26 enero

Agua (Poesías)


 


 

 

Amor y guerra

 

Se miran los soldados

Como si hubiera una línea divisoria en el medio

Que los convierte en ellos y nosotros

Que les da un sentido a su ametrallamiento

Mutuo, fraterno, desolado desde siempre.

Y yo pienso, siento, como te quiero mi amor

Por mostrarme el mundo tal cual es

Y decir “ya no importa” porque todo

Está sucediendo.  Lo que pasa

Cuando estamos despiertos.

Sintiéndonos a través del planeta

A través de miles de fronteras

De miles de prejuicios.

 

 

Despegue

 

Se alejan las palabras

De las cosas

Los sentidos se funden

En el crisol

De la ultra velocidad

Y hasta los recuerdos

Se extinguen para dar

Paso a una tenue nube

Que se va materializando

 

El mundo es infinito

Y se comprueba solo

Sin embargo nada

Es tan lejano como

Extrañarte

Ni tan cerca

Como sentir 

Tu amor

 

Estallar como un brote nuevo

Se siente al aire alrededor

Cuando nos reconocemos

En un abrazo

Recuperándonos.

Encarando sin retorno

Un viaje fuera del tiempo

Que nos sorprende

Siempre

Empezando

A conocernos

 

 

Añares

 

Años comiendo basura

Llevando ladrillos para la construcción

Me dijeron que la verdad está en otra parte

Que no me preocupe por eso

Que alguien la cuidaría por mí

Pero no puedo mirarla

Nadie puede

Porque todos tienden a interpretarla

Y la deformarían

 

Y la sociedad

Desaparecería como presa

De un abandono

Que favorecería a las enredaderas

Y solo los que se quedaron

Siempre  afuera

Sabrían que hay más lugar

Adonde caminar

Y su rabia se convierte en flecha

Que lanzan al horizonte.

 

Cuando los ruidos

Espantosos de estructuras

Hacen crujir a la pirámide

Del conocimiento

Presagiando polvareda

Locura

Canibalismo

Desesperación.

 

Contaminando con sus ecos

El silencio de las cosas

Tal como se presentan

En el camino.

Sin extrañar el molde

Ausente en la majestad de la vida

Que fuerza la voluntad

De cada ser

Que nace libre.

 

Dulce misterio del mundo

 

 

Entrelazándote en mi vida

Tan tenaz, tan abandonada

A un sentimiento

Mutuo

Que derribo el mundo de antes

Hasta que no podemos reconocer

El que vivimos

La puerta quedo abierta

En el medio

Y desapareció

Y te agradezco

Por enseñarme a ser

Valiente.

 

 

 Ojos de vidrio

 

A veces

Cuando cae alguno al lado mío

Miro la sangre gotear

Rodean en su fin al vacilante

Teorías y abrazos, falsos

 Padrinos de ocasión…

Retrocediendo, sigo la estela

 Ignorada por todos

Para saber dónde empieza

El drenaje que vacía y seca las almas

De ojos bien abiertos

Llevándolas a la muerte

 En medio de movimientos

Caóticos, como buscando algo.

Sin embargo no me llevo mi camino

A través de extraños campos

De batalla, de emboscadas y olvidos

Sino que corría mansamente

Surcando sus rutinas diarias

De almas débiles que aceptan todo

Mantenidas, vivas, sumisas,

Dañando con seudorebeldia

Su cuello de perro atado

A conceptos faltos de revisión.

En lenguas fáciles,

Vi como el veneno,

Sin importar su dulzura

Jamás es alimento para nadie

Sino peligrosa anestesia

Que impide reconocer a los cirujanos

Que consumen el tiempo,

El cuerpo de los desprevenidos.

Y como se vomita a la larga

Lejos de sus guaridas,

Mezclado con la misma vida

Insípida. Descolorida,

A medio digerir.

Como una ulcera

Abre una brecha en la energía

Que se dispersa

Llamando como la sangre

A los tiburones

De la mente, mascotas predilectas

De tantos falsos adalides

Malhumorados tristes, o sonrientes

Según la estrategia.

Sombría prerrogativa.

 

Cambria

 

Costas interminables

El sol

Arena, sauces, piedras

Lagunas pantanos

Misterios avanzando

Hacia nosotros

Mientras otros

Ensucian el agua

Solo porque no se defiende.

Los conceptos cambian

A través de la misma cuestión

Pero la tierra crece

Sin ejércitos

 

 

Un segundo

 

Cuanto más iba a bastar

Para decidir

Las implicaciones

De las cosas por decir,

De las intenciones

No expuestas

Por falsas verdades,

Interpretándose a sí mismas

En alas de una redención

Autosuficiente.

 

Carreteles

Vida, energía, goteando

Drenándose en la canaleta

De imposibles predeterminados

Que aprendemos sin embargo

A perseguir alejándonos

De nosotros mismos.

Como un barniz se impone

La hipótesis del confort

Que nos permite calzarnos

La soga al cuello

Antes que los zapatos.

Aspirando a vivir tranquilos

Terminamos encerrados,

Podemos salvar ballenas

Por televisión, pero ningún barco

De Greenpeace rompe nuestra puerta.

Diversión y hastío se suceden

Como el péndulo del perpetuo movimiento

Aunque al cerrar los ojos

Todo vuelve a reclamar su lugar

Y los analistas se relamen

Fabricando sueños interpretables.

Interminables, son los caminos marcados

Y todos dicen, llevan a roma

Pero pujamos a los saltos

Por un pedazo de paisaje

Mil veces rematado y gastado.

 

 

Inaceptable

 

Justo en el mismo centro

Llegando a ningún lado

Todo se difunde

Se difumina

Se esfuma.

