

  Corramos como ratas...como si nos  importara salir del laberinto actual. 


















































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