26 abril

Compasión

 

 

       Tristeza... 

  No la siento por los perros sarnosos, por los caballos apaleados, por los tigres cancerosos enjaulados, ni por los halcones con las alas cortadas.  

  No la siento por los niños descalzos con frio, con hambre y sed, con sueño y miedo en la calle.  No la siento por los policías y delincuentes mutuamente acribillados por la necesidad de un sistema de delegar las culpas a los microbios.  

  No la siento por los adolescentes que van a la escuela obligados o los niños que no conocerán la selva virgen y los árboles que son más gruesos que un abrazo.  

  No la siento por los extranjeros y las prostitutas, expuestas en la noche, por los negros en un mundo de blancos, por los enfermos terminales que esperan su muerte y cada día tarda más en llegar, en realidad podría seguir enumerando hasta el infinito situaciones que no me causan ninguna compasión, pues todos ellos tienen aún una oportunidad de ser libres...

  Lo que realmente me da lástima por la especie humana son todas esas personas que para asumir el mundo no cuentan más que con un fajo de dinero y el horario de comercio, esos sí que están prácticamente condenados sin remedio... 

 ¿Tristeza? 

  Lo que no quiero es pagar impuestos para que llenen las cárceles, para que custodien los restoranes y las casas más lujosas de los suburbios, para que siembren miles de cámaras en mi intimidad.  

  No quiero trabajar para que viajen seguros los camiones de caudales, para que le regalen todo a las mafias financieras, para que los comerciantes deshonestos cierren las cortinas sin sobresaltos.  

  ¿Qué locura es esta sociedad que nos cobra por la cura mientras vive sembrando enfermedad? Quiero pagar por meter las patas al mar, y caminar bajo mi propio riesgo en un mundo sin vigilar, por andar desnudo y no tener que pensar.  

  Solo quiero pagar con mi tiempo por trepar a un árbol en su época de fruto, por correr atrás de un animal que pueda comer y delante de otro que no me tenga piedad.  

  Sin embargo solo veo supermercados y casas de cambio, bancos y tiendas de moda inútil.  La tecnología fabrica topadoras, cosechadoras, aviones y bombas, vacunas y sistemas de alarma temprana y a cambio solo nos pide exterminar la vida, allí donde la veamos, sin amagues ni perdón, 

  Solo luchamos por convertir a cada ser humano en menos que un objeto, mas descartable que una máquina, más prescindible que la etiqueta del presentador de noticias.

 Y sin embargo solos nos entregamos, solos, sin ayuda de nadie, es más seguro poner el pie donde va la marca, y seguir el camino ancho de la esclavitud voluntaria, autocontrolada, momificada. 

 ¡Tristeza!

 Aburridos los verdugos juegan a las cartas a un costado, ni siquiera ya trabajan, todo marcha tan bien, tan aceitado, cada cual como un burro sigue la piola donde hace rato cayo la zanahoria podrida, y ya ni siquiera se hace preguntas… acelerando para esquivar al inconforme, leproso, apestado, antes que lo aplasten y salpique. 

  Apartados espantados, dejan lugar, dejan pasar, dejan hacer, solo para que se vaya lejos, solo para que no rompa su línea ¡¡su indefensa mecánica de la satisfacción!!

  ¿Y por qué hay que escapar hacia el otro lado, por qué no ser felices cayendo a la monstruosa picadora? 

  Tal vez solo porque existe la oportunidad de escaparnos, y el engranaje perfecto diente a diente, predecible, estúpido, lento como la multitud de carceleros que lo formula, permite cruzar volando, como si fuera el cielo rodeando una estrella fugaz.  

  Ellos….prefieren pensar que desapareciste, que tu vuelo se consumió a sí mismo.  

  Porque están acostumbrados a conocer solo esos combustibles, consumir y expoliar, agotar sin remordimientos. Pero decidir lo contrario es llegar al primer punto fijo de un nuevo mundo, ya estas libre, puedes caminar, sonreír sin pedir disculpas, y vivir un segundo más para hacer valer la vida, 

  Ya podemos luchar para que la propia semilla caiga en terreno fértil, y hoja por hoja, raíz por raíz, sembrar un ser humano dentro nuestro.

  Y por ahí volver a simular, eventualmente, el camino de los demás.

 



21 abril

¡Volviendo a casa!

 

 

 

  Acabo de fumarme un porro, por azar, por hacer algo distinto.  Ante una situación nueva, una forma de apreciarla con una mentalidad nueva.  

  Pasada la incertidumbre, constatados los hechos puntuales: como un picotazo, una puerta y una ventana rotas para dar un manotón. 

  Atrás queda la paranoia, de no saber por qué, la bronca de la reacción emocional primitiva ante la agresión...  Entonces la crudeza de la realidad barre con cualquier duda y se manifiesta como un síntoma latente de la época en que vivimos, como seres humanos, acorralados por la impunidad, o más bien por la inclemente perseverancia del sistema para deshumanizarnos, para esclavizarnos.  

  Tan aferrados a lo material como imposibilitados de defenderlo o siquiera disfrutarlo a tiempo.

  Y así caemos en la trampa de un juego de manos perverso, demasiado ansioso para pensar en otra cosa que la retribución inmediata, del trueque y la mercancía instantánea.  

