27 julio

Institucional

 

  Volviendo al tema de las instituciones, es innegable su valor, para el desarrollo de nuestra vida, como catalizadoras de una necesidad de simulacro ético y moral, de inocencia y candidez, de respetabilidad, que ya es imposible de generar en el tipo de sociedad actual que construimos.  

  Nos sometemos sin quejas y  a cambio obtenernos la posibilidad de hacer jugar a nuestro favor el imperio de la impunidad, la arbitrariedad, el abuso de poder, el desatino económico, ecológico y social.  

  Lo cierto es que, a tamaña cantidad de jugadores, nuestras aspiraciones chocan con la realidad palpable de nuestra impotencia, solo comparable a nuestra arduamente construida indiferencia.  

  Y así es como  los más cínicos y audaces se deciden a tomar el infausto lugar desde donde pueden usufructuar, sin verdaderos contratiempos, el gran surtidor que forman nuestras comunes delegaciones de poder: el núcleo mismo dentro de las instituciones, el puesto ejecutor o directivo desde el cual se ejercita el desfasaje social de recursos hacia los fines más diversos y más alejados de su aparente función. 

  Y así jugamos día tras día a que todo está bien, sin control, sin interés ni responsabilidad, sin ninguna necesidad de saber cómo se llevan a cabo las cosas.  

  Sin preocuparnos de la destrucción que causa la fábrica de nuestras inofensivas servilletas descartables, alejando nuestras miradas de la pobreza y el abandono, cuando no pueden ser erradicados hacia las afueras de las ciudades.  

  Y así también con las cárceles, ejércitos, fuerzas de seguridad y comisarias, mundos ajenos cerrados sobre sí mismos, donde estamos seguros que alguien dio el mandato de que todo se haga bien, por lo que todos esos garrotes y escopetas, esas botas y dientes apretados por la furia, solo pueden trabajar por la libertad.  

  Y así con el manicomio y el congreso, la suprema corte y todo el resto de esas instituciones derivadas de segunda mano heredadas de un intento fallido de trasladar parámetros éticos a payasos ambiciosos, en medio de la más voraz sociedad capitalista de consumo.  Estamos realmente locos. 

  En realidad no tienen mayor importancia los resultados, mientras se pueda seguir manteniendo la farsa de la legalidad que brindan las elecciones, el sistema “popular” “representativo” en una farsa de legitimidad que se acepta sin la menor convicción.  

  Nadie nos sacara nuestra silla mientras se pueda mantener a raya a los eternos perdedores, carne de cañón del sistema: pobres, inmigrantes y desplazados, alcohólicos y drogadictos, enfermos, locos, artistas y criminales, ancianos, niños y obreros explotados hasta el fin en industrias sucias.  

  Todos los arroyos de aguas negras del mundo reflejan el mismo paisaje de casas miserables e inclinadas por el tiempo y las tormentas, donde terminan viviendo, frías, húmedas, sucias de humo, abandono, hambre y desesperación.  

  Y la violencia, claro, como un marco normativo alternativo que rodea a estas autárquicas urbanizaciones.

  Esta, a pesar de las apariencias y la propaganda, se ejerce mucho más desde afuera, desde la ciudad, que desde adentro, donde la mutua impotencia(jaqueada día tras día con creatividad) genera un matiz de reconocimiento del otro, de comprensión, que impone algunas reglas básicas de convivencia, ausentes más allá de los límites de la villa. 

  Salir del barro hacia el cemento y la tentadora luz del centro, no implican tantas oportunidades de progreso como de sometimiento, cárcel, discriminación y muerte.

  Pero votamos, y nos acordamos de ellos cuando hay que pedirles que nos acompañen en el voto, porque estamos convencidos de que no piensan, de que no tienen patria, capacidad organizativa ni ninguna otra, conciencia política ni visión de futuro, cuando es a todas luces al revés. 

  Cuantos se engañan poniéndose en el papel de idóneos, hasta convencerse de que están mejor que ellos y terminar en algún eslogan ridículo intentando “llevar la cultura a los barrios” o cosa por el estilo. 

  Y salen un rato de sus prisiones habitacionales, dejando a los niños en la computadora para que no se aburran, para ir a mirar espantados como los descalzos juegan alegremente en la calle a miles de juegos que no sabían que existían, y aun así, algunos hasta se hacen un tiempo de prestarnos atención y aprender un poco de la “cultura” formateada en el extranjero que llegan a derramarles tan generosamente.

  No es raro que esos proyectos no duren, si no se dejan colonizar por la idiosincrasia y los contenidos locales: en esos casos quedan tan aislados  que su fracaso acompaña a los aristocráticos “benefactores” que ahora desnudaron una sensación de vacío en sus vidas, de falta de sentido, que solo podrán exorcizar descalificando completamente al fruto de su prejuiciosa mirada. 

  De ahí a apoyar el discurso institucional que barre todos los  males hacia los suburbios, no habrá más que un impasse temporal de incomprensión irreflexiva, y luego la represión y el exterminio serán aceptados sin mayores recelos como solución práctica. 

  Los alcaldes, directores, comisarios, jueces y diputados se ajustan el nudo de la servilleta, y atacan con cuchillo y tenedor.

  Después de eso, la normalidad será establecida nuevamente, y los cauces del concilio social serán remarcados como deben ser: para los pobres la caridad, para los ricos la cultura, para acá la delincuencia, para allá la honestidad, para acá la conciencia, para allá el desinterés, y así etcétera, etcétera… 

  Como si fuera un juego de niños que no les importa ganar ni perder, se reparten los roles, sin derecho a queja. 

  Para superarlos, de un lado o del otro, habrá que superar el contexto, pero el mismo es apremiante, aplastante y coercitivo, en todos los niveles, en todos los extremos, porque las estructuras no están hechas para trastocarse, ni los alambrados para saltarse, y así, lo único aceptable en un principio es desarrollarnos en el nicho que tenemos asignado,

    Porque las mismas personas se vuelven instituciones, y eso si está muy bien visto, y muchos se acostumbran a dormitar a la sombra de otros como si fueran edificios.  

  Lo inmutable, lo inapelable, lo intransigible, todo lo que remita al poder como fuente de legitimación de la vida es inmediatamente homologado, categorizado, adulterado o podado en sus facetas poco edificantes, y remitido inmediatamente al almacén de ejemplos de vida. 

  Desde ahí será propagado, divulgado, propagandizado y exigido a la generación que le toca, como único valor y fuente de felicidad personal.  

  Y si logran ser felices de otra manera, están equivocados y todo el peso de los estabilizadores sociales caerá sobre sus cabezas, función altamente prestigiosa y honoraria, que más que por policías y jueces, es ejercida en primera instancia por padres y hermanos, por maestras y vecinas, por amigos y colegas.  

  En definitiva, dado que el sistema es capitalista, nos quieren seguir vendiendo el negocio de la guerra social, por lo que la única alternativa para la paz, es la independencia económica, no como países, que ya están bastante atados al palenque y han perdido la importancia ideológica, sino como individuos, en cualquier lugar del planeta.  

  El sistema hace una sola pregunta: ¿Cuánto? Y esa independencia que nos ofrece, solo económica en desmedro de todo lo demás, no es la que nos sirve, no la que estamos buscando en este caso… hay que empezar a preguntarse sobre todo el cómo, y también por qué y para qué. 

  Quién, cuándo y dónde es la única respuesta que ya tenemos en la mochila: somos nosotros, ahora mismo, en el lugar donde estamos.

   Ahí es donde podremos cuidar la semilla del mundo nuevo, donde las personas vuelvan a ser personas.