Un punto queda en el espacio

¿Fijo en el medio de la nada?

De a poco se deja ir

De a ratos no.

Un solo pensamiento

Podría dar certeza

Pero no llega,

Para que pensar

Antes de tiempo.

 

 

Derrame

 

Palabras

Emociones

Sentimientos

Flotando.

Una laxa capa de aceite

Se establece sobre el mar.

Respirar

Sonreír

Nadar

Temblar

Y seguir buscando aun

La razón de la fuga.

Construir

Templar

Desproteger

Acorazar

Solo es vida en el tiempo

Colgando de la balanza.

 

Atlántida

 

Tan fluctuantes e inapelables,

Personales como influenciables,

Cómodamente inestables.

Los cimientos se encargan

De negar el futuro en el presente.

Aunque se pueda caminar

Con recuerdos humeantes

La ciudad se hunde en el agua

Con solo pensarlo.

Para quien es un alivio

Retroceder hacia adelante

Y avanzar hacia atrás

Siempre habrá un motivo

Para desligarse de todo.

Con que incentivo construir

Si ya es en el agua mi vida

La costa amiga me refugia

De las mareas cambiantes

Que hunden islas lejanas.

Un día bajan… y el cerro aparece.

 

Desarraigo

 

No puedo evitar

Que el aire se condense,

Que la batalla por el mundo

Este por comenzar.

Solo un silencio y quietud

Me permiten

Sentir en vez de pensar,

Los elementos

Serán espectadores

Impasibles.

 

Destino sensación

 

Hoy, igual que siempre

Prefiero perseguir un sueño

Loco, demoledoramente intenso

Mágico, inmenso.

Nunca pensamos que sería fácil

Ni imaginamos esto.

De una costa a la otra

Se atraen sin descanso

Dos corazones.

Dos miradas.

Te veo, igual y distinta

Llegando hacia mí,

Cada día que comienza

El viaje interminable

Del primer beso,

Que apacigua nuestras bocas.

 

 

Rascacielos

 

Se de las mariposas

Porque las he visto en cuadros:

Asfixiadas en un frasco,

Dicen que después se deleitan

En percibir su color.

Pero en los torbellinos

Del cemento, del tráfico

De la transferencia

No he podido ver ninguna

Que brille  sin gastarse

Hasta terminar

Como una polilla

Cocinada

Adentro de un foco.

 Y yo mirando…

Mirando.

 

Moviéndote

 

Tu cuerpo, bailando

Mueve el mundo,

Traduce la música,

Y contagia

Agua y sed,

De libertad.

Salta, rebota,

Ondula,

Desplegando

En los ojos

Vibraciones

De amor.

Puro amor,

Viéndote bailar.

Calor


 

 

Soberanía 

A veces, cuando empieza a correr la mañana, se puede mirar hacia el horizonte, y todo es claro, se puede ver a kilómetros de distancia.  

  El aire parece tan tenue que solo aporta nitidez, invita a recorrer y compartir esa inmensidad incomprensible de las montañas que de a poco parecen despertarse, como reflejando el calculado esfuerzo de las sierras por capitalizar esos escasos momentos de dicha y luz en los que todavía no empieza a soplar el viento.  

  Este será del norte, caliente, y seguirá absorbiendo el calor de las piedras y la arena que desnuda la sequía, amontonando los bolos de pastos secos donde antes el verde  se expresaba sin amagues, sin dudas.

  Salí a caminar y me perdí.  Hice no más de quinientos metros y ya me absorbieron las montañas, jamás pude encontrar el camino de regreso, eso fue ayer.

  En increíble progresión el termómetro supera temprano los veinticinco grados y ya no se detiene, treinta… cuarenta… cincuenta… ya debe andar por los sesenta grados, en la sombra de los cactus se puede ver una masa compacta de moscas refugiándose del intenso calor, de vez en cuando, el viento se concentra en una ráfaga oblicua que intenta cortarme la cara con una lluvia de arena y pequeñas piedras. Otras veces se arremolina y camina envuelto en polvo, zigzagueante, yo miro atentamente  a ver si es verdad que va el diablo adentro.  

  Las lagartijas corren entre las piedras al verme, aunque solo en el último segundo, como si tuvieran que reconocerme bien antes de esconderse.  Son mucho más rápidas que yo.  A pesar de todo esto a la larga me aburro y solo mantengo mi atención despegando mis labios resecos, como un tic, tac, de reloj.  Por momentos desfallezco y solo puedo pensar en buscar un precipicio para lanzarme y que no me devoren vivo.

 Porque las aves rapaces me siguen hace horas seguras del desenlace.  Haciendo amplios círculos sobre mi cabeza, a una altura tal que deben saber sin asomo de duda, el lugar donde se esconde el agua fresca y clara que yo no encuentro, pero solo puedo lamer la transpiración salada bajando desde mi sombrero y ponerme más ansioso, más fantasioso, escupiendo y lastimando mis rodillas y mis manos cuando al azar me abandonan las fuerzas y no puedo levantar los pies tan rápido como la inercia de mi cuerpo me lo exige.  Otras veces bajan en espiral y su majestuoso vuelo no me produce más que repugnancia.

  Sé que si no llego a algún lado pronto, puede ser que no pase otra noche helada, ahora sí, sin ningún recurso… atrás de una sierra hay otra sierra igual y otra sierra igual, sé que si me detengo no volveré a levantar los pies.

Ya me estoy acostumbrando a la idea de morir alucinando,  porque hace más interesante mi fin, pienso, al presentarse ante mí un alto alambrado que sube y baja sin principio ni fin cortando en dos las formaciones rocosas, las montañas, y dejando del otro lado unas hermosas cabras que seguro tendrán leche. 

