26 mayo

Hipocresía


 


 

Mentir para permanecer sin cambios, dominar para   mentir mejor 

  Realmente hoy me canse de trajinar en los esquemas sociales, de pasar de un lado a otro pretendiendo encajar esos parámetros en mi vida, lo intento pero no es real.  Se de antemano que una parte de mi alma se rebelará ante el primer intento de adoctrinarla, ante los absurdos condicionamientos requeridos para poder acceder a los beneficios y la clemencia del sistema.  

  Nada de eso puede motivarme, tengo siempre un encendedor en el bolsillo para quemar bajo mis pies las montañitas de objetos fruto de haberme sometido temporariamente a la acumulación.  El fuego es un símbolo, los objetos solo medios de hacerlo posible…y no hay mucho más que eso.

  Casualmente había escuchado un comentario al pasar, dos tipos al lado de sus autos nuevos y uno le decía al otro pensativo, gestualizando “para entrar en la legalidad, primero hay que entrar por la ilegalidad” y después seguro se pusieron a criticar la sociedad que construyen así.  

  Como ellos, cuando todavía creía que había caminos tradicionales que tenían sentido, trabajaba sin descanso, todos los días en la misma dirección, mintiéndome a mí mismo que al brindarme recogería también los frutos.  No llegue a nada, por supuesto, más que envenenar mi alma, y destruir mi paz con los ladridos  de los inicuos.

 Saqué como conclusión no volver a olvidarme de mi, aunque si de toda pretensión de control  externo, en mis actos o decisiones, por lo que tuve que descartar las absurdas directivas sociales, los tontos prejuicios, los incoherentes mandatos familiares, los parentescos no elegidos, la doble moral como necesidad social.

  Y también el dinero, el frio, el calor, el hambre, el estado, las instituciones y la policía, aunque continuaron siendo parte del  irritante marco donde buscaba la fisura para generar algo real, algo que apunte solo al centro de mí mismo, porque las poderosas líneas de dominación hegemonizante se cruzan sobre nuestras cabezas y es más fácil (más cómodo)  entregarse que resistir.  

  Así la elección está siempre al alcance de la mano, sin reproches ni memoria, como diciendo: el día que te arrepientas serás inmediatamente bienvenido.

  Y no se trata solamente de elecciones sino también de posturas, y de sustentabilidad, porque a pocos les importan las consecuencias de sus actos una vez que han abandonado la escena, y pareciera que a veces estamos empacados en nimiedades, caprichosamente.  

  Porque en esto ha devenido el concepto de libertad para algunos que tienen la manija: un capricho de irresponsables y locos que no quieren aceptar que el mundo ya está “arreglado” que las cosas no van a cambiar, no deben cambiar.  

  Por eso es importante el sentido con que se hacen las cosas, al margen de las apariencias y hasta de los resultados, a veces hay formas de reencauzar el poder sin que se dé cuenta.  A veces se puede perder un paso para saltar un metro, pero sin dejar de crear, de transformar el condicionamiento en libertad, en nuevos espacios, en nuevas conciencias, en otros parámetros.  

  El tema es traducir el idioma del poder a un idioma de gente para que vuelva a la gente.

  Pero cuantos esperan su partecita, su miguita con devoción, capaces de cualquier bajeza por tener un poco más.  Cuantos piden para otros que nunca se enteraran ni recibirán nada.

   El tema particularmente difícil de cambiar es la percepción de casi todo el mundo en estos casos, se admira al “vivo” se lo envidia, en su forma de ganar sin romperse la ropa, en su forma de relacionarse a dos tres o cuatro puntas, cosa de salir parado siempre, en su manera descarada de disfrutar de lo que tendría que haber sido de todos, y repartir lo que le sobra entre sus allegados.  

  Entonces la “critica” es estéril y ambigua, envidiosa y amarga a la vez, porque muchos son buenos por descarte o falta de huevos, y sufren su indigna miseria de creerse mejores que el resto sin ser reconocidos.

  Es así como se deja caminar a los peores, y se ignora  a los que generan algo de verdad.  Se desprecia por tontos a los que fabrican milagros sin aprovecharse, entregando su vida entera, o su tiempo, sin más recompensa que la sonrisa de un niño, o el bienestar de una persona común, sin poder ninguno.

  Es por eso que a nadie le asombra cuando a un candidato cualquiera se le olvida hasta la última promesa, una vez que llego a su meta, es por eso que nadie reclama, cuando todo queda por la mitad, cuando los barrios se contaminan de escombros viejos y obras a medio terminar, mientras se llenan de albañiles las mansiones de los nuevos ricos.  

  No es que no haya recursos, solo se esquilman, se esquila a la misma oveja siete veces en un día, y con estos ejemplos descarados a vista de cualquiera, no hace falta ni un guiño para entender que todo está permitido, que robarle al estado, al municipio, a la nación, es un acto de justicia propia, no un vandalismo contra la sociedad en su conjunto.  

  Y así las hormigas recortan lo poco que iba quedando, todo se vacía en esa carrera que nadie quiere perder ni llegar último, menos para apagar la luz. Todo sirve, pero ya no es de todos. Nunca llego a serlo.

  Y que podíamos esperar con la educación que se recibe, con el chantaje permanente que se les inculca a los niños, y sin hablar de valores, con la televisión cumpliendo el rol de los padres, con maestros en todos los niveles educativos que casi siempre  adoctrinan media hora, y después ven si dan clases los otros treinta minutos.  

  Y trabajar para vivir lo mismo, cobrando sueldos miserables en condiciones humillantes, viendo como los empresarios ponen un clavo donde iban cuatro tornillos, como todo se decide, se digita, muy al margen de las conveniencias sociales, muy cerca del favoritismo y los sobornos millonarios. 