24 julio

Poder de decisión

 

La otra vez me paré en una esquina, había una luz roja a mi lado y yo había decidido darle un nuevo propósito a mi vida, trazando un camino desconocido e inexplorado, completamente ajeno a mis parámetros hasta ese momento.  

  Había una luz roja.  Yo, quieto, permanecía.  Y no sabía a ciencia cierta cómo conducirme ¿Qué es lo que se esperaba de mí?

  Entonces a un lado tenía la luz roja, y frente a mí la luz verde, en esos extravagantes armatostes llamados semáforos, que cambian sincronizadamente de un color a otro a cada rato…nunca les había prestado atención, aunque recordaba vagamente que me habían enseñado su funcionamiento en la escuela primaria.  

  Ya hace dos días me había propuesto la meta de respetar las normas de tránsito.  Esta nueva forma de andar por las calles me brindo por un lado una serenidad absoluta en la marcha, un cambio total de paradigmas y circuitos, un esfuerzo mental permanente por recordar las calles y sus direcciones autorizadas para calcular donde dar la vuelta sin ir a contra flecha.  

  Por otro lado, me envolvió en una falsa sensación de seguridad, al respetar las normas establecidas, que me hizo rápidamente ser consciente del peligro que se corre al andar en bicicleta en calles donde los automovilistas no las registran ni las necesitan estorbando. 

  Aunque la mayoría son extremadamente respetuosos y corteses, un solo inconsciente desaforado puede dejarnos con las ruedas girando en el aire, al no reconocer nuestra presencia en la vía pública más que como un estorbo a su necesidad de ganar tiempo.  

  Afortunadamente, en las primeras etapas de la transición, las pocas veces que me topaba con un semáforo, podía obviar su presencia - solo prestando atención a todos los demás requisitos que se exigían normativamente- con detenerme si los automóviles estaban detenidos y pasar si los automóviles pasaban(observe que muchos desprecian la senda peatonal, sintiendo un regocijo palpable cuando la gente que cruza caminando la calle tiene que rodearlos, fenómeno que se acentúa  según el lujo de los vehículos, seguramente acorde a la costumbre cotidiana de sus dueños de pasar por encima de todas las leyes)

  Entonces llegue a esa bocacalle y había un semáforo y ningún auto a mi lado, ningún auto por la calle perpendicular, en esa tenue hora de la siesta donde hasta los policías piensan… y yo sin parámetros, sin ejemplos, frenado, tratando de recordar ¿Cuál es la luz para pasar, la roja o la verde? 

  Parece fácil ahora que lo cuento pero hay que tener en cuenta que había una luz a cada lado y lo único que sabía era que iban a cambiar de color, como ya lo habrían hecho antes, en cualquier momento, así que podrían ser o no ser… 

  Miraba atentamente buscando una pista, y la vergüenza me impedía preguntar a algún ocasional caminante. 

  Esperaba, ya que no se trataba de decidir, como si fuera una ruleta, un color cualquiera, sino de tomar la decisión acertada y ninguna otra. 

  Pasé diez terribles segundos hasta que un auto que venía por la otra calle, freno correctamente antes de las líneas blancas (lo que indicaba sin lugar a dudas que el rojo era el color “prohibido pasar”, y el verde el “¡adelante!”).  

  Y tomando nota de cada color (hasta recordé que el fugaz amarillo del medio quería decir “precaución”) atravesé lentamente la bocacalle, con todo derecho, justo antes de que la tensión de ese momento de zozobra se hiciera insoportable. 

  Y todo esto me vino a la cabeza, al descubrir que también me había olvidado un chiste, de los dos que sabía, y por las dudas, se los voy a contar, dice así: ¿qué le dijo un globo a otro? ¡Cuidado con el cactus…! ¿Qué cactusssssssssssssssssssssss….?  ¿Se entiende? Es para pensar… Ja, ahí me vino a la cabeza, el chiste de los tartamudos… Pero ese se los cuento otro día. 

  Y a que viene todo esto, bueno, a nada, o casi nada, solo que me di cuenta, al sumarse algunos sucesos de otra índole en estos días, de lo extrañamente acostumbrados que estamos a dejar que decidan por nosotros, en prácticamente todos los aspectos de la vida, o por lo menos, la mayoría, o seguramente, sin dudas, claramente en los más importantes.  

  Entonces nuestra tranquilidad mental depende en gran medida de no tener que pensar, de no tener que resolver cual es el “color” adecuado a una decisión cualquiera.  Absurdamente delegamos, fomentando las instituciones que lo hacen por nosotros, al margen de su utilidad, de la idoneidad de sus humanos operadores, y del sentido práctico o real de abandonar nuestro poder en manos de desconocidos.  

  Pero lo hacemos todo el tiempo, con una tranquilidad pasmosa, con una seudoconfianza resignada completamente irracional, con resultados desastrosos, solo disimulados por nuestro alineamiento con las instituciones que nos dicen como pensar, y que nos indican oportunamente que todo está bien, salvo que sea la hora de indicarnos lo contrario. 

  Entonces alimentamos el sentido de esta grandiosa maquinaria llamada sociedad, a cualquier costo, así sea el propio inadvertido sentido de nuestras vidas, ya que será inmediatamente reemplazado por el mandato apócrifo que nos hace esforzarnos para proteger y perpetuar las instituciones.  

  Pero no nos importa tanto, queremos vivir, ya es nuestra única responsabilidad, permanecer vivos, y nada más, el resto del tiempo buscamos el confort, y un lugar en la escala de lo repetido un poco más alto que lo que merecemos.  

  Y así hacemos girar la rueda de la enmohecida fortaleza social, empujando rabiosamente, sin darnos cuenta que sube y baja solo para que el engranaje siga corriendo, sin permitir a nadie permanecer en la altura salvo que detenga la rueda.  Estúpidamente, es lo que alguno intenta de vez en cuando. 

  Pero la mayoría se conforma con no tener que elegir, nunca, nada, nos venden hasta nuestros instintos para decirnos lo que tenemos que sentir, y compramos para todo el año.  

  Siempre hay alguien que elige por nosotros y eso es tranquilizador, siempre hay alguien al lado que elige como nosotros y eso es tranquilizador.  Aunque a veces quedemos frente al semáforo, sin saber qué color es el adecuado, y eso nos llene de aprehensión, de miedo instintivo, la mayoría del tiempo esta tan bien establecido, tan abundantemente publicitado que tal vez nunca nos pase, en realidad.  

  Para los que no pueden contenerse, están asimismo establecidas las maneras de romper las reglas: donde y cuando, cómo y por cuanto tiempo, quien debe ganar  y quien salir perjudicado.  Así el engranaje corre y aplasta todo para volverlo combustible, aceitado por nuestra indiferencia, por la formidable inversión en propaganda que nos hace creer que somos libres, que elegimos, que el destino está en nuestras manos.  

  Y así, felices instrumentos, consumimos buenas noticias, malas noticias, buenos gobiernos, malos gobiernos, mala música, buena música, sin bajarnos nunca del péndulo que nos hace oscilar eternamente como sociedad entre polos opuestos.  

  Y si algún día siquiera sospechamos algo, no importa, nos olvidamos al comprobar que el mundo entero funciona mejor así (porque nosotros funcionamos mejor así) y podemos usar mejor el tiempo para divertirnos y olvidar nuestra esclavitud, para envenenarnos mejor y no mirar el oscuro porvenir que forjamos hacia el siguiente día.

  Y todo se explica en que somos un animal de costumbres, aunque muy inferior a los felices y rebeldes animales de la granja, somos los únicos que construyen palo a palo el corral donde vamos a ser encerrados, y después la escalera al matadero, orgullosos de la calidad de nuestra obra. 

