Sería bastante difícil imaginarnos intentando apagar un incendio al solo grito de Fuego! Fuego! Fuego!
Y así hasta el infinito.
Como si en nuestros gritos, por mas desesperados y desgarradores que fueran estuviera la fuerza creadora de la acción, el movimiento, el socorro, y ante la tragedia o el desastre, la voluntad y la energía de la lucha y la reconstrucción emanara solo de la voz, o tal vez del llanto...
Claro que todas las emociones son válidas, y la opresión de un desesperado segundo donde todo lo creemos perdido es mas que natural, aunque , a decir verdad, luego del fallido instinto y la tímida reacción animal, que no alcanza para huir ni para saltar a las llamas, todas nuestras conductas parecen hoy, marcadas a hierro por un libreto arduamente diseñado para volvernos inútiles y sutilmente inoperantes, en medio de una frenética seudoactividad, que disimula ante nuestra propia conciencia, nuestro estado inerte, indiferente, personal y socialmente improductivo.
Pero algo tiene, sin embargo, de mágico, nuestra esclavitud conceptual nuestro pulular de bacterias en un tubo de ensayo, que nos mantiene felices simulando actividad y alardeando de nuestro espanto o nuestra indignación.
Tal vez alguna vez hemos siquiera comprobado el fruto de nuestras eclécticas
doctrinas? O recibimos noticias del éxito de nuestras infantiles rabietas y
disculpas? Se han encontrado a los culpables al declararnos a nosotros mismos
inocentes?
Sin ninguna duda, no.
Cosechamos a manos llenas los destructivos frutos de nuestra ladina ingenuidad,
de nuestra irónica preocupación, mientras todo sigue tal cual venía: la mitad
del mundo esta en demolición, se incendia, y es la sangre ignorada de
desconocidos lo que garantiza nuestro amodorrado confort.
Pero claro, que poco eso nos importa, una vez declarada nuestra total desresponsabilidad, de desligarnos de toda causa y todo efecto, aunque nos atraviesen sin cesar, mientras saltamos los restos y las cenizas a través de nuestra elegante pértiga virtual!!
Y sin embargo, la realidad nos golpea sin pausa como una tormenta que se cierra
y arrecia con penetrante oscuridad, las defensas costeras de la pretendida
ignorancia con que intentamos justificar nuestra hipocresía total.
Acaso nos
sirve de disculpa? O podemos alardear del mundo que legamos a nuestros hijos?
Siquiera podemos disculparnos por la cotidiana avalancha de muerte que legamos
sobre el resto de los seres vivos... y aun así nada cambia.
Si queremos permanecer de verdad, es menester saltar al fuego, y desarmados,
porque no es una nueva guerra de cualquier tipo lo que nos va a salvar, como si
industrializar la muerte fuera igual que sembrar, sino la acción concreta y
directa, cotidiana, de nuestra propia restauración.
Sin dudas, por supuesto, no hay forma ninguna de restauración ambiental o
planetaria antes de la nuestra.
Cuanto tiempo más nos va a llevar reconocer nuestro propio fascismo? Nuestra sed de supremacía? El desmedido suicidio colectivo de nuestro irracional hiperconsumo?
No debería pasar de hoy... tal vez solo tengamos tiempo hasta mañana