El árbol del dinero
En algún rincón recóndito de la tierra, tal vez cercano al Polo Norte, quizá hasta en el mismo país donde Santa Claus fabrica sus juguetes, crece el árbol del dinero, estoy seguro. Deben ser sus ramas de colores, y a pesar de las condiciones extremas, vivir en una eterna primavera interna que logra producir los miles de millones de billetes que usamos todos los días.
Y sobre la gruesa capa de hielo del Polo Norte deben circular sin descanso los camiones de caudales que llevan las hojas recién cosechadas hacia los bancos. Bajo blancos hangares, en el hermetismo más secreto se seleccionan los empleados que cuidan, cosechan, embalan, y reparten estos filigranados productos de la naturaleza.
Y seguramente no deben saber más de lo necesario los que mantienen y vigilan
estas interminables instalaciones.
¡De otra manera no me explico cómo pueden llegar a nuestras afortunadas manos estos papeles que de alguna manera, tienen que empezar a existir! ¿Y quién le pone el precio a todo? ¡Que trabajo extenuador! Estar atento al último yuyo al último árbol que nace, cotizarlo y ¡Tac! Ya tiene precio. El que sigue… Un bebe, que hermoso! ¡Tac!
A ver, a ver... Un legislador, un gobernador, ¡Un país! ¡Tac! ¡Tac! ¡Tac! Por suerte nada está exento. La libertad, la amistad... ¡El amor! ¡Tac! ¡Tac! Y dale que es tarde, cuando el sol se ponga, no debe quedar un solo rincón ni en las almas que no se pueda comprar, o en su defecto alquilar, por lo menos.
¿O vamos a
desperdiciar semejante complejo logístico-industrial produciendo billetes los
365 días del año, para nada?
Yo creo que no, o se desmorona el sistema. Y los obreros que limpian y cuidan y riegan y podan y cosechan este árbol milenario, finalmente dejarán de atender sus trabajos y las ramas terminarán quebrándose por su propio peso, y en el camino lleno de camiones de caudales abandonados, por el que vuelve quebrado por la nostalgia Santa Claus, se encontrarán dándole de nuevo un sentido a su vida, al alcance del mundo como era antes.
A toda costa evitaremos eso. La raza humana sucumbiría al caos
si no tuviera un punto de referencia para relacionarse, es tarde para volver al
trueque, ni siquiera a los cheques de viajero, ya no se puede cortar la cadena.
¿O es que quieren ver a los gigantes de las finanzas desplazados de su propio mundo, mendigando trajes usados en las tintorerías que hasta ayer honraban con su altivo desprecio? ¿Sería acaso racional que lloren deprimidos en las trincheras millones de soldados, al no recibir su salario?
¿Que las sirvientas y los peones golpeen el piso
impacientes ya, con la punta de sus raídas alpargatas, esperando en vano su
retribución ganada a costa de guardar su dignidad en un frasco? ¿Es que nadie
se hace cargo de los terribles problemas que algunas ideologías estúpidas están
tratando de sembrar sobre la humanidad? ¿Vamos a ser testigos inmóviles del
horror?
Si el sistema dura tanto es porque es
bueno: solo está contaminado por los oscurantistas que piden derechos humanos,
libertad, igualdad, fraternidad, cuando en su cuna misma se demostraron
innecesarios y estériles.
Es hora de volver a las viejas y probadas soluciones, obviamente y sin discusión.
El mundo real, donde es mucho más valiosa la máquina que cualquier ser humano, nos da la pauta de que todos los problemas empiezan por la superpoblación, lamentablemente hemos errado tantas veces el método de solucionarla que los teóricos y los ideólogos se han impuesto finalmente a los hombres de acción, derribando primero el imperio romano y después al ruso, y hoy en día se relamen esperando la caída de los anglosajones.
Al margen de esto, es particularmente evidente que si hay dos personas y un plato de comida, no es que falte nada sino que sobra una persona, y siendo tal la proporción
¡Lo único que falta para lograr la paz y la
prosperidad mundial es eliminar sin rodeos a la mitad de la población!
Tomémonos por favor el trabajo de dejar atrás las estadísticas, las mezquindades, las nacionalidades, las sectas, la historia y las tradiciones, y asumir que no pasa el tema por eliminar a los judíos, a los cristianos ortodoxos, a los negros, a los mapuches, a los disminuidos, a los árabes, holandeses, ancianos, matemáticos, periodistas, sindicalistas, etc. Etc. Etc.
Es evidente que la mezcolanza es total y
encima todos votan y se creen parte por pagar el más ínfimo impuesto.
Entonces la única solución comienza por ser
conscientes del sistema que usufructuamos y debemos defender, y ante la
avalancha de Estupidez Seudo Moral que llena la cansada vulgaridad de los
fracasados, tomar el camino de la solución, que no será final pero durara unos
quinientos años, pudiendo ser reeditada claro, y es tan simple como evidente.
Hablando claramente: al desperdigarse las naciones y las razas, por toda la superficie del globo, queda sin embargo una vara para medir y descartar: el capital, y solamente exterminando la mitad más pobre del planeta, llegaríamos a un principio de solución y convivencia pacífica (como todos sabemos, la fragilidad humana cede ante el perdón y la excepción de uno que otro condenado, por lo que deberíamos apuntar a la desaparición de las tres cuartas partes para llegar a este objetivo del cincuenta por ciento).
Dado este paso crucial, poco tardaríamos en darnos cuenta de lo acertado de nuestra decisión, aunque tengamos que lamentar la perdida de alguna que otra relación circunstancial, si fuera el caso de que hubiera un consenso para llevarla a la práctica.
Lamentablemente, como
todas las soluciones a los grandes problemas, por caber en la palma de la mano
no hay un brazo tan fuerte que se dedique a brindarla hasta su consecución.
Y si empecé esta relación con una bella metáfora es porque lo evidente no es comprendido nunca y lo necesario pocas veces se pone en marcha.
Además que siempre es mejor analizar las cosas
por uno mismo en los tiempos muertos, a pesar de que nadie las entienda… Ah… Nada como un nudo bien hecho en una corbata de seda italiana, bueno… ¡A trabajar!
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