  Porque, en realidad, nuestro único temor es a lo inesperado: cuando ya se habían adaptado a hacer como que no existía, cansados de sus silbatos y quejas inútiles, policías y agentes de tránsito, se inquietaron un día al verme frenar a su lado, en un semáforo, evitaban mirarme, como si yo, esperando una provocación, pudiera saltar sobre ellos en cualquier momento, en venganza por su inútiles intentos de reeducarme.   

  Estuvieron así, unos días, hasta que otra vez dejaron de prestarme atención, ahora convertido en invisible ciudadano modelo…



 

20 julio

Aniquilados por la esperanza

 

 


 

  Como siempre, los valores predominantes en la sociedad, no son los necesarios, ni los mejores, ni más acertados, sino solo los más adecuados.  

  ¿Adecuados a qué? A su eterna transformación en guardianes de la hegemonía, de lo estático, de lo incambiable: el poder, la dominación de unos pocos sobre el resto.

  Y como un triunfo de los valores burgueses sobre la decadencia del perezoso o salvaje oriente, del África primitiva, de las islas perdidas en el océano y las selvas en nuestro propio continente, se alza el valor más utilizado para convencernos de que estamos en el camino correcto…ese tenebroso índice: la “esperanza de vida”.  

  Y así nos empaquetan una vez más con la grandiosa preminencia del norte sobre el sur, de los países ricos sobre los pobres, de la moral contra el libertinaje (o lo que se quiera justificar, bueno, de alguna manera se mete en el paquete).  

  De hecho, las investigaciones médicas son la excusa eterna para la tortura y la degradación de miles de animales de laboratorio, incluido el ser humano, claro está.  

  Por suerte se acabaron los tiempos oscuros en que había que raptar personas para probar los riesgosos inventos de la nueva medicina, con los indignos desesperados de hoy basta un contrato y una firma para desligarse de responsabilidades judicializables, manteniendo a salvo la moral. 

  Entonces pagamos por ella, mientras torturamos y asesinamos lentamente, por esa moral tan necesaria para pararse en el estrado donde se entregan los premios nobel, cenit de la decadencia y la manipulación de la humanidad por las elites inútiles que siguen intentando eliminar los derechos personales.

  Pero no, no nos dicen eso, claro ¿O quién sería tan estúpido de comprar un paquete que dice “te estoy matando” como etiqueta? …nos venden las más espantosas mentiras hasta que llegamos a necesitarlas, hasta que pagamos por escucharlas.  

  Y adoctrinados en la filosofía del laberinto para ratas, donde siempre nos cambian los carteles, obedecemos la consigna de consumir a nuestros propios hijos para alimentar el sistema. 

  Es nuestro requisito para pertenecer, aunque los tengamos que volver adictos y esclavos carentes de voluntad, listos para obedecer ciegamente al más pequeño tirano que los solicite a cambio de un terrón de azúcar. 

  Pero compramos el diario, y leemos de corrido los titulares sin intentar comprenderlos, sin generar responsabilidad crítica sobre la información que recibimos.  

  Y después de los chistes, después de los chismes, pasamos directamente al suplemento, donde con letras redondeadas se anuncia que en nuestro lado del planeta sigue creciendo la esperanza de vida, y eso es todo lo que queríamos saber para justificar el desenfreno absoluto de nuestra estupidez cotidiana.

  Al margen de la insensatez de tomarse en serio datos estadísticos, dibujados promediando caprichosamente muestras falsamente proporcionales, lo cierto es que ya perdimos hace rato la esperanza de estar vivos.  

  Divagamos por el mundo obedeciendo dictámenes de hace mil años, fórmulas de países de fantasía, soluciones de otros climas y dioses ajenos marketineros, con el único premio de disfrutar de un confort que nos aplasta, nos enferma, y nos envicia sin dejarnos conformes.  

  La decisión, la voluntad propia ya son tan ajenas que no se discuten, suspirando aliviados cuando asesinan al que piensa distinto, al que se siente vivo, al mismo tiempo que marchamos como ovejas en defensa de cualquier señuelo que nos agiten adelante con el nombre de libertad, justicia, tranquilidad o tan solo dinero. 

  Entonces destrozamos el alma de los niños para evitar que su futuro nos cuestione, ingenuamente, como si el futuro no se nos hubiera colado por las rendijas, desde el techo y las paredes, condenándonos a una supervivencia hostil, corriendo de la farmacia al médico, de la esclavitud laboral al sillón del televisor.  

  Lo único permitido es mentir, y evitar reconocer que estamos enfermos, aunque salgamos del dentista a comprar basura de supermercado, mientras ganamos tiempo arreglando una cita por teléfono, a la que por supuesto llegaremos corriendo, robando minutos a nuestra felicidad. 




  Y así seguimos día tras día, evitando asumir que estamos completamente locos, forzando la máquina para ponernos al día, para correr atrás de las deudas pensando que alguna vez vamos a llegar al saldo positivo.  

  Hasta que llega el primer achaque, mucho antes de lo que pensábamos, mucho después de que podamos cambiar de vida. 

  Y a pesar de nuestra juventud, nos viene este dolor de huesos, esta fatiga muscular, estas punzadas que no queremos saber si es el hígado que se parte en pedazos o un infarto silencioso que ya nos está matando de miedo.  

  ¿Pero qué podemos hacer, con esta panza, con esta grasa de chancho cebado que nos recubre, si lo único que aprendimos es a elegir el vino por el precio, y la comida por la propaganda? ¿Salir a caminar por el parque? 

  ¡Si el último espacio verde de la ciudad fue usado para edificar el centro comercial, donde llevamos a nuestros hijos a festejar comiendo hamburguesas al McDonald, para que incorporen los beneficios de someter la naturaleza!

   Ahora que las futuras generaciones pueden jugar sin embarrarse, es más, sin conocer el pasto ni los bichos, cuando hemos perdido todo nos preguntamos adónde vamos a caminar, que comer, cuando todo lo que está a la venta nos hace mal.  

  Y lo único que podemos hacer antes de morir miserable y lentamente, antes de resignarnos a seguir igual es desligarnos de la responsabilidad de haber encerrado a los niños en un corral, para que siga todo igual, porque así hicieron con nosotros y no aprendimos otra cosa.  No aprendimos nada…

  Lo tenebroso es que seguiremos medrando así, veinte o treinta años más, solo para alimentar estadísticas, para que otro ingenuo agarre el suplemento científico del diario, después de leer los chistes, y se entere que actualmente la esperanza de vida es veinte años más alta que la del siglo pasado.  

  No importa, si tiene suerte, podrá moldear sus músculos en el gimnasio y jamás se enterara que le robaron sin remedio su esperanza de vivir, de sentirse vivo (así como sus padres, ya comenzara a alimentarse de la vida de sus hijos).

 

12 julio

Operario Calificado

 

 

 


¡Por fin conseguí trabajo!  En la fábrica de alimentos, después de una hora entera de charlar con el encargado… 

  Es así, no confío en los curriculums, ni en los clasificados, siempre hay mil mejores que yo, más temprano, mejor vestidos, más preparados.  

  Es imposible, inútil, además nunca resulto, pero nunca.  Así que hago lo mismo de siempre, un día, me despierto con la certeza absoluta de que voy a conseguir trabajo, y salgo, puerta por puerta, negocio por negocio, fabrica por fabrica, hasta que llego al hueco en el momento justo y quedo. 

  Después viene lo más difícil, que es aguantar, no sé ustedes pero yo no nací para trabajar, eso de despertarme temprano día tras día, de noche en invierno, con calor en verano, bajo lluvia o viento y como sea.  