  Hace un par de años largos que no fumaba, tenía justo el porro porque me lo habían regalado, porque a veces alguna visita, digamos de otro estilo, más amable, por casualidad prefería algo así, en vez de mate o café... 

  Ya que si tengo el tiempo y la oportunidad, me gusta agasajar a las escasas personas que vienen y me encuentran en casa. 

  Era de unas flores cultivadas en maceta que me pusieron a escribir esto aceleradamente mientras me lo olvido.  

  No tengo ninguna intención de volver a fumar, pero realmente no me arrepiento de haber bajado un poco la conexión con la vida cotidiana para afrontar esta cotidianidad de la vida, de estos días, trastocados por la instantaneidad del sistema para absorber los recursos.

  El remolino los atrapa sean cuales sean y sin importar la procedencia, para convertirlos en un producto consumible de stock permanente, capaz de dirigir la atención y los medios totales, la energía de una persona desde su mera posibilidad de adquisición: ventiladores, drogas, películas, comida chatarra, cactus, todo es lo mismo.

  Solo hay diferentes estatus legales de las mercancías y modos aceptados de conseguirlas, precios y formas de pago...

  Y me los imagino desenroscando la garrafa, poniéndose bajo el brazo la computadora, rápidos como ratas, atrapados por la trampera de la falta de opciones, de la publicidad, de la pobreza excluyente que los margina de todo conocimiento útil más allá de sus fines, de toda perspectiva no inmediata, del día a día, del hora en hora.  

Y cuando todos los días y todas las horas pierden sentido, cuando la sociedad es una puerta cerrada, solo queda el instante, que se llena con lo que haya, drogas, vino, pastillas, historias...  

  Pero no hay caldera que no reviente con tanta leña y más temprano que tarde se esparce la furia ciega de la necesidad, solo que no hay shopping, no hay tarjeta de crédito, no hay cuenta corriente que avale la ansiedad. 

  Otro día, y un vecino me acaba de regalar agua caliente para tomar unos mates, y la mañana sigue siendo hermosa, pero no tengo garrafa, no tengo computadora, no tengo serrucho ni machetes, ni lima para afilarlos, ni tijeras de podar, ni inflador para poner en marcha la bici.  

  Si hubiera podido elegir las cosas que no me tenían que robar, la lista sería la misma. Mientras la trama de los hechos se desnuda sin por eso traer soluciones, más que la tristeza de saber que las cosas arrancaron desde mi misma cuadra, desde las mismas casas de mis vecinos, que no pudieron evitar más que el desastre total, pero sin acertar a frenarlo, que solo podrían llamarme para que vuelva a hacerme cargo de mi casa, después de los hechos consumados en la noche anónima.  

  ¿Pero cómo luchar contra la desprotección cuando abarca cada hora del año?  A diez cuadras del centro, todas las leyes se escriben de nuevo en cada esquina, mientras los nenes bien comidos y bañados vienen en sus autos  recién lavados a comprar drogas, y luego huyen felices de no haber sido asaltados, a sus refugios de cámaras vigías, alarmas y patrulleros flamantes. 

  Pero acá en el bajo queda el negocio, queda la familia arrinconada por las bandas, las balas perdidas y la oscuridad.  Queda el quiosquito eterno que paga puntualmente su cuota a la comisaria, y miles de zarpados buscando objetos que puedan cambiar por drogas... 

  La corrupción de unos, la indiferencia de la clase media que no cuenta muertos ajenos y menos descalzos, la estrategia social de los poderosos para mantener todo el andamiaje de la injusticia eterna, descarada, impune, cruel, apoyada en las espaldas de los más humildes.  

  Justificado por la ambición de los mediocres que sueñan con comprarse un yate pero al final se conforman con las monedas que puedan manotear al vuelo, con sobresalir a caballo de unas cuantas cabezas ajenas, con tener mano de obra barata y abundante...

  Pagamos el precio de convalidar el modelo humano, entregando nuestra libertad a cambio de objetos, nuestra posibilidad de encuentro a cambio de un sistema de jerarquías y reglas inaplicables, inapelables.

   Y después de quinientos años, la tierra sigue demostrándose plana, con un centro al que hay que llegar a cualquier precio, mientras las fuerzas centrifugas del poder desmesurado empujan a todos los que no están bien agarrados hacia afuera, hacia la periferia del plato, mirando el borde, pensando en que van a hacer para no caerse, esperando ser reclutados para algún trabajo sucio que los saque del pozo, o algún trabajo limpio que los deje haciendo equilibrio en el borde, explotados y humillados pero vivos, respirando. 

  Claro que muchos prefieren lo fácil, ya que la exclusión es inapelable, definida día a día a través de los medios masivos de comunicación, porque la exclusión es clasista, racista, fascista, absoluta, y encierra en la misma bolsa a los niños y ancianos, a los capaces e incapaces, a los trabajadores y delincuentes por igual: todos barridos hacia afuera por la gran escoba del sistema, hacia el vacío, hacia el borde donde vivir en sociedad empieza a carecer de sentido.  

  Entonces empieza el pataleo y a trepar de nuevo, a cualquier precio, y ya no hay límites que impidan pisotear o romper, lastimar, robar...