  ¿Cómo desequilibrar esa balanza, como privilegiar un concepto de bien común, de sentido común?  ¿Cómo volver a ser ciudadanos, y reclamar punto por punto por las decisiones que nos afectan a todos…?  No queda tiempo de hacer infinitas preguntas, solo de generar respuestas, urgentemente.  

  Y yo que recién estoy por terminar de cambiar hasta la última de mis células, levanto la cabeza y armo unas nubes de polvo por aquí y por allá, para perderme de los caníbales miserables que me esperan con cuchillo y tenedor, mientras encaro sonriendo al medio del barullo, donde solo te comen después de muerto. 

  Que hermoso es el mundo, pienso mientras sangro.

Jipis de América


 


 

Mochilebrios,  Artezanganos y Malabardistas 

Y si, hippies eran los de antes, ahora los llamaremos simplemente jipis, porque estamos acá, no en la soleada california, así que actualicemos, consumamos argentino.  Aparte hay algunas diferencias, como eso del amor libre que no existe más sino como aislada filosofía individual en algunos casos, y en algunos otros se remite al consumo de drogas por sexo (ni amor ni mucho menos libre).  

  La mayoría de las veces, tampoco son pacifistas ni les importa una mierda los problemas del mundo.  Solo uno de cada diez mil se pone flores y plumas en el pelo, salvo que sean de plástico y la vida en el campo no les interesa para nada de nada, aunque algunos lo intentan para salir corriendo luego.

  Así podríamos seguir comparando en el caso que tuviéramos un conocimiento fundamentado y profundo sobre el tema, pero no nos interesa.  

  Caducó.  Entonces hablemos de estos muchachos y muchachas que recorren los caminos casi siempre a dedo, buscando quien sabe que, comiendo una vez al día como los perros, cargando infernales mochilas llenas de piedras o alambres o piolas o mostacillas, a veces junto a bebes de días o niños pequeños, durmiendo donde un pedazo de pasto  les permite armar la carpa, o un colega local les preste un rincón de su casa, o en sucias pensiones o en ruinas devastadas por el capitalismo, etc. 

  También viajan algunos con lo puesto, y se van armando al caminar, de lo único que podemos estar seguros es de esa mística amante del destino que desprecia toda planificación, todo itinerario demasiado sabido de antemano(aunque podríamos afirmar que casi siempre con los primeros fríos se empieza a buscar el norte caliente, nadie apuesta a morir congelado)

  Entonces ¿Para qué sirven, para que viven, que buscan? No estamos aquí para responder esas preguntas, sino analizando un fenómeno sociológico complejo, aunque solo lo haremos superficialmente.  Veamos:


  Un tipo cansado de las persecuciones policiales, un amante desilusionado, un drogadicto irrecuperable, asesinos impunes, gente con problemas familiares, o simplemente muertos de hambre sin remedio, o también artistas y músicos excelsos, damitas de tersa piel y caderas de adolescente, gays y lesbianas, oficinistas estresados de vacaciones, villeros con tatuajes de tinta china, inocentes gurises que salen por primera vez de su casa y los buenos días de mama, etc. y mucho mas combinado de cualquier manera. 

   Todo se mezcla en las rutas, los trenes, se licua en las esquinas, se traslada por parejas, individuos o bandadas de decenas de personajes harapientos… y para que…  

 Tal vez justamente para nada, para desligarse hasta de los motivos, buscando a veces disfrutar de esa sensación de libertad, conociendo el mundo en sus paisajes más hermosos o viviendo fiestas multitudinarias.  

  De cualquier manera, se puede estar seguro que habrá un profundo aprendizaje, un conocimiento interno, un descarte importante de prejuicios, amistades que pueden durar para siempre, piojos, amor, mar y sierra,  polvo de los caminos pegado por años en la piel. 

  Aprendiendo malabares con piedras para pasar las horas interminables al costado de la ruta, haciendo instrumentos, tocando, enseñando a torcer alambre o engarzar piedras al que salió a la bartola y volverá con un medio  de vida en sus manos, tallando con cuchillos encontrados. 

  La mayoría no llevan más que la sal y una olla en su mochila, la cuchara puede ser un palo, todo lo demás se “manguea” y así como se consigue se comparte, una cerveza es un lujo desconocido, pero un pedazo de carne es proteína pura, se come a lo perro, se droga con estrellas, se paga con el alma puesta en un pedazo de rama atada a unos hilos y que se yo, porque es lo mejor que se tiene, pero se sigue aprendiendo.

  Y se sigue girando.  Se socializan los niños, se aman veinticuatro horas al día, y crecen aprendiendo la diversidad del mundo y la gente, a veces se puede contar cada costilla de los padres en aras de su panza llena y su risa, ignorante de penurias.  

  A veces el hambre desespera, pero, cualquiera pierde la vergüenza cuando se trata de comer, el tabaco acompaña casi siempre a los caminantes.  Sin documentos ni visa, lo que se contrabandea son personas.  Los países se arriman y se mezclan bajo las patas, y bajo las sabanas, digo, bajo las estrellas, hay días de más de mil kilómetros…

  Y finalmente algún día se va terminando la mecha, y en algún lugar se van estableciendo, a veces muy lejos, a veces donde salieron, pero nunca serán la misma gente que se fue. 

  Queda como pago una constancia infinita, un instinto de tribu que multiplica los colchones y los platos, una forma de reírse del desastre, de confiar en el buen curso de las cosas, que a la vez no está exento de la acción mas persistente y descarada. 

  Una economía de recursos que, tal vez por haber dormido y comido de los basurales, tiende al reciclaje y la ecología. Y tal vez una mirada clara y limpia, donde las palabras se reflejan sin mancharse, donde se puede seguir construyendo el futuro. 