  Y después la rutina agobiante, destructiva, de aguantar a los jefes, los capataces, los ingenieros, los dueños, los chupamedias, los botones que desde que entras no tienen otra idea en la cabeza que sacarte para afuera…

  Y trabajar aunque estés cansado, aunque no tengas ganas, aunque estés con sueño o directamente sin dormir, y aguantar hasta que suene la sirena de la fábrica  y puedas irte a casa a intentar descansar entre el griterío y los cachorros pasándote por arriba o mordiéndote los dedos de los pies.

  Y tu mujer que no termina de gastarse la plata y ya te pregunta que día cobras como si fuera ella la que se levanta a las seis de la mañana y se interna doce horas en esa monstruosidad de acero inoxidable, bateas y ollas grandes como una casa, cintas, norias, luces y ese olor putrefacto que se te queda en la nariz hasta el otro día, y descansar de verdad un domingo de cada dos.

  Y encima esos turnos rotativos y todo con los mamelucos de seguridad que parecen hechos para matarte de a poco de calor, y apenas si se puede respirar con los barbijos, aaaaaaaahhhhhh no conozco otra forma más horrorosa de desperdiciar la vida que trabajando… 

  Pero bueno, ya no me fiaba ni el quiosco de la esquina, los gurises andaban en harapos, y la Nance no se compraba ropa nueva hace un año, apenas si estábamos comiendo más o menos mal y eso porque ella salía a limpiar casas ajenas… 

  Pero a mi quedarme cuidando los niños y los perros, sin nada más que hacer, puede llegar a volverme loco, así que un día agarro la calle, me pongo la mejor ropa que tenga y consigo trabajo.  No hay que saber hacer nada, solo llegar al corazón del encargado, y capaz hasta echan a uno para tomarte a vos jajá. 

  Igual no es un ritmo para aguantar toda la vida, entre el viaje y las horas de trabajo, apenas si me alcanza el tiempo para dormir, la paga es tan buena que voy a quedar todo lo que pueda, los muchachos son todos buenos pibes, nadie se asusta si te fumas un porro, o si llegas que se te saltan los ojos, si me aburro escucho música y listo, el día pasa, un día, un día más. 

  Mi trabajo es bastante simple, ahora, que estoy en producción. …al principio entre a la fosa, a palear el grano para las norias, aunque tienen rejas, el pie pasa igual y en un descuido te puede pasar para el otro lado y te chupa el chimango… 

  Y eso lo vi, con el Gabi, que siempre estaba haciendo chistes y meando la soja para que el aceite salga con gusto jajá ni se imaginaba(yo nuevito, todavía iba al baño, pensando que si me agarraban meando el grano me iban a echar a la mierda jajaja)…   

  Y después un día se descuidó y metió el pie en la rejilla, yo gritaba más fuerte que el todavía hasta que pararon todo y entraron a buscarlo, del pie ni noticias, las zapatillas verde fluo se divorciaron para siempre, y del Gabi no se supo más nada, dicen que agarro como quinientos mil pesos, y puede ser.  

  Después vino el encargado a preguntarme si me animaba a seguir, y la cola de camiones que esperaba y le dije que si nomas, si total el pie no iba a crecer de nuevo, bueno si metes la pata que sea la otra así entre los dos arman un par de zapatillas me dijo y me palmeo la espalda como diciendo, confió en que no sos tan pelotudo como el otro. 

  Ese día fue más duro que nunca, termine completamente agotado, y cuando ya no podía ni arrastrar la pala por el cemento termino de caer el grano y se había hecho la hora. Y salí afuera recién, sin haberme fumado un solo pucho en todo el día, traspirado entero, muerto, con ganas de no volver más… 

  Pero ahí el capataz me dio el mameluco y me dijo, tomate el día mañana, y después venite con este, vas a pasar a producción, gracias por quedarte, ahora va a ser más aliviado el trabajo….

  Lo que no sabía era cuanto más aliviado era, creo que el esfuerzo más grande que hago es subir la escalera a la garita, después solo apretó comandos según la lista de producción, y automáticamente se ponen en marcha las boquillas y los moldes, los paquetes y todo lo demás, apenas tengo tiempo limpio la sección que se terminó de usar con una manguera a alta presión y después solo miro pasar la cinta con la pasta hora tras hora hasta que me voy a casa.

  No tengo problemas en cubrir a cualquiera y tampoco en hacer horas extras, hasta en extracción estuve un martes después de un fin de semana largo que habían faltado todos, entre ese mar de tanques prensas, relojes y válvulas que pueden estallar en cualquier momento.  

  Yo ni loco pierdo el presentismo, esta semana termino de cerrar todas las cuentas y ya empiezo a pagar la moto, así me muevo más rápido y más barato, una dos cincuenta, toda carenada, todavía no me la entregaron y ya la quiero más que a mi mujer jajajaja.  

  Además ya deje de ser el héroe de la casa, y eso que ahora nos ahorramos hasta la comida de los perros, me traigo unas bolsas terribles de alimentos.  Pero la otra vez estaba chupándole la concha y se me mezclo el olor con el que tengo impregnado en la nariz de la fábrica y me empezaron a dar arcadas y termine vomitando, por suerte llegue al baño.  

  Cuando volví no me miraba, creo que estaba llorando, no me hablo por dos días y todavía no estamos bien del todo.  Ayer la acaricie, llegue y estaba lavando los platos, para cocinar, y como había ido todo tan bien en el laburo, ni me acorde que no me dejaba ni tocarla y le di un beso cuando llegue, y le acaricie la cintura, mientras olía ese shampú de manzanas verdes que usa.  

  Cuando me di cuenta estaba temblando, me hicieron ruido los dedos de la electricidad que se hizo… pero no dijo nada, los chicos parecen tan en la suya como siempre pero los conozco, están atentos a ver qué pasa, ahora sonríen y juegan las inmundicias jajá.

  Hoy les tuve que contar que es lo que hago para que me hagan caso y dejen de comprar basura para comer, no pienso ni mirar un paquete de esas mierdas nunca más, además con los ojos cerrados le puedo sentir el olor debajo de la sal, el mismo olor a la fábrica, a la comida de perros, a las zucaritas, a casi todo.  

  Nanci no puede creer que todo se haga con lo mismo, pero es así, la pasta húmeda que sale después de la última prensada para hacer aceite, se mezcla con aditivos y conservantes en bateas súper grandes donde vomitamos cuando a veces venís con sueño a la fábrica y un bostezo te hace entrar el olor hasta el estómago y terminas devolviendo el desayuno.

  Entonces lo mejor es vomitar en la inmensa olla para no ensuciar, y eso lo recomienda el capataz, el fuego mata todo, y si no se puede ir al baño, es lo mismo, un meo capaz le aporta más vitaminas y minerales que todo el proceso, más las colillas y alguna rata que cae de vez en cuando mareada desde arriba de la cabreada.  

  Pero eso no les conté, solo la parte suave, donde traduzco las ordenes de producción a los comandos, que extraen la pasta a unos cilindros mezcladores donde se le agrega colorante, saborizante, vitaminas y todo eso,  y a veces algunos ingredientes, como pedacitos de jamón, queso o alguna mentira por el estilo, como la nueva línea que sacaron ahora en los supermercados… 

  Antes no me perdía una promoción, ahora ni loco pruebo esas porquerías, bueno entonces del cilindro van a la manga múltiple que inyecta la pasta en los moldes.  

  Después de los rodillos alisadores los moldes cambian de cinta y los restos vuelven en otra a la batea otra vez, no se pierde nada.  Mientras, el producto limpio avanza hacia el horno, que son cuatro metros tirándole calor por arriba y por abajo, al ritmo y temperatura de cada cosa.  