  Tardo una hora todavía en llegar a esta especie de muralla china de alambres entrelazados y postes de hormigón reforzado, y sus sintéticos mensajes en variadas lenguas con profusión de figuras de perros malos y escopeta.  Que me importa, tengo sed, además ¡adónde voy a ir! Si este tejido corta el mundo en dos pedazos hasta donde llega la vista, sin aportar ni un árbol…

  Camino buscando la brecha que me ahorre saltar por encima de los alambres de púas, operación para la que no sé si me dan aun las fuerzas. Si igual tengo que seguir el alambrado para llegar a algún lado, imagino, cientos de metros y ningún agujero, el grueso tejido parece nacer de las piedras del suelo.  

  Me decido y empiezo a trepar, mientras escucho un enorme trueno que rebota entre las sierras, parece un buen derrumbe, no me detengo por eso hasta que el ruido se sitúa a mis espaldas y descubro que dos tipos desde la panza de un helicóptero me miran fijamente.

 Uno que habla por megáfono y otro que me apunta con un rifle. Tampoco entiendo al que me habla, aunque empiezo a bajar tratando de apoyar bien los pies en los angostos huecos del alambre sin que me traicionen las manos tan transpiradas. 

  No sea cosa que me caiga y me rompa un hueso. El tipo baja la bocina y desde la punta del caño que me mira a través de los ojos del soldado, veo salir un fogonazo sordo que no relaciono inmediatamente con el ardor en el hombro.

   Dos segundos después otro balazo me pega en la pierna izquierda y  caigo mirando finalmente las aspas de la nave que parecen quietas de tan lentas que giran.

  Los tipos bajan y me cargan… agua, agua, pido pero no me dan, no sé si reír o llorar por lo que sin dudas constituye el final abrupto de mis vacaciones, me ofrecen un cigarrillo… la misma mano enguantada que apretó el gatillo, miro mi sangre, no es mucha pero no siento muy bien el brazo y la pierna, es mi primer viaje en helicóptero.  

  ¿Habré cruzado a otro país? Cierro los ojos y me hago el desmayado, el piloto habla por radio, los soldados comentan, ríen, escucho sus voces, ponen música… a pesar del dolor, todo es tan irreal que de a ratos pierdo el hilo de lo que paso…

 

18 enero

Buscando el pique


 


 

Piedra mesa 

Había llegado por un camino nuevo a la desembocadura de un zanjón que termina en el Yuquerí Grande.  En la zona se lo conoce como  “La Barrita” tal vez porque tiene una corta y soleada playa, desde la cual se puede pescar con tranquilidad.  

  En el camino me había cruzado, bordeándolos respetuosamente, con ranchos que no conocía, aunque tal vez hayan estado siempre ahí en el medio de la selva.  Estaba tirándole a la tararira, le había mangueado carnada a la primera canoa que había pasado abusando de esa solidaridad entre los que cazan por arriba del agua,  al rato, desalentado por el poco, casi imperceptible pique, me iba con mis cosas buscando un lugar donde probar mejor suerte.  

  Caminaba en silencio por el barro cuando unos cuatro pasos más adelante se despega una garza mora, majestuosamente, como si sus alas fueran de nubes que se iban formando aceleradas en el inmenso cielo.  Es tan, tan blanca que parece que ningún color es más hermoso.

  Calculo que tendría mas de dos metros entre las puntas de las alas, y yo no había visto nunca una tan de cerca, en diez segundos después de dar la vuelta estaba ya a doscientos metros buscando otra costa solitaria donde atender sus asuntos.  

  El arroyo tenía poca profundidad, tal vez me llegaría hasta la cintura arrastrando su lenta corriente entre la playa barrosa cada vez más ancha.  La selva bordeaba todo verde e impenetrable, como abrigando el sol que pegaba en la misteriosa superficie acuática.  

  Yo me sentía tan conectado como pequeño.  Tratando de no resbalarme, caminaba por el lecho del arroyo hacia la meseta, lugar recomendado por los pescadores que pasaban con sus chalanas terrafeando carnada.  Uno de ellos me había mostrado un hermoso ejemplar de tres kilos que habían cazado allá, con lo que prácticamente decidió mi retirada.

 Paso por un puerto improvisado, donde media docena de botes descasaban en islotes de barro.  Estos se habían levantado en lugar del agua, dejando solo un canal que apretaba la playa contra la barranca del otro lado.

  Abriéndome paso entre las matas casi cerradas de sarandí, accedo a una medialuna de piedra que se recuesta contra el agua, ásperamente tallada por la corriente, mas allá hay  enormes rocas desparramadas entre los arbustos y después el puente ferroviario.  De los dos cachorros que me seguían solo queda el negro, que de a ratos ladra un par de veces  y se echa en el piso, mirando lo que hago.  Corto una mojarra y encarno los anzuelos, tiro, espero…

  Me descarnan igual, una y otra vez, me distraigo buscando plomadas y el perrito se come los pedazos de mojarra, examino más detenidamente mi entorno: verde, agreste, subyugante. Entonces ¡el jjjjjrrjjjj de la madera arrastrada sobre la piedra por la corrida del pez me hace saltar en un segundo para sujetar el hilo! Pero ya no había señales de presión subacuática, la carnada estaba intacta, sin duda una tararira, no hay otro pez que se dedique tan astutamente a burlarse de los pescadores.  Tiro…

  Después de media hora sin novedad dejo las líneas tensas trabadas entre las salpicaduras de piedra y salgo a caminar, subo al puente negro para apreciar la vista, miro los pájaros y las chalanas y los arboles envolviendo todo en una tranquilidad pasmosa que no disimula, sin embargo, la vida que bulle alrededor, pues llegan ecos de voces que viajan conversando. 