  O tal vez también todo lo contrario, si hay algo que brinda el camino es la posibilidad de construcción personal, a gusto y pertinencia de cada punto de vista sobre el mundo… 

  Allá vienen, de lejos se los ve…marchando al sol.

19 mayo

Por el barrio



 

Agua, y cuero 

Estamos en uno de esos días soleados de otoño, cuando el calor se agradece por justo y necesario, el viento del este no deja ver mucho, achatando el humo a través del rio hasta llenar el barrio, aunque el incendio era en la costa salteña, si bien podría ser que estuvieran quemando algo, porque se veían las llamas cerca de una casa quinta o algo así.  

  El humo cruzaba el rio como otro rio, de humo, compacto y burbujeante, blanco, blanco humo, y recién se desparramaba al pasar el terraplén. Se escuchan algunos trinos de pájaros y los gallos cantando a cualquier hora, vecinos y vecinas de todas las edades pasan de un lado a otro, con esa forma de caminar que hay por acá, como una chalana a favor de la corriente, como diciendo si no es hoy llegare mañana. 

  Los perros se echan, se levantan, ladran, pelean, se desperezan, buscan un hueso, se echan de nuevo, se aburren y corren los caballos que estaban comiendo el pasto con sumo cuidado adentro de una casa, después, como diciendo los únicos capos somos nosotros,  atraviesan tres o cuatro cercos y pasan por mi casa como si yo no estuviera.

  Se escucha música, un par de loros pasan volando, gurisitos vienen de la escuela a los gritos, hay olor a comida en el aire, los arboles empiezan a cambiar de color, amarilleando, el viento ya cambio aclarando el aire, el cielo esta tan azul…  

  Y yo que hace tres días estaba persiguiendo un surubí cachorro, infructuosamente, lejos de desmoralizarme, cada día me cebaba mas, y buscando el pozo donde pudiera pescarlo con mis precarios medios, iba conociendo las playadas de piedra y las costas barrancosas del rio y del arroyo Yuquerí Grande.  

  Vivía embarrándome y perdiendo anzuelos, dejando de comer y dormir, con el pensamiento fijo en un adversario que se esconde bajo el misterio, al que hay que presentir entre las corrientes y los vaivenes del agua, e interpretar sus movimientos desde el otro lado de un hilo de nailon.  

  Me obligo a parar un rato para cocinar algo, al voleo, con la cabeza puesta en el agua que esconde tantos secretos, me tomo unos mates entrecortados  mientras afilo los anzuelos y el cuchillo que llevo a la cintura, acomodo las yapas de alambre, uno hilos para alargar las tanzas, controlo el robador, y cuando tengo todo listo la ansiedad amenaza con reventarme el corazón de tanto bombeo.

  Tengo que salir, a no dar tregua, apagando la hornalla, dejando el almuerzo para más tarde, tomándome a cambio dos mates mas pero metiendo condescendientemente medio kilo de pan en el bolso de pesca.  

  Ahora voy a probar en “la barrita”, un lugar bien tranquilo que conocí ayer… si no anda cachorro, andará dorado, más si con la boya saco alguna tararira para encarnar.

Y estaba en la puerta de mi casa, disfrutando el calor de las dos de la tarde, tomando el ultimo mate, cuando dos gurises vienen a toda carrera, parece que van jugando, o… se corren… no, van jugando, era hasta el fresno de la esquina… 

  Pero el que iba primero choca frenando con sus manos contra el árbol y cambia de dirección, encara subiendo la defensa para el lado de concordia pero ya perdió tanto brío que el otro lo alcanza, “para hijo de puta” y ya se le abalanzó frenándolo de la campera, mientras otro, de tres más que venían por la otra calle corriendo, gritaba “Cazalo! Cazalo!” y ya lo bajaron entre todos para el lado del rio.

  Una vecina volvía por la defensa con sus compras pasando entre el barullo.  

  Por mi calle, al mismo tiempo, mientras los hijos de los vecinos de enfrente jugaban en la vereda de pasto, tirados arriba de una frazada, por el medio venia una mujer en moto, con una recortada envuelta en trapos, que le pasa al marido que venía caminando al lado cuando agarran al gurí, y el tipo sale con el paquete para el otro lado del terraplén, con una cara que no auguraba nada bueno.  

  Yo miraba todo desde la puerta de mi casa, lo que pasaba frente a mi puerta, como otros vecinos de la cuadra, aunque no se me hubiera ocurrido ir a ver qué pasaba del otro lado.  Solo los dos que caminaban todos los días con el gurí, se arrimaron despacito, no sé porque estaban ahora al margen del quilombo. 

  ¿Tal vez había demasiados testigos? No sé. La cosa es que al rato apareció el pibe medio destartalado, con los otros dos, y se perdieron todos caminando y nadie hubiera podido decir que paso algo. Inmediatamente se cruzan de casa algunas mujeres y empiezan a comentar, yo quedo con una sensación fea, no es lindo ver un arma, menos ver que ejecuten a una persona.   

  Los fierros están en cada casa, aunque no se vean, y a veces pienso que un día van a atropellar mi puerta y se van a llevar mi equipo, dejándome de pescador neto nomas, por eso me hace falta un bote.

   No hay nada que hacer, mi pelea esta en otro lado, arranco con la bici por el murallón de la defensa costera, el barrio me parece tan hermoso si lo viera por última vez, sé que si logro mi cometido no volveré a ser el mismo.  Mi confianza es absoluta, mi determinación es implacable: solo voy gastando tres días de todos los que me quedan por vivir, y sin embargo, podría ser hoy. 

  Respiro profundo, me calmo, saco el pie del acelerador, en un segundo llegare a la tranquilidad y la paz eterna de la costa oculta del arroyo, donde el Martín pescador llama a las mojarritas chistándoles desde una rama, mis pasos resonaran en el silencio salpicado de chasquidos en la calma superficie del agua, producto del eterno duelo entre el sábalo  y el dorado…

   Y  llego, disfrutando de la libertad absoluta que me transmite la sombra de la selva, al punto elegido de la costa, dejo la bici y empiezo a desplegarme como un mecanismo de relojería.  