  Cuando salen del otro lado ya están hechos, y van cayendo en otra cinta mientras se enfrían y de ahí ya al empaquetado, donde simulan ser desde papas fritas hasta zucaritas, patitas de pollo, galletitas o alimento para peces, perros y gatos, y mucho más, en todas las marcas formas y tamaños.  Parece mentira pero el producto más elaborado es la comida para perros.  

  Ahora solo como ensaladas y porque lo conozco al bolita de la verdulería, ya no confío mas en nada, todo es un veneno mortal que nos venden como si fuera oro, lo más lindo es que todo tiene el mismo costo, centavos, pero según el producto en las góndolas hay diferencias terribles de precios, debe ser para disimular, y son carísimos, es una locura. 

  La otra vez andaban los dueños, eran unos gringos gordos y unas mujeres grandotas que hablaban en ingles entre ellos y sacaban fotos, y el gringo me pregunto hablando todo atravesado que cuantas horas trabajaba, y si me quedaba muy lejos de casa … 

  Y yo que le contestaba tratando de controlar algo, apretar algún botón, mirando la cinta, para que no se dé cuenta de lo al pedo que estoy, aparentemente los convencí porque no me molestaron mucho más, y se fueron a practicar castellano a otra sección, la verdad que casi me estoy acostumbrando a este trabajo. 

  Hoy fuimos a comer a lo de mi suegra: no cocina ni por casualidad… lo que  es la familia, pero estamos casi bien con la negra y no quería, no quiero ninguna fuente de conflicto, así que tendría que haber sido un poco más vivo y llevar la comida, pero no, si nos invitaron… 

  Puré de caja, patitas de espinaca con jamón, bueno, eso dice el paquete… 

  A diez metros lo huelo como si estuviera en la fábrica, me arruino el finde.  Y encima tener que comer, los gurises me miraban como esperando que diga algo pero no, es así nomás…más vale comer en paz.  Y estaba comiendo sin hambre, mordiendo las patitas al medio como para demorar más y que no me vallan a servir de nuevo, cuando se me queda un hilito entre los dientes, y lo saco. 

  No digo nada debe ser de la manga de la vieja, descuidada, pero me parece conocido, es verde, de la media patita sale otro hilo, verde también, sale de adentro, y algo me dice que sé que es, sin pensar disimuladamente tiro del hilito y sale un pedacito de tela fluorescente, la zapatilla del Gabi, ah era eso, y yo echándole la culpa a mi suegra.

  Ahora si me como todo, gracias Gabi, buen provecho donde estés reventando la plata del seguro, creo que deben ser las únicas patitas con sabor de todo el paquete, jajajajajajajajaja, cuando están haciendo el café, voy a vomitar al baño y vuelvo, como recuerdo me guardo el pedazo de tela.  

  Me siento a charlar, como nunca, la vida es impredecible, la Nanci me mira, cree que sabe lo que me está pasando pero no sabe en realidad en la medida que me está pasando, no veo las horas de volver a casa para ejecutarla como pide el brillo de sus ojos fijos, la miro y me muerdo los labios para no agarrarla ahí nomás, delante de todos, aguanta un poco así mi amor, que estoy cansado de hacerme la paja… 

  Nos sentamos de la manito como cuando éramos novios.  

  El aire se enrarece mientras los pulgares amasan...arrasan la piel…



 

10 julio

Status Quo

 

 


¿Qué es lo que esperamos como sociedad, como individuos parte de ella?

  Podemos hacer esta pregunta y responderla, sin dudas, con una larga lista de exigencias, expectativas y deseos largamente merecidos, tampoco faltaran los dictámenes, los determinismos  morales, las condenas y los crucificados, los culpables y los Mesías autoconvocados. 

  Porque no vamos a dejar de aprovechar la oportunidad para dejar bien sentada nuestra posición en la vereda sana del bien común, la verdad, el progreso, y la verdadera convivencia donde los que sobran son los otros. ¡Claro que no!  

  Pero aun teniendo en cuenta que estas palabras gastadas llegaran a otorgarse un sentido a sí mismas, ya que nosotros se lo restamos… ¿Qué estaríamos definiendo? 

  El simple marco ficticio donde se supone apuntaríamos si tuviéramos la voluntad de actuar en privado según declaramos en público: nosotros, el presidente del club de la esquina, el dueño de la rotisería, el arquitecto, el petrolero, el intendente, el cura que junta las limosnas en la catedral, el vago que pide monedas en la plaza.

  Pero abiertamente no es así, la hipocresía esta institucionalizada de una manera tajante en las relaciones sociales, donde el que no juega queda afuera, y al que miente se le cree asépticamente por conveniencia.

  Lógicamente no es eso lo que denota el servilismo con que veneramos a los próceres, a los idealistas, a los profetas, pareciera que hay una falla en la ecuación que da tan malos resultados a pesar de los esfuerzos individuales mancomunados desinteresadamente hacia el bienestar público.  

  A ver pongamos la lupa… ah claro, hay una corriente subterránea debajo de las apariencias, donde las mismas pirañas aprendieron a vivir escondidas por el miedo a la dentellada, pero claro que no es factible empezar por uno  mismo, mientras todo lo demás sigue igual, habría que ser por lo menos tonto.  

  O en eso se escudan los agentes de tránsito cuando en la esquina de la plaza principal dicen en voz alta “y… dame pa'l asado” al automovilista que pasó el semáforo en rojo en una transitada calle céntrica. ¡Qué importa!

  Si todos saben que son corruptos, mejor que estén ahí, un día podríamos necesitarlos para pagar la coima en vez de la angustiosa multa: de respetar las normas ni hablar, eso está fuera de discusión: a veces no tenemos tiempo, a veces no tenemos ganas.  

  Lo único lamentable es el nivel de vida al que han llegado los muchachos, pidiendo ahora para el asado cuando antes pedían para la gaseosa, y hasta hay quien les dio una pajita o un vaso plástico y siguió su camino, burlando a los burladores de la ley.  

  Pero en cualquier institución pública, el empleado avispado lucha hasta poner a su lado a su hermano, cuñado, primo, mujer amante y marido.  Desde las cocinas hasta los puestos directivos, esos que vienen con la impunidad etiquetada como una marca, para elegir a dedo a los más incapaces colaboradores.  

  Claro, si las virtudes son fidelidad, obsecuencia y discreción.

  Y así seguimos jugando, simulando creer para acceder a una información jugosa que nos permita ser parte de la jugada, o defenestrando violentamente a todo lo que nos parece inaccesible, lejano, extraño a nuestros privativos intereses.  

  Pero el colchón de violencia social sobre el que nos recostamos está latente y al rojo, y aunque todo cae hacia abajo, no hay un vaso que no se llene dos veces cuando nadie quiere tomarlo, aunque hoy en día el vaso se reparta entre los cinco continentes del globo.

  No hay un solo amante del poder que pretenda cambiar algo.  Sin excepción los privilegios se restan a los indefensos, a los indigentes, a los desahuciados, aunque las culpas se reparten entre los ingenuos, los perejiles que confiaron, los distraídos, los insensatos que hacen algo sin refugiarse bajo el ala del sombrero de los caudillos.  

  A pesar de que la carne de cañón de todas las guerras se junta de las clases aplastadas por el hambre y la desesperación, y los prolijos militantes políticos panfleteros de los ambiciosos aspirantes a clase media “dirigente”, esta rutina de siglos no aportará agua a la raíz del cambio. 

  No llegarán las soluciones de eternizar todas las fallas, todas las mentiras, todo lo que está mal  a cambio de beneficios particulares que empezarán a pagarse en cuotas el día que nuestra insignificante facción llegue al poder.  

  Obviamente tampoco vendrán de la mano de ninguna mujer copiando el rol del patriarca dominante, en esta sociedad de machistas chupapijas.