  Pescadores solitarios bordean el arroyo aguas arriba, a la distancia mínima necesaria para no molestarse mutuamente con las aves. Escucho voces de mi lado y bajo para evitar que alguno se tiente a llevar mis aparejos.  Son gurises que vienen despreocupados, todavía lejos, charlando por la costa. 

  Una de las líneas esta cruzada hacia la izquierda, camino sin hacer ruido como si el pez me estuviera observando.  La recojo lentamente hasta sentir la tensión que se definirá en la corrida del pez o el arrastrar del peso muerto de la plomada… 

  ¡Está bien clavado! ¡Y sale a toda velocidad! Tiro rápidamente de la línea para que no se afloje mientras el pescado se cruza y pega un salto en el aire al llegar al límite que le fija la misma, acercándose a la costa.  Los cinco segundos que me lleva achicar la distancia y levantar el pez en el aire hasta la superficie de la meseta, son adrenalina pura, pues no es imposible que el pescado se desenganche del pequeño anzuelo en cualquier pirueta, o muerda el nailon cortándolo para digerirlo lentamente en las profundidades.  

  Hermosa tararira, gorda, me emociona pescar un bicho tan bien hecho,  debe tener dos kilos, saltando en la superficie, todavía está en condiciones de volver al agua, pero sigue enganchada de las branquias, la tiro lejos que salte tranquila y me espere.  Llegan recién los tres que caminaban.  Nos presentamos, a ver de dónde éramos, ah de acá del barrio, y cada cual trata de entender donde vive el otro con el mapa de la defensa sur "en la mano".  

  Y charlamos de la pesca, le doy mojarras, rana, mientras junto mis cosas, me ofrecen un dorado que traían para carnada.

  Mientras, limpio, desescamo, y  le saco las aletas al pescado, cuyos huevos del color del azafrán envueltos en fina membrana explican bien su astuta voracidad, finalmente le corto la cabeza y muere cerrando la bien dentada boca por última vez.  

  Uno de los gurises se pone a filetear el dorado improvisadamente y después, tal vez poco satisfecho con su arte, tira todo al agua.  Los otros dos miraban la superficie del arroyo, poco motivados, con ganas de irse al escuchar que había sacado solo un pez en casi cinco horas.  Los escuche partir al rato que yo trepaba la senda por la barranca artificial que hacía de base a la cabecera del puente.  El último sol de la tarde me seguía pegando en la piel caliente.  

  Me cruzo con una horda de gente en las vías, los gurisitos me miran curiosos, otro día termina bien, casi.  Solo resta elegir una forma de cocinar el pescado. 



¿Prejuicioso yo? Ay no, nada que ver…


 


 

 

Porque no somos iguales: 

¿Cómo nacerán los prejuicios en la mente humana? ¿Será por la famosa generación espontanea?

  Cuando el mundo se ofrece en su inmensidad, cuando en la vastedad de un grano de arena cósmico llamado tierra, contamos solo con un instante que nos persigue, nos vemos forzados a interpretar, para capturar un marco, un rumbo de acción.  La valoración necesaria de las cosas, para poder discernirlas, se transforma, con la repetición, en parámetros fijos, en ideología.

  Y para poder decidir más rápidamente terminamos haciendo categorías, de personas, de cosas, de eventos, razas, autos.  Y categorías de categorías.   Y así hasta llegar a dios, cualquiera este sea, cima, pináculo de la autoridad y el dogma indiscutible.  Vertiente de la cual dimanan, obviamente, los más claros preceptos que deben regir las costumbres y aspiraciones humanas, y por supuesto justificación de todas ellas. 

  Tal vez los prejuicios surjan de nuestra propia mente, pero es inocultable lo funcionales que son a todo poder hegemonizante, para mantenernos en nuestros moldes, en nuestras estructuras.  ¡A nosotros, los seres libres!  Y como un alambrado en los vastos y fértiles campos del pensamiento, marcan claramente el lugar de los intocables, los excluidos, los subvalorados, los innombrables, de todos aquellos que no son como nosotros, los únicos, ciertamente,  a los que se les ha enseñado la manera correcta de vivir. 

   Porque a veces, los prejuicios se ofrecen como boyas en el inmenso mar, como focos que bordean el camino, para que podamos ir cómodamente por el medio, manteniéndonos alejados de los casos críticos.  Escuchamos todos los días que tal hizo cual cosa y nos diferenciamos.  

  No queremos ser de la secta, la provincia, la profesión, el color de pelo de tal otro porque las estadísticas indican que sus parámetros no encajan con los nuestros.  Por suerte están menos capacitados que nosotros, tal vez no haga falta exterminarlos. 

  Las estadísticas indican que otra religión, otro modo de vida, otros ojos, otra región son incomparablemente superiores, por suerte sus orígenes  se enraízan con nosotros, dándonos la autoridad de conquistar el mundo que malgastan los demás, a los que solo toleraríamos de sirvientes.  

  Pero como hay que convivir, nos encerramos en nuestra cueva, en nuestra carpa y evitamos la entrada a los que no usan las mismas medias, y para que no se rompa la razón de autoridad, recalcamos estadísticamente a nuestros hijos que tal equipo de futbol, tal comida, tal forma de actuar es la correcta y debe ser adoptada.  El lazo está cerrado, podemos ser los jefes de la familia en paz.

  Con orgullo, nos miramos en el espejo de nuestras ilusiones perpetuadas en la imposición, y hasta el último día, intentamos someter a nuestra tribu porque nunca aprendimos otra cosa.  Después de tantos años sin levantar la cabeza, solo anhelamos ser la mano que golpea o señala el camino, que abre o cierra las puertas indicadas, que permite o deniega.  