  Pero no, no es tan así como causa y consecuencia, y millones de personas viven en el limbo día tras día sin esperanzas de cambio más que perder un poco más... Solo sobrevivir, sin por eso ponerse a generar los mismos parámetros que los avasallan día a día.  

  Caminando, luchando, acosados por la incertidumbre y el miedo, por el futuro que recorta sus perspectivas un poco más en cada ratero que les toma el tiempo, en cada policía y político corrupto que pide más sangre y seguridad para aumentar el negocio, en cada arma que se vende como solución.  

  Y así se llenan los suburbios de malos recuerdos y las calles de sangre y corridas, de peleas y puñaladas donde debería haber proyectos comunes, de tóxicos y locura donde debería haber niños felices y esperanza... 

  Y cada tanto rebalsan y algún hecho sorprende a la cuidada sociedad feliz de los inconformes porque no pueden ser millonarios para acceder a todo lo que el sistema les vende.

  Pero es mínimo, aunque podría ser máximo, y llegar al nivel de conflicto que se vive en cualquier barrio carenciado.  

  Entonces es hora de pensar si la solución realmente sigue siendo matarlos a todos, si alguna vez la prisión va a dejar de crear un problema en vez de una solución y si la seguridad que nos venden realmente apunta a lo que queremos creer. 

  Entonces es hora de parar la pelota y levantar la cabeza para ver a donde está el arco en realidad, y para qué lado estamos pateando, si hay un lado en realidad y vamos a jugar a muerte, o si vamos a empezar a generar opciones, comunicación, libertad, si vamos a empezar a cuidar a los niños antes de arrepentirnos que lleguen a adultos. 

  Es hora de pensar si realmente nuestra realidad es la única realidad posible, o somos pasajeros de una burbuja que nos venden para podernos mantener esclavos para siempre...



13 abril

Tener miedo

 

 




  Como una sombra que se acomoda en nuestra espalda, como una presencia, mordiéndonos los talones, ahí está el miedo…

  ¿Miedo a que? 

  ¿Miedo a la muerte? ¿A la deshonra? ¿Al ridículo? ¿Miedo al miedo? ¿A la soledad? 

  No puede llegar a determinarse tan bien las proporciones que componen nuestro miedo pero… ciertamente se definió hace tiempo una respuesta a ese asunto: el miedo es una preferencia, además de una elección, porque elegimos tener miedo, y elegimos luego, a que… 

  Arañas tenebrosas parecen inofensivas para el que teme subirse a los aviones, y volar es un placer para el que llora de espanto al pensar en la oscuridad de la noche a campo abierto…y así por el estilo… tal vez, tal vez no.  

  Es imposible saber a ciencia cierta lo que acontece dentro de un ser humano, más aun llegar a sus más profundos sentimientos. 

  Pero si se puede decir que el miedo lastima, consume, atrasa y perjudica nuestra calidad de vida y de relación con los demás, alimenta y se nutre de prejuicios, ignorancia y ambiciones ajenas, y finalmente se vuelve un grillete que atenaza nuestra conciencia.  

  Con el tiempo reduce nuestra posibilidad de ser, y acorta nuestros propios pasos y nuestra libertad, llevándonos a la inmovilidad y el comportamiento pasivo frente a las contingencias de la vida.  

  Bueno, también puede ser el catalizador de la violencia, la agresividad, el control, el asesinato preventivo y toda la gama de sentimientos oscuros que terminan generando las acciones más viles y desesperadas. 

  ¿Es causa o consecuencia? ¿Es medio o fin? ¿Es necesidad o vicio?

  Me surgen estas preguntas al ver como se enrosca a través de nuestra voluntad y nos consume desde adentro, ennegreciendo nuestras perspectivas sobre la vida. 

  Y a través de esta visión deformada, que agiganta los peligros y deshonra la vida, nos vamos adaptando a una realidad que no existe, que solo intuimos con nuestra racionalidad adiestrada, y perdemos poco a poco la voluntad y el control sobre nuestra vida. 

  ¿O no es así? Por lo menos, me parece a mí, que el que teme vive buscando soluciones a esos problemas que no existen, a esos fantasmas tenaces que se agrandan en el horizonte, y claro, al que busca finalmente se le ofrece y ya es un juego de niños atenazar esas almas, esas voluntades para consumirlas poco a poco, que no falta gente experta en esos menesteres… 

  Y así pescadores de energía y asustados pececitos de cardumen, danzan bajo el agua de la necesidad.

 

   ¿Y que pasa? 

  Que todo es energía y de tanto llamar la cosa viene, el instinto, la adrenalina, la voluntad, todo se coordina para que lo que tememos pase, finalmente como lo hemos planeado, para que podamos seguir hundiéndonos lastimosamente en el barro de la autocompasión.  

  Pero podemos enfrentarlo, claro, y derribar, pisotear y caminar sobre nuestro miedo, qué más da, si la recompensa somos nosotros mismos, la libertad y la posibilidad de caminar el mundo por afuera del laberinto.  

  Pero no, que malacostumbrados estamos, a nadar en la mierda calentita…  tal vez el miedo solo sea hacia la libertad, hacia el espacio infinito de nuestras posibles decisiones, de nuestra responsabilidad total.  