  Y ahí viene la parte graciosa, donde de tanto tirar la mierda para abajo nos hemos creído nuestra propia fabula, sin percatarnos de que el poder tiene sus propias dinámicas y no estamos implicados más que en su puesta en marcha, en el mejor de los casos.  

  Y sea como venga dada la mano, las inmensas multinacionales que intentan repartirse el mundo les darán “pa'l asado” a nuestros sonrientes y dóciles gobernantes, que nos leerán el discurso mundial estandarizado, mal adaptado y peor traducido mientras todavía se suben los pantalones.  

  Y solo nos restará abrir el paraguas, como siempre, para empezar de nuevo a criticar y despotricar lo mal que nos va.  

  No hay tampoco por qué preocuparse por eso, con seguir mínimamente la línea de conducta trazada para nuestra categoría género y raza, podremos tener una oreja antes de dormir adonde declamar nuestra indignación por el rumbo adonde llevan el mundo estos inasibles culpables de la situación actual.



 

07 julio

En la prisión

 


 


  Estaba terminando de lavar la ropa justo a tiempo antes que se termine el agua, el domingo se arrastraba entre las barrosas calles al ritmo del viento frio del mediodía.  Terminaba de preparar el mate mientras se llenaban los baldes para la última enjuagada, cuando por la ventana veo detenerse en mi vereda una moto.  

  La conducía un extraño personaje: apenas se habían detenido las ruedas, tocando bocina, cuando aprovecho el tiempo para tomar un trago de la espumosa botella que llevaba en el canasto delantero del ciclomotor. 

  ¡Miguel! ¡Como andas! Salí a saludar, secándome las manos en el pantalón.  Y en consecuencia, acto seguido paso a explicarme los motivos de su visita, aunque disculpándose del poco tiempo que le impedía pasar para ver la forma en que tengo organizada la huerta en mi casa.  

  Me subí a la moto y fuimos a buscar un pescado, mientras seguía comentándome más en detalle los pormenores del asunto. Quince minutos más tarde regresábamos, yo para terminar con mis tareas antes de agarrar los documentos y la cámara de fotos, para hacer una visita a la unidad penal.

 

  …Nos armamos de paciencia, esperando tras los gruesos muros, que se abra la mirilla tras la puerta de acero para dejar pasar a otro grupo familiar… hasta que finalmente conocí la causa de la demora: la burocrática búsqueda de seguridad. 

  Tras la puerta había cinco policías penitenciarios,  y uno con el uniforme azul de la federal, tal vez para matizar, el de la escopeta era el único que parecía estar atento a alguna posible eventualidad, los demás se veían relajados, aunque atentos y en su posición fija en el espacio del patio.  Por la ventanilla de la oficina declaramos el objetivo de nuestra visita: el preso tal.  

  Dejamos las llaves y los documentos, quedando asentada nuestra visita en un grueso libro de actas.  A mi turno pase en la compañía de un policía penitenciario de guantes blancos de veterinario a un pequeño cuarto donde fueron revisadas mis pertenencias y lo que llevaba para el preso y palpado de armas. 

  A las mujeres las revisaba, asimismo, una mujer.   

  Me pregunto si me habían autorizado a entrar con la cámara, con lo que no supe que contestar, desconociendo tales restricciones, el teléfono, que aún tenía en un bolsillo, también fue a parar al casillero 30, con el resto de las cosas.  Al pedir autorización, me explico después de las averiguaciones de rigor, que la cámara quedaba retenida, pero cuando estemos en el patio podría mandarla a buscar y me la llevarían.  

  Desconfiado entré dejándola en sus manos.  Pasamos la primera puerta de grueso alambre tejido, donde otro policía hacia guardia aburrido, pudiendo ver a la izquierda el primer patio, con varias formaciones de mesitas y bancos, donde los presos se juntaban a comer y tomar mate con sus visitantes.  

  Acto seguido, después de la oficina de dirección del penal, donde se veían computadoras y escritorios, encaramos por un pasillo zigzagueante, rejas, una oficina donde había cuatro policías más, otra puerta de acero y después el patio.  Ahí nos acomodamos en una mesita libre en un rincón,  frente a la puerta que retenía al objeto de nuestra visita.  

  Detrás de la puerta, de madera y chapa, estaba la amplia celda, que no llegue a ver, aunque una mirilla redonda que tapaban con gomaespuma sirvió para reconocer a las visitas, desde adentro.  Del lado de afuera un grueso pasador asegurado con un candado servía para mantenerla cerrada sin posibilidades.  

  Cuando estuvo listo, el preso golpeo la puerta repetidamente para que le abran…lentamente el policía de guardia se acercó con su manojo de llaves…

  dada las horas de la tarde en que finalmente habíamos llegado, el tipo ya había comido, y nadie quiso restarle un pedazo de esa exquisitez, ya que no iba a comer, a pesar de que habíamos ido a compartirlo, dejándoselo reservar para hacerse un pequeño banquete más tarde, dado el estado de penosa restricción en que pasaba sus días.  

  Después de los saludos y presentaciones, el padre pasó a mostrarle los diarios y golosinas que le había llevado, los cigarrillos, las galletitas, charlando un poco de cualquier cosa.

  El patio era rectangular, cubierto contra las paredes con juegos consistentes en una pequeña mesita y dos bancos, casi todos cubiertos por una frazada, teniendo al medio la puerta por donde habíamos ingresado, y en la pared, como dibujadas, cada unos cuantos metros, las puertas de las celdas, interrumpidas frente a la entrada por una habitación abierta donde había otros juegos de mesa y bancos y donde una gran olla calentaba agua para los termos de mate.  

  Después de esta pieza, y antes de la primera puerta había un par de teléfonos públicos, después un par de puertas más y parecía ser todo. Arriba crecían rebeldes helechos, sobre las paredes blanqueadas tapando las inscripciones talladas en la cal, abajo los niños más pequeños corrían y jugaban alegre y ruidosamente a través del patio, mezclándose sin prejuicios, mientras las mujeres y demás familiares conversaban en voz baja.  

  El baño estaba a nuestra derecha, en el extremo del patio. Cuando una pareja se levantó para ingresar, supuse que habría alguna pieza reservada para el encuentro de los presos con sus parejas, por lo que no advertí  de ese hecho al viejo que preguntaba dónde hacer sus necesidades, a lo que el preso lo acompaño al lado… los prendió fuego… 

  En vez de decir algo tan simple como “disculpen” y dejar el lugar con discreción, se puso a gritar “no, métanle, métanle, mira yo molestando cuando estaban por culear, no, no, sigan tranquilos nomas…” dicen que perro viejo no coge ni deja coger…

  Cuando pudo superar la vergüenza, la chica volvió a la mesa con su hombre, mientras el preso intentaba hacer callar al viejo que pretendía seguir hablando del tema a los gritos.

  Más allá de eso, nadie parecía darle importancia, metiéndose cada cual en sus asuntos, construyendo una isla donde simular una privacidad imposible, solo afirmada en el respeto mutuo que imperaba en las horas de visita.  Yo reflexionaba lo terrible que debe ser pasar hora tras hora privado de la libertad, día tras día, mes tras mes, año tras año, entre paredes, rejas, y policías armados.

  Junte agua con la jarra para llenar el termo y tomar unos mates, y pasamos un rato más todavía, después a nuestro pedido, me trajeron la cámara, tomándole al recluso algunas fotografías, con su familia y otros presos, para tener de recuerdo.  

  Momentos más tarde dimos por terminada la visita, haciendo el camino inverso hasta la salida, donde después de recuperar nuestras cosas dejamos los muros blancos a nuestras espaldas al fin. No resulto tan opresivo como yo creía, pero sin dudas fue mi primera y última visita a la Unidad Penal 3 Concordia, o cualquier otra, prefiero, sin ninguna duda, permanecer afuera.