  Todas las instituciones humanas ayudan a estos fines espurios, para asegurar que año tras año, la arbitrariedad, la humillación, la estupidez, se soporten con una sonrisa con la sola esperanza de prodigarlas cuando nos llegue el turno. 

   Mientras tanto, el sol sale para todos, como dicen,  y sin miramientos debemos relacionarnos con otras personas, compartir ámbitos diversos, mixtos, superpuestos, y las acciones suceden a los pensamientos con una fuerza que emula a veces a la pretendida universalidad perseguida por los mismos. 

  La mayoría de las veces, sin embargo, no pasa de ser el reflejo de un balance de poder, un status quo que define las actitudes necesarias: el prejuicio se mastica para sobrevivir, el asco se digiere y  se acentúa sin dar pie a una descarga, se multiplica buscando un modo de expresión.  Finalmente para sobrevivir pasamos a dejar hasta nuestros pensamientos de lado, nuestros parámetros se vuelven tan permeables y fluctuantes como pueda ser necesario.

  En el fondo el comerciante sigue odiando al ladrón, que odia al policía, que odia al drogadicto, que odia al careta, que odia al roquero, que odia al cumbiero, que odia al cheto,  que odia al negro, etcétera.   Y así continúan irrompibles y eternas las cadenas que nos permiten avanzar como sociedad, arrastrando un sinfín de parásitos que no paran de lucrar con la estupidez humana.   

  Y…si, mientras la arena se llena de sangre, los cesares modernos y el patriciado hastiado hasta de su propio morbo, apuestan por uno y después por el otro, encumbran y derriban castas enteras según su conveniencia o su sed de diversión.  La única reflexión le cabe al que barre la pista del nuevo coliseo social.  Pero nadie lo escucha.  Es mudo



14 enero

Magia en colores para gente decolorada


 


 

Realidad y diversión 

Hoy llegue a una conclusión: estoy cansado.  Cansado.

Cansado.

Vivimos en una sociedad que ya superó ampliamente los argumentos de las más tenebrosas películas de ciencia ficción, donde a nadie le importa más nada, sino simular que le interesa tal o cual tema de actualidad, y solo porque lo lee al pasar en los diarios.  Viviendo cada vez más sometidos a la queja sorda como único recurso, pues no hay intenciones de involucrarse en cosas que supongan encarar nuestros parámetros con un ojo crítico, personal, porque comprometerse seria perder el tiempo, y tiempo significa diversión, televisión sobre todo.

  Cuanta gente vuelve a su casa agobiada por la monotonía, los problemas, la estupidez propia y ajena, etc. Solo para evadirse en el fondo de una pantalla, después dormir un rato, así sea a costa de pastillas, y volver a lo mismo, día tras día, hasta que el corazón o los riñones o el cerebro o las articulaciones o la uña del dedo chiquito del pie dicen ¡Bastaa! Y mueren en una cama agonizando horriblemente, indignamente, mientras gastan en médicos e internaciones lo único que se permitieron proteger y acumular en la vida: dinero.

  Pero qué lindo que es no hacerse cargo de nada una vez que llegamos a la conclusión de que nada va a cambiar, menos por nuestra mano o nuestras acciones.  La apatía se adueña de la sociedad en su conjunto, solo rastrillada por los mercaderes políticos y los corsarios empresariales en su cosecha de futuros socios inescrupulosos, de idiotas útiles, de entusiastas repetitivos, de duros  y matones de ojos fríos.  De oportunistas que pagan mil veces cada escalón ganado.

  Por suerte hay gente que no cree en el psicoanálisis y ha inventado remedios increíbles contra la melancolía que nos produce la añoranza de una libertad que ya no sabemos definir ni en palabras: ¡¡¡Hollywood!!!

  Imparable fábrica de argumentos, de doctrina, de historia.  Justificación anticipada en la mente ciudadana, preámbulo de las grandes mentiras que pasan de la pantalla grande a la chica(o viceversa) sin más méritos que la doble representación, un esfuerzo coordinado que formula la idealización de la farsa al mismo tiempo que la realidad se oculta.  

  Porque no hay –por ejemplo-  una guerra que no haya tenido antes su película de acción preparándola, y después mil películas mas justificándola y adornándola hasta que se pueda pensar sin culpa que no solo era justa y necesaria, sino incruenta y amistosa, recibida con flores, con el pan y la sal en la mano, de parte de los atormentados pobladores ¡ahora libres! ¡Libres al fin! ¡Gracias a dios y a 100.000 toneladas de esas bombas tan perfectas que matan una mosca en un plato de sopa sin salpicar ni una gota!

  Pero compramos, y compramos la papa frita, compramos el tocadiscos y el auto cero kilómetro y las tradiciones y la forma de vida y hasta la visión triunfalista del mundo que nos hace sentirnos extranjeros en nuestro país, y nos conformamos con vivir en películas, en series y novelas hasta finalmente  intentar trasladar cada absurdo argumento a nuestra propia vida, como manera de emular el confort, el poder, el crisol de sentimientos que experimentan los protagonistas, pero solo añoramos nosotros.

  Y así nos volvemos insensibles envidiando al piloto del helicóptero, al agente que tiene permiso para matar, al súper gerente que hoy mismo decidió volcar un gobierno para ganar más, envidiamos ese poder, porque así fuimos programados,  juntando figuritas desde chicos, llorando cuando nos tocaba el villano antes que el héroe.  ¡Pero hoy en día, todos somos el súper villano! Y el exterminio se propaga por la faz de la tierra, sin más compromiso que fabricar la verdad en los medios y derramar silencio contra las voces de los expoliados.