  Mientras  algunas aves blancas y negras vuelan quejándose de mi intromisión, empiezo a tirar mis líneas contra la superficie, el nailon se hunde en el agua.

  Muerdo el primer pedazo de pan, espero… 

En la cancha



 

Tardes albiazules 

Nos habíamos juntado a la siesta, con tiempo para tomar algo, en una esquina del barrio, para salir todos juntos para la estación, el lobo jugaba de local en Avellaneda, porque nos habían sacado los bosteros.  Una vez que fue la hora salimos caminando para allá, preguntándonos que habría pasado con los que faltaron.  En la estación estaba el grueso de la hinchada y un operativo policial, cuidándolos amorosamente.

  Al llegar nos saludamos todos uno por uno como para asegurarnos mutuamente que éramos todos amigos, en una de esas la policía pretende llevarse a un fugitivo ya que lo tenía a la mano, pero es tal el revuelo que se arma que desisten pronto de su ganga, es compacta la defensa del colega, y los policías deciden inteligentemente no pasar a mayores.  El tren llega un rato más tarde dándonos tiempo de tomar algo más al sol de la Avenida 1  

  Abordamos, la alegría es contagiosa, salvo por el “volador” que miraba concentrado en dirección a avellaneda, con su hijito en brazos, como planificando los siguientes pasos, llenamos el tren y arranca.  Algunos que no van nos despiden haciendo volar los trapos azules y blancos, así como en el camino hasta la estación Pereira más gente festeja y alienta al paso del tren, la fiesta ya empezó, adentro de los vagones, el clima es inmejorable, yo me había afeitado la cabeza un par de días antes, quien sabe porque.

   Había cambiado mi remera con un amigo por una camiseta de Quilmes, así que al pasar por la estación homónima me la pidieron prestada para prenderla fuego, a lo que accedí a pesar de desconocer el sentido de estos rituales paganos.  Un poco más y llegamos a la curva de avellaneda donde la formación se detiene en pleno recorrido para descargar a la gente, esta vez no nos emboscan al bajar. 

  Llegamos caminando y cantando a la cancha de independiente, donde ya habían entrado todos, el operativo policial era impresionante, los antimotines iban tirando gente conocida contra el paredón de la cancha, destartalada por los golpes y los tóxicos, llenaban un tráfico y juntaban más.  

  Por distraído quedo atrás en la repartija y todos los pibes reciben su entrada magnética menos yo.  Como esto era delante de la puerta, empiezan a entrar todos aprovechando que la guardia de infantería venia apretando para manotear a cualquiera que quedara afuera, yo justo ese día no tenía ganas de ir preso así que me cole atrás de uno en el molinete, pero los de seguridad de adentro de la cancha estaban tan atentos que a los dos metros me agarra uno del brazo, mientras otro se me ponía adelante llamando por radio, cruzo mi mirada con mi cumpa como despidiéndome, pero  el da el aviso y diez puñetazos y algunas patadas que caen como un enjambre de avispas definen el pleito a mi favor.

  Corro y encaramos la tribuna con la sensación de que no podíamos perder.  “mira, mira, mira, ahí entra la doce…” dice uno, y entre el mar compacto de gente una cuña larga encrespada de banderas entraba corriendo haciendo rebalsar todo, el partido era aburrido, el espectáculo lo daban las hinchadas.  Yo ignoraba que para las cámaras de seguridad, localizarme en cueros y con el cráneo pelado entre el resto de la gente era un juego de niños.

En el entretiempo un tipo sin una pierna apoyándose en su muleta, caga a sopapos a otro de casi dos metros que no solo no se defiende sino que pide disculpas desesperado refugiado entre otros dos que ponían paños fríos, “ya está, no sabía, no se dio cuenta” decían sus compañeros, la barra alrededor miraba de dientes apretados, como esperando una excusa para  descargar su exceso de adrenalina.

  Los papelitos ardían en montones, todos comentaban el primer tiempo, había sido nuestro pero uno a uno, yo iba por la tribuna solo recorriendo y mirando, cerca del acceso, cuando dos tipos nuevamente me rodean apareciéndome desde atrás y me llevan como chicharra de un ala, ya que la sorpresa no me da tiempo a reaccionar “quedate piola y no armes quilombo, vení con nosotros que tenemos que hablar” ¡Otra vez!

  Alguien pega un grito “¡Gimnasiaaa!”Y nuevamente una lluvia de piñas los desbarata para que otro me arranque tironeando.   Estaba seguro que a la salida de la cancha no me salvaba, pero mientras los vigilantes corrían cubriéndose de los últimos golpes, uno de los pibes me lleva con el y recolecta una remera y un gorro que me disfracen de la venganza sin dudas ambicionada.  

  Me refugio en el corazón de la hinchada, cantando y saltando hasta que el pitazo final decreta el dos a uno final a nuestro favor, le cantamos a boca, colgados de  la bandera que nunca mas pudieron recuperar. 

  La salida es tranquila aunque mas larga, pues ahora el pasillo de vallas y policías nos lleva hasta la estación, un milico con un palo como de dos metros parado como un ninja en la puerta, se lo va clavando en las costillas a cualquiera que pase mas o menos cerca, mas o menos despacio,  pero rápidamente queda solo mientras todos lo rodean para pasar mientras lo recriminan con la mirada, algunos audaces lo escupen de lejos.

  Un pelado  grita, “Que somos, delincuentes para que nos traten así??…” Los delincuentes evitan responderle.  “Volvió el Loco Fierro”, se entusiasma uno.

