12 abril

Otro rincón de interpretación

 

 

  El lenguaje de la violencia, es el lenguaje del fascismo, del absolutismo, de todos los totalitarismos, aunque de a ratos llegue a ser -solamente- esa violencia simbólica que sólo humilla y deshumaniza, que sólo excluye y discrimina…    

   Como se apoya en su propio demoledor empuje, desde un punto de difusión, puede expandirse hasta los catorce costados sin ningún impedimento: estamos expuestos, somos vulnerables, nos atraviesa sin alterar su continuidad casi toda nuestra vida.  

  Desde el vamos, jugamos nuestra pequeña vida en un tablero inclinado, donde no dejamos de resbalar, generando herramientas personales y estrategias sociales, que, como ganchos, nos permitan colgarnos y aguantar, subir, trepar, con la inoculada ilusión de que vamos a llegar a algún lado.


  ¡Pero claro! En el exterior del concepto, en la práctica de la normalidad, todo parece cotidiano y accesible, todo a la vista, ejecutable, mas allá de que para asomar la cabeza en la ratonera tenemos que acostumbrarnos cada día mas a obedecer y dejar de pensar, a idolatrar y mistificar.  

  Ese es el territorio que nos toca, completamente cooptado por las convenciones, el control, el sinsentido, y como tal, es mantenido como coto de caza por las corporaciones y los emporios financieros, expresión máxima del eje capitalista que convierte cada ser y cada expresión, cada forma de existencia en dinero. 

  Lo más normal es que los dueños del mundo se definan como exitosos e inocentes lobistas del petróleo, la genética, la agricultura y la medicina, como respetables fabricantes de armas, maquinarias y automóviles, y sus actividades preferencian todo lo que tenga que ver con el control, con la represión, con la guerra, puesto que, volvamos a recordarlo, la violencia es su principal y permanente instrumento.  

  Claro, a veces sin respirar se comen un país entero, o un barrio, una industria, una tribu, una etnia, una generación, un clan…sus planes nunca son pequeños, ni duran un día, si nos toca abonar las banquinas donde estacionaran sus vehículos de combate, es solo circunstancial y rutinario, nada personal, solo la prevención y la higiene social en forma de exterminio selectivo, una entre miles de posibilidades, herramientas e instrumentos de los que disponen a través de lo largo y ancho, de lo alto y profundo del tejido social. 

  ¿Qué cuadrado suena no? ¿Nada más que sangre, destrucción y muerte? ¿Se podrá escapar en diagonal? Obviamente que para escapar hay que salir del espacio de interpretación de la máquina que moldea y condiciona nuestra realidad posible: no levantar las manos si no es para crear algo nuevo, para reasignar recursos, para resignificar, para desdoblar el camino que se nos presenta como único e inexorable.  

  No alimentar el ciclo de la violencia, ni desde la justificación o la resignación, porque el monopolio de las decisiones violentas siempre va a estar en manos de esa elite que vive en la boca del lobo que se está comiendo el planeta.   Pero claro, no aprendemos nada y combatimos con sus mismas armas y a través de sus conceptos ¡Para tomar al asalto sus mismos objetivos! Como si fuéramos útiles, pero no. 

  Nos acostumbraron a legitimarnos a nosotros mismos como manada… ¿Codo a codo peleando por qué? ¿Para qué? ¿Saltando felices la hermandad de las ovejas mientras se angosta el prado? ¿Para decorar con un color cualquiera los espacios que ya fueron diagramados, definidos, diseñados, usufructuados de antemano…? 

  Todo eso y mucho más, y a nuestra sed de tribu, a nuestra combatividad asistida le pusieron límites estrictos y señales que nos llevan a los corrales y mataderos de la deuda permanente, del trabajo esclavo, del fanatismo, del destierro, de la prostitución y la milicia.  ¿Es siquiera concebible lo que estamos convalidando, cada día? 

  No.  De ninguna manera, no puede seguir pasando, no tendría que pasar de hoy mismo nuestro despertar, nuestra toma de conciencia activa que nos lleve a reenfocar nuestra participación en el mundo, nuestra permanente justificación y andamiaje de una acumulación de poder innecesaria y grotesca, del que seremos incluso apáticas víctimas, y sobre todo, replicadores, continuadores del sistema que avanza con sus ruedas de oruga por los últimos rincones vírgenes de un mundo que no por ser redondo es infinito ni instantáneamente reconstruible…

  Solo somos este territorio que tirita y suda, que se recupera y sueña, este inclemente manantial de sentidos e interpretaciones vitales, solo somos esta máquina perfecta que han dado en llamar cuerpo humano y no tenemos ninguna herramienta válida más que esa, ningún otro territorio donde de verdad podamos tener absoluta soberanía, no poseemos ningún otro bien en el planeta que podamos portar sin descanso ni calma, a través de cada minuto de nuestros días y nuestras noches. 

  Más allá del ataque final, de la colonización y precarización, de la banalización y esclavitud, de la intoxicación y el envenenamiento que pretenden controlar -antes de la toma de conciencia colectiva- ese último territorio libre, aterritorial, innecesitado de banderas y exento de impuestos, abarcamos nada más que el largo de nuestros brazos, la tenacidad de nuestros pasos,  y es hora de hacerse la precisa pregunta:

  ¿Cuándo vamos a empezar a hacernos cargo total y absolutamente, del metro cuadrado de universo que se mueve bajo nuestros pies?

 

 

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