  Tal vez el temor a la muerte sea lo que esconde el precio de nuestra sumisión, en realidad tememos a la vida…

  Entonces el miedo se transforma en herramienta, y nosotros en engranajes descartables que tanto podemos morir o matar, sin recompensa ni explicación, solo con que nos pinten una sombra oscura en el horizonte... 

  Y convertimos la vida en una competencia grotesca por la necesidad de estar a salvo, de sentirnos a salvo, solo cuando el ultimo enemigo haya muerto, cuando superemos el peligro.  





  Pero no, otro aparece y solo estamos más cebados que antes y dejamos de preguntar, dejamos de averiguar quién tenemos enfrente, y el miedo se convierte en asesinato indiscriminado, en masacre, en genocidio, en desastre humanitario finalmente financiado por las elites acomodadas de Europa o Estados Unidos que temen una nueva ola de inmigrantes.  

  O, ni siquiera eso, una nueva ola de escases o alza de precios debido a un descontrol político que genere disturbios en el normal abastecimiento de materias primas baratas…

  Pero en cada país es lo mismo, y en las ciudades, a pesar de los murallones, la gente pide a gritos que tiren a matar antes que puedan poner en riesgo su estilo de vida. 

  Y luego a encerrarse en sus casas, a mirar la televisión para tener miedo al gobierno, a los inspectores, a los impuestos, a la inflación… 

  ¡No hay límites, el miedo es un vicio más fuerte que el tabaco, la cocaína o el alcohol, y encima es gratis! 

  Bueno, gratis no es, tal vez por eso se regala…



11 abril

Confort, sociedad y sumisión: final del juego

 

 

  De a ratos, solo de a ratos, me canso.  

  Me canso, pero completamente, un día como hoy que llueve y llueve y ya me canse de mojarme, entonces me pregunto, que opciones tengo a salir bajo la lluvia…

  ¿Y que opciones tengo? 

  Demasiadas, demasiado estereotipadas, demasiado gastadas, demasiado prefabricadas para que las prefiera a quedarme acá, escribiendo, y pensando en buscarle alguna razón, una respuesta a este cinismo social que define las opciones en base a estadísticas, escalas de valores, tradiciones, normas, morales, principios y estándares económicos, reglas de etiquetas y masificación sumisa.

  Sí.  

  Obediencia, es en definitiva lo único que importa, no importa a que, lo importante es obedecer y mantener las jerarquías, justificar las verticalidades, asumir las millones de formas en que delegamos nuestra soberanía humana sin ninguna contraparte, sin ninguna retribución.  

  Teniendo controlados esos parámetros, cualquier aberración es posible ¡y somos nosotros los responsables!

  Pero claro, que para olvidarnos de lo evidente tenemos las discotecas, la música, las drogas, el alcohol, los bares, las rutinas, la autoridad, la escuela, la facultad, la fábrica, el ministerio, la constitución y el código penal, la cárcel, el futbol, los autos y los trajes, la prostitución, la perversión, la violencia estilizada, el cine, los caramelos de menta rellenos de chocolate y cuantas cosas más…mucho más.  Todo con su precio por supuesto, todo financiado.  

  Hasta la prisión la venden en cuotas, primero un poquito, y después, cuando la sociedad ya se acostumbró a tu cara de culpable, ahí estás listo para la condena, no importa si estabas en tu casa armando un rompecabezas o plantando flores silvestres en el campo, los culpables no pueden ser, bajo ningún concepto las personas de bien, los destinados a absorber los excedentes, entonces te toco a vos, y listo, te van a ir a buscar.

  Para eso fue creado el miedo y la extorsión, la distorsión informativa, el imaginario social, y el racismo.  

  Para mantener las cosas en su lugar y el aparato funcionando, el sistema aceitado, el reloj corriendo… aunque no para todos, y si no encontrás nada que ser, si no podes ni siquiera ser culpable, lo único gratis y socialmente aceptado, es el suicidio, porque luego se debate, pero no han dejado opciones a esos inconformes que querían adaptarse, nadie les dijo que no lo lograrían, que era un trabajo estéril y que debían hacer su propio pequeño pedazo del mundo… 

  Primero los miran matarse y después debaten, que si tenía que pasar, que si vamos a dejar que pase de nuevo…una mierda, pura hipocresía que no abre el juego para brindar un solo instante de realización fuera de los parámetros increíblemente angostos que manejamos.

  Entonces me quedo en casa, y genero una opción, y la genero para mí, para mi vida, y no abro el juego, yo tampoco, acá no entran policías, empresarios, sacerdotes, políticos, represores, falsarios ni ningún idiota que pretenda decirme como vivir (o sea, como se lo dijeron a él) 

  Prefiero la gente libre, que lucha por establecer un marco propio de interpretación sobre el lienzo interminable del mundo, no me importan los idiomas ni los colores, ni las preferencias ni la conducta, ni nada.  

  Valoro el respeto y la tenacidad como valores formadores de una idea que pueda permanecer en el tiempo, como un escudo que pueda proteger el brazo que construye, día a día, a través de la coherencia y los sueños, un refugio donde ver salir el sol y reírse de ese rebaño enfermizo que corre de una campana a la otra, de una línea, un límite, hasta el borde exacto del otro.