  Entonces todas las noticias nos llevan a temer, a encerrarnos, a buscar ansiosamente la figura uniformada, uniformizada, que pueda protegernos del combo de violencia y degradación, del peligro latente que se está volviendo vivir en sociedad, aunque cuando salimos a la calle el registro es otro.  No importa, la libertad no vende, no se compra gente libre, debemos tener miedo si queremos participar, acceder, y aspirar a un mundo mejor aunque parezca ir en la dirección contraria.  Pero, como los niños, nos llevan de la mano escuchando cuentos fantásticos hasta que lleguemos a destino despreocupados. 

  Para los niños es un poco menos cruel, ya que con las películas y dibujitos, se los está adiestrando desde tan pequeños que la mayoría ya no sentirán la añoranza de su propia vida, solo sueñan con convertirse en robots o princesas.  Con el inmenso consumo de suvenires que esto trae aparejado, es evidente que jugar y sonreír es mucho más caro y difícil que hace unos años atrás.  Para un niño, es más difícil que antes imaginar libremente, crear, inventar y encontrar el sentido del juego en cosas que no sean productos estandarizados de consumo. 

  Y nos podemos dar cuenta, al mirar las planillas de las empresas que por más que aumente el gasto, ya no alcanza para mantener en marcha la vieja máquina de vapor.  Por eso deben hacer las guerras, porque hay que destruir para poder hacer de nuevo, más barato, más descartable, hasta que nadie se quede sin la satisfacción de ver la última publicidad de un producto ya adquirido, y sentir en nuestro rostro la sonrisa de los actores profesionales.  Sin perder de vista que estamos hablando de una parte mínima de la población, tal vez la más fácilmente manipulable a través de su acceso al bienestar clasificado.

  Y como todos los seres humanos del siglo 21, cuando nos relajamos un poco, buscamos el control remoto ¡es tan grande el alineamiento con las necesidades de los grupos de poder que hemos llegado a tener miedo de pensar! ¡Nos asusta el tiempo libre! “…y sentá a ese gurí en la computadora, a ver si deja de llorar” dice la madre moderna, porque la televisión demostró que el chupete deforma el paladar.  Estamos fritos.  O tal vez no, si nos animamos a dejar crecer a los niños. 

Medios, ambiente, ecología, personas...


 


 

  Salvemos a los pandas gigantes, que las moscas ratas y cucarachas se salvan solas…. 

  Como primera medida, quisiera hacer una declaración, me enferman los ecologistas. 

  Tendría que expresar unas palabras sobre ambiente y ecología pero es difícil encontrar puntos de contacto entre las preocupaciones de algunos temerosos influenciables, y sus efectos sobre la superficie del globo terráqueo.  Efectos reales, personales, diferenciables.  Pero mantienen su vista en un horizonte de futuro calentamiento global y posibles catástrofes ambientales, cuando el futuro llego, hace rato, y siguió de largo mientras miraban las noticias.

   Tan posible como dificultoso para cualquiera, se puede, sin dudas, monitorear las consecuencias de nuestras más pequeñas interacciones con el planeta, y cotejarlas con nuestros propios enunciados.  En este sentido, me cae mucho mejor la gente que ostentosamente no le importa nada, y con una sola risotada tiran la batería vieja de su teléfono al arroyo. 

  Desfilan a veces las lujosas camionetas que tiran basura en mi casa, en la costa, llenando el barrio de pedazos de nailon voladores, moscas, ratas, vidrios afilados, plástico y malos olores.  Casi todas tienen la calcomanía de  “Save The Wales” porque ni el idioma merecemos.  

  Algunos incluso deben debitar periódicamente de su cuenta, los cinco pesos para asegurar la permanencia de esos hermosos cetáceos.  Pero yo que conocí el barco insignia de Greenpeace y su lujo desmedido, soy testigo de que los residuos de esa vida caprichosa son arrojados sin miramientos al inmenso mar. 

  También tiran basura los vecinos, de a pie o en carretilla, y también tiro yo, cuando se me da la gana, por suerte a cada rato alguien la prende fuego y solo hay que descontar ese olor acre a plástico y amoniaco, que le abre paso al humo negro que se achancha en la capa más baja del aire.

  En consonancia con esta doble moral, un día cualquiera se juntan los estancieros y empresarios, y llenan un puente con camionetas doble tracción, para impedir la construcción de la pastera que fabrica el papel que usan abusivamente, pues en la enorme homogeneidad de los productos estandarizados del mundo de hoy, casi la única diferencia la hace el paquete, el envoltorio… 

  En sus ámbitos, vuelven al glifosato, los insecticidas fosforados, el ostentoso desperdicio como símbolo de estatus, y seguramente llevan su basura a las periferias de Gualeguaychú o a cualquier alcantarilla donde no la puedan ver desde sus casas.  

  Y siguen explotando a sus empleados, en esta farsa de no ver que la pobreza es una de las causas más permanentes y groseras de la degradación del planeta. 

  Y sin peligro de formar un juicio, de tomar una posición propia, somos manipulados permanentemente por los medios masivos, que ocultan o generan contenidos escabrosos para nuestra distracción. 

  Tal vez por eso no se ha dado el caso de que alguna solución haya surgido de la palabra declarada o impresa, más allá de los efectos personales en sus destinatarios: la dulce justificación que produce el preocuparse o indignarse por los grandes temas, evitando mirar alrededor para evaluar nuestros propios actos.  

  Solo así se hace posible soslayar el hecho indiscutible de que los residuos domiciliarios son inmensamente más voluminosos y contaminantes que los de las fábricas que quisieran detener los seudopreocupados por el planeta.  

  Sin embargo, también somos responsables de estas chimeneas, a las que nutrimos con nuestro estilo de vida rebuscado.