Volar

 

Un hilo del destino se ofrece, como una travesía, una posibilidad.  Las probabilidades de éxito son prometedoramente una en un millón, si llegan a tanto, y la tarea se define como eterna, aunque hermosa en su sentido abstracto y total.  

  Asirse a esta línea en el universo, es sin dudas, a pesar de su esquiva inasibilidad, más coherente que seguir las carreteras de la homogenización social que nos descaracterizan.  

  En su aparente fragilidad, la fibra del espíritu que la agita la hace tan fuerte que sin darnos cuenta un día somos (¿Llegaremos a serlo?) Uno con el camino, y los parámetros pierden su estricto significado. 

  Tiempo y espacio no son verdades, sino fluctuaciones a las que nos podemos acomodar, y en un área acotada como la cabeza de un alfiler brota el interminable despliegue del fluir de la vida, en un eterno segundo que no nos alcanza el año entero para extenderlo.

  Pero incluso antes que podamos seguirlo el viento eterno que barre lo inconmensurable borra todo rastro a mitad de camino, dejándonos solos, mojados e indefensos en medio de la nada.  

  Y quedamos esperando una señal, sin lazos que nos permitan alcanzar el refugio de la sociabilidad, sin rutinas que nos absorban en la seguridad de no pensar en nada, sin recursos aparentes, sin un fin practico que nos dé una excusa para ponernos en marcha. 

 Y la mirada se vuelve sobre si misma porque en esa oscuridad no hay nada que mirar sino tal vez  solo mirarse, como último recurso, como único lazo aun visible con la humanidad que nos esquiva desde adentro.

  Y llegar entonces a los confines de lo ignorado, de lo dejado de lado por comodidad, por desidia,  se vuelve trabajoso por la nostalgia atenazante de mitad de camino, cuando mirar para atrás se vuelve una necesidad que ya no nos aporta nada, teniendo la nada adelante y un montón de escombros sin sentido a nuestras espaldas… 

  No hemos ordenado los restos y eso nos detiene, nos lastima como una sensación palpable de que nos persiguen en cuanto volvemos la cabeza. Pero no podemos volver porque el hecho mismo de volver atrás se ha convertido en una ficción que no es parte de nuestro esfuerzo.  

  Aun así, debemos seguir y componer los pedazos olvidados nuevamente hasta fortalecer un nuevo punto fijo donde poner la cabecera del puente, con palabras que desperdigaron su sentido, con tiempo y espacio que se mareo a si mismo de tanto retorcerse sin lograr convencernos de que estábamos ahí.

  Llegará el día en que, aun con un pie en cada lado, pero firmes, podamos dar el paso sin pensar y olvidar todo lo superfluo, antes que el abismo se abra más y nos parta al medio en dos pedazos irreconciliables, escindidos en nuestra nueva forma de parecernos a nosotros mismos.  

  Es por eso que ya no tengo dudas, aunque tampoco certezas, construyendo un armazón desconocido, sin herramientas: el etéreo y pegajoso plumaje de un ave que no nació. 

 Pero no me atare nuevamente a la necesidad mezquina de dormir con la panza llena, ni a la aparente mejoría de lograr mis cometidos, no me dejare llevar por la corriente de los insensatos que buscan llenar el tiempo, ni por la voluntad esclava de sobresalir. 

  Cada vez que miro a mí alrededor solo veo trastos viejos que tendría que tirar sin más demora y sin embargo me detengo por encontrarle un sentido que me permita recordar el fondo de los hechos.  Pero nada queda.

  Como pirata afilo mi barco, para que no me alcancen en el medio del mar, con viento a favor llego a la isla desierta donde solo hay arena y entierro el tesoro para olvidarlo y salir de nuevo, aunque queda el mapa.  

  Aun cuando muera de aburrimiento un día leeré sus signos incomprensibles y una inquietud inclasificable me llevara a buscar otra vez las señales, los viejos caminos entre las corrientes y los vientos, y entenderé que un día no pensaba en engordar con los pies sobre la mesa, indolente y sucio de ideas preconcebidas. 

  No hay un metro que se pierda, no hay un escalón que se haya subido en vano, teniendo el paisaje volador como reliquia de nuestros ojos, cada instante cuenta, para siempre, y es mejor no haberlo desperdiciado.  

  Es tan limitada la energía que podemos dedicar a lo único que importa (¿O no nacimos para ser libres?) 

  Que podemos perdernos para siempre con solo sentirnos derrotados, y eso sí sería insoportable, terminar después de todo cambiando de canal en la eternidad de esperar que nos sirvan la comida, o buscando gurúes en la biblioteca de la escuela.

  Hoy decidí, como cada día, dedicar todas mis fuerzas a buscar la libertad, a elevarme sobre las ataduras humanas de esta sociedad, y llegar un poco más cerca de lo que une mi esencia con el universo en expansión, con la furia de darse eternamente del sol. 

  Pero como un gato, le ronroneo a mi propia sombra y me estiro, y pospongo el momento de ponerme en marcha, tal vez me vuelva un poco más coherente después de hacer un poco de orden, cuando empiece por lo más básico, y me decida a lavar los platos. 

04 julio

...Cuando vinieron los indios

 

 

 

Siento la necesidad de expresarme porque mi tribu esta tan dispersa que pocas veces se cruzan nuestros caminos para compartir el fuego y la sal, las estrellas y el aire vibrante…

  Soy un indio entre los indios, mi camino se apareo mil veces en el camino de mis hermanos, sin cruzarse, sin juntarse, porque más que una nación determinada, nos une una sed de libertad que no entra en parámetros definidos por los convencionalismos.  

  Es más, incluso los esquiva como anclas pesadas, que aun izándolas a cubierta cuando sale el sol, no pueden más que volverse trastos inútiles y pesados, que nos hacen perder el valor de las tormentas, pasadas y futuras. 

  Mucho menos pretendo volverme un parámetro, o ser guía de nadie, acalambrando mis pensamientos en ideas muertas, sino que prefiero nutrirme de la realidad cambiante como herramienta de reformulación constante de mí mismo.

  Tal vez por eso no me importa hacer un libro de esto, ni que quede tan claro lo que escribo, pues eso significaría abroquelarme en posiciones que no podría cambiar, cuando lo único que no me permito cambiar es la voluntad de transcurrir por el mundo sin ataduras. 

  Incluso no me sentiría orgulloso de poner una foto en el primer lugar de ningún concurso, pues eso sería un insulto al infinito, cuando valorar una mirada cualquiera como superior a otra, nos convierte automáticamente en exterminadores de la segunda, ignorando que solo somos percepción, y que absolutamente todo es válido.  El maquillaje de la realidad no la vuelve  más bella ni cierta. 

  El exterminio solo genera falsa uniformidad, atando las conciencias como manojos de paja hacia un fin ajeno. 

  Entonces, no es imponer parámetros lo que busco, tampoco escribir, ni sacar fotografías, sino capturar un retazo del mundo que me permita, como una piedra en la laguna, saltar a la siguiente piedra y seguir un camino que se, tal vez no lleve a ninguna parte. 

  Lo trascendente es caminar, llegare a mí mismo y será la nueva costa, hasta que se convierta en piedra que me permita saltar de nuevo: somos evolución.  Somos un salto en el aire pretendiendo llevar el lavarropas y la licuadora, la última película y quinientos amuletos colgando del cuello.  

  Sin embargo saltamos con todo, directo al agua y los cocodrilos, o nos quedamos quietos para no perdernos la novela de las cuatro, para no hacer ruido, para no aflojar ni una tuerca, y a eso le llamamos vida moderna. 