  Entonces prefiero esa fortaleza, antes que la debilidad de los mediocres (aún más, puedo ser amigo del ladrón, humano, que ayer robo mi casa pero nunca del banquero desalmado que intenta pisarnos la cabeza a todos) pero no la rendición… 

  ¿Por qué?

 Como pensar en matarse, en matarnos, en matarte, como resolver la vida por su supresión, cuando cada día lo intentan hacer con nosotros.  

  Es una verdadera lástima, pero una elección, y tal vez tengamos que reconocer que la hemos forzado entre todos, al seguir fortaleciendo opciones que atentan permanentemente contra la libertad y el espíritu humano, contra la identidad, contra la historia personal de cada ser vivo y su individualidad. 

  Contra la vida  misma, y a cambio nos dan individualismo, masificación, confort, esclavitud, modernidad, tecnología,  caridad y miseria, dinero y estupidez, vicio y virtud.

  Falta amor, falta pasión, sustancia, para estar conforme con la vida, algunas personas lo necesitan, y no lo encuentran. 

  Y mientras miramos la revista con las tendencias que debemos elegir, mientras miramos los diarios con los titulares que debemos creer, una persona valiosa más se cuelga del techo, y ponemos el grito en el cielo.  

  En el cielorraso, porque en un sistema que no deja lugar a la vida, la muerte ajena no nos toca ni nos conmueve, pero si la decisión propia, que es aterradora, y desnuda nuestra impunidad a la hora de destruirnos a nosotros mismos cotidianamente sin por eso salir del riesgo de cansarnos de todo, de ser descartados, humillados, apabullados, y asesinados fríamente por una turba de ejecutivos mediocres que pueden estar sorteándose tu vida en este mismo momento.  

  Hoy no los aguanto ni un segundo, pero no creo en la violencia.  Es por eso que me propuse escribir en vez de salir a incendiar patrulleros y casas de cambio.  

  Espero lo aprecien, es un regalo y una apuesta a la convivencia.  Mañana, será otro día. 



10 abril

La debacle del gran capitán

 

 


  Estaba el capitán del portaaviones mirando los gráficos, el nuevo caza de combate había prometido superar las limitaciones de sus predecesores, y estos pilotos lo estaban demostrando.  

  Maniobrabilidad y rapidez, capacidad de respuesta, autonomía, poder de fuego, todo perfectamente balanceado para la lucha en el aire y la caza de los grandes bombarderos y aviones de transporte o la destrucción invisible y rápida de los cruceros y tanques enemigos… 

  Sintió un cosquilleo de  orgullo en el pecho y se imaginó volando uno, encendiendo buques enemigos como candelabros.  

  Por el silencio de los hombres a su alrededor, fijos todos los ojos en la pantalla que mostraba el desarrollo de las pruebas, la repetición implacable de los blancos explotando en el mar, supo que compartían la misma emoción, y casi tuvo ganas de llorar y tomarlos de las manos y felicitarlos a todos con un abrazo y preguntarles por su vida lejana en las costas, por sus familias olvidadas, por sus mascotas y balcones con macetas…

  Pero se cuadró en un solo golpe de talones, giro intempestivamente y ladro una orden imperiosa: “al puente”.  

  Las ultimas llamas se extinguían sobre las balsas-maquetas, como demostración del poderío recién demostrado, ahora solo quedaba ir a buscar los sensores para terminar de recopilar los últimos datos y saber con certeza con que poder exacto de destrucción y muerte se iban a encontrar los que osaran enfrentar las afiladas narices de las aeronaves.

  Bajaban en fila por la angosta escalera, cuando creyó oír un graznido, un pitido un… algo así como hacen los pájaros (completamente prohibidos por cierto, por correr el riesgo de sensibilizar a sus bravos marinos).  Se detuvo en seco, inmediatamente interrogado por su segundo… 

  _“¡Señor!” -Esperando una orden inesperada y exacta, como todos los demás-.  

  La reacción inmediata lo desconcertó y olvido instantáneamente lo escuchado, pero como un eco en sus oídos que intentaba capturar, se llevó la mano a la oreja, formando una pantalla, escuchando atentamente, los ojos perdidos en una nebulosa de vigilia total.  

  Sus hombres respetuosamente hicieron lo mismo, en la escalera, pareciendo a cualquiera que mirara desde lejos una caricatura o un video musical en pausa, pasaron cinco segundos, en que el resto de los marineros, mecánicos, ingenieros, oficiales, y ordenanzas que miraban las pantallas gigantes en la cubierta, atentos a la comitiva que bajaba, no demoraron en hacer lo mismo, como hipnotizados por el extraño carisma del capitán… 

  Hasta que un tenue y apagado rugido empezó a escucharse hacia el oeste, inesperadamente, agrandándose, hasta tomar volumen y terminar dibujando en el cielo las estelas de un racimo de flechas voladoras que hubiera lanzado un tremendo arquero.