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  Jkjkj kjl jjo ijooriuwhyy.

05 enero

Sobre la imagen


 


 

Cuando las cosas son lo que  no parecen 

Entre  los últimos doscientos años, ha cambiado radicalmente la forma en que el ser humano percibe el mundo, con la posibilidad de capturar la imagen, modificarla y multiplicarla.  Lo que antes era efímero, comprobable y dinámico, se vuelve estático y no verificable.

Si enfocamos nuestra mirada en cualquier segmento de lo que nos rodea, podemos percibir que cada objeto tiene profundidad, que cada milímetro de aire alrededor es tridimensional, sin embargo,  al pasar tanto tiempo atrás de un afiche o una pantalla no nos damos cuenta que estamos habituados a mirar en forma de fotografía, llevando al mundo a un estado plano que no posee para nada.

  Pero eso no es lo peor, sino que en esa chatura inexistente buscamos inconscientemente objetos de consumo. Nos acostumbramos tanto a ver la realidad representada en forma de propaganda que terminamos remitiendo el mundo a la segunda, y se nos escapa la tortuga si no va empaquetada y con marca registrada.

  Tal vez las imágenes de ambientes vírgenes o naturales nos fascinan no por su magnificencia o su tamaño, su profundidad, totalmente resumidos en el plano bidimensional, amén de relativos,  sino por la desorientación de la mente moderna al enfrentarse a algo que no genera parámetros de consumo identificables.  Nos sentimos pequeños porque el paisaje nos consume a nosotros sin dejarnos meter la cuchara: no está a la venta, no existe; no podemos aspirar a comprarlo, no existimos.


Como contrapropuesta, hasta las imágenes naturales (hiper retocadas) se vuelven mercancías, sus fotos se venden, seres misteriosos son desmenuzados en documentales, lo magnifico se vuelve una postal que podemos enviar por correo.

 ¡Uuf! Ya podemos suspirar aliviados, no hay lugar a la percepción, mucho menos a la reflexión, que no parta de un concepto y una interpretación preestablecido, podemos adquirirlo,  podemos apropiarnos del mundo…y guardarlo en un pendrive.  Sin piedad, nos hemos vuelto el afiche que mirábamos.

  Y esos mercenarios de la fotografía, ¿qué esperan lograr con sus cámaras?  ¿Una primicia, una imagen bella, un documento útil, un recuerdo del mundo como ya no volverá a ser?  Los viciosos del encuadre y la composición han inoculado su virus al resto del mundo, hoy solo se ve lo que está en primer plano, súper enfocado, buscando el modo de transtextualizar la imagen, convertimos una mota de polvo en un planeta, y viceversa.

  De un perro solo vemos la textura de los dientes y en una convención de bebedores solo los hermosos dibujos de las telarañas del techo, o un par de hielos girando en un vaso de agua, no se sabe si por delicadeza estética, porque nos esclavizaron acostumbrándonos a  desmenuzar las cosas hasta atomizarlas, vaciándolas de contenido hasta hacer impensable una visión critica,  o por la subyacente idea que corroe los cerebros del siglo xxi: todo es en vano, vivimos en un sinsentido absoluto. 

  O tal vez sea porque ya no participamos realmente en nada, ya votamos por teléfono, nos enteramos por la tv, seguimos rutinas diseñadas al otro lado del planeta, nos refugiamos en las convenciones sociales porque ya no nos interesa de otra persona nada más que la cascara.

    Tal vez por eso la era digital acentuó esta manía de atesorar el pasado, guardando centenares de fotos disparadas al azar, hasta que un día se borran por ocupar mucho espacio, se gastaron.  Tal vez ni se recuerda su, su… ¿Quiénes son estos cosos que están en la foto?

  Pero la imagen, en sí misma, por su condición de reflejo, cambia de significado con el tiempo, pasando a atestiguar  los valores dominantes de la época. Esta elite elige, por supuesto, que es lo que saca a la luz, es decir, sin culpa la utiliza, la manipula, la fábrica, la disfraza, la falsifica.  Además, la realidad ya no convence ni interesa a nadie, hay un hambre de extravagancias que se regodea en lo imposible, en lo irreal, finalmente, en el montaje.

  Lejos quedaron los tiempos en que temíamos perder el alma, hoy en día, todos queremos salir en la foto.  Posamos en navidad y año nuevo para eternizar la alegría en un marquito sobre la mesa de luz y seguir arrastrando nuestra cara preocupada por las deudas el resto del año.  

  Nos abrazamos con cualquier extraño hasta el último instante en que se dispara el flash.  En una sociedad cada vez más deshumanizada, tal vez esto nos devuelve nuestra individualidad, los cristales del objetivo nos enfocan nuevamente en nosotros mismos: aunque no veamos siquiera el resultado, sabemos ya que existimos, ya podemos volver con una sonrisa a hacernos masacrar por el sistema, estamos sólidos.

Sangre ajena


 

 

A matar o morir 

  ¡Violencia!  ¡Como llena todo! ¡Cómo se cuela en la sociedad tan naturalmente!  Hay un flujo tan continuo, tan inacabable que nos bombardea que se va sedimentando en la percepción del mundo como algo inherente al roce, a la interacción, a la concepción del mismo.  Con solo prender la televisión somos abordados por un caudal de  morbosidad sin asomo de crítica que consumimos cada día hasta generar en nosotros como espejo, el mismo formato de interpretación: ninguno.

  Entonces, ya que la fijación de la pantalla chica nos produce el efecto de asimilar como propia su seudoverificacion, a la larga estamos listos para ser manipulados, y  todos los males del mundo acechan para justificar el racismo, la xenofobia, el fanatismo, el miedo, el odio a las minorías, el culto al consumo, y tantas cosas que tragamos sin preguntar.

