Nadie sabía de donde había venido la moda.
Ella, en su afán de explicarlo y prestigiar su trabajo, había terminado elaborando un itinerario de antecedentes culturales desde Colombia y las favelas de São Paulo, que enraizaba en viejas culturas amazónicas y…
…O sea, étnico y moderno a la vez! Urbano y viral, esto vino para quedarse… -explicaba Nagú -como había llegado a llamarse en esta pequeña vanguardia artística, que la tenía como principal exponente… Mientras, contaba los billetes de quinientos pesos en la cajita…
Un día iba a salir de esto… poco
a poco…
Sí era la más cara y la más buscada era porque tenía instinto.
Todo lo sabía antes de que pase: mirando el viento entre los cables, a veces, la recorría un escalofrío desde la nuca hasta perderse entre sus piernas, y en un segundo quedaba fría mirando la nada, y la calle que parecía igual pero no era.
Entonces se imaginaba todo y elegía sus
zapatos, negros, pensando en algún detalle de acuerdo a los adoquines de la
vereda del cliente, eso era muy importante, y desde ahí iba despeluzando sus
guardarropas del polvillo volador de la villa, del olor a humedad y humo, a
plástico y carne quemada…
En la calle retorcida, como una culebra que acaban de aplastarle la cabeza, las zapatillas seguían colgando de los cables como siempre, y los guachos del barrio empezaban a juntarse alrededor de los tachos donde quemaban basura toda la noche para mantenerse calientes…
Ella se masajeaba la garganta, la mandíbula, los pómulos, las sienes, todo a conciencia, para soportar las horas de tensión y estrés que la esperaban… se dio una ducha mínima parte por parte, se peinó a conciencia y se envolvió el pelo perfumado y tibio en una toalla nueva, y se acostó a dormitar un rato, o por lo menos, sabía que lo necesitaba…
Kiquiriquiiiii….
El canto de un gallo rompió el silencio de las primeras horas de la noche, y luego una detonación… y luego el gallo y otro escopetazo, silencio, quietud y nada más… rutina.
Cuatro tiros de treinta y ocho, y otros dos más enseguida, sin respuesta… bueno, algo es algo...
¡La atmosfera está!
Pero son vecinos, nunca le
pegan a nadie y a quien le importa, no valen nada unos y otros -pensó mientras
bajo sus ojos cerrados cada ruido a quinientos metros alrededor era
cuidadosamente transformado en imágenes. Casi se durmió de verdad…
Un rumor como un bramido lejano fue ganando fuerza, sin embargo, en el corazón de la noche, hasta convertirse en un agresivo cumulo de motores acelerados, que repercutían en el silencio del barrio en corridas y cerrojos, huidas desesperadas o atrincheramientos, incertidumbre y miedo…
En un minuto, desde la ventanita del baño pudo ver como el brasero comunitario de la esquina quedaba completamente solo, chispeándole al negro de la oscuridad cada vez más grande, y las botellas vacías silbando, meciéndose al viento…
Vio las siluetas subiendo por el callejón, no los iban a dejar entrar…
Una moto con dos pasajeros frenó en la esquina vacía, para esperar al resto del equipo, seguramente, pero antes de mirar hacia atrás o dar la vuelta fueron ametrallados, un motor se apagó, cinco más se aceleraron, al que estaba incendiando la moto con los cuerpos, le entro una ráfaga corta arriba de la cadera, y quedo destartalado, arriba de las llamas que empezaban a comérselo vivo…
Los motociclistas pararon en la esquina, dialogaron cuatro segundos y salieron hacia ambos lados, saltando entre los baches y los charcos, derribando cercas y pisando perros, iban a cazar al comando de bienvenida, si no era una trampa más.
Y así para siempre en la noche eterna de un martes cualquiera: iban a clavarse miles de balas en las paredes de la villa antes que esto se resuelva…
Respiró, se puso en posición de loto, y al mismo tiempo que empezaba la guerra, inició una urgente y protocolar relajación… Ya había visto demasiado, en el callejón, los gritos desesperados seguían atronando el indiferente silencio.
Intentó recomponer algo que se quebraba adentro suyo…
Nunca había escuchado tantos disparos, ni siquiera la noche que voltearon la garita del Dani, ni cuando Marcos se separó del Flaco, ni siquiera en la Guerra de Pablo.
Los niños coleccionaban balas hasta que se aburrían de ser espectadores, la guerra consumía las generaciones antes que la droga y las fábricas, antes que el hambre y la contaminación.
La violencia no paraba nunca, pero hoy… estaba segura que había escuchado granadas o bazucas, entre el fragor interminable de los escopetazos a quemarropa, las ráfagas de metralletas y pistolas, y los avances y repliegues a patadas y martillazos atravesando paredes y pasillos, atrincherándose en casas donde los moradores ni siquiera podían salir.
Los no combatientes terminaban refugiándose bajo los colchones y los muebles hasta que eran alcanzados por las
balas perdidas y se desangraban silenciosamente…
Finalmente amainó, y con la claridad del próximo sol que se anunciaba tras el humo de los basurales lejanos, el combate fue perdiendo intensidad, ahora solo se escuchaban detonaciones aisladas, propias de remates y ejecuciones, de la vuelta a la normalidad.
Los trabajadores empezaban a circular por las calles aun oscuras, como todos los días, rumbo a las avenidas donde tomarán su transporte hacia sus puestos en la ciudad.
Se puso los aros de coral negro, y con una sensación de inexorabilidad que no podía explicar, salió a la puerta al mismo tiempo que frenaban dos enormes motocicletas, desde las que la miraban cuatro siniestras caras funestas…
Atrás iba un auto negro, solo para ella, por ahora, y no podía saber ni preguntaría, quienes murieron antes de que se lo digan
Buen diaa… dijo leve pero cortésmente, en un susurro, mientras cerraba la puerta, mientras se acomodaba el velo, mientras le respondían cinco pares de ojos fijos sin preguntas ni respuestas.
Al pasar por los montones de muertos humeando, por los cuerpos de inocentes velados en plena calle (¿Esto era un tour?), se le fue abriendo en el pecho una compuerta que no podía frenar, pero no podía tampoco desperdiciar… todavía faltaban unas cuantas cuadras si iban a donde parecía que iban…
La fuerza con que intentaba
contener su llanto, hizo que reventara una lagrima caliente en su ojo izquierdo,
en un sollozo apagado casi como un gruñido… el chofer sonrió y aceleró, ahora torció
a la izquierda y ya sabía dónde iban, estaban frenando en la casa, y ahora ya
no pudo frenar su llanto, mientras le abrían la puerta y alguien la tomaba de
la mano…
Señora…
No podía ser… No podía haber tanta gente, tantos autos. Tantos…
Había una sola respuesta, una tenebrosa explicación. La
tuvo cuando la dejaron frente al cajón.
Nunca preguntaba quien ni cuanto le iban a pagar, pero esta vez, estaba
segura que le iba a alcanzar para irse de la villa…a tiempo.
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