  La admiración del personal no podía crecer más, ciertamente no era el lado por el que tenían que llegar… habían pretendido burlar la confianza de todos, sorprenderlos jugando una última broma que demostrara su poder, invisibles hasta para los propios radares, llegando lentamente desde el lado contrario, pero el Capitán, Padre y Dios de todos ellos, los había presentido y advertido antes que nadie…

 

   Se formaron en el puente, haciendo un saludo, y miraron pasar los fugaces destellos blancos por encima del navío.  

  En el resto del mismo, los demás, mas expansivos y menos sujetos por el protocolo, saltaban gritaban y se abrazaban sin dejar de hablar y reír, emocionados por el caudal de muerte que prometían los nuevos prototipos… 

  El Capitán dio una serie de órdenes precisas, por lo demás sabidas de antemano, estrecho efusivamente la mano de sus subordinados y se retiró a su camarote, después de tan largo y extenuante día… arriba, daban una última pirueta antes de descender triunfalmente sobre la corta pista.  Ya todos corrían a sus puestos…

El Capitán caminaba majestuosamente por el inmaculado corredor, sintiendo el eco de sus zapatos resonar sobre las metálicas paredes pintadas de gris, atravesando el barco por la panza hasta su camarote personal, saludo a un marinero que se quedó firme con el escurridor en la mano, como su fuera un fusil, y siguió su camino, cuando creyó escuchar un zumbido.  Miró para atrás pero no había nadie… 

  Se quedó quieto escuchando, un raspado como de guitarra sorda que se iba definiendo en el canto de un grillo que luego avanzo desde atrás de unas cañerías a los saltitos despreocupados…

  Iba a pisarlo cuando su vista acostumbrada a enfocar e interpretar pequeñísimos detalles en el cielo y el mar, percibió que por abajo, del refilón de su puntera que bajaba, el animalito lo miraba.  

  Sintió un escalofrió, el velo de la muerte y su poder, sintió que esa muerte era injusta y estúpida, y todo eso mientras detenía su pie en el aire y el grillo se acicalaba las antenas con sus mandíbulas especializadas…  De repente, lo vio como un artefacto inconcebible de percepción, perfecto, y se agacho a admirarlo. 

  Sus articuladas antenas, sus ojos, su tranquilidad frente al peligro que lo desarmaba, sus patas ganchudas, todo su ser ensamblado milagrosamente para ser perfecto, un ser perfecto que merecía vivir…

   Un ruido a sus espaldas lo despertó de su mutismo, se sacudió las rodillas, que no se habían ensuciado, y siguió a su camino, mientras se sacaba la gorra y miraba su elaborada trama, incomparablemente pobre frente a la hiperdetallada majestad de la vida.  El barco, prodigio de la técnica: una vil imitación sin valor frente a la más humilde de las criaturas… 

  Se encerró en su camarote intentando dormir un par de horas, solo para soñar con niños de todas las razas del mundo jugando a ser grillos que lo miraban con su cara… En sueños una lagrima escapó de su ojo derecho y bajó por su cara afiebrada hasta desaparecer, absorbida por las sabanas.  

  Despertó obsesionado y de mal humor, lo primero que llamo su atención al salir afuera no fueron las esplendidas naves expuestas sobre la cubierta sino una bandada de lejanas gaviotas que ondulaban y giraban en una danza eterna y distraída.  

  Miró el prodigio de diseño perfeccionado para suprimir la vida en cualquier parte del mundo, tosco, plano y aguzado, sin sentimientos, y le dijo a un mecánico que lustraba pacientemente una turbina “es lo más hermoso que vi en mi vida” y se sintió un idiota.  

  El mecánico sonrío afirmativamente y siguió acariciando el frio metal mientras el capitán volvía la vista distraídamente hacia el mar…

  Pasó una semana sin novedad, cumpliendo la ruta y la misión con total eficacia y tranquilidad, conocía a casi toda la tripulación por su nombre, y le gustaba interrogar a alguno de vez en cuando o tratar de vislumbrar los motivos que llevaban a algún bajo rendimiento: habiendo estado en el real teatro de la guerra, sabía que un ser humano es tan frágil como fuerte, dependiendo a veces el cambio de condición de una sola palabra de respaldo.

   De pronto se vio analizando el estado de animo de sus hombres por el ritmo oculto al caminar, por el brillo de sus ojos, y se dio cuenta de que a muchos de ellos no le interesaba pelear, ni esperaban formar parte nunca de ningún combate…

  Su mente se extrapoló a los cruceros enemigos, a los acorazados que deberían hundir, imaginando la misma situación.  De repente se encontró pensando si la guerra no era en realidad una estupidez.  Por un segundo tuvo conciencia de que tarde o temprano tendría que mandar a morir a personas que amaban la vida, y que en realidad no tenían ningún problema con ninguno de los que iban -en el mejor de los casos- a asesinar limpiamente.  

  Recordó la última reunión con el Estado Mayor, esos viejos Generales secos recostándose en sillones con un uniforme bien planchado, que no dudarían en sacrificarlo a él y a todos sus hombres en una fallida jugada de ajedrez.