   Ahora si. En la estación esta la infantería y algunos caballos del otro lado del anden entre los hinchas de boca que esperaban el eléctrico, nosotros esperamos la formación gasolera mezclados con los  muchachos de la comisaría local, un oficial dice “…no le toquen la cola al gatoo…”  

  A pesar de esto los insultos se suceden separados por el foso de las vías... Al bostero mas boca sucia le revienta un botellazo en la columna en la que estaba apoyado, casi casi, como si nuestro tren arribando al anden hubiera dado la señal de descontrol total.  

  Las piedras moras vuelan para los dos lados, unos atrincherados en la fosa de los eléctricos y los otros desde las puertas y ventanas del tren, cuyos vidrios iban siendo prolijamente destruidos.

  Esto duro unos quince minutos hasta que llego el eléctrico y al mismo tiempo arrancábamos nosotros, al gordo que se había salvado del botellazo se lo llevaban pataleando a dormir entre rejas, bajo las carcajadas de los triperos.  

  Se habían acopiado tantas piedras  que a los más exaltados les alcanzó para tosquear a todo lo que se moviera hasta llegar a la plata. Arriba del tren alguno preguntaba todavía como habíamos salido, jajaja.  Otros me preguntan de dónde soy y porque me dejaba llevar por los vigilantes ¿O acaso no sabía que después de golpear todo mi cuerpo me aplicaban la ley del deporte, dejándome hasta ocho días preso?

  Y… no, todos los días se aprende algo…  desde la estación las bandas se van desparramando. Por suerte pude ir y volver, así da gusto ir a la cancha, lastima esta violencia que no lleva a nada.  

  Le regalo el gorro cheto al pibe, quedándome con la remera, volvemos a casa, la cabeza necesita una tregua… ¿Tomamos una birra?  ¡Ni hablar!

  

13 mayo

¡Cumpleaños feliz!


 


 

  Y tal vez hoy no muera nadie 

  Estaba en ese cumpleaños, al que habíamos tardado medio día solamente en llegar, y el agasajado en la mesa había llegado más tarde así que comía solo, un terrible cuchillo sevillana en la mesa descansaba, como en otras mesas, otros días las armas, y yo que solo ando de día pensaba pero que loco que estas andar con eso, te van a meter preso,  y me explicaste que era necesario, y a veces era necesario usarlo, y yo que casi nunca te había visto sonreír, por no mostrar tan pocos dientes, me imagine la situación y me dio frio, por ellos, los que dormirían en el zanjón.  

  Es así por acá, nada sale en los diarios, las alcantarillas y los basurales a veces se brotan  de carne dura, de muecas congeladas a destiempo.   Fui a buscar una cerveza y me dispuse a comer de nuevo, para compartir ese momento sagrado con quien no sabía hasta cuando estaría vivo. 

  Y mientras los gurises daban vueltas y más vueltas, alguien fue a hacer los mandados, el vecino del fondo está tranquilo este fin de semana, el de al lado prende la bomba para darnos agua,  

_¿Pero qué? ¿No están los caños? 

_Si, hace cinco años, pero nunca los conectaron… 

_Ah bueh.

   Pasan algunas caruchas mirando, nadie baja la vista, alguno saluda, las calles de tierra se parten de sol, plantar un árbol mil veces en esas veredas no es garantía de que crezca, cuando la bronca y la miseria solo enseñaron a romper, ninguna casa queda sola.

  ¡Si hasta un metro de cable se transa! Y los quiosquitos se multiplican para dar de comer a esas bandas que a la noche, se arriman al fogón nocturno en el tacho, ¿Leña? No, no mucha… para eso habría que quemar el rancho, el combustible más universal es el plástico, y esa amistad dura mientras dura el combustible, mal refinado, cortado, adulterado. 

  Sangran dos por tres las narices con el vidrio molido de los tubos fluorescentes (para que brille, me explicaron alguna vez) y también sangran los que no querían financiar el consumo, a culatazos en el mejor de los casos, agujereados a tiros si la cosa venia mala.  

Porque los muchachos salen a “trabajar” como se dice en la jerga, solo hay que ser audaz y alquilar  los fierros, y que se entienda rápido que no llegaron a mendigar.

  Mientras por acá se confía hasta la vida, se comparte todo lo que se puede, se dejan de lado las preguntas y las causas, llegando solo hay realidades, solo elecciones que no dejan arrepentirse.  

  Al menos hay un perro en cada casa, si se gana su comida, aunque siguen ahí así muestren todas las costillas.  Y conversando nos sentimos mejor, por estar en la buena racha, sin dudas, y aprovechando el tiempo antes que caiga el sol, porque no nos quedábamos a dormir, sino que pegábamos la vuelta, todo irá bien si las primeras sombras solo nos lamen las patas, llegando a la estación.  

  Sin embargo igual nos acompañan, como un gesto, para que sepamos… que nos cuidan porque hay afecto más allá del peligro, que la vida sigue cuando nos vallamos, difícil y cruda, alegre y rabiosa como un perro, libre. 

La libertad se defiende con la vida

  Y no vale la pena pensar en lo que queda atrás, podemos morir arriba del tren, podemos morir mañana, magra estrategia  para no  recordar en nuestra gente, más que el cariño y los buenos momentos, para mantener ese corazón calentado a fuego, latiendo en la misma sintonía,  así el reencuentro será como hoy inabarcable, como un minuto de cien años, como una semilla de luz que crece. 

   Volvemos cansados, por un par de estaciones todavía nos vigila  la policía, por el incidente en la estación, mientras los gurises se divierten vendiendo las frutas que repasamos del mercado central, en el furgón todavía hay olor a sangre de los vendedores que salen al mediodía con sus carritos repletos de carne a bajo precio desde mataderos.

