El lenguaje de la violencia, es el lenguaje del fascismo, del absolutismo, de todos los totalitarismos, aunque de a ratos llegue a ser -solamente- esa violencia simbólica que sólo humilla y deshumaniza, que sólo excluye y discrimina…
Como se apoya en su propio demoledor empuje, desde un punto de difusión, puede expandirse hasta los catorce costados sin ningún impedimento: estamos expuestos, somos vulnerables, nos atraviesa sin alterar su continuidad casi toda nuestra vida.
Desde el vamos, jugamos nuestra pequeña vida en un tablero inclinado, donde no dejamos de resbalar, generando herramientas personales y estrategias sociales, que, como ganchos, nos permitan colgarnos y aguantar, subir, trepar, con la inoculada ilusión de que vamos a llegar a algún lado.
¡Pero claro! En el exterior del concepto, en la práctica de la normalidad, todo parece cotidiano y accesible, todo a la vista, ejecutable, mas allá de que para asomar la cabeza en la ratonera tenemos que acostumbrarnos cada día mas a obedecer y dejar de pensar, a idolatrar y mistificar.
Ese es el territorio que nos toca, completamente cooptado por las
convenciones, el control, el sinsentido, y como tal, es mantenido como coto de
caza por las corporaciones y los emporios financieros, expresión máxima del eje
capitalista que convierte cada ser y cada expresión, cada forma de existencia
en dinero.
Lo más normal es que los dueños del mundo se definan como exitosos e inocentes lobistas del petróleo, la genética, la agricultura y la medicina, como respetables fabricantes de armas, maquinarias y automóviles, y sus actividades preferencian todo lo que tenga que ver con el control, con la represión, con la guerra, puesto que, volvamos a recordarlo, la violencia es su principal y permanente instrumento.
Claro, a veces sin respirar
se comen un país entero, o un barrio, una industria, una tribu, una etnia, una
generación, un clan…sus planes nunca son pequeños, ni duran un día, si nos toca
abonar las banquinas donde estacionaran sus vehículos de combate, es solo
circunstancial y rutinario, nada personal, solo la prevención y la higiene
social en forma de exterminio selectivo, una entre miles de posibilidades,
herramientas e instrumentos de los que disponen a través de lo largo y ancho,
de lo alto y profundo del tejido social.
¿Qué cuadrado suena no? ¿Nada más que sangre, destrucción y muerte? ¿Se podrá escapar en diagonal? Obviamente que para escapar hay que salir del espacio de interpretación de la máquina que moldea y condiciona nuestra realidad posible: no levantar las manos si no es para crear algo nuevo, para reasignar recursos, para resignificar, para desdoblar el camino que se nos presenta como único e inexorable.
No alimentar el ciclo de la
violencia, ni desde la justificación o la resignación, porque el monopolio de
las decisiones violentas siempre va a estar en manos de esa elite que vive en
la boca del lobo que se está comiendo el planeta. Pero claro, no aprendemos nada y combatimos
con sus mismas armas y a través de sus conceptos ¡Para tomar al asalto sus
mismos objetivos! Como si fuéramos útiles, pero no.
Nos acostumbraron a legitimarnos a nosotros mismos como manada… ¿Codo a codo peleando por qué? ¿Para qué? ¿Saltando felices la hermandad de las ovejas mientras se angosta el prado? ¿Para decorar con un color cualquiera los espacios que ya fueron diagramados, definidos, diseñados, usufructuados de antemano…?
Todo eso y mucho más, y a nuestra sed de tribu, a nuestra
combatividad asistida le pusieron límites estrictos y señales que nos llevan a
los corrales y mataderos de la deuda permanente, del trabajo esclavo, del
fanatismo, del destierro, de la prostitución y la milicia. ¿Es siquiera concebible lo que estamos
convalidando, cada día?
No. De ninguna manera, no puede
seguir pasando, no tendría que pasar de hoy mismo nuestro despertar, nuestra
toma de conciencia activa que nos lleve a reenfocar nuestra participación en el
mundo, nuestra permanente justificación y andamiaje de una acumulación de poder
innecesaria y grotesca, del que seremos incluso apáticas víctimas, y sobre
todo, replicadores, continuadores del sistema que avanza con sus ruedas de
oruga por los últimos rincones vírgenes de un mundo que no por ser redondo es
infinito ni instantáneamente reconstruible…
Solo
somos este territorio que tirita y suda, que se recupera y sueña, este
inclemente manantial de sentidos e interpretaciones vitales, solo somos esta máquina
perfecta que han dado en llamar cuerpo humano y no tenemos ninguna herramienta válida
más que esa, ningún otro territorio donde de verdad podamos tener absoluta
soberanía, no poseemos ningún otro bien en el planeta que podamos portar sin
descanso ni calma, a través de cada minuto de nuestros días y nuestras
noches.
Más allá del ataque final, de la colonización
y precarización, de la banalización y esclavitud, de la intoxicación y el
envenenamiento que pretenden controlar -antes de la toma de conciencia
colectiva- ese último territorio libre, aterritorial, innecesitado de banderas
y exento de impuestos, abarcamos nada más que el largo de nuestros brazos, la
tenacidad de nuestros pasos, y es hora
de hacerse la precisa pregunta:
¿Cuándo vamos a empezar a hacernos cargo total
y absolutamente, del metro cuadrado de universo que se mueve bajo nuestros
pies?
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