  Entonces veo a veces a los sitiadores o a los sitiados, compartiendo un segmento quieto del mundo, y casi siempre callo, porque su camino no es mejor que el mío, ni al revés.  Pero la experiencia de los hechos que viví se plantan como banderas que no me dejan ser parte de esas batallas y encontrarle al mismo tiempo un sentido. 

  Entonces no creo que haya que defender a los indios, ni ser parte de ninguna tribu, cuando cada indio que me crucé me dijo lo contrario, con mucho más que palabras, defendiendo antes que la vida, una visión del mundo que no hablaba de tribu sino como pertenencia a una mirada.  

  No recuerdo que alguno me haya dicho, soy Quilmes, o Mepén, o Guaraní, o Carajá como un concepto excluyente de mis mismas posibilidades.  

  No recuerdo que alguno me haya hablado de raza colores ni genética sino de elecciones y decisiones comunes como un territorio de pertenencia, un marco evolutivo, una nación histórica-ideológica.  Por eso me causa rechazo la forma de apropiarse que algunos tienen pretendiendo defender el “indigenismo” o “los charrúas” o cosas inabarcables por el estilo, cuando esta forma de confiscación del mundo solo refleja el papel, la doctrina de los exterminadores.  

  Y aun ritualizando el mismo saber antiguo corren el riesgo de desinterpretarlo. 

  Es por eso que solo lucho por una visión del mundo, un terreno común a todas las tribus humanas, a todas las tribus urbanas, a todos los niños y niñas que no se rinden un segundo por permanecer libres. 

  Me refugio en lo abstracto como única manera de permanecer, aunque la funcionalidad del mundo amenace con volverme una estatua de sal más en el camino.  

  Sigo un camino de migas de pan porque estoy hambriento de verdad y dejo la mitad para que otros no se pierdan tampoco, pero la verdad no puede ser establecida y sin embargo se vende, envasada y lista para el consumo, aunque no es a esas góndolas adonde llego. 

  He visto elegir las flechas.  

  No compraré jamás una verdad de dos caras, de blancos y negros, de malos y buenos, no apoyaré una apropiación del territorio como una meta más importante que la expansión de la conciencia, una conceptualización de la vida como un bien más importante que la libertad, porque ahí toda lucha está perdida de antemano.  

  En la igualación de objetivos con nuestros captores se define una victoria cierta a su favor, pero pretendemos seguir discutiendo por imponer caciques cuando la tribu es la raza humana ¿Quién sería capaz de abarcarla sino es adentro suyo?

  El cuerpo humano no afirma que el corazón sea más importante, que la pierna izquierda deba dar el paso después que la derecha, ni que los ojos sean puestos en su lugar por el voto de la mayoría… Somos una totalidad intrínsecamente funcional, cada cosa está en su lugar porque no podría tener otro, es pretensioso hablar de categorías, de jerarquías… 

  Tal vez la paz llegara al mundo cuando volvamos a vivir desnudos, a vernos como somos en realidad: un cuerpo adaptado a un planeta y no al contrario.

 

01 julio

Ser en sociedad

 

¿Individualidad? ¿A qué se estarán refiriendo?  

  Nos acostumbramos a ser funcionales de tal manera que ya defendemos nuestra funcionalidad.   

  Caminamos como un ejército de portaestandartes en una película sobre antiguos señores de la guerra chinos.  

  Corremos desesperados para llegar a tiempo al desfile, pero sin preocuparnos mayormente de mirar la bandera que enarbolamos, tal vez fue cambiada en el camino.  

  Pero nos entregan una bandera y nos dicen que corramos ciegamente, y después nos entregan a nosotros mismos con bandera y todo como ofrendas al aparato voraz de consumo que nunca llega a tener la panza llena.  

  Y corremos, porque para eso está la escuela, el ejército, la oficina, el hospital, el banco, la universidad y todo lo demás, para enseñarnos a correr sin proponer un sentido. Para eso nacimos. 

  Y como herramienta nos legaron el individualismo más competitivo, el egoísmo insano, el placer de correr con la mejor carta en el bolsillo mientras los demás ven como se cae el frágil castillo de  naipes, al que le robamos su base.  

  Ya no hay tiempo para ser el mejor, todo cambia muy rápidamente, solo hay que ser el más vivo, el más despierto, y sobre todo el más inescrupuloso, hombres y mujeres luchando por la igualdad de hacer daño impunemente cuando nadie los mira…

  El teatro de la tragedia permanente se robó nuestra sensibilidad, ya no podemos sentir, la muerte es un producto de la televisión del que no somos responsables en ninguno de nuestros actos.  Incluso, en este escenario del reemplazo instantáneo, la supresión de la vida nos abre en teoría nuevas posibilidades, nuevos nichos vacíos de desarrollo donde podemos hincar los dientes, nos hemos vuelto hermosamente cínicos, astutamente sádicos. 

   Hacemos largas colas para acceder a lo que nos esclaviza, y sin disimularlo más, nos regocijamos cuando el de adelante cae, acelerando la fila.  Su defección nos hace sentirnos más fuertes, nos impacienta hasta hacernos pensar que podríamos provocarla en algunos otros, y empezamos a empujar, violentamente, a ver si nos reacomodamos mejor.

  A nuestras espaldas, después de los cuerpos machucados y rotos por la avalancha, deambulan ancianos tristes, mendigos de un sentido que no terminaron de despojarse a sí mismos, delgados de comer apenas lo suficiente para no ofender la vida, levantan aquí y allá un retazo de basura y recuerdan… 

  Y miran alternativamente a los grandes espacios abiertos, y los gritos y arañazos de la turba furiosa por llegar a las puertas de la fosa común, y rehacen la historia de cada invención que en su juventud festejaron como grandes soluciones de la humanidad. 

  El sol no alcanza a secar sus lágrimas, quedan vencidos por el peso de su visión, derrotados, solo esperan que alguien disponga de ellos en la manera más conveniente y usual, vivirán un tiempo más aunque no tengan motivos… solo ellos pueden sentir el amargo desprecio de los jóvenes que los ignoran, pues han sido sus más grandes artífices. 

  Mientras, la manada camina siempre hasta otro lugar, nunca alcanza para todos y es de mal gusto preguntar qué pasa con los que quedaron atrás.  Es mejor fabricarse un buen bozal que nos permita ser cabalgados, con la ilusión de llegar al mejor pasto, pero este tiempo cruel revienta los mejores caballos, y los más audaces jinetes. 

  No hay expectativa en la masa, no hay salida quedándose en casa, pocos plantan una esperanza porque es barata: no atrae el futuro si su color no es artificial.  

  Y llegara un nuevo año, un nuevo gobierno, un nuevo mundo igual con sus informes catastróficos, y los carceleros corriendo con sus candados a cerrar las salidas de emergencia, como si alguien quisiera salir, cuando no pedimos más que diversión para festejar el fin del mundo.

  Un niño con su  pedazo de pan en el bolsillo caminaba por entre los restos, juntaba las aerodinámicas carcazas de los fuegos artificiales, jugando soñaba con naves y viajes, el frio transformado en travesía espacial, cuando de entre unas cajas surgió un viejo, de ojos cansados.  

  Sonriendo se sentaron a soñar, el viejo reía y lloraba contra el viento, entre la basura y el resto de su soledad… 

  El niño escuchaba cuentos fantásticos de épocas que todavía estaba por conocer, obligó al viejo a comer, mientras se reía de su boca sin dientes…

Felices e Incapaces

  Bueno...   Siempre es un problema conocer a gente importante.  Y es un problema porque la gente importante tiene problemas importantes... ...