  Claro que siempre los casos ejemplares son extremos, aterradores, el demonio acecha el mundo entero, el continente, el país, el barrio, nuestros hogares y familia.  Y lamentablemente debe ser exterminado aunque sea árabe, portorriqueña, gringa, pobre, negro, cristiano, demócrata, lesbiana, chino, analfabeto, latino, heterosexual, de Kaliningrado o Minneapolis.  

  Para cuando nos damos cuenta de que la guerra total es contra el ser humano ya estamos en la trinchera.  Aliviados, por no decir felices, vemos pasar las filas de los condenados, para llenar las cárceles y las tumbas sin nombre, ignorando que sus pasos solo van por delante de los nuestros.

  Generaciones lleva afinándose la manipulación, con o sin la apatía de las masas, con su colaboración o activa disconformidad, desde los verdes y bucólicos prados donde descansan los estadistas, o desde los polvorientos campos de batalla donde el viento muele los huesos de los equivocados.  

  Como resultado vivimos en un mundo tan ajeno que somos deudores desde que nacemos, y (pareciera que) nuestro destino es aceptar o luchar contra eso sin darnos la oportunidad de ser solo seres humanos. Pero no es necesario: todo debe ser repartido de vuelta.

  Es nuestra responsabilidad, ya que se viene finalmente “el apocalipsis” de ser conscientes de nuestro aporte al racismo, a la militarización, a la discriminación y las guerras del planeta.  Asumir la responsabilidad de llevar los pensamientos a los hechos cotidianos, expresando nuestro deseo de paz en la interacción con las personas y el medio que nos rodea. 

  Es hora de analizar lo ficticio de nuestra relación con la maquinaria que asfixia el mundo, de nuestra increíble delegación de poder en manos de personas que a su vez delegan el poder sobre las decisiones de nuestra vida a otras personas que tampoco conocemos…

    Y pienso sin embargo en todo esto mientras me cuelgo en internet para mirar como cotizan mis acciones preferenciales de Petrobras, porque también hay que hacer dinero.  Mucho dinero para vivir. (¡Maldita guerra! Hoy gane mil dólares) 

  Volviendo al tema, lo importante es retornar a ser conscientes de nosotros mismos, dejar de ser objetos de consumo.  El conocimiento que se intenta desterrar de la memoria y la búsqueda colectiva como individuos, resiste y rinde sin embargo sus frutos en los más pequeños espacios, en las más tímidas macetas.  

  Tal vez en la memoria genética como especie, en cada uno se esconde.  Mientras tanto, la imposición de un modelo global automatizado, funcional, predeterminado (como personas) vuelve a encallar como siempre entre las contradicciones y la falta de respuestas del mismo a la sed de libertad que es propia del fondo de los seres humanos. 

  No es raro, por lo tanto, hoy en día, que este reclamo se encienda de un rincón al otro del globo, en las aldeas y en los más grandes centros de poder, finalmente nos damos cuenta que la muerte del otro no nos beneficia, que todos somos ciudadanos del mundo, a pesar de las fronteras que insisten en trazar en nuestras mentes.  

  A pesar de la apropiación total del territorio para fines antihumanos que aceptamos desde que nacemos ¡cuán tarde nos dimos cuenta que somos rehenes! Aunque, a decir verdad, el territorio más vital que dejamos conquistar somos nosotros mismos, simbólica social y culturalmente, entregando y entregándonos como cosa resuelta a un sistema que nos constriñe, que nos dictamina anticipadamente hasta en nuestras facetas más íntimas.

  Como era esperable desde que se intentó por primera vez, cada persona suma su consenso a la esclavitud solo a medias, sumándose aparentemente a una fábrica de seres humanos con la paciencia del preso, con la tenacidad del helecho en la cornisa. 

  Ya nadie cree que la libertad y el bienestar se ganen apresando malhechores y vagos, que la paz aumente cazando terroristas, acribillando sospechosos (sospechosamente parecidos a nosotros mismos) que la libertad se fije manchando hojas de papel en las que amarillean todas las leyes del mundo.

  Mientras tanto, la justicia sigue siendo una utilitaria utopía y un estereotipo que a prácticamente nadie representa.  ¡Y a cuan pocos beneficia!

  pero la fábula eterna de los medios nos hace sentir más buenos, porque no descuartizamos a nuestro vecino, porque no prendimos fuego a nuestra mujer, porque no vendimos a nuestro hijo de ocho años… y podríamos seguir enumerando noticias tipo que todos los días nos encasillan automáticamente en el lado sano de la humanidad, solo por comparación.  

  Aprendemos la moraleja y seguimos aceptando que el policía tira porque era necesario, que el soldado tira porque era necesario, que el político roba porque era necesario, que agachamos la cabeza porque era necesario… en realidad, lo único imprescindible es que nadie se salga de su libreto, así los candidatos a vivir o morir puedan ser identificados con claridad para que las cosas sigan funcionando tal como están, mil años más.

  ¡Ilusos! Ellos y nosotros, ya no se puede garantizar un segundo más de lo mismo, no deberíamos tampoco permitirlo, nunca más. Hasta que el poder vuelva a cada persona, seguiremos viendo como muere el desconocido de al lado, por la misteriosa casualidad de que él no tenga que vernos morir a nosotros, por azar.

  Y mientras vuelvo a casa, dejo vivir indiferente a los policías, y acomodo mi flamante revolver en la cintura… solo por fortalecer mi noción de sociedad, de justicia, y de paz.

 

Felices e Incapaces

  Bueno...   Siempre es un problema conocer a gente importante.  Y es un problema porque la gente importante tiene problemas importantes... ...