  Un día, bajando por la costa de África, apenas habían terminado de bombardear un poblado costero, rasantes las aeronaves (una misión de última hora)...  No era su intención saber los motivos -los reales por supuesto- cuando cambio el viento y a través de millas de mar creyó sentir el olor a fuego y carne quemada, otra vez… 

  Y entre el festejo de la tripulación creyó también distinguir algunas caras apenadas, sólo simulando idolatrar la muerte, y se preguntó si realmente era necesario, si el mundo entero no podría llegar a la paz de otra manera que no sea a través de las bombas… 

  Un insignificante mosquito lo saco de sus peligrosas reflexiones, sintió en su mano el picotazo y levanto la otra para aplastarlo cuando lo vio, fijo en su objetivo hundiendo el pico en un poro, hasta la empuñadura de su nariz de mosquito.  Ser, materia viva no quemada por el fuego.  Y así quedó mirando cómo se redondeaba la panza y se volvía roja de su sangre y dudó hasta cuando el mosquito extrajo su jeringa y se agazapó para despegar… (Que tecnología!  Que delicadeza de movimientos! -pensó el Capitán)

  Increíble, pero el bicho, pesado, apenas terminó de levantar vuelo contra la brisa, que fue arrastrado con el viento hasta caer en el mar.  

  Rascándose apenas la mano volvió a la sala de mando, donde la rutina de la muerte se hacía más desagradable, al escuchar las risas de los pilotos que ametrallaban a los sobrevivientes.  En ese momento se dio cuenta que la vida de sus hombres, el mosquito, él mismo y los aldeanos que estaban exterminando en nombre del progreso, valían tan o tan poco unos como otros… 

  Se sentó pesadamente mientras salían ya dos lanchas rápidas a recolectar pruebas y fotografías.  

  En el momento adecuado, estos pescadores serian convertidos en piratas, su indefensión en peligro inminente y todo esto no había aún sucedido.  

  Pero si, él lo había ordenado, pudo parar la mano, pero los aplastó, como a un mosquito.  Transmitió las novedades por radio personalmente, y se encerró en su camarote.

Pasaron dos días sin que nadie lo viera salir de su habitáculo.  Pudo simular que estaba enfermo, pasó una semana y ya no abrió la puerta.  Pasaron diez días y le comunicaron que estaba bajo arresto, lo que le produjo un gran alivio, dos hombres hacían guardia sin armas, respetuosamente y lo seguían sin atreverse a mirarlo, nadie alcanzaba a entender.

  El médico quiso darle un coctel de fármacos pero no se lo permitió, seguía siendo El Capitán aunque estuviera preso, y sabía que iban hacia un puerto amigo, a entregarlo a un consejo de guerra y a un juicio militar, sabía que iban lentamente aplazando el día, pero un día iban a llegar…

   Podía sentir la tristeza de sus subordinados, tristeza que no habían sentido al matar y mutilar y eso no lo hizo sentirse mejor… hace dos días que dormía sin sacarse ni los zapatos…. 

  Cuando una nube de mosquitos le indico que estaban pasando frente a la misma costa, otra vez…

   ¿Podía ser? Miró a los marineros avergonzados, que bajaban la vista para no hacerle sentir su tristeza, destruidos moralmente por el derrumbe de su ejemplo, de su padre, de su implacable motivador durante los últimos cuatro años… 

  Con una sola seña, que tal vez todos estaban esperando, freno el barco.  Se quitó lentamente el uniforme mirando la costa, hasta quedar completamente desnudo, y bajó lanzándose hacia el mar en un salto limpio y directo.  

  Cuatro mil doscientos pares de ojos lo vieron emerger, milagrosamente intacto: su rostro barbudo asomaba de las aguas calmas y cálidas.  Algunos lloraban desconsolada y marcialmente firmes en su lugar, otros lo saludaban militarmente, otros se abrazaban como hermanos pequeños que hubieran quedado solos.  

  Cada uno sintió que estaban haciendo lo correcto, como si el poder de la última mirada del capitán, desafiante, les hubiera comunicado a todos las razones de su voluntad… 

  Su braceo sobre el mar que empezaba a picarse apenas, lo alejaba lentamente de la ciudad flotante.

  El segundo al mando saco su libreta y empezó a borronear un informe: “…hoy ha huido el Capitán…”

  Inmediatamente pusieron las maquinas al tope y cortaron el mar en dos mitades, nadie quería comprobar en realidad si el capitán llegaba a tocar tierra en ese mar plagado de tiburones…era su guerra.  

  Un mecánico, mecánicamente, se puso a doblar el uniforme lleno de estrellas que había quedado desordenado sobre la cubierta…



06 abril

Publico sacrificado

 

 


  Como si fuera tan fácil, como si fuéramos tan justos, tan imparciales, juzgamos… y no nos conformamos con eso, prejuzgamos y tiramos a matar, por las dudas, que salte el bicho malo, cualquiera sea, de su cueva, de la vereda, del restaurante, de donde sea. 

   Como en las trincheras inmóviles de la primera guerra mundial, apostamos nuestra mira en un punto fijo y hacemos guardia por si aparece el enemigo (¡y dale, ni lo pienses…! ¡Pum!)  

  Uno menos, que alivio, pero seguro quedan más, muchos más, nunca estaremos tranquilos, con esta trampa permanente de tener que compartir el mundo con tanta gente equivocada que piensa que tiene razón… ¡igual que nosotros!

