Y para huir construimos caminos, alternativas, estructuras, y elegimos, la dialéctica de la esclavitud. El león hambriento encerrado en el zoológico ve pasar a las personas y piensa "por lo menos no estoy tan mal, solo fui encarcelado sin motivo, solo paso hambre y me destruyo el cuero contra el cemento y los barrotes...". El león sabe, el león percibe que nosotros, los de afuera somos esclavos sin necesidad de rejas.
Dedicamos nuestra vida a autoconvencernos de las bondades del sistema, de salir a flote, prevalecer, sobrevivir lo suficiente para trepar, escalar y adquirir, para pagar y consumir, para acumular y desperdiciar. Para conjurar nuestros innumerables miedos generamos ideas, sistemas de interpretación, formatos de representación, esquemas de previsibilidad total que nos permitan tomar decisiones acertadas, complejos escenarios sociales planificados hasta el detalle.
Nos olvidamos de ser, de existir: ante la interminable lista de requerimientos y condiciones que conformarían nuestra felicidad, en el caso de que no fuera -por definición- técnicamente inalcanzable, dejamos de lado toda apuesta por nuestra propia realización.
Pero no es eso lo peor, sino que para llegar a las metas que hemos dejado que nos impongan, que nos definan, ni siquiera cuestionamos el molde que se ha impreso hace generaciones, completamente caduco, desactualizado: fórmulas para acceder a un bienestar, a un lujo, a un consumo que ya no soporta el planeta.
Soportamos el totalitarismo para combatir el totalitarismo, soñamos con esquemas para tomar o someternos al poder que nos remiten a imperios desaparecidos, en retroceso o ya en ruinas, conceptos gastados que no representan más que un simulacro de ideales, que no alcanzan ya a maquillar la realidad: palabras como democracia, progreso, seguridad, sindicatos, partidos políticos, representatividad, justicia, modernidad, historia, revolución, liderazgo, economía, bienestar, lealtad, ambiente, humanidad, heroísmo, tecnología...
Son ya conceptos gastados, cómo todos los demás, aunque sigamos prefiriendo encerrarnos en la dialéctica de lo conocido, como si vivir en un mundo fantasma donde ni nosotros mismos existimos, fuera mas cómodo que la responsabilidad de asumir nuestros actos y sus consecuencias, cada vez más irrevocables y nefastas y sin embargo, también, cada vez mas resignadamente aceptadas y naturalizadas como fastidiosas fatalidades de una nueva religión autodestructiva y autodestruyente.
Claro, no importa, ni siquiera nos importa, hemos llegado a ser productos, y lo importante es que podamos ser catalogados y etiquetados para validar así, nuestra pertenencia a un estatus de calidad como personas, a un nicho de valor en la sociedad.
Uno de los efectos de este tipo de adaptación es que nuestra relación con el mundo, con la otredad, con nuestros pares o con las fuentes de poder pasa a tener la misma calidad, el mismo enfoque que nuestra relación con cualquier otro objeto producido en serie, o sea, nuestra validación como personas deja de pertenecernos para depender de los demás.
Ahora somos "otro" ya no es interna nuestra aprobación, ya no esta formada nuestra autopercepción, por valores como la dignidad o la integridad, sino por valoraciones subjetivas, intrapersonales, por ecuaciones equiparables a cuestiones de marca-calidad-precio, al igual que cualquier otro objeto de manufactura en serie industrializada.
Por supuesto, en nuestra educación formateada por publicidades engañosas y necesidades ficticias creadas por publicistas fraudulentos para maximizar el consumo y la ganancia, nuestra validación como seres humanos se compone de sonrisas ajenas y aprobaciones secuenciales automatizadas, o sea, de cualquier manera, es externa a nosotros como la de cualquier objeto.
Pero nos hemos acostumbrado al brillo de las redes sociales, a la gratificación de las caritas sonrientes, al valor otorgado por los demás como el único valor aceptable, esperado, deseable...
Y ahí estamos, esperando salir indemnes de la caída del nuevo imperio romano solo por ser pasivos espectadores y obedientes consumidores. gane quien gane la próxima guerra -nos convencemos- seguiremos siendo útiles para transformar las mercancías de las nuevas sometidas colonias en poder efectivo y retribuíble, a través de nuestra cuidadosa predilección.
Seguiremos siendo ratas, pero seguiremos estando del lado de los ganadores. De alguna manera, nos adaptamos para pensar eso.
Alguien pensó antes que nosotros, en todo, en todo lo posible, para guiarnos hasta el centro del laberinto, y como premio nos enseño a ser felices así. Ahora llego el tiempo de dejar de pensar, de dejar de ser humanos.
Todos nuestros costosos privilegios están siendo arrasados. Corramos...
Corramos como ratas...como si nos importara salir del laberinto actual.
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