  Y  junto a las vías del conurbano, en cada cuadra se ven toldos primitivos donde se acurrucan marginales, nunca vi tantas mujeres en la calle, calculo que será por esa igualdad de género tan lucrativa y ambiguamente  pregonada por algunas, tan sanguínea y honestamente por otras.

  Y vamos dejando atrás el conurbano, volviendo al centro en otro colectivo y otra vez a tomar el tren, y bajamos cansados y  felices a brindar por última vez mientras cerramos el día, mientras los gurises picotean algo, y van cayendo rendidos en los colchones, como nosotros…

  Mientras los últimos vasos servidos, casi llenos, en la mesa atestiguan el nacimiento de la luna creciente, como una ofrenda a las deudas que jamás podremos pagar, como si fueran un gesto a la gente sin rostro que nos salvó la vida una y otra vez, en el frio y la soledad de la calle.  

  En la oscuridad de la noche.

En la costa


 

Tardes de barrio                                                               

 El sol es un regalo que se sabe agradecer,  después de la  última gota, como si alguien hubiera decretado que iba a terminar esta llovizna pastosa, y a enfilar los pescadores para el rio, con sus cañas y sus baldes.   

  Los caballos siguen como si nada, comiendo entre la basura,  la gente va y viene apresurándose entre el viento del este, así que  hago unos mates y agarro el bolso con los anzuelos, salgo ansioso pero justo venia un gurí vendiendo roscas a cinco pesos la docena y tengo que entrar a buscar plata de nuevo, por suerte me alcanzaba para media docena, y ahora sí que voy completo, como para no sacar nada… 

  En la costa barrosa por la bajante  algunos pescadores hacen guardia atrás de sus tanzas, pocos, señal de que no hay pique, o no hay carnada como a veces pasa, hoy voy a probar otro lado, me voy para el pie de la barranca que está vacío, y desenrollo mis líneas.  Por ahí cerca un pescador dejo un pescado a medio filetear, así que encarno con zoquete de salmón de río y tiro.

  Mas allá unos pibes con cañas tiran también, después de fumarse un porro, y el primero que tira olvida destrabar el carretel y la plomada sale volando sola al cortarse el hilo, con lo que se cagan de risa y yo también, en toda la costa no se veía que sacaran nada, así que me puse a comer roscas y matear mientras corría el río llevando las tanzas hasta dejarlas casi paralelas a la costa. 

  Estaba  semidormido al sol, como un lagarto, cuando escucho el nailon entre los yuyos con ese ruido shshshhhh de escaparse para el rio arrastrado por la voracidad tremenda del dorado y me levanto de un salto y tiro del nailon y parece que se  clavó porque está bien pesado y empiezo a recoger la línea despacio como me enseñaron y el pescado que va de un lado a otro, a veces saltando afuera del agua.

  Intenta escapar de todos modos, hasta nadando hacia mi dirección, para desengancharse, hasta que lo saco del agua, y queda aleteando a mis pies, pesado y amarillo.  Que alegría!  

  Ya estoy listo pero sigo pescando, por las dudas, también encarno con boguita, y se me escapa uno a un metro de la costa, mala suerte, ya está, vuelvo a casa.

 Y ahí estaba viendo caer la tarde, las gallinas pegando la última revisada camino al dormidero, mientras algunas nubes se juntaban al oeste aunque no había trazas de que fuera a hacer frio.  Y el barrio respiraba su ritmo, con gurises jugando en la vereda y la gente volviendo a punto de finalizar el día, como los pasos de los pescadores con los dorados que cuelgan de los remos formando con las colas una cortina roja y negra.  

  Un bote que se manda recién para el rio, obviamente un contrabandista, tan desfachatado que pasando el terraplén se le suelta el bote y me voltea el pedazo de tejido que quedaba parado y se baja re flasheado (y por suerte no mato a nadie pero pregunta) 

_¿Esto lo tiró el bote o estaba así?!! 

  ¡Y encima hubo que conseguirle un alambre porque no encontraron el perno! Tal vez porque nunca se lo pusieron, posiblemente.   

  Un potrillo tobiano caracolea y da vueltas cuando el gurí de la esquina sale a juntar los caballos del ladrillero, que tiene que vigilar veinte veces al día, porque se los afanan.

  También pasan estos gurises que andan rastrereando en el barrio ofreciéndome portafocos.  Debe ser porque vieron que conecte la luz, pero no gracias, no voy a comprar hoy lo que me robaste ayer y mañana.

  Hay que tratarlos, sin embargo, coexistir, porque la verdad que aunque en un primer momento creo que cualquier víctima de un robo tiene el mismo pensamiento, no podes matarlos, no podes equiparar la vida a un objeto, y exterminarla como si un ser humano no tuviera posibilidades.

  Por lo menos así pienso ahora, creo que si los agarro adentro de mi casa los masacro. 

  Pero la convivencia es una necesidad de todos y a la larga cada cual se adapta al barrio, vive y deja vivir, cada uno escucha su música.  

  Y a media cuadra se escucha todavía ya de noche el pisón  de fierro alisando el piso del bote aun sin estrenar,  uno nuevo por semana, haya o no crisis o presidente, alguno va a buscar una cerveza después de trabajar, y un pescador atrasado pasa ahora caminando con la terrafa y los baldes, otra vez para el lado del rio a sacar el sabalín para mañana.

  Y de tanto escucharlas casi me sabía de memoria las canciones de la iglesia de la otra manzana …eres todoo poderosooo laralailala blabla… el baterista ponía muchos huevos, el coro era apasionado y bastante afinado. 

  Y justo ahí en un segundo que estaba mirando el cielo entre dos árboles centenarios, me fijo al azar en una estrella, quieta en la inmensidad del firmamento, pero como si la hubiera sorprendido sube en un trayecto irregular y se pierde diluyendo su luz en la nada, bastante raro, pareciera algo consiente que se esfuma en cuanto lo percibimos, quien sabe cuál será la explicación, si la hay.  