  Que ilusos, si la razón está de un solo lado y es donde estamos parados, pero bueno, no hay porque ponerse triste, llegara el día en que el mundo sea perfecto cuando todos estén debidamente controlados, o sencillamente eliminados.   

  Si, si, no es tan descabellado, estamos hablando de la justa razón, no hay un motivo lógico que impida actuar radicalmente en estos casos, peor sería dejarlos crecer y que un día nos manchen, nos contaminen con su vieja peste… Por dios, que no lo permitiremos, verdad? ¿Verdad? 

  Ahí ese de ahí, si vos, ¿no estás muy convencido no? ¿No serás de los otros, no serás el enemigo? Y acá mismo, oh que horror, nunca pensé que tendría que ver su repulsiva cara frente a frente ¡pero que esperan mátenlo! 

  ¡Mátenlo ahora antes que llore y se justifique y contamine los oídos de nuestros niños con su lloriqueo y se arrastre hasta agarrarse de nuestras rodillas! Eso!  Eso es!  Así está mejor.  Bueno… como les decía…


 

Avasallaje

 

 

Cuando la realidad es un mar revuelto que se consume a sí mismo, cuando el porvenir es un pasillo oscuro donde se robaron los focos… 

  Aun en este vacío de sentido, en este cansador viaje a través de la nada, un ser humano encuentra una isla, por azar o destino, donde no flameen banderas que no sean de libertad.  

  Es entonces cuando la fuerza de su irrevocable tenacidad en llegar a un lugar que desconocía, encuentra por fin el fruto de sus afanes a su alcance, con la única certeza de saber sin vergüenza que no estaba preparado.

  Es allí en ese lugar fuera del tiempo, fuera del mapa, donde un segundo se crea ajeno al tiempo para enfocarse en otra dirección aparte de la marcada por los poderes facticos e históricos que hasta ese momento, tanto apoyaban como resistían su viaje, aleatoriamente o por contradictorias conveniencias. 

  Pero el sujeto ha devenido ser, y todo eso pasa a formar parte de la historia, y al poner pie en tierra, por más desconocidas y salvajes que puedan ser, no volverá a talar un árbol para construir una balsa que lo devuelva a las aguas calmas de la metrópoli ideológica, sino que usara su visión para diseñar un refugio, y a eso se aboca con todas sus fuerzas.  

  Es con esta visión defectuosa por el cansancio que empieza a construir, demasiado cerca de la costa, y erige un tinglado que replique la hegemonía cultural dominante el tiempo suficiente para poder descansar,  y planta incluso las bases de su nueva nación, sin saber que solo está reflejando la contradicción con el sistema que acaba de abandonar, oponiéndose a lo que rechaza, lo reconstruye negativamente y vuelve a alienarse.

  Es en ese momento en el que debe seguir su viaje, y perderlo todo, alegremente, y caminar desnudo, hacia el encuentro de su identidad como especie, hacia el centro desconocido de las tierras no tocadas por la sistematización del conocimiento, por el catalogo recalcitrante de los evaluadores. 

  Ahí, cuando el miedo y la incertidumbre se hacen carne, cuando llega al punto de agarrar su propio corazón entre las manos para poder contemplarlo en calma, cuando las necesidades y problemas irresolubles vuelven su tecnología algo tan desconocido y nuevo que olvida incluso su viaje, es cuando empieza a acostumbrar sus ojos a la interpretación del nuevo mundo, y genera entonces las bases donde elegir con certeza la posibilidad de volver a construir, esta vez de una manera completamente distinta.

  Es en este camino donde se encuentra sin saberlo, volviendo a un lejano origen, y por lo tanto, empieza a cruzarse con diferentes viajeros que voluntariamente o no, han dejado sus seguridades a un lado, y por obligación y convicción cuentan antes que ninguna otra, con las herramientas de la humildad y la cooperación.  

  Entonces los proyectos se juntan y algo más grande empieza a delinearse trabajosamente, y aunque parezca imposible por la ambición de su trascendencia total, la sola permanencia brinda satisfacciones y metas que poco a poco se van sumando a la satisfacción individual de ser artífices de su propio destino.

  Todo esto no es un sueño, ni mucho menos una utopía romántica, sino que ha llegado la hora, y es menester tomar el camino del cambio y la revolución total de los conceptos, de los recursos y la energía interna, de la mirada vieja y gastada sobre las relaciones humanas, sobre la responsabilidad con que creamos nuevas miradas y nuevos seres humanos. 

  Y entre las prioridades esta nuestra propia creación, esta vez sin las interferencias de un molde social tan ajustado como inútil, de una cultura sistematizada, de un sistema jerárquico a ultranza que destruye al ser humano.

  Entonces manos a la obra, poca mochila y a remar, que el viaje es largo, y no vale la pena llevar provisiones que no nos representan… un día nos encontramos mirando un pensamiento como seres humanos, y aprendemos a confiar en que vamos por el buen camino… 

  En marcha, que lo peor es la inmovilidad cómplice que nos deja a merced de lo ajenamente preestablecido.

Felices e Incapaces

  Bueno...   Siempre es un problema conocer a gente importante.  Y es un problema porque la gente importante tiene problemas importantes... ...