  Junto unas maderitas y prendo el fuego con gasoil, como para poner mi parte en la contaminación ambiental, mientras abro el bicho en dos, un gato ya merodea mirando, dejo el pescado limpio en un balde de veinte litros lleno de agua y el fuego prendido mientras busco pan, que, claramente, es imposible encontrar a esta hora en alguno de los siete comercios del barrio.

  De bronca me compro un Fernet  y cuando vuelvo me dedico solo a asar el pescado y me lo como sin sal, limpiando las espinas antes de tirarlas al pasto para que las mastique alguno de los innumerables animales que merodean todo el tiempo.  

  Al rato  duermo con la panza llena, mientras el barrio se envuelve en oscuridad y silencio.

…Ta, ta, ta. Pum pum, pum.  Pa, pa, pa, pa, pa, pa.    ¿Suenan tiros?  ¿O son cohetes nomas?  Vuelvo a dormirme.

02 mayo

Felices navidades


 

  Buscando un vaso que no este vacío 

  Estábamos deambulando, buscando algo de comer, la ciudad interminable se digería a sí misma en una fiebre de consumo de última hora, los negocios y jugueterías habían estado abiertos hasta el final, y ahora solo había escaparates cerrados, vidrieras desordenadas y papeles tirados.  

  De vez en cuando nos cruzábamos con algún perro, trotando atentamente entre la mugre, como llegando tarde, mientras nosotros, que no teníamos ningún lugar adonde ir, solo caminábamos.  Las veredas vacías: si alguien pasa  esta tan apurado que nos hace sentir más solos, más marginados, con más hambre y sed. 

  Caminamos con cuidado, para cualquier policía somos sospechosos solo por el aspecto, así está en los manuales, aunque si nos detuvieran ¡seguro algún preso nos terminaría pasando un vaso para brindar!

  Especulamos con la idea y nos cagamos de risa, evaluando su hipotética viabilidad.  Ciertamente que estamos varados, lejos de cualquier casa amiga, cansados y sucios, sin un cobre en los bolsillos, me gustaría encontrar un pedazo de pan para masticarlo lentamente. Hasta a la verdulería de a la vuelta llegamos tarde: nos perdimos el cajón de fruta picada.  

  De vez en cuando se ven pasar los últimos rezagados llevando postres y comidas increíbles en sus autos, impecablemente vestidos, peinados y perfumados, no podemos decir que causamos indiferencia, es distinto, ni siquiera existimos, si nos pusiéramos en su camino nos chocarían sin darse cuenta.  En un día como hoy nuestras caras nos hacen invisibles…somos las caras que nadie quiere ver.

  Las calles se escurren de gente y solo nosotros quedamos, en una cuadra al azar nos recostamos contra la pared y nos quedamos mirando los últimos minutos de quietud, los charcos y la basura, hasta que los cuetes reventando nos informan que ha caído la navidad.  ¡Felicidades! 

  Brindamos con nuestros vasos invisibles, algún Papanoel caminante se cruza de vereda, no sea cosa que le robemos la barba, tendríamos que haberlo cagado a patadas por imbécil, pero nuestra tristeza es demasiado agobiante. 

  Algo en nosotros sabe que en la calle el bajón es suicida, y nos empieza a dar risa: de los prejuicios de los idiotas, de los policías de guardia que simulan entretenerse mirando vidrieras, de las caras de culo de algunos pasajeros que se notaba no tenían ninguna gana de reuniones familiares (son los únicos que nos ven).  

  Y nos ponemos después a recordar las navidades pasadas, la mesa larga en el hogar, la ilusión de los más chiquitos, con el único regalo del año esperando ansiosamente bajo el arbolito.


  La cumbia al taco en los mil equipos de música de la villa, la recorrida por las casas saludando y comiendo lo poco que hubiera, algún gil borracho que se equivoca y quiere sacar carnet de guapo, los pibes en los monoblocks organizándose para salir a trabajar, y los pibitos saliendo en bandadas a divertirse.  

  Las cuadras largas de la vuelta en condiciones desastrosas, amenazando a nuestro cuerpo con dejarlo tirado contra cualquier rincón…

  Somos hermanos indudablemente, lo bueno de la calle es que se puede elegir la familia, y con esto por ahora nos alcanza para no caer, para no sentir que estamos condenados por esta soledad, y nos levantamos sin reproches, llenos y borrachos de recuerdos.  

  Empezamos a caminar de nuevo, esta vez a descansar, entramos  resbalando como sombras en la pensión amiga, a ver si el estómago vacío nos deja dormir un rato, nos enrollamos democráticamente en el descanso de la escalera, oliendo el mármol, vigilando la puerta.

  Charlamos todavía un rato, a ver si solo por hoy nadie viene a matizar nuestro reposo nocturno echándonos afuera.  

  Feliz navidad.

 

El día que el Enano lloró



 


 

 

Fraternidad 

Michino, Cuña, Cotato, Enano, Bulón, Cristian, Maneco, Motita, Calculín y yo, estábamos charlando en la punta del muelle, teníamos algo importante que decidir, antes de salir a hacer la recorrida.  

  Estábamos indignados y dolidos, porque el hasta hace poco buen compañero, se había vuelto muy raro en estas semanas.  Pero la coronación fue ayer mismo, cuando Bulón y Motita lo cruzaron en el centro: ellos iban tarjeteando y él se cruza, desconociéndolos, bien enropado y con una chica… ¡De la manito! 

  Y cuando lo van a saludar, sorprendidos también por el  encuentro, les hace chau con la cabeza casi sin mirar y sigue de largo agarrado de la nena.  La verdad que una lástima porque hasta ahora era el que más encaraba y el que casi siempre resolvía los problemas en el grupo, tal vez por ser el más grande, pero ya no hay vuelta atrás, la decisión está tomada. Expulsión total.

  Obviamente no tuvimos que hablar mucho para lograrlo, todos pensábamos lo mismo, casi que su último acto fue unirnos a los que quedábamos...así que, liquidado el asunto, arrancamos a los saltos, el Motita salió haciendo equilibrio sobre la baranda, a pesar del viento, y ya iba casi llegando a la punta del muelle, pero cayó. Como venía inclinado en contra del viento a la primer ráfaga contraria se vino abajo! Pum!  Igual, rompió su marca! Capo. 

 Ya habíamos terminado de laburar, menos Gatito que le había tocado una fiesta en su cuadra, y todavía estaba en eso, el resto de la gente había desaparecido en un ratito, ya era hora, y empezamos a recorrer la costanera recolectando gaseosas y pizzas que no habían terminado de comerse, la gente es tan sucia que casi nunca tenemos que sacar las cosas de la basura, dejan todo tirado donde estaban nomas. 

  Cada cual va ganando lo suyo, aunque cuando aparece una pizza entera, lo cual es casi seguro, paramos y la partimos entre todos. A mitad de camino ya estamos pipones, igual ya no hay nada más.  

De la nada, de repente, el Enano se encontró un celular y hace que habla, re contento, y ya íbamos pensando en volver para el barrio cuando pasando el portón del puerto un vaso grande de esos de medio litro estaba ahí solitario, pero lleno hasta el borde...

 Michino lo huele y dice que es Gancia, y como todos lo estábamos mirando y nadie decía nada, se toma un trago y lo pasa, y así vamos tomando un trago cada uno, cuando me toca mi turno ya le voy viendo la cara a los demás parece que quedan más abombados que de costumbre, es dulce, pero no tan fuerte…

   Me agarra tal calor en todo el cuerpo, pero más en el pecho, que me tengo que sacar inmediatamente el buzo.  Le paso el vaso a Michino que me señalaba cagándose de risa y empieza la ronda otra vez, y otra vez hasta que se acaba.  Michino tira la última gota al pasto y todos aplaudimos, transpirando a pesar del frio, alegres y a los gritos, mientras suena el celu del Enano y atiende.  Cuando le emboca a la tecla, no puede ni hablar de la risa, parece que el dueño reclama el teléfono y lo está mandando a la concha de la lora, lo judea y lo caga a puteadas. 

 Se está divirtiendo en eso cuando de repente mira para el costado con una cara de susto que hace que todos miremos también: parado arriba de una mesa a cien metros hay un tipo hablando por celular mirando para acá!  Salta, se sube al auto y cierra la puerta.  

  Casi me meo de risa de cómo nos despatarramos todos por el suelo al intentar salir corriendo ¡Parece que el Gancia pega fuerte! Calculín se queda sentado cagándose de risa pero Maneco lo levanta y salen, ya sabemos que por uno paga cualquiera, y el auto todavía está lejos por los lomos de burro y las curvas.

 Nos mandamos por la calle cortada y pasamos por la puertita: ya está, el boludo llega y escuchamos como frena contra la pared, da marcha atrás y rodea la manzana, mientras nosotros salimos por donde veníamos y nos vamos a los eucaliptus. 

  El tipo llama de nuevo, ahora no esta tan malo. Ofrece cincuenta pesos por el teléfono?  El Enano le dice quinientos!  Hasta nosotros escuchamos las puteadas del infeliz, pero el Enano es inflexible, para mí que el tipo se va gastando quinientos pesos en discutir con él nomas, pero según Cristian debe tener numero gratis, así que nos seguimos divirtiendo mientras el Enano justifica su precio haciendo la cuenta de su familia, sus hermanitos y todos los gastos que tiene y mil boludeces más.  

  Al ratito empieza a hablar distinto, más respetuoso y ya le cambia la cara hasta que por ahí se le iluminan los ojos, queda callado, y se arrima para el lado de la calle, entonces le va indicando como llegar al dueño del teléfono, no entendemos nada hasta que frena el auto ¡Un autazo! Seguro que se maneja solo! 

  Y se baja una gringa con un par de billetes flameando en la mano, miramos congelados como charlan hasta que se hace el intercambio, la mujer le frota la cabeza y lo abraza y le da un beso, además de la plata.  No podemos creer, porque además de dejarse manosear así, el Enano le da los billetes de nuevo.

  El garca nos mira agarrado al volante, seguro que también tiene una casa de la concha de la lora… ¡Rata!  Y todavía nos sorprendemos más cuando la señora le vuelve a dar la plata de nuevo a él, vemos como le acaricia la cara y se va, saludándonos a todos con la mano, y nos tira un beso.  Chau! Que loco!!

  Apenas giran las ruedas corremos todos para donde quedo el Enano, apichonado como una garza a las siete de la mañana, nadie se anima a molestarlo, dos hilos de agua le escurren de los ojos, Bulón le dice bueno ya está, y le pasa el brazo por el hombro y ahí ya se larga a llorar despacito, abrazado y temblando, casi lloramos todos, yo mismo estoy lagrimeando y no sé porque.

  Un tipo duro el enano, no lloró ni cuando los prefectos nos encerraron en el baño, ¿Qué le habrá dicho la señora? ¡Capaz lo adoptan!… El boludo de Cuña mira burlesco, torciendo la jeta.  Él tiene familia, no entiende nada, llega a abrir la boca y se la parto de una piña.

  Nadie cuenta, nadie pregunta, ya habrá tiempo, vamos caminando sin hablar giladas por un rato, a dormir al vagón.  Ni sé cuánta plata le dieron por el teléfono.

Felices e Incapaces

  Bueno...   Siempre es un problema conocer a gente importante.  Y es un problema porque la gente importante tiene problemas importantes... ...